María Martha González
(A mis padres que gracias a ellos tuve el conocimiento de dicha época y a mi hijo que incondicionalmente me ha apoyado en todo)
* * *
Permítanme sus mercedes contarles unas historias de una época muy mentada, corría el año de gracia de 1926, entonces era yo un joven de unos, que les diré, alomejor, 15 años. Allá por el mes en que iban a ofrecer flores a la Virgencita en el mes de mayo, todos los niños y niñas vestidos de blanco a una capillita o’nde se veneraba la imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Entre esa pila de chiquillos, había dos niñas muy avispadas, una se llamaba Nicolasa, ¡bonita la chiquilla!, tenía unos ojotes así de grandotes, cafeses y sus cachetes bien rosaditos, y unas trenzotas tejidas con unos cordones de lana, bien formadita la condenada, igual que su prima Ventura la otra niña, ¡ah!, pero esta tenía unos ojos verdes, habladores, decía su papa don Desiderio que seguro tenía esos ojos de ese color porque el día que nació la sacaron al patio y la inocente abrió sus ojitos y con el sol se le aclararon, y pos la verdá estaban re’ chulas las condenadas.
Pos estas niñas ya no estaban tan niñas, porque acabando ese mes de mayo las dos salieron de acuerdo en que ya no habían de jugar con muñecas porque ya les echaban ojitos a los muchachillos y como que ya querían que les hablaran, se jueron al potrero y sepultaron sus muñecas que tanto querían, pa’ ya sentirse libres pa’ empezar a noviar.
Pasaron unos meses de tranquilidad, una a l’otra se alcagüetiaban. A veces que Ventura iba a lavar al arroyo del Zarco, hacía cambio de cartas con Fermín, y Nicolasa también hacía lo mesmo pero ésta cuando iba a l’agua al pozo de Los Laureles, se cartiaba con Roque, los dos muchachos eran hermanos. Cuantas cosas tan bonitas se dirían, porque afigúrense que con el tiempo, yo re’ depente dí por mera casualidá con un trozo de papel que decía:
“Lucero de mis ojos
bombilla de mi andar
si me queres de hinojos
yo siempre tede amar”
¡Ah!, qué tiempos aquellos…
Pero en veces la tranquilidá dura poco, se empezó a saber que dizque había guerra, y que quen sabe qué presidente había manda’o cerrar los templos, asina nos llegó la razón al rancho, sólo Dios sabe la mera verdá, munchos hombres se enfilaron y se jueron a la bola, entre ellos iban Fermín y Roque y han de saber, ¡qué trifulcas se formaron!
Las gentes vivían todas azoradas, pos ¿cómo no?, en las casas de los ranchos casi en todas nomás quedaron las mujeres, las criaturas y los viejos, muchos hasta dejaron la yunta uncida, yo tamién quería irme a echale balazos a los pelones, pero mi mama se me arrodilló y me dijo que no la dejara solita, ya nomás yo estaba con ella y que yo podía ayudar llevando razones a los cristeros, y pos la verdá me gustó la idea y por eso yo me di cuenta de munchas cosas que pasaron por acá.
Llegaban los soldaos y arrasaban con todo, cargaban con güevos, gallinas, puercos, borregos, reses, y lo que’s pior, se llevaban las muchachas y en veces nomás las deshonraban y las dejaban en cualesquier jacal y ellas ya no se animaban a devolverse a su casa porque ya eran la vergüenza de la familia y ya mejor se iban a la bola y ya servían de galletas a los soldaos.
Hubo una primera concentración de gente a los pueblos, esto lo hacía el gobierno que dizque pa’ no agarrar inocentes en el cerro. A mí me tocó en San José de Gracia, pueblito tan bonito, pero nomás se oía la balacera en los cerros, pasábamos unos días allí y ya nos devolvíamos a nuestros ranchos otro tiempecito, a seguir batallando con los uniforma’os. Una vez cuando menos acordé, me llegaron a mi casita de adobe y piedra, y yo por los abujeros los v’ía como cargaban con las gallinitas que tenía mi mama, y yo, pos calladito, porque si no me tronaban y luego pos yo tenía cola que me pisaran, ¡ái no andaba yo de lleva y trái!
En el mesmo mesón on’de estaban Nicolasa y Ventura, y ellas me contaron algunas cosas. Que sus papas los señores Nabor y Desiderio, se les ocurrió hacer un joyo grandotote como si juera una cueva, en una laderita cerquitas de las casas de las dos familias porque había muchachas, qu’esto, por si llegaban los federales, pos, allí todas se escondían, y que si esos hombres duraban de un día p’otro, todo ese rato tenían que aguardarse allí las muchachas. Figúrense qui’una vez ya venían los solda’os y pegaron carrera todas al joyo, y figuraron que algún uniforma’o divisó algo porque cuando llegaron a la casa de don Nabor le preguntaron.
—¡Eh viejito! ¿don’tán las muchachas?
Y él contestó —aquí no hay muchachas.
