Lizbeth Jackelyn Castañeda Miranda | @KioscoInfo | 10 de marzo de 2018
Cuenta la leyenda que hace muchos años, en una ranchería ubicada cerca de la delegación de Belem de María, perteneciente al municipio de San Miguel el Alto, Jalisco, vivía un hombre con apellido Chávez, cuyo seudónimo hasta la fecha se desconoce. Este hombre nació y vivió toda su vida en aquel bonito y tranquilo rancho, pero también lejano y recóndito, ya que se ubica a cuatro kilómetros de la carretera.
Cuentan que Chávez, era un hombre alto, robusto y moreno. Una persona de rancho que acostumbraba vestir como todo un campesino, se le podía ver caminando por el ‘camino real’ con sus distinguidas botas y notable sombrero.
Durante sus primeros años, Chávez se dedicó a las actividades del campo que no le dieron más que apenas para comer, situación en la que había vivido su familia muchos años más atrás y hasta ese entonces. Al cansarse de vivir hundido en la pobreza y de ver todos los días aquella desigualdad social en que se encontraba aquel sitio, igual que en muchos otros lugares, muchas otras rancherías e incluyendo hasta municipios, donde los ricos eran cada vez más ricos y los pobres, como él, cada vez más pobres, decidió comenzar a dedicar sus días y el resto de su vida a robar.
De esta manera Chávez empezó a ser un bandido que se hizo de riqueza con los bienes ajenos, pero no de cualquier persona, sino de aquellas personas ricas y afamadas. Les robaba todo tipo de cosas de valor, como joyas y dinero, entraba a las casas de esas familias mientras ellos no estaban y en otras ocasiones esperaba que estos pasaran por el camino real para retenerlos y quitarles todo lo que ellos llevaban. Pero había algo que era lo que más le importaba tener y arrebatar a sus dueños, los centenarios de oro.
Fueron muchas las ollas de centenarios que logró robar y resguardar en su escondite. Todo lo que él robaba lo guardaba en una cueva que se encontraba entre los cerros, un rincón donde nada, ni nadie podía llegar, ya que sólo él sabía qué camino tomar para llegar allí.
Pero de lo que robaba, no sólo se lo quedaba él, parte lo regalaba a aquellos familiares o conocidos que habían tenido la mala suerte de vivir en la pobreza como él.
No soportaba ver a las personas ricas ser felices por el simple hecho de tener dinero, de tener riqueza y hacerse de todo aquello que se les antojaba. Sabía que ellos nunca sufrían por no tener que comer, por pasar por la circunstancia de no poder darles a sus hijos siquiera lo necesario; situación en la que vivía la mayoría de la gente. Así que no veía mal robarles un poco a esas personas llenas de riqueza.
Él sentía que así les pasaba a los pobres una poco de la felicidad que tenían aquellos adinerados, dándoles una parte de lo que les quitaba.
Así pasaron años, hasta que un día el señor Chávez enfermó y después murió. Pero antes de morir maldijo la cueva donde guardaba todo aquello que se había robado, maldijo a todo aquel que se atreviera a entrar y hurtar toda su riqueza.
Se dice que la cueva se cerró, sin dejar paso alguno. Varias personas que creen saber la ubicación han intentado llegar a ella y poder adentrarse a aquel escondite, pero nadie ha podido encontrarlo.
Pareciera que entre más pasa el tiempo esa cueva se escabulle mucho más, sin esperanzas de algún día dar con ella. Nadie pudo, puede o podrá encontrarla, mucho menos entrar al ‘Rincón de Chávez’, nombre que después de lo acontecido se le dio a ese lugar.