domingo , 28 abril 2024
¿A quién no se le hace agua la boca? Foto: Kiosco Informativo

Los tacos de Tepa | Puro Sabor

En 1990 me convertí en un hijo de Tepatitlán. Un 29 de abril para ser exacto.

“El mero día del Señor de la Misericordia”, dice siempre mi mamá cuando platica de mi nacimiento.

Mi vida en Tepa ha estado marcada por algo especial, rico y único.
Los tacos. Ese delicioso platillo que se encuentra en muchas esquinas, parques y colonias de la ciudad. Siempre.

Estos han estado presentes en mi vida de formas especiales desde que era un niño, hasta hoy a mis treinta años. Es tan especial, que convertí esto en una afición y hoy quiero señalar algunos de los culpables de este gusto, nada culposo, sino todo lo contrario.

Comenzaré …

“La Güera”

Cuando tenía seis o siete años mí papá acostumbraba a llevarnos a los tacos de la “Güera”. Eran famosos en aquellos ayeres. Se encontraban de noche en la esquina de la extinta Farmacia Ideal, la cual estaba por la calle cerrada, en el centro de Tepa.

Ahí se ponía la güera y su discada de tacos.

Recuerdo que era una señora muy alegre y hablaba mucho, siempre con su mandil.

El apodo venia por su cabello amarillo, rubio. Sus manos siempre estaban haciendo obras de arte en el disco: hígado, chanfaina, papas con chorizo, bistec y champiñones, que son los que recuerdo.

Mis papás nos llevaban mucho a cenar a mi hermana y a mí. Me impresionaba ver como arrojaba grandes cantidades de manteca de cerdo, después el hígado crudo; como iniciaba a cocinarse, y el humo empezaba a surgir y el olor era único.

Era un puesto pequeño, en plena calle. Banquitos de colores rodeaban a la güera y su disco. Mucha gente de pie, comiendo y esperando sus pedidos para llevar.

Los botes de salsa siempre estaban limpios y llenos.  Eran tacos ricos. Yo me sentaba en mi banquito y disfrutaba esa experiencia culinaria de calle.

Me gustaban los de hígado con su salsa verde y nopales cocidos. No recuerdo cuantos años pasaron; pero ir con la güera era un momento familiar, el cual recuerdo con aprecio. Y ahora desconozco el paradero de esa amable señora que siempre con una sonrisa atendía a sus comensales.
“Ahí pa´la calle cerrada”.

“Don Chava el del Parque”

Don chava es parte de la historia familiar. Tanto que, ir a sus tacos se convirtió en una tradición, con más de 20 años hasta la actualidad.

Ubicado siempre en el mismo lugar, en el parque de la Vallarta, a una cuadra del parque del agua. Por el lado de la calle Antonio Rojas. Un puesto pequeño, verde, con una lámpara.

Siempre atendiendo Chava, o “Don Chava” como todos sus clientes le llamamos.

Cuando éramos pequeños, mi abuelo nos mandaba a mis primos y a mi a comprar tacos para todos cuando llegaba de trabajar cuidando coches en el “Che Campestre”, un restaurante famoso por sus carnitas.

“Don Práxedes”, el señor que te cuidaba el coche o te lo lavaba, mientras los visitantes degustaban el sazón del famoso “CHE”, personaje muy conocido en Tepa, fundador de la tradición tepatitlense como lugar de carnitas, junto con los Jáuregui y los Gordos.

Mi abuelo llegaba entre 7:00 pm y 8:00 pm. Cuando íbamos de visita, al llegar, como señal de respeto le besábamos la mano. Y luego nos daba dinero, ya teniendo las monedas en nuestro poder nos íbamos corriendo a los taquitos.

Nos íbamos por la calle Antonio Rojas, que, aunque era un poco de subida, para nuestra edad no era nada. Mis papás y mis tíos nos dejaban ir solos. La zona ya la conocíamos bien y era un lugar seguro. Solo nos teníamos que cuidar de los coches.
– ¡Chava, me das dos tacos! – le pedía de prisa, y sonriendo.

– ¡Hola Chuyin! – (hoy en día cuando voy, me sigue llamando así, a mis treinta años).

