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Los Altos de Jalisco Foto: La Gaceta

¿Qué es ser alteño? | OPINIÓN

Martín Reynoso Torres |@Martin___RT | 13 de junio de 2018
 
En esta contienda por la diputación local de el distrito 3, mucho se ha repetido el lema de una candidata y un candidato para promover su campaña: Mientras ella presume ser confiable por ser alteña, él afirma ser alteño y en añadidura, como dicen los religiosos, eso es algo bueno en sí mismo.
Desde mi punto de vista, me parece que sentirnos orgullosos por quienes somos, es algo que cada persona ve como bueno en sí mismo. Lo mismo da si somos mexicanos, todos nos sentimos orgullosos de serlo; o si somos futboleros, todos nos sentimos orgullosos del equipo «al que le vamos». Sin embargo, cuando este tipo de temas se tratan con ligereza y se llevan a la vida pública a mí me queda una mala sensación.
 
Esa sospecha que provoca en mi -el orgullo alteño- no es para menos, pues yo, al igual que miles de personas que vivímos en los Altos, no somos originales, originales de aquí.
Mis orígenes son diversos, mis abuelos maternos son de un pueblo de los Altos de Jalisco que casi nadie conoce, los habitantes de este pequeño pueblo lo abandonaron cuando el hambre pudo más que el amor por la tierra. Por parte de mi padre mis orígenes son más extravagantes, mi apellido viene de un pueblo cercano a Jalostotitlán llamado San José de los Reynoso, pero la diversidad de mi sangre se extiende hasta un presunto hacendado de Zacatecas que murió en la revolución y continúa hasta llegar a una mujer indígena del Sur de Jalisco.
 
El destino unió a mis padres en la ciudad de Guadalajara, ahí comenzaron una vida y un futuro juntos, pero fue la necesidad y la búsqueda de oportunidades lo que los trajo a Tepatitlán. Aquí forjaron una vida y criaron una familia. Yo no nací aquí, pero aquí me crié y aquí crecí. Sin embargo, yo no soy de aquí.
 
Cuando escucho a los alteños hablar de su orgullo alteño, no puedo negar que despierta en mi sospechas y  tal vez tenga algunas cosas que decir a propósito de eso: en primer lugar sería oportuno hablar de todos esos alteños desconfiados, esos mismos que negaron el trabajo a mi padre cuando llegó a esta ciudad y le cerraron las puertas por ser de Guadalajara. Tampoco podemos olvidar ese espíritu machista y misógino de algunos alteños, esas ganas de mantener a la mujer en la cocina, cuidando a los hijos sin oportunidad para desempeñarse y crecer en nuevos ámbitos de su vida. Finalmente, lo que más me duele de esta tierra, es el racismo, ese rumor que se extiende entre susurros y solo aparece entre miradas de desdén, burlas, risas o en discriminación flagrante.
 
Venir a Tepatitlán es llegar a una tierra de trabajo y oportunidades, pero también es adentrarse en el mundo del racismo, del clasismo y del juego constante de apellidos. Yo «tuve la suerte» de ser hombre y quizá de tener una piel de tono claro, sin embargo, «no tuve la suerte» de ser de esas “buenas familias”.
No es raro toparte con personas que primero piden tu apellido, antes que tu currículum o saber de empresas que contratan solamente a puros hijos de tal o cual familia. Por eso, cuando escucho ese orgullo alteño, me gustaría que en lugar de remitirse a un pedazo de tierra en que les tocó nacer, primero pensaran en todos aquellos, quienes el trabajo y la suerte nos trajo aquí. Porque quienes no somos alteños, somos tan confiables como los alteños,  somos en ocasiones, más capaces y tan trabajadores como los alteños.
 
Si el destino, la suerte, el hambre o la necesidad nos trajo a convivir en esta tierra, fue porque algo bueno teníamos para aportar. Lo mismo doctores en veterinaria que ingenieros o maestros que vienen a educar en las escuelas, todos los que somos «de fuera» venimos a trabajar y a traer saberes, técnicas, ciencias, profesiones o artes, que nadie más conocía en la región.
Sabemos que el poder económico de esta zona viene de los ranchos, los cerdos, las vacas y las gallinas, sin embargo, no todo son huevos, leche y carne. La vida en comunidad se construye políticamente. Es la combinación y el conjunto de tecnologías, planes y estrategias lo que propulsa el desarrollo de nuestra región.
Hablar de política es siempre adentrarse en el terreno escabroso de lo insospechado, pero no pienso cambiar de residencia y creo que me quedaré a vivir aquí mientras me dure la vida. Por eso, cambiar nuestro pensamiento, en esta tierra tan próspera y prometedora, es fundamental para tener un buen futuro.  
 
Regresando a nuestra política local, me gustaría que cuando esa candidata y ese candidato presuman el ser alteños, pensaran antes en el discurso de discriminación que contienen sus palabras.
Si me preguntaran ¿qué es ser de los Altos de Jalisco? Nunca diría que es una tierra de hombre blancos racistas, sino una zona de Jalisco donde existe la innovación, donde las personas al mando son visionarias y trabajadoras, donde la amabilidad se ve en todos los sitios, donde la cortesía vial sorprende a propios y extraños, donde se puede pasear a deshoras de la madrugada sin ningún peligro, donde se puede vivir en paz, tranquilidad y hacer una buena vida, donde se pueden emprender nuevos negocios y tener éxito, donde se puede aprender a ser buena gente, donde se puede convivir en armonía, donde se puede celebrar con los amigos y pasar veladas amenas, donde se pueden forjar amistades increíbles, imborrables y para toda la vida, pero sobre todo, un lugar donde se puede vivir muy feliz.
 
Quizá estoy pidiendo demasiado, pero pedir nunca empobrece y creo firmemente que solo planteando metas ambiciosas es como podemos mejorar nuestra política actual. Y pues aunque mis pretensiones sean muy grandes, créanme que vivir la amargura de la discriminación requiere acciones así de grandes.
Y si me quedo a seguir viviendo en esta tierra, es porque creo en ella y estoy convencido, que muchas y mejores cosas están por venir si trabajamos juntos y en provecho de nuestra región.
Martín Reynoso es un ingeniero civil tepatitlense, estudiante de la maestría en Humanidades en ITESO, preocupado por lo que sucede en su localidad.
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