Ray Gómez* | 9 de abril de 2025
Tepatitlán de Morelos, Jalisco.–En el siglo pasado, bastaba con un nombre, un apellido y una comunidad que te conociera para saber quién eras. Hoy, en un mundo profundamente interconectado, con fronteras difusas y relaciones humanas digitalizadas, la identidad humana se ha convertido en un asunto complejo, urgente y, en muchos casos, frágil.
Hasta hace poco, nuestra identificación se sostenía en documentos oficiales: el acta de nacimiento, la credencial del INE, el pasaporte, la CURP, el RFC. Estas formas tradicionales de reconocimiento todavía son necesarias, pero ya no son suficientes. En una sociedad globalizada donde los fraudes, las suplantaciones y las desapariciones están a la orden del día, la necesidad de contar con herramientas más robustas para saber quiénes somos —y quiénes fuimos— ha dado paso a una nueva dimensión: los datos biométricos.
Los datos biométricos son, en esencia, una extensión tecnológica de lo que siempre nos ha hecho únicos: nuestra biología. Hablar de biometría es hablar de la estatura, el color de piel, de ojos, de la voz, las cicatrices, los lunares. Pero también de huellas dactilares, escaneos faciales, registros de iris, huellas palmarias, la forma de nuestros dientes y, en última instancia, del ADN. Es decir, nuestro perfil genético.
Estas características nos identifican más allá de lo visible. Nos permiten ser reconocidos incluso cuando estamos ausentes o ya no estamos. En una tragedia, en un accidente, en un extravío o en una guerra, es gracias a la biometría que un cuerpo puede tener nombre, que una familia puede tener paz.
Sin embargo, esta evolución también nos enfrenta a nuevos dilemas: ¿Es segura tanta información en manos de instituciones o empresas? ¿Quién garantiza que nuestros datos biométricos no serán usados para fines distintos a los de la identificación? ¿Qué pasa con nuestro derecho a desaparecer, a no estar en ningún registro?
En el pasado, un apodo bastaba para darnos identidad. Hoy, ni siquiera un acta lo garantiza del todo. Vivimos en una época donde el reconocimiento trasciende lo social y lo jurídico, y entra en lo biotecnológico. La pregunta no es solo quiénes somos, sino cómo nos aseguramos de seguir siéndolo, con dignidad y con privacidad, en un mundo que no olvida nada.