Elba Gómez Orozco | Gómez_aguja_53@hotmail.com 24 de septiembre del 2021
Por las polvorientas calles de Mezcala, a lo lejos, una figura encorvada parece difuminarse al entrar al atrio de la parroquia de san Bartolomé Apóstol. Es Maldis, acaba de hacer su recorrido diario por la delegación. Regresa a su lugar seguro, un cuarto que está dentro de las instalaciones parroquiales. La calle no le es del todo amigable. Las limitaciones debidas a la edad y la pérdida de su capacidad auditiva han hecho mella en él. Pareciera cargar sobre sus hombros cada una de las bromas, que un día sí, y el otro también, algunos mezcalenses hacen sobre su persona. Escaso de haberes, corto de poderes; cada día libra una batalla para hacer valer sus entenderes. A sus casi setenta años camina arrastrando los pies. Sus manos, antes fuertes, hoy cuelgan pesadamente en sus costados en un vaivén de melancolía. La cara, morena y enjuta, con más arrugas que años, está enmarcada por unos ojos oscuros de mirada serena, plácida; como la placidez que dice sentir por su vida de asceta.
Maldis, cuyo nombre es Andrés Pérez Huerta, nació en el rancho Los Zapotes en el municipio de Cuquío Jalisco, el 10 de febrero de 1954. Tiene cuatro hermanos, Santiago, Severiano, Lidia y Pachita. Llegó siendo un niño a Mezcala de los Romero, y en 1975 comenzó a trabajar en la parroquia de san Bartolomé Apóstol. Sacristán, campanero, acólito, asistente, albañil, mozo, mensajero, decorador; y todo oficio que se necesite desempeñar, es lo que ha hecho Maldis en esa parroquia a través de casi cincuenta años. Su status laboral le tiene como retirado, en teoría. En la práctica, sigue activo, por decisión y devoción propia.
«Pos yo a Maldis lo conozco desde que tengo uso de razón, yo lo conocí aquí en Mezcala, estuvimos juntos en la escuela, en primer año, la escuelita estaba allá para el panteón, allá nos daban clases. Maldis era el más alto del salón y el más larguchón. Y en el recreo nos íbamos a jugar al panteón, toda la bola de chiquitines según a alcanzar a Maldis, y pos él nomás brincaba por las gavetas, ¿pos cuándo?, con semejantes zancas. Todos aquí lo conocen, es buena gente, y todos hacen bromas de él. Dicen que es el que tiene el trabajo con el puesto más alto, porque es el campanero, que está en la torre. También dicen que un día que andaba malo, todo crudo, dicen, y que tocó a dobles porque pensó que se iba a morir de tan malo que se sentía, que tocó dobles pa’ él mismo. Nombre, ya no se la acababa.»
María Concepción Portillo.
El imaginario popular que prevalece en nuestros pueblos, tendrá seguramente entre los habitantes de Mezcala, a un referente etnográfico en la figura de Andrés como símbolo y emblema, donde la tradición oral será la encargada de situar en el lugar indicado a quien por décadas, ha sido uno de los personajes representativos de la delegación. Como en una especie de simbiosis, no se podría concebir a Mezcala sin Maldis; tampoco a Maldis sin Mezcala.
«Cuando una vez Andrés dio dobles, la gente comenzó a llamar por teléfono y a venir ver quién se había muerto, le pregunté, y me dijo que nadie. Que había tocado las campanas para él, porque un día se iba a morir y nadie iba a preocuparse por llamar a dobles. Siempre anda con sus calmas, y la gente se acuerda de una vez cuando él era chico le dijo a su mamá que en paz descanse, que tenía hambre, y la mamá le contestó que ahí estaba la masa, pero no había leña. Y de ahí para acá aquí en Mezcala decimos ese dicho: “ahí está la masa, pero no hay leña”.
Cuando hay difunto, luego luego corre Andrés a subirse a tocar las campanas, si se muere un hombre, una llamada fuerte y dos quedito, taan, tin, tin. Y cuando se muere una mujer una fuerte y una quedito, taan, tin. Es cuando sabemos distinguir si es hombre o es mujer. Hasta en eso nos descriminan a las mujeres. Aquí nos impusimos a decir otro dicho, “Y cuáál es la prisa dijo Maldis”. Una vez que iba a dar una misa en Los Laureles el padre Almaráz, que en paz descanse, ese día se le hizo bien tarde. Y ya llegó a la carrera, a la corre y corre, y luego volteó con Andrés y le dijo que le urgía gasolina, y todas las cosas que iban a llevar para celebrar la misa. Y Andrés con sus calmas y su tonito, ahí va, bien despacito, y con su cara de inocente le dijo: “y cuáál es la prisa”. Andrés es muy estimado, y conocido. Ya casi cincuenta años aquí en el templo de sacristán y de campanero, y de todo pues.»