-Si, ahorita se los sirvo.

Y ahí nos sentábamos en la bardita del parque, a comer nuestros taquitos con las manos sucias tal vez, pero eso no era de preocuparnos.

-Ponle mucha salsa verde – le decía.
-Muy bien Chuyin –.

Los tacos eran servidos en papel de tortillería. Así le llamábamos a ese papel café, el cual se remojaba con las salsas de los taqueros, que por aquellas épocas era lo que se utilizaba en lugar de un plato.

Chava es un señor alto, moreno, de barba. Siempre con gorra puesta. Nunca lo he visto sin su gorra y su mandil. Y ahí está cada noche, atendiendo su puesto color verde, preparando tacos de cabeza, de carnaza, de lengua, con sus manos acostumbradas al calor.

Una bolsa transparente cubre la carne y las tortillas calentadas al vapor, y la tortilla chiquita. Su tabla de madera, un cuchillo bastante grande, cebolla, cilantro en una cajita y sus dos botes de salsa, una verde y una roja, la que pica.

Una cajita pequeña de madera donde guarda su dinero, siempre ayudándole alguien a cobrar y a destapar refrescos, los cuales mantiene en la banqueta, los fríos en una hielera con agua y hielo y la reja a un lado.

Su pequeño radio colgado y una banquita para tres o cuatro personas.

Ahí está chava, ese señor que ha vendido tacos gran parte de su vida.

Nos ha visto crecer por años, aún nos reconoce y nos sigue saludando. Pronto iré a visitarlo. Y contarle que escribí de él con respeto y admiración por todos los buenos momentos vividos en su puesto, por las alegrías brindadas a mi paladar con sus tacos, los cuales cada noche sigue brindando ahí en el parque de la Vallarta; y yo sigo siendo su cliente al día de escribir esto. Ojalá duren muchos años más esos ricos taquitos.

“Amado y Doña Lupe”

En los tiempos que estudié la primaria en el Instituto Ana María Casillas, mejor conocido como “El Asilo”, allá por el barrio alto, vivía en la esquina  la calle Antonio rojas y Pedro Moreno.

Mi casa, tenía un balcón grande que daba a ambas calles. Lo interesante de esa casa, era lo que sucedía en la banqueta por las noches: Los tacos de Amado y Doña Lupe.

Doña Lupe es una señora mayor, desconozco su edad, pero la recuerdo bien, nos saludábamos mucho y platicaba con mis papás. Ella es morena, alta, y siempre con una sonrisa. Ella le rentaba la casa donde vivíamos a mis papás. Nuestra casa era de dos pisos y a lado vivía ella, en una pequeña casa, a fuera instalaba su puesto de tacos.

Amado es su hijo, un señor de bigote que era buen amigo de mis papás, un señor mayor también.

Él prepara los tacos, pica la carne y Doña Lupe sirve salsas, pone para llevar los pedidos y prepara todo. Madre e hijo como equipo.

Han pasado muchos años desde que vivíamos ahí, y ellos continúan con su tradición, puedes pasar por las noches y el puesto sigue con su luz blanca, con Doña Lupe, parada por fuera de este, al pendiente de sus clientes.

El sabor de sus salsas es lo mejor. Salsas caseras, las cuales cuando quemaba el chile o lo doraba el olor llegaba a nuestra casa y nos hacía toser, y en noche el olor de los tacos llegaba hasta nuestra habitación o a la sala, y en automático las ganas de unos tacos se hacían presentes.

Era lo malo y lo bueno de vivir junto a una taquería.

Me gustaba sin duda cenar esos ricos taquitos. En ocasiones mi mamá nos decía que después de bañarnos y hacer la tarea nos daría dinero para bajar a cenar en el cuartito donde tenía algunas mesas para los clientes.

Nos gustaba ir solos a mi hermana Adriana y a mí, para después irnos a dormir ya que al día siguiente tendríamos escuela. Los tacos de Doña Lupe marcaron mi época de estudiante de primaria.