Entonces el solda’o según él muy valiente le amarra una soga de chavinda alrededor del pescuezo y de la otra punta a la silla de un caballo y le vuelve hacer la mesma pregunta y don Nabor anque estaba rete asusta’o contestó igual, volteando con desimulo a donde estaban las muchachas escondidas, entonces doña Teodora su cristiana se para enfrente d’el y le dijo — primero muerto que entregar sus hijas— y, pos la verdá, yo no sé qué sintieron allí los soldao’s, pero se jueron, y to’avía pasaron por encima del escondite, y las muchachas de más edá re’te asustadas, a rece y rece. Había dos más mocosas, que esas atarantadas no le tantiaban l’agua a los camotes, pa’ ellas, les servía de diversión, que se ollían los cascos de los caballos pasando por encima de on’taban y que también se jue con ellas a esconderse un perro que no las dejaba ni a sol ni a sombra, que se llamaba Firabraz y también igual de azorao, ¡por gracia de Dios que ni ladraba!.
También contaban que en c’as de don Casimiro, llegaron los federales, allí había tres muchachas, Epimenia Tranquilina y Gregoria. Eran como un racimo de flores recién cortadas al amanecer, pero éstas corrieron con mejor suerte, porque el general les mandó a la tropa que las respetaran, que allí llegaron a comer y a descansar, pero nunca falta más di’uno, más alerta’o, y empezó a quererse pasar de listo con Gregoria, que tráiba un vestido de color rosita con un moñote blanco que le rodiaba toda su cinturita, apenas se le v’ía la punta de su zapato negro recién bolea’o. Andaba ella, obedeciendo órdenes y sirviéndoles un chocolatito calientito, cuando, el indino ese la jaló de una de sus trenzas con tanta juerza que l’hizo que se echara los jarros encima, y o’nde el general divisó eso, se levantó tan enoja’o que no se pensó pa’ ordenar que le dieran 40 latigazos al subleva’o ese.
—¡ Ora sí que se le apareció Juan Diego con su tilma! — les dijo el general a los presentes pa’ que entendieran que había ordena’o respeto a las mujeres; y se les había de respetar.
En Tepa me dieron una pila de cartas pa’ entregar, una d’ellas era pa’ Ventura, ¡jíjole! si hubiera sabido la noticia que traiba, no se la hubiera da’o, pero más tarde que temprano se hubiera entera’o, yo mero se la di, y ella la recibió con una carita de angustia como si presintiera algo. La abrió, la empezó a ler y cada letra que lellía era como si le estuvieran haciendo pedacitos su corazón, abrió aquellos ojos verdes, llenos de lágrimas, ¡había un dolor tan grande en su carita!, que nunca más había visto yo. Quise decile algo, pero ella corrió al potrero, y en esa carrera tiró el papel que yo mesmo le había entrega’o y pos la verdá me animé a lerla, era carta de Roque y decía asina:
“Señorita Ventura
La presente es pa saludarla esperando se encuentre bien, despues de saludala paso a decile lo siguiente
Yo y mi hermano Fermin, andabamos juntos echandoles bala a los pelones por unas tierras de Guanajuato que les llaman el bajio ta re lejos de con ustedes íbamos los dos juntos pasando un rio la llebabamos de ganar pero una maldita bala le alcanzo entrar a mi hermano a medio cuerpo ya no pudo dar paso y yo me lo canche en el lomo pos cómo lo había de dejar bocabajo a media corriente en el río me lo llevé debajo de un arbol y anque era como media noche con la luz de la luna que esa pa todos sale le devise sus ojos que se estaban poniendo entelaos yo le quise decir que aguantara que se iba a poner bueno pero no me dejo palabriar nada nomás dijo quera el fin pa el, que moria contento de dar la vida por la causa que lo que más le dolía era no despedirse de su idolatrada Ventura me encargo muncho muncho que estuviera al pendiente de uste que le dijiera, que le tiene ley y que la va a estar cuidando desde el cielo y sus ultimos pensares jueron pa uste, y su ultima palabra jue Ventura ya nomas lo vide boquiar.
A de dispensar uste lo bruto pa decir las cosas pero yo no se hablar de otro modo. Con mi mas sentido pesar le envio un cordial saludo.
Quedo de uste su servidor.
Roque”
Probecita niña, ¡que noticia tan tremenda!, pa’ella, ya no había nada que la hiciera estar contenta, y pensaba que si su Fermín había da’o la vida por la causa, no podía quedarse ái nomás de brazos cruza’os, y cayó en cuenta que por algo suceden las cosas, y aluego luego se jue a servir a la causa, anque sin máuseres ni machetes, de cualesquer modo le pidió la bendición a sus padres que no les quedó d’otra que acetar que esa guerra, anque santa, nomás vía deja’o familias desbalagadas. Y asina como Ventura, quedaron munchas señoritas con su corazón desbarata’o.
