Me da vergüenza confesar que no había visto Roma, la película autobiográfica de Alfonso Cuarón, de la que todos hablan. Había leído las críticas, visto algunas entrevistas, y hasta indagado en la polémica por la nominación al Oscar de Yalitza Aparicio, por mejor actriz, pero no había tenido la iniciativa de sentarme en algún momento, en calma, frente a una pequeña pantalla, para mirarla.
Ahora sé que hice bien, o mejor dicho, que lo que no hice, estuvo bien… aquella omisión de casi dos meses fue un acierto para mí. La recompensa (inesperada) fue verla en el cine. Porque a pesar de que Roma es una película de Netflix, el mejor espacio para observarla, al menos para mí, fue el cine, y no alguna habitación de la casa. No solamente para apreciar el sonido y la calidad de la imagen, sino por la práctica espectadora: la del ojo que sale de casa, de lo cotidiano, para mirar un universo de casa, un universo de lo cotidiano, atravesado además por los mecanismos tramposos de la memoria.
El «romatón», un cine ambulante con capacidad para 90 personas, se estacionó a un costado de la Parroquia, frente a la plaza de armas. Tras haber recorrido ya Oaxaca, Chiapas, Tabasco, Veracruz y Guanajuato, hace su paso por Jalisco. Ahora que he visto Roma por fin, puedo comentarla. Intentaré ser breve, lo haré a partir de algunas críticas que he escuchado o leído.
- «Es lenta». Sí, el ritmo de la película es el de la vida cotidiana, en el que la rutina y la invención reproducen la vida, en el que no falta la angustia de que el orden se rompa con algún dilema. Orden que siempre acaba por desgarrarse. En el desarrollo de un problema la tensión culmina en tragedia, la repetición se interrumpe, se instaura un nuevo orden. Esto sucede no sólo en las grandes revoluciones históricas, ocurre también en la vida familiar, individual, pero con mucho más sutileza. Sí, Cuarón tiene un gran sentido de la sutileza, sentido que parece faltarle a muchos espectadores de Roma, que la rechazaron por «lenta».
- «Sólo la entienden los habitantes de la ciudad de México.» Esto es parcialmente cierto, la película la vi con mi papá, que creció en el entonces Distrito Federal. La vida en las calles, los aparadores, los sonidos cotidianos y la irrupción sísmica lo conmovieron mucho. Incluso el paso de una versión desaparecida de camión de la basura, o de aquellos automóviles que no siempre lograban colarse entre los espacios estrechos.
Otro elemento «del centro» son las mujeres «de provincia» que llegaban, y siguen llegando, a la gran ciudad a trabajar como empleadas domésticas, o como nanas, principalmente originarias del sureste. Quienes están dispuestas a vivir en casa de sus patrones, en un espacio donde los límites entre el trabajo y lo personal son difusos. En ese espacio privado, íntimo, que es la casa, se hace patente «la perversa relación entre clase y raza que hay en México», como lo dijo el propio Cuarón. Esta última no es una realidad restringida a la Ciudad de México. Cuando se comenta que Cleo habla «en su dialecto», se afirma la ignorancia que en el México criollo y mestizo tenemos de los grupos y las lenguas indígenas. Si una región se representa criolla, eso no significa que en realidad sea criolla.
La mirada de Cuarón es una invitación a que observemos a nuestro al rededor y también hacia nuestro pasado, a nuestra historia, contemporánea y de antaño, es decir, a una sociedad pluricultural cuyas problemáticas actuales se explican en gran medida por su pasado colonial.
- «Romantiza el vínculo personal que las empleadas domésticas establecen con sus patrones, un tipo de neoesclavitud, que permite explotarlas», ésta es una crítica más académica. En ese tenor la película fue analizada por el polémico filósofo Slavoj Zizek. Quien afirmó que «Roma está siendo celebrada por todas las razones equivocadas». Ahora puedo decir que estoy de acuerdo con Zizek, el pensador amargado a quien Roma, «le dejó un gusto amargo». La crítica de Zizek no es a Cuarón, quien «ha dejado pistas entre líneas», sino a los espectadores y críticos empecinados en celebrar el amor y la bondad de Cleo, sin mirar «la perversa relación entre clase y raza que hay en México».
La complejidad multiétnica y plurilingüe aumenta cuando los extranjeros entran en escena, en el refugio rural donde las familias celebran año nuevo, vemos a algunos mexicanos criollos y mestizos cosmopolitas. El espacio es cohabitado por patrones y sirvientes, de ambos géneros. Pero cada quien tiene su lugar.
Los patrones beben champagne en un elegante salón, mientras los sirvientes celebran con pulque en un espacio más modesto dentro de la Hacienda. El espacio intermedio es el que habitan las nanas, madres sustitutas, que cuidan de los niños como si fueran sus propios hijos. Ellas tienen ciertas concesiones y libertades, pero a la vez, un compromiso emocional, una lealtad fundada en los favores recibidos. Una lealtad que las condena a permanecer como eternas menores de edad. Cuarón es plenamente consciente de este orden, que él mismo califica como «perverso».
