Oscar Miguel Rivera Hernández | 28 de octubre de 2024
Las políticas migratorias violatorias de derechos humanos no fueron una invención del actual candidato y expresidente estadounidense, Donald Trump, estas, tienen raíces profundas en la historia de ese país. Sin embargo, bajo su administración, como presidente, estas prácticas alcanzaron dimensiones sin precedentes, impulsadas por una expansión abierta de discursos xenófobos y anti inmigración. En medio de la degradación del sistema de asilo, los mensajes que llevaron a Trump a la Casa Blanca, en su anterior campaña —apelando al miedo, al prejuicio y a la supuesta defensa de la «identidad nacional»— siguen cumpliendo su propósito y no se han apartado de su discurso, fidelizar a una base electoral que encuentra en esa retórica una reafirmación de sus propios temores y resentimientos.
Esta sinergia, permitió a Trump escalar las políticas de exclusión a niveles tan audaces como peligrosos para los derechos humanos y hay que considerar que parte de sus propuestas de la plataforma electoral de Trump, en materia migratoria, ya está, bajo el lema “¡Deportaciones masivas, ahora!». Aúnque haya quienes opinan que expulsar del país a tantas personas implicaría una serie de desafíos legales e incluso prácticos.
Por otro lado, Elon Musk, el hombre de las «visiones futuristas» y los cohetes que aterrizan en vertical, ahora extendiendo la mano al que muchos ven como el político menos futurista del mundo: Donald Trump. Musk, quien alguna vez fue considerado el genio excéntrico de Silicon Valley que simplemente no tenía tiempo para la política, ha decidido lanzarse con todo en la campaña de Trump. Y claro, cuando el hombre más rico del mundo decide apoyar abiertamente a alguien, vale la pena preguntarse: ¿Qué tiene Musk para ganar? Porque, si algo sabemos de él, es que no mueve un dedo sin algún beneficio a la vista y tal vez me dirán, cualquiera que apoya a un candidato, lleva un interés de por medio y tienen razón, pero ¿Elon Musk?
Algunos podrían pensar que se trata de un acto de filantropía, pero no nos engañemos: Elon no es precisamente el abanderado de las causas desinteresadas. Cuando Musk recorre Pensilvania como si fuera un político en plena campaña, repartiendo cheques de un millón de dólares a votantes registrados, lo hace con una sonrisa en el rostro y los números en su cabeza. Al final del día, no es sólo Trump quien necesita una victoria, sino también Musk y su inmensa red de intereses económicos, desde SpaceX hasta Tesla.
Para apoyar a Trump, Musk ha invertido millones a través de su comité político America PAC. Se habla de que el magnate sudafricano tiene un plan innovador (por no decir cuestionable): sortear un millón de dólares cada día hasta el día de la elección a cualquier votante registrado. A primera vista, parece un acto de generosidad; Musk, el Robin Hood de los millonarios, repartiendo fortuna a los ciudadanos comunes. Pero vamos, ¿quién en su sano juicio pensaría que un magnate así haría algo sin pensar en los beneficios? ¿Creen que está haciendo todo esto sólo por el «futuro de la democracia»?
Claro que no. Musk ve una oportunidad de oro en una victoria de Trump.
Bajo la administración de Biden, los reguladores no han sido precisamente condescendientes con sus empresas. Más controles, más restricciones… y todo eso cuesta. En cambio, Trump, que ha demostrado ser amigo de los grandes empresarios y, sobre todo, de aquellos que lo financian, representa para Musk un regreso a la desregulación y la flexibilidad. Una administración dispuesta a facilitarle la vida a los multimillonarios, eliminando trabas y regulaciones “innecesarias”.
Hablando de regulaciones, el historial de Musk en temas de cumplimiento regulatorio no es lo que llamaríamos impecable. Recordemos sus roces con California durante la pandemia, cuando decidió trasladar parte de las operaciones de Tesla a Texas para evitar las restricciones. Esta acción fue un mensaje claro: las regulaciones, especialmente aquellas que afectan sus ganancias, no son bienvenidas en el imperio Musk. Así que, si Trump vuelve a la Casa Blanca y abre las puertas a una política menos regulada y más amigable con los intereses privados, Elon Musk estará más que feliz de expandir su imperio con menos interferencias.
