Por: María Rocío Rentería Palafox
(En memoria de don Francisco Martínez Pérez)
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Mal’haya el pendiente que tenía don Pancho cuando escuchaba silbar el tren de la estación San Juan, tenía la calma de un hombre entra’o en años, pero la chispa de un joven que parecía no cansarse cuando llevaba el pan a pata muy de mañana a los ranchos aledaños. Él vivía en Santa María Transpontina, ái pa’ La Chona, como le llaman a Encarnación de Díaz, que por cierto, no es pa’ presumirles, pero ya dendenantes ya no es pueblo, ora le dicen la ciudá de Encarnación por una virgencita que trujeron unas gentes; es la imagen mariana encontrada en la Hacienda de San Miguel un 18 de marzo de 1760 y a luego se fundó en el Sauz la Villa de Nuestra Señora de la Encarnación de los Macías.
Ya disde luego que como dicen los letrao’s, un 26 de febrero de 1879 se le concedió el título de ciudá a la Villa de la Encarnación de Díaz que porque el mesmísimo general don Porfirio Díaz salió triunfante en la Intervención francesa; que por cierto, hablando de franceses y gente de otro la’o, que es que criollos y españoles, yo pienso que se quedaron aquí pa’ siempre, porque lo que es en la Villa de la Encarnación y aquí mesmo, en Santa María, hay muncho güerito colora’o y muy barbao’s; pos que semos chichimecas, tecuexes y caxcanes, o sabe que diantres, yo ansina como les digo, soy de la mera estación San Juan o’nde llega el tren. El padrecito Filemón dicía que estos trenes vinían de lejos, desde Irapuato, que pasaba por Lagos pa’ luego jalar a Guadalajara y Zapotlán el Grande, hasta llegar al mar en Manzanillo.
Ah cómo me gustaba jallarme a don Pancho cuando iba pa’ San Juan, en veces iba pa’ allá por el Camino Real y en otras se iba en tren, sin prisas se sentaba en el suelo con la guaja cáida, a esperar que llegara toda la bulla de la nigua y no le hacían perder la calma y más si se trataba de subirse a “la burra”, como le dicían al tren, pa’ ver de lejos los jacales de las trojes, y ollir de cerca a los cóconos que trujeron otras gentes de no se o’nde. Pa’cullá, en Lagos, v’ía (1) si un mueble (1) lo llevaba a San Juan a con la virgencita pa’ sus meras fiestas. Esa virgencita es querida a la güena, cuando la trujeron pa’ San Juan unos le dicían Cihualpilli, que es la gran señora, pero no es más que la mesma imagen de la Virgen María de la Inmaculada Concepción.
Cuentan que fray Antonio de Segovia le encomendó a fray Miguel de Bolonia que cuidara de la Pastoral cuando la Chaparrita concedió su primer milagro en 1623. Ahhh… ¡no volvió a la vida a una niña de una familia de cirqueros, que se cayó en el acto y murió!, pa’ luego una mujer le ponió la imagen en el pecho, y de lo demás, las mesmas gentes jueron testigos.
La Sanjuanita, como le dicimos de cariño por orden del Papa Pío X que respondió a la petición un 29 de enero de 1904, fue coronada por manos del Arzobispo José de Jesús Ortiz y Rodríguez un 15 de agosto de ese año, dicen que la fiesta jue en grande, que hasta sacaron unos monos grandototes con los que bailaban, les llamaban mojigangas, y que es una herencia española. No es que yo sea estudia’o, sino que yo me doy por entera’o cuando le ayudo al cura del pueblo y pos, la merita verdá es que uno oye munchas cosas, sobre todo en el trajinar del tren. Como iba yo a olvidar ese día que don Pancho se subió a la burra, v’ía (2) unos vagones llenos de tepascuanas y tecuejas que corrían pa’ todos lao’s, y un crío que llevaba a bendicir una parejita de coquenas, ansina mero, de todo un poco viajaba en ese mueble (2) tan grande, desde animales, hasta gentes probes y otros muy curros, con mujeres re’ chulas con rebozo nuevo. Ese día jue diferente porque en ese mesmo andar conoció a una muchacha con la que pa’ luego él quería echar reja.