María Rentería.
Andrés se ha tomado tan en serio su papel dentro del organigrama parroquial, que ha llegado a contraponer los asuntos preestablecidos por sus superiores. Esto, también en un afán de saberse ejecutor de las causas divinas. Aunque esta actitud algunas veces le cauce roces con los otros habitantes de la Delegación. Su fervor, inquebrantable en algunos aspectos, suele tocar los linderos del fundamentalismo.
«Una anécdota de Maldis, es que una vez en que iban a ser las fiestas del veinticuatro, en un catorce de agosto que comenzaban las fiestas en Mezcala, resulta que el señor cura que estaba fue cambiado, y el nuevo señor cura no había llegado todavía. Entonces no había más que el vicario, el decano, que era el que se encargaba de la Parroquia, pero nada más de ir a dar algunas misas y confesar personas. Pero en sí de los asuntos administrativos o de organización de fiestas pos no, ni en cuenta. Yo era asistente en aquel entonces en la Delegación y me había tocado organizar las fiestas. Habíamos planeado un evento de inicio de la fiesta, un desfile inaugural.
Pero habíamos pensado darle a ese acto, un énfasis a la figura de san Bartolomé Apóstol, entonces propuse en el comité que se hiciera una peregrinación junto con la caravana de personas invitadas, y se acordó llevar en procesión la figura de san Bartolo misionero, no con la figura principal que está en el retablo de la Parroquia, es otro más chiquito. Hablé con el decano y estuvo de acuerdo. Se llegó el catorce y ya para comenzar la peregrinación, llevamos un carro alegórico adornado para poner al san Bartolo. Fuimos por él a la Parroquia. Éramos muchos, se juntó bastante gente. Como no había señor cura, el único que tenía llaves de la parroquia era Maldis. Y Andrés, en un acto de autoridad, dispuso negarle el permiso a la imagen para que fuera paseada por las calles de la Delegación. No tuvimos de otra más que hacer el desfile inaugural de las fiestas de san Bartolo, sin san Bartolo.»
Rodolfo Martín Rodríguez.
Nadie mejor para describir a Maldis que el mismo Maldis. Desde su propia perspectiva, de cómo se ve a sí mismo, de cuáles son y han sido sus prioridades. De cómo resolvió cada una de las vicisitudes en las que el entorno laboral lo ubicó. Las palabras dichas por el campanero, parcas, secas, no son ni remotamente comparables con su lenguaje corporal, que habla con fluidez de la esencia del hombre sensible. Su espiritualidad y religiosidad son partes del mismo nudo en el que se mantiene atado; sin dejar de ser el hombre que por su misma naturaleza deja entrever alguna modesta picardía.
«Mire, yo tenía una esposa, ella ya no vive, y tengo un muchacho, el muchacho es muy tremendo. Se llama Toribio Pérez Guzmán, él nació en Tepatitlán. Tengo 46 años de campanero. Aquí en la Parroquia. Sí, me gusta mi trabajo. En aquel tiempo yo era garbichero*, vedá. Entonces el padre que estuvo aquí me envitó a trabajar ahí, pero yo nunca pensé que era pa’ tocar las campanas. Y yo pensé que era como, un bote de basura que iba a tirar, o algo. Y ya le dije al padre: “pos le voy a calar a ver cuánto duro”, y así jué vedá. Y pos me gustó, me gustó el trabajo y hasta la fecha. Ey.
Cuando estoy en el campanario yo siento que estoy en el cielo porque estoy en lo alto, ey, en lo alto. Me gusta, sí me gusta. Me distraigo vedá. No subo tan seguido, porque a veces cuando, cuando hay que dar dobles de las personas, siempre pos, no es tan bueno. Es la muerte vedá. Lo que siento cuando son dobles, pos son de tristeza; y cuando son repiques son de alegría. Mire son seis campanas, vedá. Una está dedicada a la Virgen de Guadalupe, otra a san Bartolomé Apóstol, y pos las otras, Sagrado Corazón de Jesús, y las otras no sé qué, no me ha fijado muy bien, qué tienen, a la mejor no tienen nada.
