viernes , 20 septiembre 2024
Foto: Gran Demonio y Tepa Boy

Pan y Luchas: el arte de hacer feliz a la gente, en la mesa y en el ring

Eduardo Castellanos

¿Qué tienen en común, el pan, alimento universal y el mexicanísimo deporte de los costalazos, la lucha libre? Y más aún cuando sus orígenes lucen tan distantes, al menos en lo geográfico. Pero que finalmente, terminan por entrelazarse de la forma más inaudita.

Investigadores sitúan el origen del pan en Mesopotamia y perfeccionado en Egipto, en la era del Neolítico. El producto hecho a base de trigo, agua y levaduras llegó a América con La Conquista. Hay panaderías por todo el territorio mexicano, existen lugares que son reconocidos por el sabor y tradición de sus panes.

En la región de los Altos de Jalisco, cada municipio presume tener los mejores panes. Situación que, para ser sinceros, queda en el terreno del paladar y gusto de cada persona. Tepatitlán cuenta con un número importante de lugares que se dedican a la elaboración de pan, incluso hay gente que llega desde otras ciudades solo a consumir el producto hecho en Tepa.

La lucha libre es un deporte que según el portal https://mexicana.cultura.gob.mx/ tuvo sus primeras muestras en México a mediados del siglo XIX durante la intervención francesa. El mismo portal da cuenta de que el primer luchador mexicano fue Enrique Ugartechea, quien plantó las bases de lo que sería la lucha libre mexicana en 1863. En el 2016 La Cámara de Senadores declaró el 21 de septiembre como el Día Nacional de la Lucha Libre.

La Súper Pan, una panadería que este 2023 cumplió cincuenta años, fue fundada por Rafael Mora Mercado, mejor conocido como “Pepo” quien falleció hace algunos años. Desde muy pequeño, «Pepo” aprendió a hacer pan con sus tíos. Antes de inscribirse al seminario, apoyaba a sus familiares  en los trabajos de elaboración de este alimento. Nunca se ordenó ni tomó la sotana. Casarse y tener familia era su verdadera vocación. Al morir heredó la panadería a sus hijos y esposa, quienes con apoyo de algunos trabajadores nutren de pan a sus dos sucursales en el centro de la ciudad y a varias tiendas de abarrotes del municipio.

Las peleas de rudos contra técnicos sobre un ring, son un legado cultural que ha sobrevivido a la historia de nuestro país. Luchadores se convierten en héroes nacionales, enaltecidos algunos en películas, programas y series televisivas: El Santo luchando contra las momias de Guanajuato, Blue Demon contra las diabólicas, Tinieblas y Alushe defendiendo a Capulina. Octagón, Atlantis, El Perro Aguayo, El Rayo de Jalisco, Konan, son solo algunos de los deportistas que han sido fundamentales en el ideario luchístico mexicano.

Es de noche y el lugar huele a pan: mantecadas, sevillanos, terrones, virotillos, naranjas, canelas, galletas betunadas, bísquets, bicolores, cacharpas, moños, empanadas de fresa, piña o crema pastelera, finos, chamucos, petates, duraznos, cacahuates, cuadros, roles, molletes, las conchas amarillas, de chocolate o blancas, azucarados, piconcitos, enchiladas, semas, donas, calvos, cariocas, galletas de nuez, cocoles, calabazas, dedos de novia, borregos, los integrales y picones grandes. No hay pan de muerto, tampoco rosca de reyes, no es tiempo.

La lucha libre es también un espectáculo en donde la gente puede acudir a descargar sus energías, es un espacio para gritar improperios y groserías sin ser juzgados por nadie. Es la confrontación verbal entre los que le van a los rudos y los que están con el bando técnico. La risa, la mentada, la carcajada, el grito, la voladora, las cuerdas, la lona, el referee tramposo forman parte de este folclórico y mágico deporte que tiene distintas categorías: profesionales y amateur, de mujeres, minis, luchadores exóticos, enfrentamientos de máscara contra máscara o máscara contra cabellera o las dos cabelleras.