El padre Filemón era re güeno pa eso de sacar el agua, ái por obra de Dios o del meritito Diablo, porque ansina como les platico, merito o’nde clavaba la vara, ái mesmo estaba el agua, sino v’ía (3) que ver con don Pancho, el mero mero de la región pa esos argüendes de hacer pozos.
Don Atanacio era otro hombre que sabía de esos aconteceres, a él le gustaba agarrar una rama de güizache en forma de horqueta, se pegaba los brazos al cuerpo y empezaba a caminar, andaba de un la’o pa’ otro hasta encontrar líneas cruzadas, y ya cuando sus juerzas no eran tantas, la vara se clavaba al suelo como jalada sabe Dios con qué. Ya que don Atanacio v’ía (4) marca’o el agua, Panchito hacía lo suyo, era famoso por estos rumbos porque pocos como él se atrevían a jalar la tierra pa’ sus adentros al hacer un pozo artesanal, sus herramientas eran pocas: una barra, una cuña, un marro, un bote, una cuerda y una vara con lo ancho del diámetro que el patroncito le pedía el pozo. Había que verlo trabajar, apenas si amanecía ya estaba listo pa’ sacar la tierra, siempre lo acompañaba un peón. Él se amarraba la soga y la aseguraba arriba, bajaba sus avíos y empezaba su labor a escarba y escarba, llenaba el bote y el peón a saca y saca. El Pancho era aguza’o, iba dejando escalones pa’ los lao’s, uno frente a otro pa’ cuando él quisiera bajar o subir.
Figúrense que cuando llego la Revolución, no sólo paso por aquí, pasó y se quedó, con eso que la burra trayía a los de la bola, pos se abastecían de víveres pa’ enluego jalar ái p’al Norte, qué curros ni qué nada, pos si estaban todititos guandajos y perjumao’s a bestia. Un día la tropa hizo su parada pa’ la estación, ¿ no le dijo uno de los jefes a un crío que pa’ o’nde estaba Encarnación de Díaz? y cuando pasó anc’as de la María que trayía un trajinar de avíos que don Pancho ocupaba pa’ escarbar un pozo ái pa’ San Antonio. Naiden volvió a ver a la muchacha, la mesma tropa la que por palabras del chiquillo pasguato se la llevó y también al cuaco que estaba p’al monte. Los avíos ái nomas quedaron tirao’s.
Dicen que Santa María Transpontina ya era conocida de muncho antes, que por el Camino Real pasó el carruaje de Maximiliano de Habsburgo y doña Carlota, pero no sólo eso, también dicen que un grupo de indios beliciosos asaltaban los Caminos Reales, así que la gente tenía miedo caminarlos.
Aquel día que la tropa se llevó a la María jue cuando un hombre adinera’o quiso tantiar a don Pancho, como pa ver si cumplía lo que apalabraba, pero ái sí que yo puedo asegurarles, como que soy de Los Altos de Jalisco, que si alguien tenía palabra era el Panchito, que no le tembló la voz pa’ contestarle al patrón — Eh Pancho ¿hasta o’nde es lo más hondo que escarbas el pozo?
—Hasta o’nde no pueda respirar patroncito, o me dejo de llamar Francisco Martín — y no son cuentos, es la puritita verdá, ansina como que mis ojos lo vieron, se llegó el día en que acabo la encomienda; y a que no la creen que la profundidá jue de 99 metros, sus medidas eran güenas que hasta el medidor don Atanasio quedó más que sorprendido ¿En cuánto tiempo lo hizo? Mi memoria no lo recuerda.
Todos estos caminos él los conocía hasta con los ojos cerrao’s. Ái pa’ La Labor de los Montoya había muncho afrancesa’o, por demás está dicirles que los güeritos eran fiesteros, ya al terminar la jornada de la semana hacían unas comilonas pa’ todos, con lumbradas re’ güenas, alimentadas con leña y tazole; el tazole es el principal que hace arder la lumbre, lo amontonaban dispués de sacar el frijol de la plantita a palos, y sus ramas secas prendían lueguito. Esos comelitones con la fogata vinían acompañadas de las calabazas puerqueras, como les dicimos acá porque las comen los puercos, pero también la gente que las echaba a la lumbre y las asaba, quedaban tan sabrosas que ya pa’ comer se me hacía tarde.