“Los de Barbacoa de las Colonias”

Llegó la época de la preparatoria. Me encantó la etapa de ir a la Prepa Regional. Si bien ahora la Regio tiene nuevas instalaciones por allá por la  Colosio a la salida de la ciudad, la que estaba ubicada por la Avenida González Gallo, al lado del Templo de la Sagrada Familia, sin duda es el sitio que muchas generaciones recordamos en nuestra juventud.

Cuando iniciaban las clases, todo era novedoso, éramos de prepa y ya nos sentíamos todos unos jóvenes.

En esa época, Antonio “El Fercho”, quien se convertiría en mi mejor amigo,  Eduardo «El Peña» y yo, nos hicimos expertos gastronómicos.

Uno de nuestros lugares preferidos para ir a desayunar, eran los famosos tacos de barbacoa de las colonias, con Don Rulas.

Que estudiante de esa época no visitó esos tacos, si eran deliciosos, baratos y Don Rulas siempre aprovechaba para tirar carrilla con nosotros.

Su puesto era una camioneta vieja, le había adaptado una plancha, y algunas cosas las cuales le facilitaban su chamba de hacer los tacos.

Tacos de barbacoa a la plancha, dorados, medio dorados y blanditos. Esas eran las tres opciones a elegir. Otra opción se sumaba sí tu llevabas tu bolillo: te preparaba un lonche de $25 pesos, el cual era planchado y mojado con la grasita de la barbacoa, de la que siempre tenía una olla muy grande, a lado de su plancha.

Se estacionaba en la Glorieta de las Colonias, debajo de un árbol ponía unas mesitas de la coca, una hielera con refrescos y un galón con agua para lavarte las manos.

Nos salíamos de clase antes del receso, ya que se juntaban muchos chavos de la prepa, además de trabajadores de granjas, ranchos, talleres y negocios que se encontraban por la zona.

Tomábamos anticipación para ser de los primeros.

Fercho tenía una camioneta Nissan amarilla. Era vieja, pero era muy funcional para nosotros. Nos subíamos a ella y empezaba el trayecto a las colonias. Muchas veces muchos de nuestros compañeros se iban con nosotros, éramos tantos en ocasiones que la camioneta iba repleta de preparatorianos con hambre y antojo de unos tacos.

-“¡Écheme tres bien dorados don Rulas!”
-Simón mijo, ahorita se hace –. Contestaba mientras la plancha se llenaba de tacos. Los dorados eran mis preferidos. Los bañaba de salsa de tomate, limón, cebollita guisada y los acompañaba con un chile dorado y una coca. Era la gloria gastronómica, los tacos valían $8 pesos, así que con $50 llegabas a tocar el cielo. Don Rulas era amable, casi no miraba a los ojos, siempre concentrado en su plancha, moviendo y volteando los tacos. Los servia en platitos de colores con una bolsa, para evitar la lavada.

Era tanta nuestra afición por esos tacos que lo visitábamos dos o tres días por semana. Sin duda ese sabor me acompañó durante los dos años que fui a la prepa.

Hoy en día Don Rulas sigue vendiendo, pero ahora ya se expandió. Después de ese lugar se cambió a lado de la gasolinera de Las Colonias, unos metros más adelante. Ahí puso carpas de la coca cola, mesas, y sus hijos empezaron a apoyar el negocio.

También abrieron una sucursal cerca de la central camionera, donde actualmente venden muchísimo todos los días. Ya es un negocio establecido, con muchos clientes leales. Ya no voy tan seguido. Pero su sabor sigue siendo el mismo, y ahí de vez en cuando sigue Don Rulas. En su plancha, con la mirada fija en sus tacos apoyado de sus hijos y algunos empleados que atienden las mesas.
Estoy seguro, si algún ex estudiante de la Regional me lee, se identificará con esto y sabrá a lo que me refiero.

 

“Los del Auditorio”

Siguiendo con la época de estudiante de preparatoria, hubo un lugar el cual aún existe y digo hubo porque tengo mucho tiempo que no los visito, pero que marcó mi época mencionada como seguidor de los tacos.