Víctor Hugo, como el autor de Los Miserables – o como el mexicano, Víctor Hugo Rascón Banda, quien vaticinó la actual guerra contra el narco en su novela “Contrabando”- es el nombre de un joven con oficio de panadero, pero para mantener su identidad real, no se comparten sus apellidos. Lo llamaré “Tepa Boy” su nombre de luchador que usa máscara, porque también se dedica a la lucha libre. Forma parte del bando favorito de la afición: los técnicos.

Huele a pan. Al fondo del local la harina, el huevo, la manteca vegetal, la levadura, el azúcar y demás complementos se mezclan en unas batidoras industriales. Los panes en cocimiento dan vueltas dentro de un horno a gas. Cinco mil piezas de lunes a viernes, seis mil los domingos.

Tepa Boy lleva un delantal blanco, sus manos se mueven a una velocidad impresionante, unta manteca, pasta y huevo a unos panes que todavía están crudos. Lleva once años trabajando en la Súper Pan. Comenzó en el oficio cuando tenía seis años, ahora tiene 31. Inició en una fábrica de pan de la calle Maximino Pozos en Tepatitlán. No siempre ha sido panadero, probó suerte en otros oficios.

“He tenido más trabajos, trabajé en Pepsi, de ayudante, ahí mismo me hice chofer-vendedor; trabajé de albañil; trabajé en la fábrica de cartón Titán; trabajé en un yonke desarmando carros, vendiendo partes de autos y aquí estoy otra vez aquí, haciendo pan. Cuando regresé a trabajar aquí, empecé el hobbie de la lucha, son los únicos trabajos que he tenido hasta ahorita. Está chido el trabajo porque cuando llueve no te mojas, tienes hambre te comes un pan, no estás en el sol y pos no trabajamos tantas horas, no es tan pesado”

El producto de la Súper Pan está hecho con una receta tradicional que ha transitado de generación en generación desde hace más de 100 años. A los clientes les gusta la galleta rosita, los dedos de novia, la galleta integral  y los molletes embarrados de mantequilla y azúcar. Este establecimiento desmiente que en ningún lugar que no sea la Zona Metropolitana de Guadalajara se puede elaborar birote salado para las tortas ahogadas, desde hace meses la panadería tepatitlense produce este pan que es salado, duro por fuera y suave en su interior.

En el bar de la esquina que está solo a dos puertas del local donde se elabora el pan, un grupo de comensales degusta cervezas o un trago, mientras en la panadería las manos rápidas de don Javier Díaz García, se mueven a ritmo veloz envolviendo moños y trazando otras figuras de pan.

La pandemia por COVID-19 aplicó un martinete a muchos negocios alrededor del mundo, comercios cerraron sus puertas,  la venta de pan se redujo, pero Tepa Boy y sus compañeros pudieron levantarse y ganar las otras dos caídas que se habían programado sin límite de tiempo.

“Cuando llegó el COVID, de primero cerraron la panadería como una semana, después volvimos a trabajar a puerta cerrada con cubrebocas y todo lo que indicaban los de salud. Nunca tuvimos miedo que se nos fuera a pegar, toda la gente estaba encerrada, aquí nadie se metía. sanitizabamos todo, teníamos todas las medidas que nos pidieron. Después todo se fue calmando y ya abrieron la panadería. Ya empezó a venderse otra vez el pan, a regularizarse porque se puso malo pa´ todos los negocios, se cayó la venta para todos y nos golpió a todos, tanto a los trabajadores como a los patrones”.

Un puño de harina para que no se pegué la masa, las manos, el ritmo, el sonido, la prisa para terminar a las tres de la mañana la jornada que inició a las nueve de la noche, así de domingo a viernes. Todo tiene que estar listo antes de que llegue el birotero, porque ellos no hacen birote, no les gusta elaborarlo, dicen que es aburrido.