Hasta suspiros me dan nomás de acordarme cómo se vive en la Revolución, manque no te juntaras con la bola o con los pelones, la pura tristeza se cuela al sentir la tripa vacía, a no ser de lo que los patrones tiraban, la demás gente, los probes, nos enlistamos pa’ ir a pepenar lo que quedaba en la parcela o también nos ponían a separar el frijol y el máiz de la basura, si no juera así, pos no se los estaría contando.
Yo conocí al Panchito en su juventú, era hermano de la Juanita, más de sus padres no se la historia, ta’ güeno que yo me entero de cosas aquí en la burra y con el señor Cura, pero de eso no supe nadita. Sé que se llama Francisco Martín, de esos Martín del Campo hijos de la yegua bruta, quesque porque trayían la sangre rebelde y que vinían de España, yo creo que por eso era blanco de ojo azul. Ansina como era de trabajador era güeno pa perder el dinero, figúrense que le gustaba jugar a la baraja, era mejor conocido entre sus amigos como “Pancho Tiras”, porque en el juego del pókar cada vez que tocaba su turno, dispués de munchos otros, le dicían — eh Pancho tiras — no siempre trayía la suerte con él, también lo conocían como “Pancho Polvorillas”, y no es pa’ menos, en su empeño por ganar en el juego, senta’o en cuclillas, pos, manque suene feo, pero es más que la verdá, que pa’ no ir hace su necesidá ái nomás al monte, no hacía más que levantar una pata pa’ des’hogar los aigres de las tripas, tan juerte que hasta el polvo levantaba.
No están ustedes pa’ saberlo y ni yo pa’ contarlo, pero a él se le daba eso del trueque y los volao’s, que como les digo, cuando se llevaba el chiquigüite lleno p’a vender el pan, pos la verdá es que lo echaba a la suerte, días él regresaba con todo el pan y con dinero, y otros volvía sin pan y sin dinero. Tal era su suerte que hasta ganaba una caja de tunas tras un par de volao’s. Cuentan que un día la Juanita se despertó a media noche muy asustada, porque ya en antes le v’ían platica’o que por esos andares rondaba la muerte, que un alma en pena dejó enterra’o su dinero ái p’al güizache que esta del la’o de la pieza, que días le hablaba entre sueños y la Juanita nomás se tapaba los sentidos; pero esa noche, le hablaba insistentemente.
—Juanita, Juanita, Juanita tengo frío — pero entre más insistía la voz, la muchacha más abría los ojotes y los sentidos, ¡pos cuál ánima ni que diantres!, era Pancho, que en una de esas jugadas de pókar, no sólo perdió los centavos, también se jugó la camisa, el pantalón, los huaraches y hasta los calzones; aunque los calzones si se los emprestaron pa’ que se juera a su casa, con la encomienda de lavarlos y llevarlos al siguiente día. La Juanita no cabía de la risa, pero güeno, ansina era el Pancho.
Un día que se subió a la burra vio a una muchacha re’ chula, que como es de costumbre por acá, que si la muchacha te gusta te la llevas. Un día la encontró ái pa’ la orilla de Santa María y por la juerza se la iba llevar, y ándale que hay p’al bordo que les dan alcance, sin dicir nada, la mamá de la cría le pega duro con un bate en la mera guaja, más no supo de él hasta que yo mero lo truje a su casa.
Le gustaban los trabajos del campo, cuando el sol estaba alto, ollía de lejos el cencerro y juntaba las vacas ái pa’ las trojes. Un día don Pilar, un mediero de Santa María ocupaba peones y al ver a Pancho desocupa’o le convidó pa’ la jornada. Juanita le alistó su quimil con tacos de frijoles y entrada la madrugada jue a o’nde don Pilar Villalobos, un hombre que por señas y nombre parecía que juera español, barba’o, ojo azul y alegre, que dizque el apellido Villalobos es por una mentada Villa de los Lobos que está en España.
