viernes , 3 mayo 2024

8M: apuesta por la dignidad y la justicia | Opinión

Cristina Gómez Fuentes * 

Ayer fue 8 de marzo [8M]. Una fecha por demás significativa para muchas mujeres alrededor del mundo. Oficialmente, es la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, antiguamente denominado Día Internacional de la Mujer Trabajadora. El origen de esta conmemoración se remonta a principios del siglo XX (incluso desde la segunda mitad del siglo XIX) y tiene que ver principalmente con huelgas que mujeres estadounidenses llevaron a cabo para mejorar sus condiciones laborales, así como la tragedia derivada del incendio en una fábrica de Nueva York, en 1911, donde 146 mujeres fallecieron[1].

Desde entonces, los objetivos de la conmemoración se han ido fortaleciendo y la lucha ha ampliado sus horizontes. Ya no solo hablamos de Europa o Estados Unidos: la discusión abarca el mundo entero y contempla muy distintas agendas. El 8M, por ende, no es una “celebración” sobre nuestra condición como mujeres. Tampoco es la oportunidad para reafirmar estereotipos de género como que las mujeres somos “los seres más especiales de la creación”, “las flores más hermosas del jardín” o una “combinación perfecta entre amor, perdón y comprensión”.

Y por favor, instituciones y dependencias públicas o privadas: absténganse de obsequiar flores, caramelos o frases estereotipadas a las mujeres en este día de lucha. Mejor implementen políticas con perspectiva de género o apliquen las recomendaciones de organismos en materia de derechos humanos para el fortalecimiento de la equidad.

Entonces ¿qué buscan las feministas?

Ante todo, el 8M es un día para reflexionar sobre las diversas formas de ser mujer. Es un momento para pensar en el mundo que queremos construir y legar a las infancias. Es un día para abrazar y acompañar a las víctimas de la violencia de género y unirnos en su exigencia por la justicia, la verdad y el resarcimiento integral de los daños.

El 8 de marzo es un día simbólico para fortalecer la lucha por los derechos de las mujeres, el acceso a una vida libre de violencias y para exigir paz: para que podamos habitar seguras, libres y en plenitud, dejando atrás toda clase de opresiones en función de nuestro género, clase o raza. Es decir, poder reconocer que no es lo mismo ser una mujer cisgénero, heterosexual, blanca y con apellido, a ser una “morra” morena, disidente sexual y periférica. Esas a las que la historia y la moral de la recatada sociedad tepatitlense se niega a considerar como ciudadanas, como parte de la comunidad.

Esta fecha es importante porque surge para visibilizar demandas y poner en la discusión pública muchos temas que de otra forma continuarían siendo ignorados. Por ejemplo, el fin de la discriminación, el sexismo, la violencia, la explotación laboral, el racismo, el patriarcado, la conquista de la autonomía (física, económica, laboral), entre otros.

¿Por qué tantas personas ven con aversión el 8M?

En la sociedad patriarcal, racista y violenta en que vivimos, las demandas feministas han sido disruptivas y eso sin duda genera reacciones de alerta o temor. Pero no porque representen un peligro a las personas, sino porque desafían las estructuras sobre las que se ha erigido la vida. Se cuestionan privilegios de clase, género y raza y eso dinamita la posibilidad de que la vida continúe reproduciéndose de la misma forma en que lo ha hecho durante siglos.

Es de esperarse que cuando, por ejemplo, una persona agresora es denunciada o expuesta, su reacción inmediata sea la de sentirse vulnerable y/o atacada. La ventaja en estos casos es que el feminismo busca justicia y reparación de los daños, no venganza o repetir la agresión de la que se fue víctima.

No obstante, el ejercicio del feminismo en México es muy complicado. Si bien existen instituciones e instancias que deberían velar por los derechos humanos y el acceso a la justicia, la realidad es que no funcionan de la forma en que deberían. Por ello, denunciar formalmente o esperar una reparación integral de los daños se vuelve un martirio y la mayoría de las veces, una imposibilidad.