Tepa Boy lleva nueve años como deportista en la lucha libre. Al igual que muchos mexicanos aficionados a las luchas, creció viendo las peleas de la Lucha Libre AAA Worlwide en la televisión. Cuando le pregunto qué le gusta más, ¿hacer cacharpas o luchar? Sus ojos brillan, esboza una sonrisa, mientras aplica un tirabuzón a la masa que se convertirá en moño.

“No, pues ser luchador. Desde que estábamos niños nos gusta la lucha libre, mi hermano, mi primo y yo mirábamos la lucha. Cuando salía la AAA mirábamos un chingo la lucha en la televisión. En las camas nos agarrábamos jugando que al martinete, que a esto y que al otro, de ahí fue donde nos empezó a gustar. Empezó a venir la AAA aquí a Tepa como en el año 2000, fuimos a ver la primer función, luego ya en el 2002 y ya no recuerdo cuándo fue la última vez. De ahí empezó a gustarnos más”.

“Un día pasamos ahí por el Núcleo de Feria (recinto donde se realiza la feria de la ciudad), había un cartelón que decía: Escuela de Lucha Libre, ya íbamos caminando mi hermano y yo y un camarada que era de El Salvador, dijimos vamos a buscar a ese que dice que ahí entrena luchas, de ahí nos fuimos a buscarlo hasta que dimos con el entrenador, ya nos dijo cuáles días entrenaba y eso. Ahí empezamos, hasta que cerraron la escuela porque no tenía apoyo del gobierno”.

Huele a cacharpas recién salidas, los bísquets esperan su turno para entrar al horno, están en los espigueros. La mayoría de los panes requiere quince minutos de cocción, los más ligeros estarán en solo diez. Tepa Boy no para, los brazos inagotables, sigue la conversación. Necesitaba profesionalizarse y sabía que en su ciudad natal sería casi imposible. Buscó en redes sociales.

“Yo fui el que empezó a preguntar en el Feis a luchadores, a ver dónde podíamos seguir entrenando, hasta que me contestó uno que se llamaba El Egipcio Junior, él me dijo que había una escuela en Tlaquepaque que se llamaba la Roberto Paz, que fuera a buscar a Jorge. Me fui, creo que era un miércoles, mi esposa me acompañó, ya llegué con él y le pregunté qué necesitaba pa´ entrenar, ya me dijo que si quería entrenar pa´ ser luchador o nomás para hacer deporte, le dije que quería ser luchador, ya me dijo: te espero el viernes a las siete de la mañana. Empecé de siete a tres el entrenamiento, fue mi primer día y no aguanté ni una hora siquiera, me tronó luego, luego. Eran sesenta vueltas las que teníamos que dar en el ring corriendo, no tenía condición ni nada, no aguanté mucho. Me mandó a mi casa, pero antes me dijo: te vienes el lunes, le vas agarrando de poco a poquito. Llegué el lunes otra vez a las siete de la mañana y otra vez sesenta vueltas alrededor del ring, ahí empecé poco a poquito”.

Don Francisco “Kiko” Aguirre lleva 52 años trabajando en el pan, 36 en la panadería de Pepo. Arroja la masa al ring de acero inoxidable para luego convertir esa mezcla en piezas de pan que se llamarán duraznos. Junto a Tepa Boy y Don Kiko también trabaja Jovanny Gómez “El Kinky” es el más joven de los panaderos.

“Una vez este bato (Kinky) se subió al cuadrilátero y lo agarraron a putazos. Quiso intentarle a subirse, se subió y aguantó más de medio día entrenando, pero ya no le siguió”, narra Tepa Boy.

