La Real Academia Española define el valor como aquella “cualidad que mueve a acometer empresa y a arrostrar peligros, denostando osadía y desvergüenza”. Palabras fáciles de pronunciar, pero que en su contexto llevan implícito un significado que para algunos es desconocido. Tal vez en ciertos momentos.
Estas 5 letras llevadas al extremo pueden definir la personalidad (verdadera) de un individuo, pero iremos un poco mas allá con los ejemplos cercanos a la fiesta.
Ser figura del toreo, decía el maestro Manuel Benítez “El Cordobés”, es como tomar un lápiz y escribir un poema en el cielo. Alusión a lo impensable. De esa magnitud superlativa de valor, requiere un matador de toros para poder figurar en el escalafón. El arte, no menos importante y que va de la mano con el desarrollo del diestro, lo dejaremos en esta ocasión en segundo término.
Con aires de valentía y gallardía, el matador mexicano Luis Freg se propuso triunfar en España a finales de la década de 1910. Los motivos eran varios, pero el principal tenía un matiz lleno de añoranza: comprarle una casa a su madre.
Su mayor defecto fue rivalizar justo en la época cumbre generacional en Iberia con exponentes como Joselito y Juan Belmonte; Rodolfo Gaona y Juan Silveti en México. Por lo que Freg no tuvo más remedio que admitir su falta de técnica y suplirla por algo más. El valor.
En un arrebato nocturno, de esos que se dan con alcohol y compañía femenina, el matador se prometió a si mismo ser el más valiente de todos los toreros del mundo. Si a esto añadimos que, por el hecho de enfrentarse a una res brava se debe tener un cierto grado de locura, Freg había iniciado un viaje sin retorno.
En los años 20, 21 y 22 fue el mexicano con más corridas en Madrid, pero también el más castigado. Para el verano de 1923, se había convertido en el azteca con mejor cartel en las plazas españolas y la reputación de un mecenas. El nombre de Luis Freg era sinónimo de espectáculo.
Fue precisamente el 23 de septiembre de ese año, cuando la plaza madrileña lo acarteló para beneplácito de una afición que buscaba verlo triunfar. Luis, todo pundonor realizó un acto extremo con el toro “Pescador”, perteneciente a la ganadería de Los Herederos de Esteban Hernández. La faena del último tercio fue ejecutada en la querencia del astado.
Don Valor, que era un extraordinario estoqueador sabía lo complicado que podría ser por la embestida del burel. Aun así, se preparó para matarlo y con una estocada entera culminó su faena. El torero azteca cayó al suelo, producto del choque entre ambos y tardó en recuperarse. Al levantarse vio como una pequeña mancha de sangre comenzó a brotar de su pecho. En el encuentro, el toro levantó la cara y cuando clavó la espada sobre el lomo, el pitón derecho atravesó el tórax hasta romper la pleura.
La multitud vio una faena tremendista con una estocada entera que significó una oreja para el matador. Pero ellos nunca se percataron que el hombre en la arena estaba cerca de perder su vida. Con fuerzas de flaqueza y tal vez ayuda divina, Luis pudo levantarse y llegar hasta las tablas para decirle a su mozo de espadas “llama al sacerdote, porque en unos minutos más, me voy a estar muriendo en la enfermería de la plaza”.
El momento de la oreja llegó y Freg aún de pie no pudo resistirse. La obtención de una oreja en Madrid es el premio más anhelado para un torero. Cuando la afición grita y vitorea al hombre, las heridas sanan y esos decibeles se convierten en un fármaco idílico. Pese a las circunstancias pudo dar media vuelta al ruedo y luego cayó para generar caos en los tendidos. El protocolo siguió al pie de la letra y en la enfermería recibió el sacramento de la extremaunción.
La curación tardó dos meses y durante este tiempo recibió múltiples muestras de apoyo. Entre las anécdotas que se cuentan está la del doctor Mascarel, quien al ver el cuerpo desnudo de Luis Freg preguntó el número exacto de cicatrices. -Donde termina una empieza la otra. Este hombre no tiene muslos. Pero hijo ¿De qué estás hecho? ¿Qué no sientes dolor como los demás? -.
A su historia en los ruedos aun le restaban aventuras antes de morir en 1934. En total, Luis Freg Castro tuvo 123 percances en los toros. 56 cornadas de las cuales 22 fueron de gravedad y 4 veces fue sacramentado en la misma plaza.
También llamado el “Rey del Acero”, “Don Valor” cumplió a carta cabal su profesión y la dignificó como pocos al pagar con su sangre. Finalmente, su legado nos hace pensar en aquel viejo proverbio taurino. Total, más cornadas da el hambre.
*Ricardo Sotelo es un periodista jalisciense, especializado en Toros.