¿Qué sentido cobran la lucha y los reclamos feministas en un país donde las instituciones violentan, revictimizan y dejan más del 90% de los delitos en total impunidad[2]? Un sentido fundamental. No solo por la recuperación de la memoria y la apuesta por la dignidad, sino porque cada 8M se abre un espacio colectivo para solidarizar y empatizar con otras mujeres que quizás no conoces de nada, pero que acompañas en su deseo de vivir con paz y tranquilidad. Es hasta cierto sentido catártico acompañarte de otras mujeres que están convencidas de cambiar el mundo. Y es que si las instituciones no te dan la garantía de acceder a la justicia, al menos que se conquiste la tranquilidad después de externar el dolor producido por la violencia. Y es que muchas mujeres víctimas de la violencia en México comparten el sentir de Cecilia Flores, fundadora de Madres buscadoras de Sonora: “No buscamos justicia, lo único que queremos es traerlos de vuelta a casa[3]”.

La lucha feminista y sus reivindicaciones se niegan a aceptar que no habrá justicia. Esperan alcanzarla un día. Pero mientras eso pasa, pelean por resistir, acuerparse y compartir el dolor de manera colectiva.

¿Las feministas buscan encender hogueras y exterminar a los hombres?

Por supuesto que no. Jamás. Pero es gracias a la desinformación y el alarmismo promovido por quienes desconocen las motivaciones de la lucha feminista, que algunos sectores de la sociedad satanizan el trabajo y la resistencia de miles de mujeres. ¿De dónde proviene entonces la idea de que las mujeres cometeremos actos crueles e inhumanos como aquellos de los que hemos sido víctimas a lo largo de los años?

Por navidad recibí como regalo el libro “El invencible verano de Liliana”, de Cristina Rivera Garza. Una novela cruda donde la escritora mexicana narra la historia de su hermana Liliana, que fue víctima de feminicidio en 1990, cuando el término feminicidio aún ni siquiera existía, mucho menos había legislación al respecto[4]. A través de su lectura, reflexioné mucho sobre mi camino como feminista, pero sobre todo mi condición como mujer. Comprendí que las mujeres libres, valientes, soñadoras y críticas siempre vamos a significar un problema incómodo para el patriarcado. Y que quienes ejercen violencia machista no son monstruos ni enfermos, sino los sanos hijos del patriarcado.

Con ello no pretendo caer en la reducción esencialista de que mujer= buena, hombre=malo. Solo reflexiono acerca de cómo vivimos en un sistema que clasifica a las personas en función de sus privilegios, lo que complica mucho la existencia y resistencia de las mujeres en condiciones de igualdad.

En una sociedad que vive a base de vigilar y castigar, manteniendo todo el tiempo control sobre los cuerpos y la vida, pensar en mujeres resistiendo colectivamente parece un disparate, un error en la matrix. Por ello, quienes agreden lo hacen siempre desde una posición de poder que los privilegios otorgan. Agreden y violentan porque pueden, porque no hay consecuencias, porque el sistema les va a terminar poniendo todo a su favor. Pero qué sorpresa cuando se rompe el silencio, se externa la violencia vivida y surgen los “yo te creo” en favor de las víctimas. Es entonces cuando los agresores sienten la amenaza de ser quemados ante la hoguera. El miedo cambia de bando porque el apoyo colectivo empodera y legitima. Es válido pedir y procurar justicia, pero incluso en ese proceso, se debe garantizar una reparación integral a las víctimas y una reinserción social de los agresores[5]. Habrá consecuencias, sí. Pero no escarmiento social perpetuo.

No se puede ser feminista y estar a favor del punitivismo. No se puede ser feminista y perpetuar brechas de raza, clase y género. Ser feminista, en todo caso, implica luchar por una vida libre de violencias y comprometerse a construir un mundo diverso, tolerante, colectivo. Como feministas, no buscamos piras humanas donde los culpables ardan en llamas -literales y metafóricas-. Buscamos justicia, sí. Pero no al margen de las deterioradas y putrefactas instituciones en México. No tenemos todas las respuestas, pero continuamos en la reflexión de mejores caminos posibles.

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