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Una llama en Capbreton, ¿¡cómo llegó ahí!? la gente dice que hay un excéntrico viajero que la trajo y que se pasea con ella por la región.

¿Para qué viajamos? | OPINIÓN

Ale Díaz |@alegoriasdg |04 de agosto de 2019

Llevo varios días pensando en la indignación que surgió por las bromas de nuestro paisano Alan Estrada, actor y cantante que hace unos años, quizá ya ¿dos décadas? O un poco menos, quince años… emprendió un cambio de residencia hacia la Ciudad de México en búsqueda de escenarios más propicios para su desarrollo artístico, y por supuesto, el reconocimiento de sus talentos. Estrada lleva algún tiempo trabajando en el proyecto titulado “Alan por el mundo”, un exitoso canal de YouTube en el que cuenta sus experiencias viajando por todo el globo y da consejos a otros viajeros.

La indignación en su tierra natal se derivó de algunos comentarios expresados por él y por las conductoras Yolanda Andrade y Montserrat Oliver, quienes le preguntaron en tono ingenuo: ¿de dónde eres? A lo que Alan respondió con la frente en alto y simulando que no temía la humillación: de Tepatitlán, Jalisco. Las conductoras de inmediato se echaron a reír y una le dijo: “no, pues con razón quisiste viajar…” Alan lanzó una carcajada nerviosa, e intervino con el comentario: “bueno es una ciudad pequeña donde muchas cosas no pasan, pero explotó una pipa de gas el otro día, y ya pasó algo, hubo noticia.”

Lo que enfureció a los espectadores fue que él, al decir que no había sucesos dignos de ser noticia, que ahí no pasaba nada, mencionara que hace poco había explotado una pipa de gas, y que Andrade y Oliver comenzaran a burlarse y lanzaran comentarios en tono sardónico. Por ejemplo, dijeron que eso había sido “todo un reventón”. A los pocos segundos rectificaron que no era cierto, era una broma, “oigan, perdónenos, amamos Tepa”, “somos bien guapos en Tepa”. Me parece que días después siguieron disculpándose por la broma sobre la tragedia sucedida en el centro de la ciudad, en la que murieron algunas personas, incluyendo una mujer de la tercera edad y su enfermera. Además, algunos resultaron heridos, y el suceso horrorizó a los testigos, entre los que se incluyen mis padres, mis hermanas, y yo misma, que llegué aquel día a Tepa, con el plan de celebrar con ellos el día del padre, por anticipado. Llegué cuando ya habían desalojado a quienes viven en un cierto perímetro del centro, como medida de seguridad. Los simpáticos guardias, armados con kaláshnikov también conocido como “cuerno de chivo”, nos dejarían pasar a la casa unas horas después del suceso, cuando compraban nieves a un señor que iba pasando, mientras trataban de hacer bromas (de humor blanco o rojo) para relajarse.

Los comentarios de Alan, el humor negro de las conductoras y el enfurecimiento del público pusieron en la mesa temas incómodos que no podemos eludir, sino que sería saludable comentar: como el provincianismo de algunos en Tepa, y la arrogancia e ignorancia de los capitalinos de la Ciudad de México, dos caras de la misma moneda. Pero en un nivel menos evidente relucieron el clasismo y el racismo, tan endulcorados e internalizados, que no fácilmente alcanzaríamos a advertirlos, porque están ahí, en la médula de nuestros referentes culturales, en todas las explicaciones que tenemos del mundo. Sobre estos temas es que ahora me gustaría escribir. Temas incómodos que se pueden discutir en Tepa, ahora que se está convirtiendo en una ciudad moderna, con centros comerciales y espacios idóneos para la sociabilidad urbana, como cafés, bares y restaurantes ¿verdad?

1. “Somos bien guapos en Tepa”

Me parece que Alan es un primo lejano mío. Él no me conoce y yo no lo conocía a él hasta que lo vi de paso en alguna pantalla, y mi mamá dijo, mira, es el hijo de fulanitos, nieto de sabe quién, de la rama tal, etcétera… en fin, es primo, y creo que a mi abuelita le encanta ver su canal de YouTube porque se acuerda de cuando viajó por Europa, y por supuesto, porque sabe que es un niño bien de

Tepa. Porque bueno, “casi” todos somos primos allá ¿no? Todos… pero todos los blanquitos, descendientes de familias criollas que a veces les da por decir que tienen orígenes franceses… Bueno, las familias en Tepa, como en otras regiones rurales de pequeños propietarios, han sido numerosas hasta finales del siglo XX. Y no es extraño armar de inmediato este tipo de genealogías de manera espontánea, inmediata.