Otro compañero, Luis Javier Díaz Plascencia también empezó en el oficio de panadero cuando era niño. Dice que los subían sobre cubetas blancas de 20 litros para que alcanzaran las mesas de trabajo. Silvino González lleva más de cuarenta años en la panadería de don Pepo, empezó en la Panadería La Moderna. Tenía 16 años, ahora tiene 68. Esta noche se encarga de poner la harina en la batidora para hacer pasta café para las conchas.

Tepa Boy lleva meses sin subirse al ring, ahora solo hace pesas en el gimnasio. Antes entrenaba en el cuadrilátero cuatro días a la semana, de siete de la mañana a tres de la tarde. Reconoce que se necesita disciplina para ser luchador, resistencia, condición, saber brincar, levantarse, rodar, maromear, hacer llaves, entrenar lucha grecorromana. Son algunas de las actividades que hoy extraña.

Huele a semas recién salidas, los bísquets esperan su turno para entrar al horno. A las mantecadas y otros panes tradicionales no les han podido cambiar el sabor porque a los clientes no les han gustado los cambios, prefieren seguir disfrutando de la tradición de sabores.

En los momentos más álgidos de la pandemia por COVID-19 se tropicalizaron algunos panes, como la fusión entre las mantecadas y las conchas a la que llamaron manteconchas, producto con el que experimentaron los panaderos de la Súper Pan, sin embargo, al poco tiempo desistieron porque la pasta se rompía fácilmente.

En un rincón una batidora industrial revuelve la masa. Hay una cortadora en las mesas, en donde Ricardo Osvaldo le aplica la llave denominada guillotina que divide la masa en piezas, las piezas que luego se convertirán en pan. Ricardo Osvaldo, solo lo llamaré Ricardo Osvaldo, porque también es luchador y su nombre completo estará en el anonimato. En el ring se hace llamar Gran Demonio, enemigo rudo de Tepa Boy, abajo del cuadrilátero, Ricardo Osvaldo y Víctor Hugo son hermanos de sangre y compañeros de trabajo. Desde niños han visto juntos la lucha libre.

Fue Tepa Boy quien invitó a su rival en el cuadrilátero para hacerse profesionales de las luchas. Aparte del ring han trabajado juntos en otros oficios, su madre los enseñó a ser generosos entre ellos y con los demás.

“Ya como a los cuatro o cinco meses de que empecé a entrenar invité a mi hermano, él no quería ser luchador, le dije vente vámonos, está chido, vamos a seguirle y ya me empezó a seguir él, luego otro amigo”, añade Tepa Boy mientras pone pasta blanca con azúcar encima de los panes que se llaman borregos, o pelibueyes como les dice el panadero y luchador.

Gran Demonio es ágil con espátula, frente a él una báscula para el gramaje perfecto. Un corte allá, otro acá para la obtención de una figura. Es un arte esto de hacer pan. Los panaderos se comunican, se hablan como en los realitys de cocineros en la televisión, “Saca los moños, mete los roles”.

No solo del pan vive el hombre, pero los luchadores en esta historia sí viven del pan, de las luchas es difícil vivir. Le pregunto a Gran Demonio la diferencia entre luchar en la panadería para ganarse el pan y subirse al ring.

“Una bien grande, aquí no hay golpes y en la lucha sí. Me gusta más la lucha. La lucha no me da de comer, es un deporte nada más, un hobbie, por eso tenemos que trabajar”, argumenta el demonio de Tepa.

“Tengo once años trabajando en la Súper Pan, pero empecé en esto desde morro, tenía siete años cuando empecé a ir a la panadería del DIF, allá por la calle Maximino Pozos. Empecé limpiando charolas con mi abuelo, mi tío y un primo. Limpiábamos charolas, arreglábamos pan y con el tiempo me enseñé a hacer pan, me empezaron a dar un poquito más de trabajo, me enseñé a recibir el pan cuando salía caliente porque antes lo recibíamos con una hoja doblada, era un poco difícil. Me enseñé rápido, empecé a ganar un poquito más de dinero y de ahí empecé a agarrar poquito más trabajo de la panadería, ya sabía más. Con el tiempo me fui enseñando”.

