Víctor Rivera | @Victor_Rivera_S
22 de noviembre de 2016.- En el nado de mis reflexiones, mientras buscaba en mi razón un justificante que le diera validez literaria a mi amor por el futbol, con la simple misión de hablar con algo de coherencia en una mesa a la que fui invitado el sábado pasado, en el marco de la Feria del Libro Usado y Antiguo de Guadalajara; caí en estas ideas:
El primer Aquiles del que tuve razón de su existencia, liberaba batallas, muy lejos de Troya. En realidad, era un guerrero con aires distintos al helénico, pero apelando a la igualdad de circunstancias, controlaba un medio campo, con la destreza de quien obtiene la inmortalidad. Las barbas que cubrían su rostro, evocaban más a un filósofo que a un beligerante, pero su dominio del balón con las botas, disolvían cualquier metáfora para anclarlo en el futbolista que era.
Nunca lo vi jugar, pero siempre escuché de las epopeyas libradas en cada cancha del país, defendiendo una camiseta rojiblanca. Eduardo Cisneros era el único en aquella época que no jugaba con zapatos, sino con botas, derivado de su apodo “el vaquero”.
El destino se le manifestó en una tarde de domingo, con el designio del oráculo para tirar una pena máxima y encaminar al Guadalajara a un campeonato de liga. El escenario era el óptimo para cualquier estrella que busca posicionarse como un sol del universo. En la cancha estaban 11 futbolistas a quienes las muchedumbres aclamaban como Chivas, mientras que enfrente, estaban los cremas, recientemente alzados al vuelo, como águilas del América.
Aunque Juan Villoro lo escribió muchos años después, aquella tarde, Cisneros supo el significado de la frase con la cual comienza el legendario libro Dios es redondo; “El juego sucede dos veces, en la cancha y en la mente del público”. Pues luego de chutar el balón como quien acaricia una novia nunca alcanzada, con ese cobro, tan suave, párvulo e inocente, le regalaría a todos los aficionados de Chivas – incluso a quienes aún no habían nacido, como yo— una escena que retrata la contemporaneidad de la flecha de Paris, atinando al blanco, del talón de Aquiles. A la postre, esa final la ganaría el América, y la escena del Aquiles derrotado sucedería una y otra vez en la mente del público.
Era 1984 y cuando un equipo se quedó en la cancha celebrando y el otro se ocultó en las lágrimas de los vestidores, el ahora comentarista Roberto Gómez Junco, jugador en aquel tiempo de las Chivas, lanzó una consigna que adjetivaba al campeonato del América como un hecho distópico, lleno de poderío (económico) y totalitarismo, con aires de la corrupción que bien podrían reseñar la obra de George Orwell titulada, precisamente, 1984, pero que en realidad dan fe de lo que esconde cada logro azulcrema: “Este partido no se perdió en la cancha, sino en los vestidores”. Sobre los campeonatos del América mucho de esto se dice, pero no me detendré en ello.
Yo nací en 1987, año en el que Chivas salió campeón, y a pesar de eso, el penal fallado de Cisneros me persigue cada vez que el Guadalajara se enfrenta al América. La verdad es que el penal persigue al rebaño como un castigo nacional, heredado – quizá – por jugar con puros mexicanos y que encontramos una manifestación de ello en el mundial de 1994. Sinceramente esas son cosas que no termino por comprender
Así como muchos recuerdan a Jorge Campos volando sin acachar ningún balón, yo recuerdo a Alberto Coyote defraudando al Estadio Jalisco en la final del invierno 98, frente al Necaxa. Recuerdo también a Rafael Medina metiéndole todo el pie al balón que salió en propulsión y superó la valla del travesaño, para hacer campeón a Pumas en el Clausura 2004 y todavía en recientes fechas, recuerdo al Gullit Peña regalándole el pase al América en la liguilla del torneo anterior y a Alan Pulido, que falló el cobro que mantendría una vela encendida en la disputa de la Copa MX, contra el Querétaro.
Si el chiste de estar aquí radica en tratar de explicar el amor por el futbol, con todo lo anterior, lo único que hago es concretar y resumir mi idolatría por el Guadalajara. Una de las cosas que también ha explicado Villoro es precisamente eso: que el amor al deporte de los pies y la pelota existe de forma inconsciente y es así, porque su ejercicio, práctica y degustación se desarrolla como la vida misma, pues es tan imperfecto, como ésta; es tan injusto como el destino y tan sorprendente como la aventura de redescubrir cada día. Yo creo que cada aficionado de cada país del mundo, podrá decir lo mismo que yo, en sus propias palabras: amo el futbol por Chivas; por Atlas; por Boca; por el Barza; por el Atleti; por Liverpool…
Hace diez años, cuando disfrutaba de los toquines en el Agua Azul y bailaba slam con ritmos de Ska, una amiga me preguntó que qué disfrutaba más, si un toquín de Disidente, de Panteón Rococó, de Cuca, de los Cadillacs… o un gol de Chivas. Mi respuesta fue tan directa que la mantengo hoy día, a pesar de que todos sepamos, que los rumores sobre corrupción deportiva tienen un alto grado de veracidad. Disfruto más un gol de Chivas, porque llega de sorpresa, nunca se sabe en qué minuto sucederá y siempre cae como una explosión.
Ahora, con todo este peregrinaje de historias de penaltis fallidos, la respuesta aquella tiene una base más sólida, que nunca. Pues cuando un Cisneros marque aquel penal; o cuando un Coyote alce en júbilo al Jalisco, o ahora en el Estadio Chivas; cuando un Rafa Medina siembre su disparo en las hondas tierras de la portería: quiero estar allí, para disfrutarlo y cantarlo. Después de todo, y citando humildemente a Luis Omar Tapia, es el deporte, más hermoso del mundo.
Volviendo a lo dicho por Villoro, sobre la vida y el futbol, y expuesto en otras formas descriptivas, por escritores como Galeano, Sacheri, Caparrós, entre otros, el futbol es literatura viva. Es el reflejo de la sociedad y es cultura, por ser hechura humana, como de la que hablaba Hugo Gutiérrez Vega. Es un termómetro social y quizá, en distintas ocasiones, es también -como lo dijo Borges- el elemento de dominación y manipulación social. Actualmente se habla de que es la esclavitud del siglo XXI, pero entre que sí es y no es, lo importante es seguir expectantes para ver lo que sucede en el terreno de juego y afuera de él. Total, luego que cese la euforia del gol, podremos revisar todos los ecos de interés (económico, político, social) que toman como pretexto al balompié y que circundan alrededor del balón.