Se v’ían hartas cosas, co’muna vez, estaba yo en c’as de Pioquinta, en Tepa, pos con eso de que yo andaba de lleva y trai, me tocó ver cómo muy de madrugada, pasaron por la Calle Rial con una carreta llena de purititos cristianos, parecían todos difuntitos, pero la mera verdá, sólo Dios sabe, porque a mí se me afiguró qui’unos to’avía jalaban aigre, y como no había quen los sepultara como Dios manda, pos ái nomás hechaban una pila de cuerpos en un joyo en el pantión.
Yo no sé qué tanto tiempo pasó, y un día se apareció en el rancho Roque, llegó el probe que ni se parecía, traiba amarrada la cabeza con un paño blanco, quen sabe que le pasaría al probe cristiano, no acababa de platicar tantas cosas que les pasaron po’allá. Nos contaba lo que tuvo que pasar pa’ poder sepultar a su hermano Fermín en tierra sagrada, porque nu’bo modo de mandalo pa’cá pa’que quedara entre sus gentes, ¡qué bueno que Venturita nunca oyó esas pláticas!
Y to’avía no se acababan las trifulcas, y se les ocurrió casarse a Nicolasa y a Roque, y pos se arregló todo y anduvieron preguntando con harto cuida’o o’nde estaba yendo al padrecito a bautizar las criaturas y a cantar misas porque andaban los probes a escondidas cumpliendo con sus agencias y supieron que andaba po’allá en c’as de don Gorgonio, afigúrese lo que son las cosas, allí primero llegaron los solda’os, y después ái mesmo se escondió el padrecito, y jueron a dar pa’ que les diera su santa bendición; y ya casaditos cuál convite ni cuál nada con esas trifulcas quen pensaba en hacer bodas, pero ellos ya estaban juntitos. Tenían unas semanas de casa’os cuando no se de on’de llega la tropa y se lo llevan a jalones y amarra’o, no dieron razón de nada, se lo llevaron y su mujer, probecita, no hallaba consuelo.
Pasaron unos meses y supimos que habían orca’o un padrecito en un árbol de la l’alameda por la Calle Rial en Tepa, ¡ah qué enoja’o t’aba todo el pueblo!
La verdá de todas estas trifulcas nunca se supo, porque cada quen dice lo que quere, que si los cristeros, que si los pelones, que si los curas, que si gobierno. Lo que sí, es que se redamó muncha sangre, y lo que es pior, inocente.
Y ya el año de gracia de 1929, en el tiempo de las aguas, se acabó todo el relajo.
Como por obra de Dios, aparece Roque, en c’as de don Nabor y doña Teodora pa’ preguntar por su mujer y ¡válgame la Virgen! Quedó azora’o cuando se encuentra con la novedá que ya lo estaba esperando su chilpayate que d’atiro tenía sus faiciones.
Unos dillitas más, se acompletó la familia, llegó una preciosidá de mujer, muy vestida de blanco y con un pedazo de gorrito en la cabeza, ¡era Ventura!, que se había juido a la capital y que jué a una escuela y quen sa’qué, pero que se enseñó a poner inyinciones, que curaba heridos, qu’esque cada que curaba uno pensaba en su Fermín y qu’eso le ayudó a sentirse bien y así ayudó a la causa y que de allí en delante, desde un prencipio trabajó en sanatorios, pa’ ayudar a los enfermos y a munchos que quedaron mancos y rencos por las guerras, se le v’ía muy contenta.
Pos miren, hay muncho que contar. Por lo pronto, ya no los quero cansar, pero si con el favor de ustedes y de Cristo Rey y de Santa María de Guadalupe me hacen el bien, otro día me les apatento pa’ seguirles contando más. Que Diosito los bendiga y estén con sus mercedes las Huestes Celestiales.
GLOSARIO
A medio cuerpo A la mitad de la espalda
Acordé Esperé
Agencias Compromisos
Aguardarse Esconderse
Alcagüetiaban Solapaban
Alomejor Tal vez
Apatento Presento
Asina De este modo
Atarantadas Ingenuas
Avispadas Listas, inteligentes
Azoradas Asustadas
Bombilla Quinqué
Boquiar Expirar
Cafeses De color café
Cartiaba Intercambio de cartas
Chavinda Tejido de origen natural, corrioso y resistente
Convite Festejo
Cualesquier Cualquier
Desbalagadas Dispersas, perdidas
Desimulo Naturalidad
Dillitas A los pocos días
Dizque Dicen que
Enfilaron Se incorporaron a las filas
Entelaos Sin luz, mirada de un moribundo
Faiciones Facciones (partes de la cara)
Figuraron Pensaron
Galletas Mujeres al servicio de la soldadesca
Hablaran Se les declararan
Hacer boda Hacer fiesta
Indino Indigno
Joyo Hoyo
La bola La revolución
La razón La noticia
Lleva y trai Mensajero
Mocosas Menores
Pegaron carrera Corrieron hacia
Pelones Soldados
Re’depente De repente
Redamó Derramó
Tantiaban l’agua… Medir el peligro
Trifulcas Desórdenes
Tronaban Mataban
V’ía Veía