jueves , 21 noviembre 2024

La importancia de llevar la “Diez”

Uno de mis primeros recuerdos en el futbol (del auténtico fútbol, ese que se juega en las canchas de tierra) fue cuando asistí a un partido para ver a mi hermano en la extinta Unidad Deportiva “Ángel Romero” en Zapopan.

Debí haber tenido 6 o 7 años cuando, al estar sentado en plena charla técnica con los jugadores de los Dragones Atenas, dos adultos mayores se acercaron y uno de ellos hizo una pregunta que hasta la fecha recuerdo con agrado.

¿Quién es el táctico?…-

¿Cuál de todos es?– Volvió a cuestionar.

En mi ingenuo y limitadísimo diccionario futbolero no había algo parecido a ese término. Esa fue la primera vez que escuché un calificativo para un jugador en específico. Pasaron algunos segundos y uno de los mismos elementos del conjunto albiazul contestó a las preguntas de aquel veterano aficionado.

“El que se está poniendo las vendas en los tobillos”.

Hasta ese momento tuve conocimiento sobre el llamado sistemáticamente mediocampista ofensivo. El jugador en efecto, traía puesto el número 10 en la espalda y por consiguiente era el más técnico de Dragones. Por más que yo esperaba que mi hermano se convirtiera en figura y anotara un par de goles, había uno que poseía características distintas para poder realizar lo que hasta ese momento era desconocido para mí.

Era el 10, el que podía cambiar el rumbo de un partido con una jugada. El encargado de patear los tiros libres y los penales. El que tenía la capacidad de centrar mejor que cualquiera. El de la inteligencia para pensar anticipadamente en la jugada y con la precisión de un billarista. Efectivamente, el táctico.

Años después y ya con la profesión, me di cuenta que todo esto se resume a aquello que preguntó el sexagenario aficionado, con la posición que desempeña un futbolista en el campo. Pero todo tiene un porqué. Y es que veces pasa desapercibido pero, cuando algo extraordinario ocurre, hacemos un análisis profundo para encontrar el origen de las cosas.

El pasado 25 de noviembre fue un día distinto en el mundo. Mi primera impresión al saber de la muerte de Maradona fue la misma que comentó horas después Diego Pablo Simeone, cuando le pidieron sus emociones sobre la desaparición del “Pelusa” en su natal Buenos Aires: Diego no puede morir.

Esa negación y posterior resignación caló en mí como pocas veces en los últimos años, y a esto hay que sumar que nos encontramos en plena pandemia y resulta aún más inaudito comprender el impacto de su fallecimiento.

Pero hay algo detrás de todo esto. Más allá de una simple camiseta de futbol con dos cifras en los dorsales, llevar la diez podría significar el reto más importante para un futbolista; sea profesional o amateur. Es representar los ideales y hasta la personalidad de un equipo de futbol y por consiguiente, ser el jugador que puede convertirse en héroe en cualquier momento.

Anteriormente, Edson Arantes do Nascimento “O´ Rey Pelé” llevó a su punto más álgido el número con la excelencia que le caracterizó. El mítico jugador brasileño, ahora de 80 años y considerado el más grande de todos los tiempos fue el encargado de eclipsar al mundo y poner a Brasil en el centro del mapa futbolero. Pero Argentina no se podía quedar atrás.

Hubo un zurdo de nombre Diego Armando que rompió con el molde y comenzó a gambetear por las bandas para demostrar que era posible otra innovación en el futbol. “El Pelusa”, “El 10”, “El Pibe de Oro”, “El barrilete Cósmico” como era llamado, volvió aún más atractivo el juego del hombre y ratificó por antonomasia esa cifra mágica para los dotados técnicamente.

Ahora que si lo pensamos de manera más detenida todo cobra sentido. El diez es mucho más que un valor decimal; incluso en cosas que ignoramos.

En el ámbito académico significa la excelencia y el tope promedio. En los Juegos Olímpicos, algunas disciplinas califican de acuerdo al grado de dificultad y es ahí, donde entra de nueva cuenta nuestra cifra mágica para valorar el mérito deportivo. Bajo esta premisa podemos nombrar también a la ex gimnasta rumana Nadia Comaneci como “La 10”. En otras palabras, la perfección en el deporte.

Pero esto no es todo. En el ocultismo estos dígitos simbolizan la precisión y la perfección, aunado a la buena suerte por su representación de la rueda de la fortuna. De tal manera que, el futbol no puede estar tan lejos de las demás disciplinas y manifestaciones. Está ahí, en medio, como si fuera un fino mediocampista que observa cómo transita el balón con trazos largos.

Sin embargo y muy a mis pesares, sería muy soberbio admitir que el “10” en el campo de juego lo es todo. Y que todo lo que le rodea en la cancha depende únicamente de él, cuando hay otros “10” (vuelvo a repetir este alguarismo) que buscan el mismo objetivo con diferente método. Pero también es cierto que sin éste, la leyenda jamás habría tenido lugar.

Empero, llevar esa camiseta igualmente ha sido maldición para algunos futbolistas. En algunos casos, se requiere más que actitud para llenar semejante cúmulo de magia.

Pero volvamos a lo sustancial de los inmortales del olimpo del balompié. Los que han sido elegidos para esta posición. Esos predestinados que han dejado destellos en partidos de Liga, Copa o Mundiales, con la obligación de repetir las jugadas cuadro por cuadro y la incansable veneración de los aficionados.

Soy de la creencia de que en la mayoría de los casos la identificación hacia estos es casi instantánea. Cuando vemos el número 10 en el dorsal de un jugador pensamos inmediatamente en Pelé, Maradona, Ronaldinho y en los últimos años en Messi. Valor aparte de quienes mantienen entre sus recuerdos a Platini, Zico, Francescoli o Baggio. Todos con ese toque privilegiado para jugar a la pelota y un vínculo en común.

Hoy todo cobra sentido cuando recuerdo a aquellos aficionados que buscaban al “táctico” para de ahí, saber de dónde vendría el talento de un modesto equipo del norte de Zapopan. Y es que el fervor por la búsqueda de la magia en un campo de juego traspasa fronteras, edades e incluso etnias.

De haber nacido en Sudamérica y en las décadas medianas del siglo XX, seguramente Oscar Wilde se hubiera decantado por Maradona y Pelé y quizá su libro no habría tenido como protagonista a Ernesto. Posiblemente llevaría por nombre “La importancia de llevar la Diez”.

 

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