Todos se reconocen, nos reconocemos. De hecho, cuando Alan dijo “somos”, se reconoce como parte de una comunidad, afirma una identidad comunitaria, los de Tepa “somos” bien guapos. Porque en realidad esta frase es común, aprendida. Desde la infancia aprendimos que, aunque vengamos de un pueblito que haya conservado en su nombre la toponimia náhuatl “Tepatitlán”, no “somos” indios, “somos” blancos. No “somos” como los de Tepatitlán de Los Altos de Chiapas, sino de Jalisco, ni como los del barrio de Santa Ana Tepetitlán en la Zona Metropolitana de Guadalajara, sino que nosotros “somos” blancos, de familias de empresarios, etcétera, y además, se trata de una de las principales comunidades que provee de huevo al país y “al mundo”- dicen. Entonces todo ello es aprendido. Pero ¿cómo lo aprendimos y por qué? Porque es una explicación del mundo, sobre nuestro origen, para saber de dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde vamos, aunque ésta conserve un contenido clasista y racista, que urge discutir y con suerte ¡barrer! Pero para distanciarnos de ello, hay que tratar de entenderlo primero.

Al menos hasta hace unos diez años (fecha en la que yo también cambié mi residencia, en búsqueda de desarrollo profesional, pero hacia Guadalajara). Nos reconocíamos de inmediato por la genealogía: y éste ¿de quién es hijo, nieto, suegra, cuñado…? Y así, todas las hazañas y los pecados de nuestros antecesores relucían en nuestra linda y blanquita cara. Seamos los parientes ricos o los parientes pobres, pero blanquitos, descendientes de españoles, buenos católicos, de honorables familias, muy trabajadoras. De las primeras familias que llegaron ahí, o sea, en el siglo XVIII, cuando se desarmó (despojó) el pueblo de indios de Tecpatitlán, la cofradía de la Inmaculada Concepción. Bajaron nuestros ilustres antepasados desde la pequeña villa de San José de Bazarte a reclamar sus mercedes, a fundar una villa española en las tierras de los indios y a reemplazar la virgen blanca por la morena. Qué ironía ¿verdad? A mí no me da risa, la verdad, porque fue una tragedia que aún no termino de asimilar, aunque haya sucedido hace varios siglos, y aunque haya estudiado historia. No termino de avergonzarme y de tratar de tomar distancia del privilegio o de lo que ha significado haber crecido del lado de los blancos y continuar reproduciendo aquellas explicaciones que había aprendido, incluso en la Universidad.

En fin. Pues a mediados del siglo pasado se reflexionó sobre la identidad cultural, no sólo de los tepatitlenses ni los alteños (aunque Tepa sea el ombligo del mundo para nosotros), sino en prácticamente todo el mundo. Esto se derivó de un proceso de descolonización entre países asiáticos y africanos, así también en América Latina, cuyas colonias se habían independizado de España un siglo antes, por lo menos. De estas discusiones se derivó un esfuerzo por reconocer como cultura, no sólo la alta cultura, lo refinado, lo europeo, sino reconocer la calidad cultural de cada pueblo. Pero cuando surgen estos procesos, se define qué es y cómo es la identidad. En el caso de Tepa, qué complicado ¿verdad? Definir quiénes y cómo somos los de Tepa. Pues “somos bien guapos”, dice Alan. Octavio Paz diría que somos “hijos de la Chingada”, o sea, hijos de madres violadas, bastardos, mestizos, avergonzados… ¡qué fuerte! ¿verdad? Mi abuelita se asustó mucho cuando le leí algunos extractos de El Laberinto de la Soledad, de Octavio Paz y de Los Conquistadores, de Jacques Lafaye. ¿Violaciones? Ay no, de eso no hay que hablar.

