Por: Rusbelina Castellanos
(Gracias a mi familia por compartir mi afición por las letras,
y a Dios por regalarnos el soplo divino de la palabra)
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A esta hora de la noche la oscuridá se mira todavía muy apelmazada, son las cuatro y veinte de la madrugada, los primeros albores del día se apretujan entre las sombras densas en su afán por librarse del encierro nocturno, la negrura sabe amacharse sin rendirse al encanto del día que amenaza con despuntar.
Martina Venegas duerme a pata tendida, junto a ella, dormidas también, sus hijas, son las criaturitas fruto de sus amoríos con el general Baudelio Ibarra, un hombre ya entrado en años que siendo aún buenmozo, supo conquistar el solitario corazón de la mujer que por haberse juido de su casa y haber abandonado a su marido, era la comidilla de las gentes que con sus dimes y diretes la traiban en purititos chismes.
Nació en el rancho La Florecilla cerca del Cerro del Pandillo, en el año del Señor de 1920, era la mayor de cuatro hermanos, tres mujeres y un hombre. Hace años que vive sola, sin hombre que vea por ella, a sus 33 años es una mujer muy bonita, de piel blanca, cabello oscuro y unos ojos verde claro que resaltan como dos esmeraldas encima de sus cachetes muy coloraditos, ella se basta y se sobra para criar a esas niñas que dentro de poco serán cuatro florecillas silvestres, tiernas y bellas a cual más.
Martina ha tenido una vida trabajosa, dejar a Pedro Contreras no fue fácil, desde entonces ha pasado por tantas dificultades; hambres y desaires no solo de sus padres sino también de la gente del pueblo. Don Sebastián Venegas y doña Elena Tejeda murieron sin perdonarle a su hija la ofensa de verse en tamañas pelicanas.
— Una esposa debe quedarse al lado del esposo, vaiga y quédese con su viejo, más si esa es su cruz no reniegue y devuélvase pal’ rancho allá con el hombre, si le pega aguante, algo ha de haber hecho pa’ que le pongan sus chingas, ni modo que así nomás por nomás le den trancazos por el lomo, como si juera una bestia — le dijo don Sebastián cuando Martina llegó a la casa paterna. Las palabras de su padre le calaron, cuando Martina llegó a buscar su ayuda con el Toñito su niño, que apenitas tenía ocho meses de nacido, después de haber caminado desde el ranchito o’nde vivía, cerca de la Piedra Herrada, allá por San José de Gracia.
Toñito, al igual que su padre, se fuer p’al otro lado de braceros, a los Estados Unidos, cada uno por su lado, ese chamaco nunca supo de amor de padre y solito y su alma juntó unos centavitos trabajando en lo que se pudo y luego agarró camino p’al Norte con sólo quince años de edad. El hombre con tanta desconfianza que traiba metida hasta la médula de los huesos, siempre pensó que el niño no era su hijo y esa inseguridá lo hizo perder su familia. Cómo sufrió Martina sin saber de su hijo y pensando a cada rato lo pior, en ese tiempo todos los días iba a misa hasta verse favorecida por el milagrito de saber que su Toñito ya radicaba en el Norte, y pos como no, si hasta le mandó hacer un retablo de agradecimiento al Señor de la Misericordia al verse socorrida por el Santo Patrono de Tepatitlán que tantos milagros concede a sus devotas almas.
Martina siempre fue una mujer de respeto, nunca le faltó al marido, ni tampoco al general, más bien este le jugó la traición y la dejó por otra mujer. Baudelio era un militar retirado, adinerado y mujeriego que ejercía de policía sólo por el gusto de usar el uniforme que le ofrece fama de hombre valiente y braga’o, nunca supo estarse quieto, tenía la vista pronta pa’ mirar las mujeres, de echarles el ojo sabía enredarlas haciéndose el enamora’o; y luego de consentir con él las dejaba de lado sin miramientos.
Todo cuanto de Martina se decía, hasta que fuera de cascos ligeros, pindonga o casquivana era puritita mentira, Dios bien lo sabe.
Martina es como piedra en pozo, nada más se contenta con puro trabajar, las necesidades y los apuros quedaron atrás desde que comenzó a vender tortillas, es una mujer muy luchona, trabaja desde que Dios amanece y no se permite ni siquiera un soponcio que dilate el ajetreo que trai cuando empieza su labor.
