Víctor Rivera| @Victor_Rivera_S | 09 de junio de 2017
Parece irónico decirlo así, pero, una de las mejores interpretaciones de la tradicional canción “Mujeres divinas”, la escuché un lunes por la mañana en un camión de la ruta 629. El hombre que la tocaba con una guitarra española y la cantaba, con la garganta bien modulada por la experiencia, parecía sobre pasar los cincuenta años. Un hombre menudo de estatura baja, canoso, pulcro, organizado. La experiencia no sólo se le notaba en la modulación, sino en la ejecución; no rasca las cuerdas, las acaricia; no grita para ser oído, canta. Se llama Javier Echauri y dice tener 42 años en el oficio de la música.
“Entre estudio y trabajo, han pasado más de cuatro décadas en un oficio tan hermoso como lo es la música. Durante todo este tiempo he sido parte de grupos de mariachi y de tríos. Desde que la Banda se convirtió en moda, muchos músicos, con estudio y oficio, nos hemos visto destinados a seguir en nuestra vocación, ofreciendo momentos de placer, en rutas de camión: los chavos ya no quieren oír mariachi; se está extinguiendo la música de tríos, todo por bandas que tocan círculos de ‘tun-da-tas’ y lanzan gritos de despecho y poder”.
A oído abierto se nota su capacidad de domar el instrumento. Al igual que cualquier otro cantautor urbano, esquiva las olas dejadas por los usuarios del transporte público, sin dejar de tocar una canción que en él no es canción, sino melodía. En ocasiones la guitarra se atreve a mezclar fondos y transformar las formas. El hecho de atreverse a acariciarla y no rasgar las cuerdas, en momentos provocan un sonido de fondo, que parece de influencias flamencas. Pero no es nada más ni nada menos que su estilo.
En el canto sucede algo muy parecido: parece que la garganta lo engaña y el escucha logra descifrar algún posible gusto perdido en el tango o la milonga, pero en realidad es Javier, quien juega con los sonidos y la experiencia, y canta, como si él mismo fuera la sirena que revolotea los islotes a los que se acercan los marinos queriéndolas escuchar, pero a su vez, él mismo es el Ulises, ávido de sentir y percibir el canto.
Cuando Javier Echauri terminó la interpretación ofreció un pequeño discurso donde se refirió a la “moda de la banda”. Pasó asiento por asiento y recibió unas cuantas monedas por parte de los usuarios. A algunas personas les regaló una tarjeta con los datos del trío Los monarcas y se despidió argumentando: “Esta moda de las bandas nos está dejando sin trabajo, a los verdaderos músicos…”.
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Según datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) en 2015 el 41% de los profesionistas, que son menores de 30 años estaban desempleados, o trabajaban en la informalidad. Dos de cada cinco universitarios están en el desempleo. Este año, hasta marzo, el INEGI reporta que el 56.9% de la población en México se mantiene con un empleo informal.
Los números de esta misma encuesta en el primer trimestre de 2017 confirmaron que solamente 2.7 millones de personas en el país ganan arriba de 12 mil pesos mensuales.
Mientras que 14.3 millones de mexicanos (casi 4 veces el tamaño poblacional del Área Metropolitana de Guadalajara, que incluye a los municipios de Guadalajara, Tonalá, Zapopan, Tlajomulco y Tlaquepaque) no perciben ni 5 mil pesos al mes.
En los primeros cuatro años del gobierno de Enrique Peña Nieto, se han creado cerca de 2 millones 400 mil empleos. Sin embargo, el sueldo que ofrecen no superaron los tres salarios mínimos (un salario mínimo está cotizado en $80 pesos). Si una persona consulta un aviso de ocasión, en busca de empleo, los mejores remunerados, apenas si alcanzan los 7 u 8 mil pesos mensuales, con horarios de 8 horas, que abarcan entre diez y doce (por el horario de comida) y que imposibilitan una segunda actividad. Por esos factores, muchos mexicanos deciden ser partícipes de la informalidad o de apostar por otros modelos que generen ingresos adicionales…
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“Al torito nos debemos todos los que al transporte nos dedicamos – dice Rafael, con un ritmo propio de quien entiende las métricas del sonido – En realidad, si no fuera porque la gente sale a pasear de noche y decide, por responsabilidad o por obligación, dejar su coche en casa, para que la Secretaría de Movilidad no los castigue, por conducir luego del consumo de alcohol ¿de dónde sacaríamos para comer todos los choferes de taxi o Uber, como yo?”.
Tiene alrededor de nueve meses conduciendo un Nissan March y a la espera de que una notificación en el celular – que pende del tablero de su coche – le indique que un “usuario” solicita el servicio de transporte, lo que le dejará un importe por aceptarlo. Rafael es un hombre alto, de cabeza despoblada y mirada noble. Los casi doce años que tiene en la docencia le han dejado un don del habla propia de un tipo conversador, es amigable. Sus palabras permiten entrever que es una persona de religión y de familia.