“A los 15 años me fui a trabajar a la lechera Sello Rojo, duré una año ahí, me salí a los 16, volví de nuevo a la panadería en donde me quedé tres años trabajando, me salí para irme a trabajar a la construcción, solo aguanté como siete meses de peón, de ahí me fui a trabajar a Biopapel, duré como tres meses, de ahí me fui a trabajar a la carpintería, ahí trabajamos para puras iglesias, duré ocho años trabajando de carpintero. Me fui a Aguascalientes a arreglar todo un Infonavit desde puertas, cocinas integrales, esto fue con un sacerdote, el padre Pepe, de ahí me regresé y me fui a la casa del señor Cura, Jesús Melano a seguir haciendo la madera de su casa. Se acabó el trabajo de la carpintería y me fui a chambear a la Pepsi, ahí nomás duré como unos seis meses, después ya me salí y me vine a esta panadería y aquí me quedé trabajando”.

Estar cerca del horno hace sudar a cualquiera. La masa sigue girando en la batidora. Gran demonio hace conchas, con un molde metálico forma las líneas que llevan esos panes en la parte superior. El pan que más le gusta hacer son los polvorones porque son más rápidos de elaborar. Las que menos le agrada moldear son las empanadas. A pesar de los años no se aburre de comer pan.

“Me siguen gustando las conchas y los cocoles. Hemos experimentado con algunos inventos, como cuando se pusieron de moda las manteconchas, nos salieron bien. A veces hacemos panes diferentes de la misma masa, pero con figuras diferentes vamos experimentando cosas nuevas”.

Cuando lucha, Gran Demonio lleva una máscara y traje rojos. Desde niño admira a Blue Demon. Nunca pensó dedicarse a las luchas, hasta que un día su hermano el Tepa Boy lo convenció. Ha luchado en las ligas mayores enfrentándose con luchadores de la AAA.

“Yo no quería ir a la lucha, el que empezó fue mi hermano, por acompañarlo empecé a entrenar para no aburrirme, al final del cuento también me hice luchador, ya cuando me dijeron que me llevara un traje para luchar me hice mi traje, me hice uno de diablo, me lo llevé y duré como siete meses entrenando, me subieron a luchar. La primera lucha que luché fue contra mi propio hermano”.

“Desde morro me ha gustado el Blue Demon, de hecho sigo siendo fan, se me hace muy chida su máscara. Mi traje de luchador está inspirado en un diablo: en el Gronda, porque me gustaban sus diseños. Me tocó recibir a Gronda en La Laja (comunidad de Zapotlanejo), cuando vino de México yo luché en contra de él, me dio una madriza, me fue de la chingada”, detalla.

A Gran Demonio le gusta su trabajo como panadero, Aplica una llave doble Nelson a la masa, hace bolitas para luego convertirlas en galletas. Tiene condición en el arte de hacer pan, la práctica constante y la velocidad en las manos abonan para que la jornada laboral sea más corta.

En su paso fugaz por la principal promotora de lucha libre en nuestro país, la AAA, Gran Demonio viajó a Baja California, invitado por My Flower, un luchador de los denominados exóticos. En el estado norteño luchó como mini, así se le conoce a los luchadores de baja estatura, allá peleó como suplente de Mini Abismo Negro. Su contrato contempló tres peleas en municipios distintos: San José del Cabo, Los Cabos y La Paz.

“Fui porque necesitaban un luchador chaparro y yo estaba más chaparrito que mi hermano, por eso me llevaron. Fui, saqué los tres días de lucha y regresé para acá. Estaba muy contento porque me estaba enfrentando con puras estrellas, luchadores estelares”, narra.

En el ring como un luchador del bando rudo, Gran Demonio se encarga de hacer enojar al público, en la panadería su tarea consiste en elaborar pan para hacer feliz a los clientes. Este diablo tepatitlense se hace a la idea de que no es fácil vivir de luchador. Los ingresos son pocos, igual que las peleas.

