Julio Ríos | @julio_rios
31 de agosto de 2016.- No se necesita ser un erúdito en ciencia política para darse cuenta que el Presidente de México, Enrique Peña Nieto llega a este Cuarto Informe de Gobierno en el peor momento del sexenio.
La crisis económica, el aumento en el número de pobres, el ambiente de crispación social generado por las protestas de maestros contra la Reforma Educativa y los bajos niveles de aprobación de la figura presidencial son signos inequívocos del mal momento que vive el Gobierno Federal.
A todo ello, se le deben sumar los recientes escándalos por las publicación del diario The Guardian sobre el caso del departamento en Miami, y las acusaciones de plagio en la tesis del Presidente. Vaya que han vapuleado por un lado y por otro al titular del Ejecutivo.
Sin embargo, parece que ni con todo eso, han entendido en el circulo cercano del presidente de la urgencia de dar un viraje. Tanto en el renglón político como en el de comunicación.
En lo político, el Gobierno Federal denota una falta de timing. Y es que sólo a ellos se les ocurre meter otro gasolinazo a la par del informe de Gobierno y organizar, apenas unas horas antes, una visita de quien es visto como el enemigo público numero 1 de los mexicanos: Donald Trump. Si algo tiene a los ciudadanos descontentos, son los golpes directos al bolsillo. Y en cuanto a la invitación que se hizo al candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos de América, en las redes sociales abundan los comentarios que califican esta reunión como una afrenta al pueblo. Una afrenta más.
Pero quiero centrarme en el renglón de la comunicación política. O mejor dicho, en la ausencia de ella. Y también en el deficiente manejo de crisis.
El primer tercio del sexenio el mensaje estuvo marcado por la necesidad de emprender las famosas reformas estructurales y sus beneficios. Se repitió la promesa de que esas modificaciones a la Constitución traerían como por arte de magia precios mas baratos en los combustibles y en la energía eléctrica; que por fin habría una educación de calidad y que al contar con mayor recaudación fiscal se reflejaría en mejor infraestructura. Hasta prometieron más canales de televisión abierta, que a cuatro años ni han arrancado y que ya ni hacen falta pues emergieron alternativas de contenidos a la carta por internet, que hoy por hoy, han cautivado a las audiencias.
Íbamos entonces hacia la anhelada prosperidad. O como dijera algún expresidente: rumbo al Primer Mundo.
Pero pasaron los meses y la promesa se agotó. Las reformas no cuajaron y de repente el Gobierno se quedó sin un gran mensaje qué comunicar. Si es que hubieran logros -pocos, me imagino- han quedado eclipsados por los escándalos que no han cesado.
El manejo de crisis en materia de comunicación política bien podría presentarse en cualquier clase universitaria como ejemplo de lo que no se debe hacer. No solo en este año, sino también en los anteriores.
La respuesta ante temas como «La Casa Blanca» (con el vídeo-reclamo de la primera dama) y las contradicciones en el caso Ayotzinapa fueron un boomerang que literalmente terminó regresándosele al Gobierno Federal. Y en este 2016, el salir a pedir perdón, tampoco convenció a la ciudadanía y de igual manera resultó contraproducente.
Ahora, en los spots para promocionar el Cuarto Informe de Gobierno vemos a un gobierno intentando convencer al espectador que de verdad hay cosas que presumir.
Frases como «Lo bueno, casi no se cuenta; pero cuenta mucho» hacen reflexionar que si en realidad hubiera desarrollo económico y bienestar, no habría necesidad de querer convencer a nadie.
Es así como en la cercanía del Informe, todos hablan de mil cosas. Menos del Informe. Hablan del gasolinazo, de la reunión con Trump o de los posibles cambios en el Gabinete. Pero nadie conversa de lo que, según los spots, es bueno para contar.
Lo único que ahora se esperaría es un anuncio espectacular para intentar generar un impacto revitalizador. Y con la reserva de que nisiquiera eso, sea suficiente.
Y es que a la percepción de que el peñismo no sabe gobernar, se suma la sensación de que tampoco sabe comunicar.
- Julio Ríos, autor del artículo es periodista en Canal 44 y analista político