En aquel universo reemsamblado de sus recuerdos, lo que era perverso, era así, y no puede ser recordado de una forma radicalmente distinta. La recreación de Cuarón retrata las contradicciones, las ambigüedades y las tensiones de aquel orden perverso que ha cambiado pero no ha desaparecido. Un respiro a este orden es quizá la escena del incendio. Cuando los trabajadores avisan que el campo se está quemando, ocurre una ruptura con el orden. Todos, los adultos (ebrios) y los niños, asisten al espectáculo del fuego que se sale de control. Todos, patrones y sirvientes, cooperan para extinguirlo.
Uno de los invitados a la hacienda de Cuernavaca, vestido como «Krampus», el personaje mitológico nórdico que persigue a los niños en navidad para castigarlos, entona una canción en noruego. La escena es desconcertante y da lugar a múltiples interpretaciones, entre ellas, al espectáculo de un «fuego nuevo» que trae malos augurios. S trata quizá de un elemento fantástico que cubre toda memoria y transforma los recuerdos y los resignifica constantemente.
- «Pretende ser muy inclusiva y rescatar el rol de las mujeres». El filme sí concede un lugar central al drama cotidiano de la vida doméstica, un universo asociado históricamente con lo femenino. Pero en la lógica del orden familiar se entretejen las relaciones entre los géneros. El culto que se rinde al padre, aunque abandone, por ejemplo, es representado en la escena de la llegada. El padre, cuya presencia brilla precisamente porque la constante es la ausencia. La vida cotidiana de las ausencias del padre se rompe cuando aparece con su bata de médico y trata de entrar por la estrecha cochera, mientras los niños susurran con ilusión: «Es papá», «sí, es papá», «¡sí, es papá!». Otra contraparte masculina es por supuesto, el personaje de Fermín, joven y atlético, que entrena en algún barrial del Estado de México, ahí entre «los olvidados», donde se generan alianzas con el Partido de la Revolución, el partido único que enfrentaba su primera decadencia histórica, tras la represión del movimiento estudiantil. Que los maten: así recrea Cuarón el «Halconazo» de 1971, la matanza de Corpus Christi, los porros con varas de bambú, y después con pistolas.
- «Yalitza no es una actriz, no merece la nominación». El fenómeno Roma ha destapado la cloaca de la «relación perversa entre clase y raza que hay en México». También ha traído a la mesa el debate sobre qué es una actriz. Algunos dicen que Yalitza no es actriz por no haber estudiado. Dicen que no podría hacer «otro papel», que su papel era muy fácil porque, «así es ella». Yalitza es una mujer de origen mixteca, pero no es una empleada doméstica que migró a la ciudad de México a principios de los años setenta. No tiene una formación o una carrera como actriz profesional, como no lo tuvo en primera instancia María Félix, una de las actrices que se formaron haciendo cine. Y que además, llegó a actuar como mujer indígena, al igual que Dolores del Río. Parece que aquel «preciosismo» del cine de oro no podría sostenerse más, y el nuevo preciosismo indígena descubre la belleza de piel morena con rasgos indígenas, un preciosismo que no estamos acostumbrados a ver, pero que no es menos glamouroso. Yalitza se ha convertido en una modelo que luce vestidos de alta costura en las revistas de moda más reputadas, como Vogue.
Una actriz es, entre otras cosas, un cuerpo, una voz. Es un ser humano capaz de transmitir emociones y representar a un sujeto que es parte del universo creado o recreado por quien concibe y dirige una película. Yalitza hace esto. Se contiene, guarda silencio. Transmite la vergüenza, la culpa. Habla, camina, y llora como una niña, condenada a ser menor de edad. «Ándale Cleo, vete a ver a los recién nacidos», le dice Doña Sofía. Una niña que será madre, aunque no quiera. La tierra se sacude, está temblando, cae el escombro sobre la incubadora que hace corto circuito. El recién nacido no deja de respirar, se aferra a la vida. Cleo mira impasible cómo todo se derrumba, el techo, la vida frágil del recién nacido, sus ilusiones, su fortaleza. Pero se contiene. Se contiene durante toda la trama. Hasta que entra al mar para salvar a los niños. Y al salir, rompe el silencio: «Yo no la quería» dice, «yo no la quería», y no es que, como escribe Zizek, el hecho de que su hija haya nacido muerta, sea una buena noticia, sino que además del dolor de verla muerta, había cargado con la culpa y la vergüenza de no desear ser madre, de rechazar a su hija. Una de las más grandes prohibiciones a las mujeres, prohibición de la vida cotidiana, se prohibe sentir rechazo a la maternidad.
Pero la contención tiene un límite. Cleo rompe el silencio, y cuando regresa, dice a su amiga: «tengo mucho que contarte»,»algo maravilloso». Yalitza Aparicio ha sabido transmitir sutilmente las tensiones de ese universo emocional femenino e indígena de una empleada doméstica que cierra los ojos cuando camina cerca se los dos volcanes y dice: «huele a mi pueblo, se oye como mi pueblo…». Es una mujer niña en quien tiene lugar el universo de la contención, un universo que termina por romperse, por desbordarse. Como la rutina, el orden la repetición. Y genera nuevos universos, Incesantemente.