En los años cincuenta del siglo pasado se acordó que los tepatitlenses, como los otros alteños, éramos blancos, trabajadores, muy católicos, y que había muy bellas mujeres. Mujeres blancas (sobre esto hay otra historia reciente, sobre la que me gustaría escribir otro día, sobre la bella mujer morena que acaba de renunciar al título de Reina de la Feria Tepabril). Y pues, las mujeres alteñas somos blancas, tímidas, virginales, encantadoras, y calladitas nos vemos muy bonitas, por eso mejor fotos

que videos. Esto por supuesto es un estereotipo, una representación, no es la realidad. Porque yo pienso que las mujeres de Tepa somos eso, mujeres en plural, distintas, aunque a todas nos atraviesa un modelo ideal de cómo debemos ser, y a todas en algún momento nos aturdió no llegar a ser como la Inmaculada Concepción, la virgen blanca. A los hombres, igual, el hombre en Tepa que no es un empresario exitoso, güero de rancho, habrá sufrido alguna vez no caber en el molde que plantea la explicación del mundo tradicional. Pero como Tepa ya es moderna, quiero pensar que estamos dispuestos a convivir con la pluralidad que implica ser modernos. Somos muy guapos en Tepa, los morenos y los blancos, los ricos y los pobres, los hombres y las mujeres, los viejos y los jóvenes. Somos bien guapos y nos reconocemos como comunidad, aunque guardemos profundas diferencias entre nosotros.

2. “Pues con razón quisiste viajar” (provincianismo y clasismo)

Alan Estrada había sido el orgullo de nuestra matria (el femenino de patria, que es el nombre que un historiador, Luis González, acuñó para referirse al terruño, a la patria chica, a la que queremos con especial cariño). Alan apareció durante años en shows de televisión con difusión nacional. Con espléndida elegancia interpretaba canciones y sorprendía con su talento y técnica. Siempre preocupado por no ser vulgar, por hacer las cosas bien, por trabajar duro para alcanzar la fama y el reconocimiento que le correspondían, yo creo que ya pasaron veinte años de eso, o casi. Y veinte años, aunque lo diga el famoso tango interpretado por Gardel “que veinte años no es nada”, si son algo, es toda una vida, como se dice en mexicano: toda una chinga…

Me parece que Alan nunca había renegado de ser Tepa, al menos en público. Siempre afirmaba con orgullo: yo soy de Tepatitlán, saludos. Y los más de cien mil habitantes de su terruño se emocionaban porque se sentían, al tiempo que él, su digno representante, reconocidos, aplaudidos… hasta que salió el tema del viaje, tema moderno por antonomasia. No es que no haya habido viajes antes de la Modernidad, sino que con la modernidad, se ha hecho más fácil y rápido viajar a cualquier parte del mundo. El siglo XXI se abre con la posibilidad de vivir en la movilidad constante, conociendo, explorando, y esto es cada vez más accesible, económica y culturalmente. Casi cualquier persona hablamos globish, o sea, una lengua cuya base es el inglés, al que de pronto le añadimos palabras de otros idiomas, como el francés o el español. Alemán no, porque es muy difícil y nunca fue tan popular la difusión de este idioma, como si lo han sido los otros dos, en la francización de los siglos XVIII y hasta el fin de la segunda Guerra Mundial, cuando se impuso el inglés. Además, Tepa tiene una historia de migrantes, de pochos, de chicanos, que esperamos no nos traicionen votando por Donald Trump, ese señor güero que pone mano dura contra nuestros paisanos y que se la pasa humillando a toda la gente.

Pues Alan lleva veinte años tratando de salir de su provincianismo, y lo ha logrado. Entendiendo provincianismo por gusto por lo particular, por el particularismo, por mirar hacia dentro y no interesarse en lo que pasa en otros lugares. Recordemos que la ciudad que él dejó hace varios años, era más provinciana que lo que es ahora, de hecho, la Tepa de hace diez años, que también lo era, y he visto cómo ha crecido en cada fin de semana que regreso ahí, porque cada vez está más cerca de la Zona Metropolitana de Guadalajara, donde me he surtido de otras explicaciones del mundo para discutir y entender Tepa, y el resto del mundo, claro.

Cuando Montserra Oliver le dijo a Alan que con razón quiso viajar, y Alan Contestó que sí, porque en Tepa muchas cosas no pasaban, me acorde de dos cosas. La primera, es una hermosa cita de Juan Rulfo, extraída de una carta que escribió a su esposa, Clara, en la que le cuenta, cómo él, quería ver mundo:

Ahí tienes que había una vez un muchacho […] que toda la vida se la había pasado sueñe y sueñe […]. Y se pasaba las tardes tirado de barriga en el suelo, soñando en las cosas interesantes que había más allá de los cerros que tenía enfrente.