“Cuando empecé en esto de Uber, creí que había descubierto una especie de olla de oro. Salían viajes y viajes y la regalía que me quedaba me hizo pensar que aquí encontraría el empleo que, gradualmente he ido perdiendo, como profesor en un colegio. Aunque después de navidad, la verdad es otra; los días de trabajo son los fines de semana…”, me platica.
Como si fuera una maldición de quienes se interesan en el arte de la música, Rafael ha estado condenado por la Reforma Educativa a dejar de dar clases, por no contar con las competencias necesarias que debe confirmar un título de licenciatura. En su juventud ingresó a estudiar el Técnico en Música que oferta el Centro Universitario de Arte Arquitectura y Diseño (CUADD) de la Universidad de Guadalajara (UdeG). Una vez graduado, comenzó a impartir clases para niños y jóvenes en colegios privados. De contar con alrededor de 40 horas clase a la semana, su carga horaria disminuyó poco a poco, desde diciembre de 2012. Ahora sólo tiene asignadas cuatro horas a la semana.
“A mí Peña Nieto me pasó a fregar” afirma. Argumenta estar a favor de la profesionalización, sin embargo, su edad y las responsabilidades le impiden ingresar a estudiar en la universidad la licenciatura, que ahora es exigencia para la impartición de clases.
Desde que se efectuó el Pacto por México, a la llegada a la Presidencia de Enrique Peña Nieto, se realizaron diferentes reformas que modificaron las formas, en algunos casos
anticuadas, de cómo se ejercían elementos como la recaudación de impuestos, la política e incluso la educación.
Esta última ha sido una de las que mayor controversia ha propiciado. Entre sus atribuciones actuales resalta la evaluación docente para los profesores de niveles básicos de educación, así como la profesionalización de aquellos que ejercen en niveles medio superior y superior. La Secretaría de Educación Pública (SEP) exige, para profesores, además de demostrar el estudio de una licenciatura, deben contar con el Diplomado en competencias docentes y para niveles superiores, acreditar el estudio de una maestría.
Cuando Rafael comenzó a impartir clases, la licenciatura en música aún no existía en la UdeG, se crearía mucho más tarde, con ciertas especificaciones: quien estuviera interesado en estudiarla, debe cursar la carrera técnica, que en realidad, su validez es de un Bachillerato técnico. Quien ya estudió la preparatoria y desea cursar la Licenciatura en Música, no existe la revalidación, el estudio del Bachillerato técnico es obligatorio.
Una vez que fue aprobada la Reforma educativa, las escuelas comenzaron a adecuarse a las demandas de la SEP y se delimitaron plazos para que el personal docente obtuviera los niveles educativos que se exigían. Los profesores que no se “actualizaron”, han ido quedando de lado.
“Seamos sinceros, también la música es cuestión de moda – comenta Rafael – cuando yo era joven, había un interés de parte de los jóvenes, de no sólo ser escucha, sino de ejecutarla. Ahora no, ahora los muchachos se entretienen con cualquier sonido — ríe – a todo le llaman música”.
El Colegio donde trabaja desde hace poco más de una década, le paga alrededor de los 120 pesos netos, por clase. Por semana, con las cuatro horas clase que tiene, Rafael se lleva 480 pesos; que, al mes, suman mil 920 pesos. Además, explica que la persona que está de directora actual, ha manifestado su interés por cambiar de giro y en lugar de música, dar clases de danza, de teatro o de dibujo y pintura. La idea que tiene es que los niños ya no quieren la música: “hay que adecuarse a las nuevas demandas”, ha dicho.
Me encuentro con Rafael en un viaje nocturno. Cuando abro la puerta de su coche, se torna alegre. Ofrece un dulce que cambió por las famosas botellas de agua. Conforme avanzamos en la noche, me explica todos los parámetros de su trabajo y dice estar preocupado por ser un chofer con calificación perfecta: “si estoy haciendo esto, quiero realizarlo de la mejor manera”. Cuando me cuenta su condición actual, solamente dice estar agradecido con Dios, por haber encontrado una labor que le diera algunos pesos, para mantener a su familia y pagar sus deudas.
Conduce con cuidado. Hace énfasis en las oportunidades y fortalezas de su coche, que dice ser pequeño, “pero espacioso”. De repente, en un alto, vuelve a platicar sobre su trabajo docente. Respira hondo y afirma sentirse nostálgico: “en realidad me gusta mucho impartir clases. Muchos de mis maestros solamente tenían el técnico en música y cuando la reforma los obligó a tener un grado mayor, solamente les firmaron un papel. Deberían de hacernos un examen de conocimientos y de prácticas docentes y didácticas, a quienes nos formamos con las jurisdicciones anteriores. Pero muchos, no tenemos ni palancas, ni tanta suerte”.
Hay momentos en los que la nostalgia invade el ambiente del viaje. De pronto le cuestiono sobre los servicios. Me responde que los fines de semana hay muchos chavos
alcoholizados. Nuevamente le agradece a Dios y al torito, que se mantiene revisando a los automovilistas, para evitar que quien tome, no maneje. Al llegar al destino, me dice: “vieras qué lindo es impartir clases a los niños. Literal: son como esponjas, todo lo absorben muy rápido”.