 “Tienes que invertir en tu vestuario, las máscaras, son cosas que en las peleas se rompen y más cuando ya hay coraje de por medio; cuando se sale la lucha de control empiezan a romper las máscaras y cada una me salía en mil 500 pesos, en cada lucha invertía en un traje o una máscara, no era mucho lo que ganaba. Solo cuando me fui a Los Cabos me fue bien, me pagaron dos mil 500 por pelea, más viáticos. En la última lucha que luchamos me dislocaron un hombro, me lo zafaron de una patada que me dieron, uno tiene que correr con ese tipo de gastos. No es un deporte que te dé mucho dinero, lo único que te deja son fracturas y el orgullo que te queda. Con el tiempo ya no te duelen los golpes, como que te acostumbras, tengo toda la espalda cicatrizada de los lamparazos y sillazos que me han dado”.

“Yo he mirado esto, no sé, si se dedicara uno de lleno a la lucha libre si te dejaría dinero, la lucha te da de todo, pero así como te lo da, te lo cobra al final, fracturas, todo, todo te lo va cobrando, está difícil. Mejor es tomarlo como un hobbie, cuando tengas tiempo, cuando se ofrezca, pero mientras así de lleno no, está difícil”.

Aunque desde hace unos meses, Tepa Boy y Gran Demonio no han podido subir al cuadrilátero, en sus épocas doradas visitaron otros municipios como Guadalajara, Ciudad Guzmán, Colima, Zapotlanejo, Atotonilco y Yahualica. En Tepatitlán han organizado peleas para recabar juguetes y entregarlos a niños de escasos recursos. Organizaron una lucha para apoyar a los damnificados por una inundación en Nayarit. Salieron al centro de Tepa a tomarse fotos a cambio de unas monedas que luego fueron entregadas a un joven que requería una cirugía urgente.

Cuando iniciaron en la lucha libre, los también panaderos, tenían como objetivo fundar una escuela de lucha libre que brindará opciones a los adolescentes y jóvenes para retirarse de las drogas o prevenir sobre el consumo de las mismas. Buscaban en la lucha una forma de abonar a la salud mental de los jóvenes. En un inicio contaron con el apoyo de autoridades municipales, luego cuando cambió la administración local los auspicios disminuyeron y con el gobierno actual el apoyo ha sido nulo.

“Este antes andaba en los vicios, ahora ya regresó y a veces va hacer ejercicio, lo retiramos de las drogas. Ese es uno de los proyectos que nosotros traíamos, sacar a los chavos de los vicios, pero ya no tuvimos apoyo del gobierno. Queríamos armar una escuela, un complejo para la lucha para todo el que quisiera”, dice Tepa Boy señalando a su compañero, el más joven de los panaderos.

Los hermanos no pierden la esperanza de pronto regresar al cuadrilátero para volver a sentir la adrenalina que luego contagian al público asistente, a las personas que buscan en el show de las peleas un escape a los problemas de la vida cotidiana. La lucha libre es un espacio donde chicos y grandes suelen sacar la euforia, divertirse y decir groserías sin que los luchadores los agredan físicamente.

Huele a pan, la masa se rinde ante los luchadores tepatitlenses. Falta poco para que concluya la jornada laboral. El cuadrilátero de esa noche tendrá que quedar limpio para la siguiente pelea, la que darán los biroteros contra la masa insípida.

*Este texto es parte del libro “De Altos oficios” publicado por el Centro Universitario de los Altos, con el nombre original de «Panadero y luchador. La publicación es un rescate sobre los oficios que se realizan o trascendido a lo largo de la historia en la región alteña*

 

 

 

 

 

Check Also

Las obras ayudan, pero no bastan | OPINIÓN

Por Claudia Franco | 20 de septiembre de 2024 La actual administración del gobierno de Tepatitlán …