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La Farsa del Fraude | OPINIÓN 

Oscar Miguel Rivera Hernández | 13 de agosto de 2024

Ciudad de México.- ¡Hola! Nuevamente, aquí compartiendo una reflexión, análisis o impresión sobre la falsa narrativa del fraude electoral. En el escenario político, los actores se preparan para otra función de una obra ya conocida: «El fraude que nunca fue». Con el telón levantado, los personajes familiares toman sus lugares, listos para repetir los mismos diálogos de siempre. Entre ellos destacan Alejandro Moreno, Marko Cortés, Jesús Zambrano, y Xóchitl Gálvez, cuyas interpretaciones, aunque predecibles, buscan mantener una narrativa que el público ha escuchado innumerables veces.

El argumento es claro: una elección presidencial, un amplio respaldo ciudadano al ganador, y las inevitables acusaciones de fraude que buscan socavar la legitimidad del proceso. Este año, la trama no varió. Las mismas voces de siempre reclamaron, con vehemencia y sin pruebas, que el proceso estaba viciado, que la elección había sido «robada», y que solo un recuento «voto por voto, casilla por casilla» podría salvar a la nación.

Alejandro «Alito» Moreno, maestro del drama, exigió que se revisaran más de 100,000 paquetes electorales, insistiendo en la existencia de «miles de irregularidades» que, sin embargo, parecían invisibles para el resto del país. Es como si Moreno no comprendiera que el público ya no se impresiona con trucos gastados, donde el conejo nunca aparece del sombrero vacío.

Marko Cortés, en su papel de “el indignado sin pruebas”, lanzó graves acusaciones contra el Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP), sugiriendo manipulación. Sin embargo, como en tantas otras ocasiones, no pudo presentar una sola prueba que sostuviera su alegato. La audiencia, acostumbrada ya a estas actuaciones sin sustancia, no pudo sino responder con una mezcla de incredulidad y desdén.

Xóchitl Gálvez, por su parte, mantuvo su estilo directo, atribuyendo su derrota a la supuesta intervención gubernamental. Poco importaba que millones de mexicanos hubieran expresado, libremente, su voluntad en las urnas. Para Gálvez, el «dedo invisible» del gobierno era el verdadero culpable de su fracaso, un relato más digno de la ficción conspirativa que de la realidad política.

Más allá de las mediocres actuaciones de estos protagonistas, la verdadera historia reside en la voluntad de un pueblo que, cansado de las mismas viejas narrativas, se mantuvo firme en su decisión.

Los medios de comunicación, que en su momento disfrutaron de credibilidad, se sumaron al coro de rumores y especulaciones sin hacer el más mínimo esfuerzo por contrastar los hechos.

Periodistas como Carlos Loret de Mola, Joaquín López-Dóriga y Ciro Gómez Leyva, alguna vez figuras respetadas, cuestionaron la transparencia del proceso electoral sin aportar evidencia sólida. Sus insinuaciones y conjeturas, lejos de defender la democracia, solo contribuyeron a socavar la confianza en las instituciones que dicen proteger.

La realidad, sin embargo, es implacable. El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), como crítico imparcial, revisó cada una de las acusaciones y determinó que no había fraude, ni manipulación, ni intervención gubernamental.

Claudia Sheinbaum, con su 54% de los votos, fue declarada legítimamente presidenta electa de México. Sus contrincantes, con Xóchitl Gálvez alcanzando el 30% y Samuel García un escaso 16%, no tuvieron más remedio que aceptar su derrota.

La confirmación del triunfo de Claudia Sheinbaum es más que una victoria política; es una reafirmación de que la democracia en México, a pesar de los intentos de desacreditarla, sigue siendo fuerte y vital. Y, al final, lo que realmente importa es la voluntad del pueblo, una voluntad que, pese a todos los esfuerzos por distorsionarla, permanece intacta y soberana.

Así, mientras los actores del drama del fraude recogen sus disfraces y los periodistas regresan a sus estudios, el pueblo mexicano avanza, sabiendo que su voz fue escuchada y respetada. Porque, en última instancia, es esa voz la que define el futuro de la nación, y no hay guion que pueda cambiarla.

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