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¡Viva el Señor de la Misericordia! | Crónica Ficción | PARTE 1

Julio Ríos | @julio_rios | 27 de abril de 2020

Este texto fue publicado en el Libro De a Tiro del Pueblo: Veinte Relatos de Los Altos de Jalisco, el cual salió a la luz el 27 de abril de 2008. Por su vigencia, y con autorización del autor, hemos decidido compartirlo con nuestros lectores.

 

Doña Petra prepara su rosario, y se pone su vestido más catrín. Hace mucho tiempo que aquel atuendo había dejado de ser nuevo, pero eso no importaba. Ha llegado el día más esperado por ella en todo el año.

Ya estate quieto Jonathan, que te vas a llenar de tierra el pantalón nuevo”, le dice a su bisnieto. Y es que el niño, acorde a la tradición, porta orgulloso su “estreno” del día 27 de abril. Como muchos tepatitlenses que ese día se ponen ropa nueva, aunque en el caso de Doña Petra, para poder adquirir el pantaloncito y la camisa en una conocida tienda de ropa popular, hubo muchos sacrificios económicos.

   – “Te digo que no estés arrastrándote Jonathan. Apenas sacamos ese pantalón”- increpa doña Petra, mientras el chiquitín hace caso omiso de las advertencias, y entre más regaños recibe de su bisabuelita, más aumenta la “rejusilata” del mocoso, quien feliz traza irregulares surcos con su espalda entre el “terregal”.

Una nalgada y un jalón de orejas interrumpen angustiosamente los ímpetus infantiles de Jonathan, a quien no le quedó más opción que soltar un sonoro chillido que inundó la cuadra.

Era fácil que los llantos de los niños se escucharan en todas las casas de alrededor. Eso es cosa de todos los días. Por las hendiduras de las viviendas se cuela cualquier cosa: los ruidos de la calle, los chillidos de los niños y las peleas de los maridos con sus esposas en los domicilios contiguos.

Pero eso no es lo único que se cuela entre los delgados techos de lámina. En aquella colonia, olvidada por las autoridades desde hace décadas, también se filtra el olor a pobreza.

El implacable frío de diciembre, la fastidiosa lluvia de agosto o el asfixiante calor de abril o mayo son huéspedes de aquellos hogares rotos. Huéspedes no invitados, claro está, pero al fin y al cabo, usuales.

Rápidamente Doña Petra y su nieta Yolanda, con el pequeño Jonathan parten rumbo al centro de la ciudad. El Señor de la Misericordia volverá a recorrer las calles para llevar la bendición a su pueblo…

Las dos mujeres y el niño, caminan de prisa por aquellas calles sin pavimentar, en las que las aguas negras frecuentemente derriten el suelo.

   “Córrele mija que no vamos a alcanzar. Ya sabes se junta mucha gente y no dejan ver y no podemos estar en banquetas porque los ricos apartan con las sillas”, exclama doña Petra, mientras Yolanda solamente mira al horizonte. Recuerda tiempos pasados. Penas pasadas.

En este año 2006 la procesión no es igual que antes. El Señor de la Misericordia recorrerá calles diferentes. Sería la primera ocasión en que visitaría a todas las parroquias de la ciudad.

Sin embargo, la expectación por ver al “encueradito” en el centro de la ciudad, es tan inmensa como siempre. Conforme Doña Petra, Yolanda y el pequeño Jonathan avanzan, se encuentran con más personas que comparten el mismo objetivo: darle las gracias a la milagrosa imagen por permitirles vivir un año más.

No pueden faltar los ingredientes tradicionales de la procesión: charros, escaramuzas, carros alegóricos y los grupos de jóvenes haciendo valla y gritando alegres porras.

“El mero mero.. es el señor, El mero mero.. es el señooooor”- cantan los de Pandillas.

Los carros alegóricos hacen más soportable la espera. Muestran plásticas escenas y bellos cuadros humanos. En uno, tres monjes, y un anciano que encarna a Fray Juan de Zumarraga, se arrodillan ante la imagen de la Virgen de Guadalupe, que esplendorosa se ha plasmado en la tilma de San Juan Diego, interpretado por un joven con rasgos indígenas y un bigotito estilo “Cantinflas”.

Ahí, entre las miles de personas, están Doña Petra, su hija y su nieto. Por la calle Jesús Reynoso, esperan a que pase “el encueradito”, que desde 1839 ha acompañado a su pueblo.

Otro carro, muestra en todo su esplendor a doce ángeles, que en realidad son chicas de delicados rostros, suave mirada y azucarada sonrisa. Descansando sobre nubes de cartón y luciendo túnicas brillantes, ellas miran hacía la parte superior, donde Dios Padre (Armando Barba, quien trabaja en la cervecería Corona) les observa con severo atisbo, luciendo una encanecida barba.

 

Espera a la parte 2

Biotiquín

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