En ese tiempo, mi amigo Antonio y yo no trabajábamos así que estudiar era nuestra única responsabilidad y después de la 1:00 pm quedábamos libres. En ocasiones íbamos a comer a casa de la abuela de Antonio, ya que no traíamos dinero. Su abuela siempre nos recibía con calidez, y nos daba de comer para luego irnos a jugar PlayStation a la parte de arriba toda la tarde o a escuchar música.
Pero cuando esto no sucedía y teníamos algo de dinero, esperábamos a comer hasta que se pusiera este puesto. Que era entre 3:00 y 4:00 pm cuando ya estaban listos para atender. Se ubicaban y se siguen en la actualidad en la esquina del Auditorio Miguel Hidalgo, en esquina Niños Héroes y Samartin.

Era un puesto grande, lo atendían muchas personas, había mucha variedad: De pastor que eran mis preferidos, del cual hacían un gran rollo porque eran los que más se vendían, después a lado estaba el disco en el cual se freía todo lo relacionado.
Suadero, chorizo, tripa y algunas otras opciones. El disco permanecía lleno de carne hirviendo en aceite, y cada que pedían picaban al momento lo seleccionado. Después seguía el concepto de vapor, cabeza, carnaza y surtido. En cada sección era un taquero sirviendo. Salvo los de pastor, que eran dos por la demanda, uno bajando el pastor y dorándolo en la plancha y el otro calentando tortillas y sirviendo medias ordenes, órdenes y tacos. Algo muy habitual entre las Taquerías de Tepa, y no muy utilizado en la mayoría de lugares fuera de la región.

El concepto de la orden y media orden es que te ponen la carne en un plato, sin tortillas, esas te las dan en otro plato. Te ponen la verdura, normalmente cebolla y cilantro frescos, y tú te haces tus tacos con la mano, me gusta mucho ese concepto ya que tú eres el que distribuye tu carne con las tortillas y siendo de gran ayuda cuando no llevas mucho dinero o tienes mucha hambre.

Como nosotros en esa época que visitábamos asiduamente ese puesto.

A lado de este, estaba el dueño del negocio, un señor de bigote que siempre estaba pegado a la caja, cobrando, sirviendo aguas de horchata y destapando refrescos. En la línea ponían grandes molcajetes de piedra con la figura de cerdo, estos los llenaban de salsa verde, salsa roja, salsa de tomate, de aguacate y un molde con rábanos y pepinos picados en rueditas. Y otros más con limones.

La multitud que atendían era mucha.

No había mesas, todos parados o sentados en los escalones de la explanada del auditorio, o en las jardineras de este. Podían verse familias enteras sentadas, comiendo a la luz de la lámparas de la noche, sus taquitos.

Una de esas familias era la mía, íbamos mucho, mi papá nos llevaba y era una salida casual en familia, todos comiendo en la jardinera, compartiendo el refresco porque mi mamá decía que no lo terminábamos si nos pedían uno para cada uno.
Fercho y yo éramos una máquina, siempre que íbamos moríamos de hambre porque habíamos desayunado temprano en la prepa y al mediodía ya no comíamos esperado que estuvieran listos.

El menú era siempre el mismo, nos comíamos dos medias de pastor y dos coca colas cada uno. Era un festín para dos estudiantes de prepa, con poco dinero y con mucha hambre. Terminábamos felices y con el estómago lleno de esos tacos, bendita felicidad gastronómica descubrir esos tacos de los cuales fuimos clientes frecuentes durante mucho tiempo.

Escribo de estos en tiempo pasado, ya que, aunque hoy en día siguen estando vigentes y con la misma tradición, tengo muchos años sin ir. Por la lejanía o porque hoy tengo otros lugares preferidos. Pero sin duda una taquería dentro de la tradición de Tepa.

Pueden pasar hoy en día y comprobar todo esto que acabo de escribir, el puesto sigue y la camioneta vieja que siempre cuida las espaldas de los taqueros, sigue ahí. Quien haya visitado estos tacos me entenderá y sabrá de que camioneta hablo.

“Cornelio, Macario y las Gorditas”

Otro paraíso gastronómico en la época de la prepa era con CORNELIO. Tacos, tacos y más tacos.