Juan Rulfo, Cartas a Clara

La segunda, es el primer periódico que vio la luz en Tepatitlán, en 1905, que se llamaba “El Demócrata”. Editado, redactado e impreso por los hermanos Fernández, ambos veinteañeros, soñadores y modernos, que querían saber del mundo, viajar, aunque fuese con la imaginación y las ondas del telégrafo. Si creían que hace más de un siglo no había noticias en Tepa, están un poco equivocados, sí las había, aunque pocas… El periódico contaba con una pequeña sección informativa firmada bajo el seudónimo de “Marks”; la del 19 de marzo de 1905 decía lo siguiente:

Han vuelto ya las pardas golondrinas y marzo que en días pasados se le veía mustio y lloroso, en estos últimos se nos ha estado presentando con atavíos de verdadera riqueza y esplendor; quizá para dar la bienvenida á las parleras huéspedes inmortalizadas por Bécquer y con las que probablemente piensa acompañarse para recibir á la hermosa Primavera, de quien han sido siempre el tierno amoroso heraldo.

Mucho me temo que todo esto venga á exaltar más mi espíritu que en alas de fantasía se halla dispuesto á emprender el vuelo hacia regiones verdaderamente incognoscibles, y que al fin tenga que medir el suelo, cuan largo soy.

En pocas palabras la semana había transcurrido con el encanto de su habitual monotonía y no quedaba más que soñar con “regiones incognoscibles”.

Los días martes y miércoles pasaron sin que nada de llamar la atención haya acontecido, y si hacemos caso omiso de la serenata del jueves, resultará que en nada difiere éste de aquellos días, la misma majestad del amanecer, la misma tibia y voluptuosa temperatura de las horas de la siesta, la misma nostalgia melancólica del atardecer.

Del viernes y el sábado no puedo decir nada porque me la pasé soñando con la morena de crencha breña […].

Cuando descubrí El Demócrata, decidí de inmediato dedicar a él mi trabajo de tesis de licenciatura, aprendí muchísimo sobre Tepa, y en realidad, sobre todo, sobre cómo todo está relacionado con todo…

3. Reírse de la tragedia (humor negro, los límites del humor, acercarse y tomar distancia de los problemas)

Los redactores de El Demócrata eran muy cultos, afrancesados y anglicizados también. Preocupados por lo que pasaba en regiones remotas, pero también eran burlescos. En su periódico hicieron algunas bromas sobre la guerra ruso-japonesa, que tuvo lugar entre 1904 y 1905, en la que fueron disputados los intereses imperialistas de estas naciones. El lunes 13 de marzo de 1905, los miembros de El Demócrata se habían enterado de la toma de Mukden (Shenyang, China) por los japoneses. Para el 19 de marzo podía leerse en el periódico:

El lunes por la noche se repitió la audición musical, aunque con distinto objeto: malas lenguas aseguran que éste fue el de solemnizar la toma de Mukden por los hijos del Imperio del Sol Naciente. […]

Por supuesto que esta especie no ha sido elevada por nuestro humilde criterio á la categoría de razón, simple y sencillamente porque sería suponer que un pueblo esencialmente religioso como éste, contravenía abiertamente á uno de los preceptos cristianos, alegrándose del mal ajeno, lo cual es satánico. […] Pero sea esto negro ó blanco (nos inclinamos á creer lo último) lo que nosotros palpamos

fue que nuestro amigo el Sr. Herminio Herrera, Director de la banda, hizo como siempre verdadero derroche de buena ejecución en las escogidas piezas con que llenó el respectivo programa [Variaciones de Clarinete, sobre temas de “Lucrecia Borgia” de Donizetti, Mosaico de “Traviata” Verdi, Tango “El Ratoncito” de Miguel Lerdo de Tejada,…].

Las noticias internacionales parecen haber tenido un efecto que trastocaría su vida cotidiana: repetir la audición musical de la banda municipal. Y aunque esto no representa una mutación importante, tal acontecimiento ha sido digno de protagonismo entre la información semanal. La noticia tuvo un sentido humorístico, ellos no lo tomaron con la gravedad que impuso el caso en otros periódicos. Para los redactores de El Demócrata, lo que trascendió fue la magnífica ejecución de la banda municipal, la guerra está lo suficientemente lejos como para no ser una amenaza, pero lo bastante cerca como para ser la noticia más significativa de esa edición.

