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Osvaldo Padilla Jiménez | @KioscoInfo | 17 de enero de 2019
Cuenta la leyenda que hace varios años, allá por el tiempo de la Cristiada, en el pueblo de Cañadas de Obregón, una familia rica que vivía en una gran hacienda, deciden guardar todo su dinero, joyas, oro, ropa cara, etc.
Dentro de una cueva ubicada en terrenos propios, cubierta por una pequeña cascada, por lo que era muy difícil que alguien, sin conocer la propiedad pudiera encontrarla, de hecho, sobre esa cueva sólo sabía el propietario de la hacienda.
Durante la revolución cristera se rumoraba que los rebeldes iban a pasar cerca de su propiedad, fue entonces que el hacendado decide llevar a toda su familia a vivir en esa cueva, de la que se dice era muy grande y espaciosa así que toda la familia cupo muy bien.
Cuando tenían una semana dentro de la cueva, se da el caso que iba a nacer el bebé de una de las hijas del hacendado pero, como no podían salir de la cueva por miedo a los rebeldes armados, a media noche mandan a uno de los integrantes de la familia al pueblo, por una partera que ayude a la hija del hacendado a tener su hijo.
La partera fue vendada de los ojos, porque no querían que se diera cuenta del camino por donde la llevaban, y menos que supiera donde estaba esa cueva, luego de ayudar al nacimiento, la regresaron al pueblo igual como llegó, con los ojos vendados.
Después de dicho suceso la familia ya estaba pensando en regresarse a su casa, porque los rebeldes se alejaron del pueblo y era seguro volver al hogar, pero en ese momento ocurrió un temblor, la entrada de la cueva se derrumbó y toda la familia quedó encerrada, y como nadie sabía que estaban en esa cueva, no los rescataron y todos murieron.
La gente del pueblo y personas que los conocían, jamás supieron qué pasó con dicha familia, ni por qué de repente desaparecieron.
Fue hasta muchos años después que un explorador andaba rondando cerca de esa cascada, donde por accidente se cayeron unas piedras y encontró un pequeño agujero en el que apenas arrastrándose cabía y se veía algo que brillaba del otro lado del agujero. Al entrar se topó con costales llenos de oro y joyas, así como varios esqueletos con pantalones de charros, balas y un par de pistolas fajadas en el cinturón y otros esqueletos con vestido, uno de ellos abrazando a un esqueleto de lo que parecían restos de un niño recién nacido.
El explorador lo primero que intentó fue llevarse el oro, pero era demasiado; se quiso llevar una parte y después regresar, pero cuando intentaba salir de la cueva, no podía, algo como si fuera una pared invisible le impedía pasar; de la nada escuchó una voz fúnebre decir “¡¡todo o nada!!”, cuando volteó a ver el esqueleto del charro, éste tenía una mano sobre la pistola, misma que no tenía cuando entró.
Como no podía salir con el oro, al explorador no le quedó de otra más que irse sin nada; se dice que años después regresó, pero la cueva ya estaba completamente tapada de piedras, y se afirma que toda persona que encuentre este tesoro, tendrá el mismo dilema, “¡¡todo o nada!!”. Tal parece que esta sentencia se ha hecho recurrente en diversas leyendas con versiones en torno a sucesos más o menos parecidos que ocurrieron por esa misma época, en distintos municipios alteños como Jalostotitlán, San Miguel el Alto, Tepatitlán de Morelos y Arandas, Jalisco.