Antes que comiencen a cantar los gallos Martina se despierta, sabe que es hora de levantarse, amodorrada todavía por el cansancio del día anterior, suspira para sacarse del pecho el sueño que aún tiene escondido en el cuerpo, se levanta , se pone sus enaguas, se alisa el pelo y hace sus trenzas, se compone la blusa y se amarra las chanclas, de a poco y sin armar mitote sale de la pieza, entonces se dirige y revisa las tinas donde la noche anterior se coció el nixtamal, de a poco a poco lo lava y lo echa en los botes pa´ luego llevarlo a moler, son treinta o cuarenta kilos de maíz nixtamilazado los que lleva a diario al molino de Mateo, algunas veces le ayudan María de Lucío y María de David, amigas y vecinas de ella, otras veces solita lleva los botes, primero se cancha uno en el hombro y otro en el brazo, los deja en fila para moler y regresa a su casa por otro bote y así hasta completar, por fortuna vive cerca del molino que se ubica entre las calles Vicente Guerrero y Pedro Medina.
A las siete de la mañana cuando ya clarea, acomoda y enciende la leña rociándola con petróleo, atizando la lumbre con restos de buñiga seca, ya raja pa’ que prenda mejor, en poco rato el comal de barro está bien caliente pa’ recibir las tortillas antes que empiece a llegar la clientela, las mujeres de esa cocina se toman unos blanquillos crudos pa´aguantar la jornada.
Las muchachas que tortean son amigas o parientes que trabajan con ella; y todas a cual más, mujeres cumplidoras y bonitas. Los metates colocados alrededor del comal, cada una sabe cuál es el suyo y entre pláticas, chismes y chifletas van amasando la masa y sacando su tistal con la mano del metate, pa’ luego con las palmas de sus manos darle forma bien redondita que van remojando con el machigüe pa’ que no se les pegue la masa entre los dedos, ponen las tortillas sobre el comal y las voltean a tiempo pa’ luego acomodarlas en el chiquigüite y las tapan con una servilleta muy blanca, el kilo de tortillas está bien vendido; a un peso y veinte centavos.
Martina las reprende y les dice que con tanto alboroto les van a salir las tortillas mestizas, así sus clientes no las van a querer. La clientela de Martina es selecta, algunos ricos del pueblo entre ellos Timoteo Alcalá, Eustolia de Primitivo Martín, Luz de Roberto Estrada y la esposa del maestro José Luis Cortés se encaminan todos los días hasta la casita de adobes, allá en la última cuadra antes de llegar al río; y algunos otros le hacen el encargo desde un día antes. Además de las tortillas, algunas personas le hacen pedidos de gorditas de masa picadas con manteca y sal, también sopes; y no faltan los burritos con tortilla recién hecha con un poco de sal y agua del machigüe pa’ darle forma a las orejas y el hocico, muy sabrosos y calientitos, a todos les gustan los burritos pero pa’ los chiquillos es una delicia especial recibir aquel regalo al purito entrar a la cocina.
A Martina los centavos ya no le hace falta desde que trabaja su tortillería, sus hijas pueden comprar con una peseta un refresco y un pan, Martina les deja un bote chilero lleno de monedas pa’ gastar en lo que quieran, toda la tarde se oye sonar las monedas al ser revueltas por las manitas de las niñas en busca de un veinte de cobre, pa’ esas niñas ese bote suena a campanitas de felicidá.
La venta de tortillas termina hasta las cuatro de la tarde, después hay que lavar los metates, el comal y todos los botes, acarriar agua en botes de la casa de Juventina Barrón que es la única del barrio que tiene llave de agua, llenar un tambo grande con agua y ponerle una piedra de cal pa’ que se asiente la tierra roja y quede arriba bien cristalina y abajo el puro lodo, esta agua se usa pa’ cocer el nixtamal y lavar vasijas.
El arriero que le vende leña llega por la tarde y la deja en la calle sobre la banqueta, la carga de leña, que luego ella y sus hijas deben meter al zaguán, para las niñas es una aventura acariciar a los burritos que cansados por tanta friega, se quedan quietos mientras Ambrosio los descarga.
Cayendo la tarde Martina pone a cocer el maíz con agua y tres o cuatro cucharadas de cal, tantea a jecho el tiempo y luego retira la leña prendida y la apaga con agua. Con una cuchara de peltre saca unos granitos de maíz y los apretuja entre los dedos pa’ ver si se les despega el pellejo, señal de que está listo y hay que dejarlo descansar hasta el día siguiente.
Las hijas de Martina todos los días se almuerzan su buen taco de frijolitos y su jarro de atole, luego llevan un pedido de tortillas a la fonda de Cecilia, en el último portal allá en la plaza y después se encaminan a la escuela de Leonarda Vázquez Romo; hay que ser muy puntuales pues la directora no acuacha flojeras, ella dice: “Dios para hacer un hombre pobre, primero lo hace flojo” y las niñas de la directora Leonarda son muy disciplinadas, se dice que su escuela es la mejor del pueblo.