Aquí va, el humor nos ayuda a tomar distancia de los problemas, de las cosas, nos reímos de las tragedias para relajarnos. Pero en lo personal, creo que el humor tiene límites éticos, con esto, no estoy acusando a Alan Estrada, creo que él no había reflexionado sobre lo que significan estos límites. En lo personal, creo que los límites son todos los cidios. El ecocidio, el homicidio, el feminicidio, el etnocidio, o sea, el acto de matar. Y aunque lo de la pipa de gas haya sido un accidente, una imprudencia, el accidente mató a varias personas, y en ello, es mejor no tomar distancia, al menos con humor negro. Me acordé de aquel fatídico día muchos hacían bromas para relajarse, para tomar distancia, pero no suficiente distancia. Ojalá que quienes somos de Tepa, nunca tomemos absoluta distancia de nuestro pueblito. Pueblito porque en español mexicano tenemos la manía de usar los diminutivos de las palabras que determinan algún objeto, personal, o animal, que queremos, esto como huella del náhuatl, en el que se usa la particula tzin para indicar diminutivo, que es además reverencial.

4. Recuerdos de viaje, l’axoa de veau, el picadillo de mi abuelita, y los recuerdos de mi pueblito en Capbreton

En busca del pueblito perdido

Hace un año y medio renuncié a mi trabajo y con el fondo de ahorro dije, y qué hago ¿lo invierto? No, mejor cumplo el sueño de viajar al extranjero. Y como dijo Alan, viajar no es tan caro como pretenden algunas señoras (y señores) copetonas de Tepa. Especialmente cuando se han tejido redes globales. Viajé a Francia y a España, para comprobarles a mis paisanos, con la experiencia, de que para nada somos de ascendencia francesa… que eso son puras ocurrencias suyas para hacer derroche de elitismo, o quién sabe de qué. Bueno, no es cierto, no viajé para eso, viajé porque tenía ganas y todo se acomodó para concretarlo. Todo, o sea, los frutos de años trabajando, la hospitalidad francesa, y la infinidad de trámites… etcétera.

La mayor parte del tiempo la pasé en Las Landas, región de Aquitania, que colinda al sur con del País Vasco, región cultural muy antigua, Euskal Herria, que ha sobrevivido a procesos de los Estados Nación de Francia y España respectivamente, o sea, el País Vasco fue divido en dos, una parte francesa y otra española, y a su lengua, el euskera, se impuso el español y el francés respectivamente. Desde décadas atrás, los vascos han reivindicado sus tradiciones y han recuperado su lengua, su indumentaria, etc. Pues bien, estuve visitando las costas del País Vasco, desde Bayonne, Biarritz y hasta San Sebastían (Donosti). Recuerdo un cementerio en Espelette, un pueblito hermoso. Las tumbas tenían símbolos vascos (paganos) y otros cristianos. Pensé en el cerrito de la cruz, con la iglesia plantada sobre lo que podría ser una pirámide enterrada, un centro ceremonial. Práctica extendida en toda Hispanoamérica. En Las Landas, pensé en François Muriac, un novelista católico, que fue algo así como el Agustín Yáñez francés. Yáñez representó a la región alteña en su famosa novela Al filo del agua.

Además, vi nopales y cactáceas por todas partes, están muy de moda, los vi en casas, en el Museo de Historia Natural de Toulouse, en las tiendas de jardinería, y hasta vi una escultura en la tienda de souvenirs en el castillo de Carcassone. Me miré al espejo para ver mis ojos rasgados después de mostrarle a Eva, una hermosa arquitecta que nos hospedo en París, una foto de una muñeca zapatista. Al contarle que en México hay un pasado común con Asia, y comentar cómo nuestros antepasados cruzaron el estrecho de Behring, Eva hizo dos cosas, asintió, y después me miró a los ojos. Sí, Eva, pensé en decirle, soy una whitexican semi-privilegiada, de rancho, con ascendencia indígena, pero muy blanqueada, porque así se ha acostumbrado en México, “mejorar la raza” con la endogamia entre los primos, güeros de rancho. No alcancé a decirle que se cree que venimos de franceses.