Cornelio el cual no sé porque le llamábamos así y  nunca me puse a investigar, se situaba en contra esquina de los portales de la sagrada familia, por la calle González Gallo, en una esquina que hoy en día sigue estando una tienda de abarrotes, en donde comprábamos los chicles y los gansitos después de los tacos, para el mal olor de boca.

A un lado se encontraba un café, era un establecimiento al cual asistían señores mayores de edad, siempre estaba lleno, tenía mesas de la coca cola y la corona con sus sillas básicas, al fondo se encontraba una barra grande, y una cafetera. A la hora que pasaras podías ver a los señores jugando dominó, tomando café, cervezas y fumando la mayoría de ellos. El lugar parecía bueno, aunque todo estaba antiguo, atraía bastante mercado. Tan así que cuando llegábamos a desayunar con Cornelio, el lugar ya estaba lleno a las 10:00 o 11:00 am. Nos dábamos cuenta de esto porque el carro de tacos estaba establecido frente a esto negocio, en la misma banqueta, compartíamos tacos, humo de cigarro y olor a café.

Nos gustaba ir con Cornelio porque la atracción eran los tacos gigantes que te vendían, eran de tortilla recién hecha… un manjar.

Era un carro grande de acero inoxidable, con líneas de salsas de mucha variedad, rábanos, cebollitas y una salsa de tomate que era mi preferida en un costado montada en un puerco de molcajete de piedra grande.

Éramos muchos de la prepa que íbamos a esos tacos, ya que eran deliciosos, baratos y llenadores. Con un taco podías aplicarla bien como un desayuno, si no me equivoco los tacos valían $35.

Los de barbacoa eran los mejores, te servían estos con una salsa roja que mantenían caliente y tú mismo te preparabas tu taco con los complementos. Y claro, una buena coca cola bien fría no podía faltar.

Nuestras semanas de clase se combinaban entre los taqueros mencionados, y también de vez en cuando por los tacos de platito de birria de Macario el cual se instalaba en contra esquina del banco Bancomer por la misma González Gallo, eran platitos de birria, bistec con papas, chicharrón, etc. etc. Sentado en los banquitos de colores que tenían, los cuales usabas uno para sentarte y otro para poner tu plato, tus tortillas y tu refresco.

También sin dejarlos de lado, había un local de gorditas a media cuadra de la regional, yendo hacia los viveros, eran dos señoras muy amables las que te atendían con su sabor de casa.

Gorditas de chicharrón eran las que siempre pedía. $8 pesos valían cada una, Nunca conocí a las señoras por su nombre, pero siempre tenían limpio el lugar, y con sus mandiles puestos te atendían alegremente.

Sin duda una buena opción. Aún sin ser tacos.

De estos tres negocios en la actualidad solo Cornelio y Macario siguen vendiendo.

Cornelio en su mismo carro, pero ya instalado un poco más adelante por la misma calle, con mesas y bancas más formal; siguen ofreciendo sus opciones de gran calidad.
Macario a la vuelta de esa esquina, donde actualmente un Oxxo, también tiene un local donde siguen vendiendo variedad de guisados, por las mañanas pueden encontrar estos dos lugares, y disfrutar de sus sabores, como yo, o como muchos que hemos crecido visitándolos. De las señoras de las gorditas, el local ya no existe, no sé qué pasó con ellas, ojalá se encuentren bien y sigan preparando esas ricas gorditas.

Escribir de tacos, fue algo que siempre había querido, y es que es algo tan importante en la dieta de un mexicano, que lo merecen, además escribir de estos personajes, es algo especial.

Lo hago como una especie de homenaje, por ser gente trabajadora, que día a día siguen ahí, en sus negocios, pasan los años y los vemos, regalando esos sabores que identifican a cada uno de ellos, y de los cuales seré eternamente agradecido.

Podría escribir de muchos otros lugares, que visito hoy en día con frecuencia, pero hoy me quedo con ellos, por la historia personal y de la cual de cierta manera han estado presentes en ella durante años y etapas buenas de mi vida.

Gracias a todos, y si alguno de ellos llega a leer esto, lo hice con todo el respeto que merecen, como un simple amante y enamorado de los taquitos de Tepa.

Escritos para los ojos.

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