jueves , 21 noviembre 2024

Pandemia: terreno fértil para las Fake News

Están pagando 20 mil pesos a quienes acepten que le pongan en el acta de defunción de su familiar que murió por coronavirus”.

La anterior aseveración ha circulado en grupos de Whatsapp en tiempos del COVID19. Y es que una crisis de este tipo es terreno es fértil para la propagación de noticias falsas, inverosímiles y disparatadas.

Una versión absurda, porque lo que se ha visto en nuestro país es más bien una tendencia a ocultar las cifras, no a pagar dinero por inflarlas. Y así podríamos poner más ejemplos.

Fui invitado el pasado 4 de junio por el Instituto Duranguense de Acceso a la Información Pública a participar en un conversatorio sobre este y otros temas relativos a la transparencia y protección de datos personales con asistentes de todo México y el extranjero. (Posteriormente publicaré toda mi conferencia en mi sitio web www.juliorios.com.mx).

La desinformación y la propaganda calumniosa no es nueva. En el manual de Julie Posetti y Alice Mathews, publicado por el International Center of Journalism, titulado “Breve Historia de las noticias Falsas”, se relata que cuando Marco Antonio conoció a Cleopatra, el resentido Octavio lanzó una campaña de propaganda negra en contra de su rival, con el fin de arruinar su reputación.

Dicha campaña fue compuesta de frases cortas, casi como un antiguo tuit, que se grababan en monedas que se distribuían entre la población. Estas frases pintaban a Marco Antonio como un mujeriego, un borracho y un simple títere de Cleopatra.

Desde entonces, los bulos, o noticias falsas –potencializadas luego con la aparición de la imprenta en 1440- han sido instrumento para desestabilizar o confundir a la opinión pública y destruir a los adversarios, con un axioma muy conocido en la comunicación política: “Lo que no mancha, al menos tizna”.

Responder a la pregunta de por qué las fake news son tan exitosas es algo complicado. Sin duda influye el morbo de las personas, la necesidad de la fantasía que nos haga escapar aunque sea por un instante de una realidad rutinaria, y la más importante: la desconfianza que se han ganado los gobiernos y los medios de comunicación tradicionales. Se suma el analfabetismo digital, abono efectivo para que las noticias falsas se propaguen como reguero de pólvora.

Todo eso debe alertarnos. Existe toda una industria que genera dinero detrás de las fake news y que van ligadas al espionaje y al robo de datos personales incluso esas noticias falsas están pautadas en algunas redes sociales o aparecen como spam en los portales que consultamos, con el fin de engancharnos, darle click e infectarnos de malwares o troyanos o ransonware.

Es decir, hay creadores de fake news que obtienen dinero con nuestro morbo y nuestra curiosidad. Otra razón más, para no darles click, ni creerles.

Y qué decir de quienes por hacer caso a esas versiones absurdas, se contagiaron del virus y han perdido la vida. De ese tamaño es el daño que hacen las noticias falsas.

Para nada es un juego, ni un tema inócuo.

Es tiempo de pensar en esquemas legales mixtos de lo que se conoce como autoregulación regulada. Actualmente los medios de comunicación cuentan con instrumentos de autoregulación como los Códigos de Ética o los Defensores de las Audiencias, pero la aplicación de estas figuras actualmente depende única y exclusivamente de la estructura del medio de comunicación.

En países europeos, como Alemania, la autoridad es la que se encarga de hacer valido el código de ética que el medio de comunicación ya aprobó en su seno. Es decir, no se le impone nada a la empresa periodística, que es la que desde su autonomía genera el instrumento. El Estado simplemente se encarga de aplicarlo cuando un televidente o radioescucha o lector presenta su queja.

Sin embargo, esto solo aplica para los medios de comunicación formalmente establecidos, no para las noticias falsas que se propagan a través de mensajes en redes o “pasquines digitales”, a veces con servidores alojados en el extranjero.

El derecho no se había encontrado nunca en su historia con un reto de semejante tamaño, derivado de la globalización y la explosión de las tecnologías de la información.

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