En el banco de la cocina Martina tiene un bracero pa’ guisar la comida que les hace a sus criaturas, gusta de cocinar su molito con nopales y bolitas de masa, huevito en chile, frijoles refritos bien caldosos, un buen chile molcajeteado con chilitos toreados en manteca o asaditos en el comal, un sabroso cocido de res y los domingos un menudo calientito, como lo hacía su madre la difunta Elena en paz descanse, bien lavadito, refregado con la escobeta y cocido toda la noche sobre el fogón a fuego muy tiernito.
La cocina en su casa está jumeada, oscura y olorosa a comida, entre las tejas del techo avejentado se esconden los aromas de tortillas recién hechas y de otros guisos que a juerza del tiempo han entrado en los adobes y metido en la tierra el sabor de las comidas que hace Martina. Más allá, colgado del techo está el zarzo y sobre éste, el queso oreado y las tiras de longaniza, la olla de barro tiznada y en su interior la calabaza enmielada. El jocoqui en un jarrito de barro cerca del calor del jogón y los bisteces de res colgados en un lazo al sol, untados con sal pa’ que no se le hagan queresas. En tiempos de aguas no faltan el esquite, los tamales de elote, tacachotas, atolito de masa, pinole y champurrado. Nada es secreto en esta cocina que igual se contenta con una olla de frijoles hirviendo, que con un buen chicharrón en chile de tomate con unas gorditas de morusas de carnitas.
Martina es feliz de cierto modo, no se asusta con el petate del muerto y mira embarnecer a sus muchachas y sabe que dentro de un tiempo tendrá otros problemas cuando sus hijas quieran echar novio, en el pueblo es andancia eso de enredarse en cuestiones de amores a los trece o catorce años y pa’ eso les falta poco. Elena la mayor ya deja ver sus formas femeninas y es bonita la chamaca.
Martina sabe darse baños de pureza y al mismo tiempo gusta de darle vuelo a la hilacha, en las fiestas del treinta de abril acostumbra ir a las closter y tomarse sus tequilitas al son de los mariachis, sin faltar primero a ver la salida del Señor.
Las gentes de Tepa son muy devotas a su cristo milagroso y cada año celebran en su honor una gran fiesta en la que después de ir a la salida de Señor, van a divertirse en la plaza, allí hay música y castillos.
Ella nunca supo de o’nde le llegó el gusto por los toros pero cada vez que se anuncia corrida ella se da prisa en sus quehaceres, deja encerradas a sus muchachillas y se va a la plaza de toros. Qué gusto se dio aquella vez en que la famosa rejoneadora Conchita Cintrón estuvo en el pueblo. Muchos toreros famosos pisaron esa plaza de toros que en sus tiempos era muy grande y bonita. Además de tanto trabajar es necesario darse unos gustitos, si no, pa’ que sirve esta vida, este mar de lágrimas; y pues aunque haiga quien la regañe, ¿lo bailado quién se lo quita?
Esa vez que dejó a las niñas encerradas, Elena la mayor se despertó y empezó a llorar, abrió la ventana de madera, que se cerraba por dentro con una aldaba y por ahí sacó a sus hermanas menores Mary, Elvira y Conchita; ya ajuera le tocaron la puerta a María de Lucío que sólo dijo — otra vez están solitas, ay Martina … que ingrata — las metió en su casa y las acostó junto a ella, más entrada la noche Martina llegó a su casa, se metió, cerró la puerta y ya en la pieza se dio cuenta que no estaban sus hijas, salió a la calle en su busca y no las encontró, se encaminó al río en su busca y nada, luego se jué allá pa’l Santuario del Señor de la Misericordia, iban a sonar las cinco de la mañana, ya se oía el repicar de las campanas llamando a la misa y andavete de hijas .
Martina lloraba y decía —al primerito que me encuentre le pido ayuda — caminaba sola y de madrugada rumbo al Santuario, iba subiendo por la calle Colón, cuando de pronto vio un hombre muy alto y bien peinado, el pelo brilloso y sus zapatos de charol lustrosos y se dijo — a este mero cristiano le pido ayuda pa’ buscar mis muchachas — y cuando iba emparejando el paso el hombre le dice — adiós lindura — era un tono de voz que sonó como de muerto, cuando ella voltea pa’ verlo de frente, por instinto se santigua y pide ayuda al Señor de la Misericordia y el hombre ya no estaba, era mitad de calle y todas las casas cerradas.
