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¡Viva el Señor de la Misericordia! | Crónica Ficción | PARTE 2

Julio Ríos | @julio_rios 29 de abril de 2020

Este texto fue publicado en el Libro De a Tiro del Pueblo: Veinte Relatos de Los Altos de Jalisco, el cual salió a la luz el 27 de abril de 2008. Por su vigencia, y con autorización del autor, hemos decidido compartirlo con nuestros lectores.

Los carros alegóricos parecen importarle poco a Yolanda. Ella, permanece meditabunda. Recuerda a aquel hombre. Ese joven del que se enamoró apenas a los 16 años. Ese que cayó en las garras de las drogas y que durante meses ya no veía. Jorge, el padre del pequeño Jonathan.

Ambos crecieron en la misma colonia. Dios premió aquel amor con el nacimiento del pequeño Jonathan. Sin embargo por las penurias económicas Jorge nunca pudo darle casa. Se esforzaba por dar todo lo que ella necesitaba, trabajando de sol a sol en un taller de laminado y pintura. A pesar de ello, no podía acallar las crueles críticas de los parientes de su esposa.

– “¡Ese es un pobre diablo. Ni casa le pudo dar! Va a terminar como todos sus hermanos, en El Zapote ¡Por vicioso!”- decían las tías de Yolanda.

– “No se cómo.. pero yo tengo que darte algo en la vida” – respondía siempre el enamorado joven, agobiado por las incesantes críticas de los vecinos y parientes.
No lo logró. Pudo más la presión. Aquel ahogo fue orillándolo poco a poco al abismo y no pudo escapar del penumbroso destino que aguardaba a todos los jóvenes de su barrio. Su alma crucificada entre las agujas no pudo más. Intentó rehabilitarse una vez, pero volvió a caer.

Hace varias lunas llenas que Jorge se fue de la casa y dejó a Yolanda quien tuvo que irse a vivir con su abuela Doña Petra, acompañada del pequeño Jonathan. Desde entonces, ella no supo más de él.

**

Yolanda y Petra, solamente aguardan por la imagen. Desean dirigirle sus oraciones más sinceras. Para darle gracias a Dios por el regalo más sagrado de su vida: el pequeño Jonathan.

“Con solo verlo ya me puedo ir feliz a la tumba. Quiero agradecerle que me dio la vida y me permitió conocer a mi bisnieto”- pensaba doña Petra.
“Ahí viene, ahí viene”, prorrumpe emocionada la anciana al observar cada vez más cerca la imagen del Señor de la Misericordia.
Yolanda despierta por un momento de sus cavilaciones y emocionada se dirige al pequeño Jonathan y le dice al oído: “Mira mijo, ahí viene diosito”, ante la mirada sorprendida del niño, quien solo “pela” los ojos, pues no recuerda haber visto nada igual en su corta vida.
Fue entonces cuando se escucha una ronca voz: “Viva el Señor de la Misericordia”
– “Vivaaaaaa”- respondió la multitud.

Ahí estaba el Señor de la Misericordia. Bello, esplendoroso. Con su mirada tierna y acogedora. Esa mirada que perdona incluso al peor de todos los pecadores. Y que en contraste transmite divina gratitud a aquellos que siguen el camino que él ha señalado.

Doña Petra, aprieta con fuerza el rosario entre sus manos. Sus ojos se humedecen y no se cansa de darle gracias al Señor por permitirle cumplir su sueño: verlo una vez más.
“Viva el Señor de la Misericordia” – grita la aguardentosa voz
“Vivaaaaaa” – corea la multitud
“Viva Cristo Rey” – insistía el gordo.
“Vivaaaaaa”- vitorean todos con el pecho inflado de orgullo y felicidad.

Entre tantas voces, están las de doña Petra y Yolanda, quienes a pesar del nudo en la garganta, no se cansan de aclamar al símbolo más entrañable de Tepatitlán. Esa imagen que cobija a todos sus fieles con amor.

“Señor de la Misericordia. Gracias por permitirme verte de nuevo. Y gracias por darnos a este niño, nuestro Jonathan…. Y antes de marcharme de este mundo, quiero pedirte algo. Se que es muy difícil. Se que Yolanda está muy resentida, y que no quiere saber nada de los hombres. Pero también se que eres muy milagroso. Ella necesita de un hombre bueno, un padre para este angelito. Pero si esa no es tu voluntad, otórganos la fuerza para sacar adelante a este niño y hazlo un hombre de bien”, implora Doña Petra en silencio, mientras una cristalina lágrima rueda por su mejilla.

*

Ha terminado la procesión. Entre campanas, fuegos artificiales y vítores, la sagrada imagen entró a la Parroquia de San Francisco. Es hora de regresar.

Cómo hubiera querido Yolanda haberle comprado a su pequeño un algodón de azúcar, o un colorido globo, de esos que rebotan con un elástico y que se amarran entre los dedos. Pero no se puede. “No hay dinero para esos lujos”, piensa.

Satisfechas, Petra y Yolanda, aún con el corazón conmovido, regresan rumbo a su hogar… por llamarle de alguna forma.
Caminan entre el estiércol de los caballos de los charros. Entre los confetis, basura de papas fritas y “guasanas y el barullo de la gente. En su desvencijada vivienda los espera un plato con frijoles, chile y unas tortillas que aún sobreviven del día anterior.
Como ayer
Como la semana pasada.
Como el último mes.

Biotiquín

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