Aquí es donde las cosas se ponen interesantes. Porque Musk no sólo quiere evitar las regulaciones; también quiere asegurarse de que sus relaciones con el gobierno sean cada vez más lucrativas. Después de todo, SpaceX recibe contratos de defensa multimillonarios, y Tesla depende en gran medida de los subsidios y beneficios fiscales para mantener su competitividad en el mercado de los vehículos eléctricos. La relación con el gobierno de Trump no sólo sería conveniente, sino también una garantía para el futuro de sus empresas. Claro, si eso implica darle un empujoncito al expresidente para que regrese al poder, Musk no ve el problema.
Pero Musk no es sólo un empresario: también es un showman. Y qué mejor manera de mostrarse como el «mecenas de la democracia» que repartiendo cheques y hablando en nombre de «todos los estadounidenses». Sin embargo, no todos ven con buenos ojos sus métodos, y algunos cuestionan la legalidad de esos premios millonarios para votantes registrados.
Lawrence Noble, un experto en ética electoral, advierte que esto podría ser ilegal y plantea preocupaciones sobre el impacto de esta «compra de votos» disfrazada de incentivo democrático. Porque, seamos francos, Musk está comprando influencia, y lo hace a lo grande.
Aquí radica otro punto interesante. Musk, quien siempre ha disfrutado de la imagen del visionario revolucionario, ahora arriesga asociarse con Trump, quien no es precisamente popular en Silicon Valley. Pero Musk no es tonto; él sabe que asociar su marca con Trump podría alienar a algunos seguidores progresistas y a los consumidores más jóvenes, pero para él, los beneficios superan los riesgos. No es difícil imaginar que ya esté planeando cómo suavizar esta decisión en el futuro si la alianza se vuelve desfavorable. Para Musk, esta jugada política es sólo una transacción más, en la que pesa los pros y los contras y decide lo que mejor le conviene.
Al final del día, Musk sabe que, gane o pierda Trump, él seguirá con sus contratos gubernamentales y sus incentivos fiscales. Pero si Trump gana, tendrá un aliado en la Casa Blanca que entiende que los empresarios de su calibre no están para perder el tiempo con regulaciones y normas éticas. Para Musk, el futuro que representa Trump es un futuro sin límites, donde las grandes corporaciones pueden operar sin las ataduras que otros gobiernos intentan imponer.
La pregunta no es qué gana Musk al apoyar a Trump, sino cuánto puede ganar. Para el hombre que sueña con conquistar Marte y dominar el mercado de los vehículos eléctricos, Trump es más que un aliado: es una oportunidad. Porque, al final del día, la política para Musk es como cualquier otro negocio; una inversión que, si se hace correctamente, garantiza un retorno. Mientras tanto, el resto de los estadounidenses, sólo pueden observar y preguntarse cuánto les costará a todos la próxima gran aventura de Elon Musk en el juego de la política.
Aunado a esa aventura de Elon, está el impacto de la retórica de Trump, la cual ha sido tan eficaz, que incluso logra seducir a aquellos a quienes históricamente ha despreciado: latinos, asiáticos, y otros inmigrantes, que alguna vez vieron en Estados Unidos una oportunidad, ahora están inclinándose por un candidato que ha dejado claro su rechazo hacia ellos y que ha movido cielo y tierra para «proteger» el país de la amenaza migrante. Y aquí estamos, viendo a antiguos migrantes defender a Trump como si él fuera el héroe que los rescató, en lugar del villano que prometió echarlos.
Tal vez es un acto de fe, o quizás un instinto de supervivencia, pero es casi cómico –o trágico, según se mire– que hoy estos votantes lo apoyen convencidos de que “asegurar” (refiriéndome a los apoyos económicos) la nación es la única forma de proteger su nuevo hogar.
Al fin y al cabo, en el gran juego de las influencias políticas, los intereses personales se disfrazan hábilmente de convicciones, y hasta los más irónicamente opuestos se vuelven compañeros de causa y esas dos estrategias, le dan ventaja a Trump, contra su opositora Kamala Harris.