Julio Ríos | @julio_rios | 03 de junio de 2019
El Partido Acción Nacional (PAN) queda herido de muerte luego de los resultados de las primeras elecciones estatales en la era de la Cuarta Transformación (4T) y parece condenado a convertirse en partido regional en el corto y mediano plazo. A menos que haya una auténtica sacudida generacional.
Durante años, el PAN fue el único partido de oposición real en México. No sólo por la estatura moral y política de personajes (como Manuel Gómez Morín, Efraín González Luna, Luis H. Álvarez, Manuel González Hinojosa y su último gran ideólogo, Carlos Castillo Peraza), sino porque su doctrina si marcaba un contraste claro con el nacionalismo-revolucionario del gobernante Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Además que históricamente el blanquiazul era formador de cuadros. Sus militantes eran vistos como apóstoles de la democracia, que se jugaban la integridad física y hasta la vida, pintando bardas y repartiendo volantes en la era del autoritarismo. Lo hacían sin aspirar a cargos y a altos salarios. Lo hacían de corazón.
Y es que a modo de paréntesis, recordemos que durante el siglo XX, a diferencia de la derecha panista, la izquierda batalló durante décadas para tener un partido político realmente fuerte. Aunque hubo personajes como Vicente Lombardo Toledano o el ingeniero Heberto Castillo, la realidad es que la izquierda nunca tuvo un partido político solido durante 80 y tantos años del Siglo XX.
Los intentos de partidos de izquierda o fueron testimoniales (como el Partido Comunista Mexicano) o de plano fueron comparsas (como el Partido Popular Socialista). No fue hasta el surgimiento del Frente Democrático Nacional que evolucionó al Partido de la Revolución Democrática, que por fin la izquierda tuvo un instituto sólido y competitivo que ganó gubernaturas , alcaldías y diputaciones. Aunque al igual que el PAN también terminó adulterando su visión original y fue secuestrado por camarillas. Pero ese es otro tema.
La cuestión es, entonces, que a falta de un partido de izquierda fuerte, el PAN era el partido consolidado en la oposición y que más o menos aglutinaba a los simpatizantes de la derecha, que creían en la libre empresa y en valores conservadores, además de profesar un catolicismo arraigado (mención aparte merece el sinarquismo que se agrupó en el llamado Partido Demócrata Mexicano, mejor conocido como El Gallito Colorado).
Hay que decir también que a pesar de ello, el PAN tampoco tuvo muchos triunfos electorales, hasta que Ernesto Ruffo ganó la gubernatura de Baja California (que exactamente 30 años después, perdieron este domingo) y las posteriores concertaciones que llevaron a no reconocer la primera victoria de Fox en Guanajuato pero sí a que el PAN llegara a la Gubernatura a través de Carlos Medina Plascencia.
A pesar de sus constantes derrotas de la era romántica, los panistas gozaban de una reputación de luchadores por la democracia y supieron levantarse a varias crisis. Por ejemplo en los años 70 cuando no postularon candidato a la Presidencia de la República y sobrevivieron a un intento de asalto por parte de la ultraderecha conservadora (los llamados dihacos).
Fue precisamente en la década de los 90, cuando el PAN comenzó a extraviarse en el camino. Ideológicamente, se confundió con los intereses del PRI que para ese entonces había dejado atrás al nacionalismo revolucionario pre portillista, para abrazar con entusiasmo las prédica del neoliberalismo y la Globalización.
Con ese viraje de los tecnócratas, prácticamente ya no había diferencia entre panistas y priistas. Fue así como nació el PRIAN.
Ambos partidos de la mano trabajaron para impulsar la agenda contrarrevolucionaria y antipopopulista, para desmontar el Estado de Bienestar. En resumidas cuentas: el PAN dejó de ser oposición real.
En lo político se alió al PRI también para frenar en dos ocasiones el ascenso de López Obrador, ante el riesgo del regreso del populismo. Con los triunfos electorales panistas, también llegaron las pugnas intestinas y el asalto por parte de la secta «El Yunque». Fue así como el PAN contemporáneo terminó adulterando aquella visión humanista de sus fundadores.
En 2017, por razones más políticas que ideológicas, el PAN se alejó del PRI, al caerse Ricardo Anaya de la gracia de Enrique Peña Nieto. Con el discurso de López Obrador, de repente el blanquiazul de nuevo parecía ser de nuevo la oposición natural para evitar el regreso del nacionalismo-revolucionario.
Pero el electorado quiso otra cosa. Y se volcó a votar masivamente por López Obrador y los candidatos de su partido Morena en 2018. Y ocurrió lo mismo en las elecciones de este domingo. Los blanquiazules perdieron Puebla (que tampoco se puede decir que era bastión panista), y Baja California (icónica para Acción Nacional), después de 30 años de mantenerla.
Con esta derrota – en la cual Marko Cortés tiene mucha culpa aunque lo niegue- el PAN queda en terapia intensiva. Parece que su prosapia como partido nacional se desvanece. Sus triunfos en Aguascalientes y Durango confirman que será constreñido a partido regional.
El PAN, parece que solo mantendrá presencia en el famoso corredor azul que empieza en Jalisco (los distritos 3, con cabecera en Tepatitlán y el 2 con sede en Lagos de Moreno) pasando por Guanajuato, Aguascalientes y Querétaro. En el norte del país donde había afincado su fuerza, mantiene Chihuahua y Durango, pero todo indica que no por mucho tiempo. En el Estado de México durante décadas tuvo otro corredor azul que tampoco existe ya.
Ahora. La pregunta que hago en el titular de este artículo ¿Es necesario el PAN para la democracias mexicana? La respuesta es: Sí. Por supuesto.
Primero, porque en las democracias se necesitan sanos contrapesos. El PAN sería un contrapeso natural, no sólo por su tradición como partido de oposición y de formación de cuadros, sino porque en teoría, este partido debería abanderar los postulados ideológicos contrarios a los de Morena.
En un mapa político y una realidad actual en la que el PRI y el PRD ya no tienen razón de ser, sólo el PAN pudiera tener un nicho electoral al cual enfocarse. (Sobre cómo quedan los demás partidos hablaremos en otro artículo)
Para recuperar la confianza de ese sector anti AMLO que hoy por hoy está desperdigado sin un liderazgo visible, es necesario, primero, que el blanquiazul recupere la visión humanista de los personajes que mencioné el principio del artículo. Que el PAN se modernice, curiosamente, tiene que ver más con el regreso a sus raíces.
No se le pide que de la noche a la mañana se sumen a la ola verde internacional, pero que si abracen una ideología más parecida a la de sus fundadores, en el que la persona era el centro de la política. El humanismo, pues.
Y segundo y muy importante: desterrar todo vestigio del anayismo, comenzando con la renuncia de Marko Cortés. Ya basta en el PAN, de grupos expertos en administrar la derrota y en agandallar siempre los espacios con posibilidad de triunfo o las plurinominales.
El PAN tiene muchos rostros nuevos y muy valiosos. Es tiempo de dejarlos jugar.
Sino, esa herida de muerte de este domingo 2 de junio, seguirá infectándose hasta causarle la gangrena y la muerte al que por décadas, como ya mencioné, fue el único partido de oposición en México.