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Karina Casillas Casillas | @KioscoInfo | 21 de enero de 2020
Cuenta la leyenda que en el rancho “El Saucito” que pertenecía a Don Javier Casillas, el cual compró con las ganancias de su trabajo y gran esfuerzo como arrendador de caballos, uno de los mejores en toda la región, por eso era muy solicitado. “El Saucito”, un rancho rodeado por lomas y cerca del río, localizado entre los ranchos de “Las Pilas” y “Casas de Alto” al lado del camino real (el camino que conectaba en aquellos tiempos a Tepatitlán de Morelos, pasando por comunidades municipales de Valle de Guadalupe, hasta Cañadas de Obregón.
Por el camino Real pasaban todas las personas que querían dirigirse al pueblo o para transportar productos, puesto que Valle de Guadalupe siempre ha sido un pueblo por el cual necesitan pasar aquellos que quieren ir a otros lugares. Cerca de este camino se encontraba una gran cueva, donde se escondían muchos bandidos que asaltaban a las personas que viajaban con lujos, todos estos bandidos eran dirigidos por una mujer que mucho tiempo antes comenzó a robar a los arrieros que pasaban por el cerro del Tecolote y después, con sus aliados, aprovechaban la facilidad que les proporcionaba su escondite, podían robar a cualquiera que pasara por allí.
La cueva donde estos bandoleros se escondían, tenía una serie de escalones por el lado izquierdo de la misma y servían para que los ladrones pudieran escabullirse, sin que los alcanzaran, no era fácil atraparlos.
Curiosa y misteriosamente en Semana Santa, ningún ladrón se aparecía en el lugar, ya que durante esos días, al momento en que comenzaba a caer el sol, el miedo se percibía en el ambiente y justo cuando el sol desaparecía, en la oscuridad de la noche, con un fuego intenso que al acercarse se sentía el abrazador calor, se veía arder la mitad de esa cueva durante varios minutos y a través de los destellos luminosos, aparecía bajando por las escaleras, un
hombre vestido de charro, con un atuendo completamente de negro, sin rostro visible que marcaba el paso con sus espuelas, cargando un saco al hombro, bien sujeto con ambas manos, decidido a cobrar todas las injusticias cometidas.
Por la mañana aparecían muertos todos los ladrones que se habían encontrado una noche antes en ese lugar.
Solían decir que el saco que cargaba eran los tesoros que quitaba a los ladrones antes de matarlos para devolverlos a quien realmente pertenecían. Algunas otras personas, entre ellas muchas de las mujeres que iban a lavar al río, solían contar que en su camino de regreso durante el tiempo que no era semana santa, el charro negro aparecía con otros compañeros cabalgando, buscando a aquellos que se aprovechaban de otros, sin embargo no todas las personas que cuentan la historia, lograban ver al charro negro, algunos sólo podían escuchar la tropelada de caballos, la respiración agitada de los jinetes y las espuelas que daban ánimo a los caballos del charro y sus compañeros, sólo llegando a sentir el pesado aire por toda la tierra que se levantaba en ese momento, esto ocurría siempre durante la puesta del sol.
Nunca se supo si ese charro negro fue alguna persona que en vida llegó a habitar ese lugar o cerca de allí y quería que las personas de la comunidad vivieran tranquilamente, por eso tales actos en favor de los habitantes de los alrededores, sin embargo, fue un hecho que eso ayudó a mantener el orden por mucho tiempo en ese lugar.
Hoy en día, la cueva que fue tapada por la construcción de la presa de El Salto, aún la gente cuenta que el charro negro ha seguido buscando un lugar donde impartir justicia y hasta se le ha visto en distintos lugares de la ranchería o cerca de ella.