De las experencias, pos sí, algunas. Como yo quemo los cuetes cada año vedá, entonces una vez estábamos en el novenario, y se me ocurrió subir una gruesa* de cuete. Y ya hubo de que el padre Almaráz me dijo que nomás quemara media gruesa. Bueno así jué. Me subí arriba, y al primer cuete que quemé, ¡púm!, me esplotan lo cuetes, toda la media gruesa. Que si hubiera sido toda la gruesa, no la estuviera contando vedá. Entonces al momento me tiré al suelo pa´ que no me jueran a pegar, todos los cuetes se regaron pa’ la calle, pa’ todos lados. Siempre me pegó uno por aquí, tengo la cicatriz, me quemó los brazos, me quemó el pelo, todo, quedé como una calavera, eh. Ya unas señoras se subieron y me bajaron. T’aba sordo, un zumbido como de abejas. Malaman*. Me trajieron al Centro*, me curaron, tuve como quince días en reposo. Y luego le dijieron al padre Lupe: “ándele que a Andrés lo mataron los cuetes”, y hasta eso, bien tranquilo. Que nomás dijo que me rezaran y me enterraran.
Otra vez unos chavalos que tamién eran campaneros. Trece, catorce años, se subieron y llevaban un refresco. Había en la torre una colmena y se les ocurre redamar el refresco allí, nombre, las abejas les pusieron una picotiza, a todos. En otra ocasión tamién uno de los campaneros comenzó a dale vuelta a la esquila, le dije que no se arrimara mucho porque le iba a pegar, no me hizo caso y le pegó en la pura frente, no lo aventó pa’bajo, pero si lo golpió, y jué la madera nomás, que si hubiera sido la campana, lo descalabra. Pos sí, yo allá arriba me siento bien a gusto ahí, muy feliz. La gente de Mezcala, pos siempre, pos siempre a mí me ha ayudado mucho. Siempre vienen y me precuran vedá. Como dice el dicho: “el que no conoce a Maldis no conoce Mezcala”, vedá, porque todo el mundo me conoce.
Los toques de campana, es como, por ejemplo, yo estoy llamando las campanas pa’ que la gente se arrime, se arrime a misa, ey. Son tres llamadas; primera, segunda, y la tercera que es la última. La primera es pa’ que se preparen, la segunda pa’ que se vengan, y la última pa’ empezar. Es una cada quince minutos. Otros campanazos, p
’al rosario es lo mismo. Cuando son repiques, pos mucho gozo vedá, son toques de alegorías. Y ya pa’ cuando muere una persona, hay que dar dobles, tres campanadas cuando son hombres, y dos si son mujeres, pa’ que se distinga pues. Mire yo ya estoy retirado, pero allí sigo trabajando, haciendo lo que puedo, porque es mucha dicha estar allí en la Parroquia, estoy nomás pa’ servile a Dios, porque pa’ trabajar, ya no. Ya el día que Dios me llame a cuentas, pos ya será otra cosa.»
Andrés aún no alcanza a entender la importancia de su presencia y de su trayectoria para su pueblo. En reciprocidad, quizá los 2,800 habitantes del lugar tampoco lo entiendan. El hombre sigue su rutina diaria. Entre botafumeiros y campanas, incienso y custodias; y sus caminatas diarias hasta la tienda más cercana, donde una Coca Cola y una pieza de pan simbolizan el nivel de su poder adquisitivo. La vida colocó a Maldis en el sitio preciso, en el lugar que representa el eje de la columna vertebral de la delegación, donde su nombre quedará en la memoria colectiva de los habitantes de Mezcala de los Romero, una de las seis delegaciones que conforman el municipio de Tepatitlán.
* garbichero empleado de aseo público
* gruesa 144 piezas
*malaman malamente
*Centro Centro de Salud (SSA)
Elba Gómez Orozco es escritora y editora, algunos de sus textos han sido publicados en medios estatales. Es autora de un poemario. Ha participado en colectivo en otras publicaciones como Mujer y Poeta en los Altos, El zagúan, El habla de los Altos de Jalisco entre otros . Es impulsora de las letras en Tepatitlán y la región de los Altos.
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Este es el texto ganador de la última edición del Concurso de Crónica y Perfil de Tepatitlán 2021