Por Gabriel Navarro Dávalos | 21 de enero de 2021
Decía Octavio Paz que “cuando una sociedad se corrompe lo primero que se gangrena es el lenguaje”. En estricto sentido, si funciona así también puede funcionar al revés: cuando una sociedad se reconstruye lo primero en sanar es el lenguaje.
Un nuevo lenguaje a través de los discursos, ¿Qué nos contamos? Un nuevo lenguaje a través de las narrativas, ¿Cómo nos lo contamos? Pero, sobre todo, un nuevo lenguaje que se convierte en dinámica, ¿Para qué nos lo contamos? Un nuevo lenguaje construido desde su forma más simple: las palabras.
En los últimos años el lenguaje se ha ido gangrenando de manera acelerada y está poniendo a las sociedades, al menos como las conocemos, en peligro de muerte. La combinación de narrativas “progres”, olas “woke” y gobiernos demagogos que por fin han encontrado la forma de seducirlos han puesto a las sociedades contra las cuerdas.
Para eso no hemos tenido un mejor termómetro que el 2020. La medición nos dice que es momento de agua fría o vamos a convulsionar. Los mexicanos tenemos al menos dos referentes que nos sirven de radiografía: el régimen de López Obrador y la pandemia. En ambos casos el discurso colectivo ha sido débil, frágil, pasivo y derrotista.
Sobre el régimen de López pareciera que ya dimos las cosas por hecho. Que sólo estamos a la espera de que el 2021 nos salve o nos reafirme. Si decimos por ejemplo que López Obrador nos quiere llevar al tercermundismo, las respuestas automáticas dirán que ya estamos ahí. Y es precisamente “ahí” donde empieza nuestro error. Eso que mal llaman “Cuarta Transformación” no es un hecho consumado. Tampoco es algo que tengamos que ver pasar sin siquiera meter las manos.
La pandemia nos ofrece un panorama similar. Ante lo “descocido”, al menos para nuestra generación, en lugar de hacerle frente lo hemos sobrevalorado. Activamos el chip de la progresía para contarnos que nos ha pasado lo peor que podría pasarnos, que el 2020 ha sido el peor año de nuestras vidas. Enterramos la memoria colectiva, esa que nos dice que tenemos siglos y siglos de evidencia en que el ser humano se mueve siempre hacia la supervivencia y siempre prevalece.
Timoratos, resignados, apáticos, en ambos casos nos hemos sentado a esperar quién, ya sea con una vacuna o una promesa, nos trae la solución hasta la puerta.
Que tal si empezamos a generar una dinámica diferente, a darle el valor correcto a los hechos, en los que no seamos espectadores sino activos participantes. Podemos empezar por nombrar las cosas por su nombre, a ser claros, a ser conscientes del poder de las palabras. Es hora de abandonar los discursos débiles, en los que somos siempre víctimas, del gobierno o la pandemia, y de ponernos a crear discursos sólidos que nos permitan encarar este 2021 y los años por venir.
Podemos empezar con una herramienta que desarrollamos en nuestros primeros años de vida, el lenguaje: qué nos decimos, cómo nos lo decimos, para qué nos lo decimos.