—¡Por Dios bendito! —se dijo — se me apareció el Diablo por andar dejando solas a mis hijas— llorando regresa a su casa y al dar vuelta a la calle mira a su amiga María de Lucío que le dice — Martina o’nde andas , tengo aquí dormidas a tus hijas, las dejaste solitas y tenían miedo — gracias a Dios, en ese momento no sintió lo duro del regaño sino lo tupido por los remordimientos y pa’ pronto se quitó sus ropas catrinas y así sin pegar pestaña ni saber de probar el sueño se jué a llevar su maíz al molino.
¿Vayan ustedes a creer que esto la detuvo? Pues afigúrense que no, en adelante Martina le encargaba las muchachas a María pa’ seguir disfrutando de lo que le gustaba… ir a las closter y a los toros, a fin de cuentas es una madre sola que no le saca al trabajo; y en esta vida que es como un mar de lágrimas, hay que darle gusto al cuerpo, llorar cuando hay tristeza y bailar en las alegrías.
Su madre le decía — Martina eres bien indina— y sí que lo era. Una vez de esas que se iba a lavar al río de Jesús María junto con las señoras del barrio, la muchachada que juega y corre en el llanito mientras las mujeres lavan y secan la ropa tendida sobre el lienzo del potrero, todas platicando y lavando su garras en medio río y que ven un hombre ispiando entre el pajonal, esperando el momento en que terminando de lavar las mujeres bañaban la chamacada y luego se bañaban ellas, algunas recatadas lo hacían en un camisón blanco, que mojado dejaba ver sus formas; María de David, Juventina y María de Lucio se preguntaban que jais de este hombre y dijeron que ellas no se iban a bañar ese día, que solo bañarían a la muchachada.
Martina dijo sin amedrentarse —es un ñengo, collón, culiseco y taralailo que sólo quiere mirar, pos que mire — y dicho y hecho, se quitó toda la ropa y se empezó a bañar encuerada, el hombre al verla completamente en cueros salió corriendo como verraco que jueran a capar, luego les dijo a las demás, —¿ya lo ven?, ora ya pueden bañarse tranquilas, si vuelve por aquí haciéndose el faceto ya se las verá conmigo.
La vida de las mujeres que solas deben cuidar y mantener una familia está llena de pesares y dolores, poco antes de que Baudelio la dejara por la otra mujer, Martina estaba junto con sus hijas Elena y Elvira fregando las vasijas, había agua tirada en el suelo y revuelta con el agua mucha sangre, las niñas se asustaron y Martina les dijo que fueran a hablarle a María de Lucío.
—¡Ay Martina! yo creo que te sucedió, voy a buscar a Lupe la partera — le dijo María y corrió a traer a la comadrona y le practicó una raspa, Elena atenta a todo lo que pasaba, miró cómo la mujer puso algo adentro de una cajita de cartón y la amarró con un lacito, luego María puso la cajita en lo más alto del trastero, Elena pensó encimar unas sillas y ver qué era lo que habían guardado pero antes de que lo pudiera hacer llegó su padre y se llevó la caja, Elenita nunca supo que su madre había tenido una cama chica y que en la cajita estaban los despojos humanos que hubieran sido un hermanito.
Cuando Martina está muy cansada y quiere un poco de calma les dice a sus hijas — vayan a ver si ya puso la marrana — y cuando estaban de guerrosas les mandaba — anden, a descular hormigas.
Aunque aún es una mujer joven, las piernas las tiene llenas de bolas oscuras, varices, decía ella, herencia de su padre Sebastián en paz descanse; dos cosas le había dejado antes de morir, uno era el color de sus ojos verdes como el mar, decían las gentes que conocían el mar, ella nunca lo ha visto; y las piernas llenas de varices, que de tanto estar de pie le causan unos dolores terribles y algunas veces con un pequeño golpe que se dé se rasga la piel y le brota la sangre como si juera un ojo de agua.
Muy molestas y dolorosas las varices le deforman sus bonitas piernas, ella las trai siempre cubiertas con unas medias de seda, su hermana Polonia siempre que puede le echaba en cara que Martina sola se atrasó cuando era una niña, como de once o doce años y se había metido en el río todo el bendito día de Dios pa’ lavarse la sangre que le corría por entre las piernas, que con tantas horas en el agua se le había subido una frialdá al vientre y luego se le había bajado por las piernas, formando esas bolas negras llenas de sangre molida, al escurecer salió del río la niña Martina temblando de frío, blanca y arrugada su piel como de muerto y muy debilitada sin comer, le temblaban las piernitas y con tanto frío la sangre se le había cortado solo un rato, después supo que esa sangre que se escurre del cuerpo corre entre las piernas sin que nada la detenga, son lo que algunas gentes llaman los ríos de la fertilidá.