Caminaron antes que llegara la mañana hasta la parcela, junto al tanque; ya con los tanates en mano empezaron la jornada, maíz y frijol, hasta que Dios anochezca. Un día conoció a la hija de don Pilar y doña Ramona de nombre Mercedes y quedó perdidamente prenda’o de ella, apalabraron un tiempo, a lo que la mamá no estaba de conformidá, ya de sabido el gusto de Panchito por el juego y el trueque, no podían jallar la manera de que no hicieran casorio. Pero Mercedes y Pancho dispués de un tiempo se matrimoniaron. Pa’ o’nde le dicían de hacer un pozo, le emprestaban un lugar o’nde dormir con su familia, pero eso de los dineros no alcanzaban por lo que doña Meche lavaba, planchaba y remendaba pa’ otras gentes.
Yo sólo sé que se v’ían bien, que ya de aquí de Santa María Transpontina un día se subieron a la burra pa’ quedarse en San Juan, que allá hicieron vida, y pos, la mera verdá, yo creo que sí, porque la Sanjuanita de todos se apiada.
Un pendiente seguía a Panchito. Me recuerdo que un día un cura tomatón, de otro la’o jue por don Pancho, que pa’ apalabrar un pozo en unos terrenitos que una dijunta se los dio, que p’a que perdonara sus pecao’s y la mandara derechito al cielo, porque pa’ irse al cielo hay que ser güeno con los curas, manque con la gente jueran el mesmo Diablo. Estando don Atanasio, Pancho y el cura, se hizo la medición, y pos, a lo que te truje Pancho, empezó a sacar la tierra, al principio un olor a azogue lo dejó marea’o, pos jalló un tepalcate con fierros y carbón, a otros les tocaron los centavos, a no ser que porque les brillaron los ojos las monedas se hicieron nada.
Al tiempo apalabra’o con el cura pa’ terminar el pozo, pos le hizo el entriego, ansina en lo ancho y profundo acorda’o, pero qué va, el cura no le pago, le dijo que Dios se lo agradecería y que sin agraviar, ya se v’ía gana’o el cielo, Francisco no conforme con las resultas del padrecito, lo buscó munchas veces, pos tenía sus críos que mantener, hasta que un día, el mesmo curita apacigua’o que le pidió hacer el pozo, ora era el mesmo demonio, lo maldijo y lo mando al infierno. Por eso él dicia que a los curas oyirles su sermón y dejarlos, que a lo de la iglesia a la iglesia y si era pa’ verla de lejos mejor.
Mercedes y toda su nigua siguieron viniendo a Santa María a visitar a doña Ramona y don Pilar, sé por las gentes que van a San Juan que también Panchito se da sus escapadas, si pasa un perro cerca le dice – cuele, cuele, cúchila – y sigue en su destino: la jugada, las apuestas y librar de aigres sus tripas.
Glosario
A pata Caminando
Aconteceres Habilidades
Aguza’o Listo, inteligente
Anc’as En casa
Andares Lugares
Argüendes Menesteres
Avíos Arreos de trabajo
Azogue Mercurio
Beliciosos Belicosos, peleoneros
Bulla de la nigüa Alboroto de los niños
Cóconos Guajolotes, pavos
Convidó Invitó
Coquena Especie de gallina más pequeña
Cuaco Caballo
Curros Elegantes
Dendenantes Desde antes
Echar reja Establecer una relación de noviazgo
Guaja Cabeza
Guandajos Desaliñados
Horqueta Rama en forma de Y
Jalar Irse
Jallarme Encontrarme
La burra El tren
Letrao’s Los que estudiaron
Mueble (1) Medio de transporte (automóvil, camión, tren)
Mueble (2) Tren
No le dijo Le dijo
No volvió Volvió
Ocupaba Necesitaba
Pa’cullá Para allá
Pa’enluego Para luego
Pasguato Tonto
Pelones Soldados federales
Pepenar Recolectar
Ponió Puso
Prenda’o Enamorado
Quimil Un buen tanto
Resultas Respuesta
Sentidos Oídos, orejas
Tanates Recipientes para semilla
Tazole Vaina vacía de la semilla de frijol
Tecuejas Especie de cucaracha pequeña
Tepascuanas Especie de cucaracha mediana
Tomatón De ojos saltones
V’ía (1) (2) Veía
V’ía (3) Tenía
V’ía (4) Había
V’ían Habían
Este texto pertenece al libro «El habla de los Altos de Jalisco» del Colectivo El Tintero.