Nopales en el Museo de Historia Natural, Toulouse, Francia. Foto: Ale Díaz

Cuando pasé de Francia a España, me sorprendió ver y escuchar el bullicio en la calle. En San Sebastián, había un hombre cantando a todo pulmón afuera de una Iglesia, y aunque los vascos de Espelette o Bayonne, eran vascos también, no gritaban, no gritaban casi nada en la calle. No es que no griten, supongo, sino que la división entre espacio público y privado es menos flexible, como

lo son también los horarios para comer. Comer es todo un ritual en Francia, es la religión nacional de aquel país laicizado, mucho más rebelde de lo que pensamos, eso si, cuando de protestas se trata, los franceses no sólo gritan, sino que arman barricadas cuando están enojados contra el régimen, como se aprecia en el Museo de Louvre en París, en la famosa pintura de La Libertad guiando al pueblo de Eugène Delacroix, y como han hecho los manifestantes “Chalecos Amarillos”, desde noviembre pasado. Ahí en París miré a los Gillet Jaunes reclamado, haciendo barricadas con todo tipo de objetos muy cerca del famoso café Deux Magots, donde se reunían los existencialistas. No, en Tepa no hay barricadas así, al menos no por casusas populares laicas. No, no tenemos nada de franceses, pensé, a pesar de los apellidos vascos. Están lejanos, estamos más cerca de Los Altos de Chiapas que de los franceses, tanto geográfica como culturalmente. En Tepa la tortilla que se come es de maíz y no de harina de trigo, como hacen los norteños… Eso de que venimos de franceses es una leyenda que devino del paso de soldados durante la intervención francesa, soldados cuyo origen era de colonias francesas, como Argelia.

Ya cuando estaba casi convencida de que no teníamos nada de franceses, justo un día después del año nuevo, me invitaron a comer a un restaurante junto a L’estacade, un muelle edificado en 1858 por órdenes de Napoleón III, y reconstruido tras la segunda guerra mundial. Ahí, frente al océano. Pensé que ya casi volvería a mi pueblito, y les contaría que no tenemos nada de franceses, etcétera. Pregunté a mis interlocutores que qué me recomendaban probar, que qué era lo más típico, me dijeron: prueba la axoa, axoa de veau. Pues qué será eso, sí que suena exótico, pensé. Cuando me sirvieron, mi plato era el único presentado en una cacerolita muy bonita de color negro, con tapa, pensé: vaya, es tan típico, que lo sirven así… Cuando lo destapé, vi la carne molida, las zanahorias picadas, la salsa de tomate, y dije, bueno, parece picadillo. Bueno, axe es hacha en francés (pero también picar)… lo probé y dije, no puede ser, ¡es picadillo! Estaba tan emocionada, que cuando me preguntaron qué me parecía, no pude evitar contarles que en México había un plato así que se llamaba picadillo. Alguien me dijo, ah, te pasó como la Madelein de Proust, ¡sí! La magdalena de Proust es una famosa referencia en Francia a la comida o los olores que nos transportan a nuestra infancia, basada en la novela de Marcel Proust. Ahí, en Capbreton viajé a casa de mi abuelita, a casa de mis papás, en un segundo: “À la recherche du temps perdu” como si el picadillo fueran “petites madeleines,” a sumergirse en un mar de recuerdos, a pensar en mi pueblito. No es que el picadillo sea de aquí o de allá, es que es de ambas partes. La carne finamente picada… no existiría en América, ni el caldo de tomate, podría existir en Europa de no haberse dado el encontronazo entre ambos. El sincretismo en la comida, lleno de temas incómodos y dolorosos, pero también de bellos recuerdos. De ambigüedad y de complejidad. Yo creo que para eso viajamos, para seguir soñando y para encontrar nuestro pueblito, para buscar experiencias nuevas, pero también para encontrarnos y reconocernos, porque el pueblito que llevamos cada uno dentro, en realidad nunca está perdido, así como Proust, lo llevamos en recuerdos muy adentro, en el corazón, en alguna parte de la consciencia.

 

“México, entre el abismo y lo sublime”, portada de libro encontrado en una libería en París.

 

Flyer encontrado en el centro informativo turístico de Carcassone, Francia.
Una llama en Capbreton, ¿¡cómo llegó ahí!? la gente dice que hay un excéntrico viajero que la trajo y que se pasea con ella por la región.
L´Estacade, Capbreton, Francia.
La libertad guiando al pueblo, Eugène Delacroix, Musée du Louvre, París.
Transeúntes observando las barricadas de los Gillets Jaunes en la Place Saint-Germain des Prés, París.
En las dunas de la Costa Atlántica, en Les Landes, Francia.

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