Después de ese día su madre le dijo — muchacha pasguata , que no sabe que esa sangre le sale porque anda alunada, cada mes le va a salir esa sangre, va andar mala y tiene que ponerse unos retazos de costal o limpiarse con la enagua; y privarse de andar comiendo frijoles, limones y cosas que le suban la frialdá — la niñez se le acabó ese mismo día, se la llevó la corriente del río, mal’hora el tiempo que se escurre como agua llevándose lo bueno y dejándonos lo malo. Cierto o no, las varices la acompañaron muchos, pero muchos años, hasta el final de sus días.
No le aunque, Martina no se queja de su suerte ni sala el pan con llanto, tiene mucha juerza pa’ vivir, es buena cristiana y madre, trabajadora, alegre y le gusta chacotear, pocas veces arrastra la cobija y naiden le come el mandado, las penas las endulza con panocha y las sufre con paciencia, espera las alegrías que le caen como agua de mayo, refrescantes y esperanzadoras en la aridez de sus necesidades.
Sé que le espera una vejez de mucha prosperidá y de grandes satisfacciones, porque la vida la llenó de dificultades y todas ellas las encaró con valentía, con temple de mujer alteña, de esas mujeres que además de bonitas son como flores silvestres, parecen tan frágiles y a la vez tan resistentes que nacen solas en el campo, resaltan entre los abrojos y nunca, nunca dejan de florecer.
(Las mujeres como Martina la de las tortillas, pagan sus culpas entre la humareda que sueltan los fogones, el humo de los leños quemándose se eleva como el incienso en los altares, las penas les brotan como sudor por las manos y por el cuerpo entero y sobre los metates se sacan del pecho las penas que alguna vez desbordaron sus lágrimas, las cocinas les redimen el alma y les aseguran un lugar en el cielo pues quien sabe alimentar el cuerpo de otros dando placer con su comida tiene ganado un pedacito en el mismísimo paraíso.)
GLOSARIO
Acuacha Solapa, permite
Aldaba Seguro de la puerta
Alunada Menstruar en sintonía con las fases de la luna
Amacharse Resistirse
Amodorradas Adormiladas
Andancia Modas
Andar mala Menstruar
Andavete Expresión al no encontrar algo o a alguien
Armar mitote Hacer ruido
Atizar Alimentar el fuego
Atrasó Perjudicó
Blanquillos Huevos
Braga’o Valentón
Buenmozo Bien parecido, guapo
Buñiga Boñiga (heces de ganado vacuno)
Calaron Hirieron
Cama chica Embarazo y muerte del producto antes de término
Catrinas Elegantes
Chacotear Hacer bromas
Champurrado Atole de masa de maíz con chocolate
Chifletas Indirectas
Chiquigüite Canasta pequeña con asa para poner tortillas
Closter Bar y pista de baile al aire libre
Collón Cobarde
Culiseco De cadera angosta
Descular hormigas Entretenerse en algo
Embarnecer Tomar formas femeninas adultas
Faceto Persona sin gracia, presuntuoso
Garras Ropa
Ispiando Espiando
Jocoqui Leche fermentada
Jogón Fogón
Juido Huido
Jumeada Llena de humo
Machigüe Agua para humedecer la mano
Mestizas Tortilla no cocida por un lado
Morusas Restos de alguna cosa
Ni sala el pan… No se deprime
Ñengo De complexión delgada
Pajonal Maleza
Panocha Dulce de azúcar
Pasguata Tonta
Pelicanas Eventos generalmente desagradables
Pindonga Casquivana, mujerzuela
Pinole Maíz tostado, molido con canela y azúcar
Qué jais Qué manera
Queresas Larvas de mosca
Raja Boñiga seca
Raspa Legrado
Salida del Señor Peregrinación
Soponcio Desmayo
Tacachotas Gordita de maíz tierno hechas en comal
Tantea a jecho Calcula
Taralailo Amanerado
Te sucedió Tuviste un aborto espontáneo
Tiernito Lento
Tistal Porción de masa para una tortilla
Traiban Traían
Trastero Mueble donde se ponían los trastes
Una peseta Moneda de 25 centavos
Vaiga Vaya
Verraco Cerdo entero (sin castrar)
Este texto pertenece al libro «El habla de los Altos de Jalisco» del Colectivo El Tintero.