Ricardo Sotelo* |@_Ricardosotelo | 02 de mayo 2020
*Periodista especializado en Toros.
Con 77 años y las rodillas desechas, Frank Evans “El Inglés” puede presumir el título de ser el último matador de toros nacido en Inglaterra.
A mediados de la década de los 20, el Premio Nobel de literatura Ernest Hemingway publicó su obra llamada “Fiesta”, en la cual un grupo de turistas acude a la Feria de San Fermín en España y bajo el conjuro de las corridas de toros sus vidas dan un giro inesperado; con matices bohemios, pasionales y cubiertos por sangre y arena.
A casi 100 años de distancia, el malogrado escritor nunca se hubiera imaginado que en la misma Iberia se encuentra un personaje casi escrito por él, aunque con una particularidad que lo hace distinto: se convirtió en matador de toros.
La historia de Francis Evans (Salford, Inglaterra 1942) parece una mezcla del mismo Hemingway estilizada por Truman Capote. Con 20 años, el joven Frank acudió a la boda de un amigo en España y por esparcimiento presenció una corrida de Corpus Cristi, la cual tiene una seriedad absoluta en la península. Las imágenes impactantes de vida, muerte, sangre, sudor, triunfo y fracaso se quedaron impregnadas en su mente y nunca lo abandonaron. Su siguiente paso no fue regresar a su hogar, sino inscribirse en la academia taurina de Valencia en 1964.
El ahora aspirante a matador nacido en Inglaterra había sido tentado por ese deseo inconmensurable de ofrecer su sangre a cambio de la gloria. Uno de tantos que busca el sentido de la vida en un ruedo. Al tratarse de un foráneo avecindado en España, “El Inglés” como ya era llamado, fue motivo de burlas y chascarrillos por parte de la sociedad, ya que tenía 22 años cuando empezó en una carrera cuyos prospectos rondan los 13 o 14.
La lucha contra el tiempo lo impulsó a sortear algunos obstáculos que se dan en el mundo de la tauromaquia. Técnica. Estilo. Y sobre todo el valor. Ese que algunas veces traiciona en los momentos menos oportunos.
Evans, ya con edad madura y un respeto absoluto a la tradición se convirtió en novillero, aunque su paso por los ruedos en España no fue de lo más exitoso. En sus más de 20 años tuvo más fracasos y cornadas que salidas a hombros de las plazas. Bien dicen que los que quieren ser toreros se fortalecen en los momentos de flaqueza como el dolor y el sacrificio, y las cicatrices de las cornadas se convierten en medallas que da la profesión.
Su alternativa como matador de toros llegó a principios de los 90 con casi 50 años y la ilusión intacta de un adolescente. El momento reservado para la posteridad estuvo coprotagonizado por Vicente Ruíz “El Soro”, quien fungió como padrino del festejo que se llevó a cabo en la provincia de Ciudad Real, una plaza de tercera que fue testimonio de la cita histórica.
Este sería el momento más sublime de su trayectoria como matador, ya que su inestabilidad y estilo poco atractivo lo convirtieron en uno más de la baraja taurina en España.
El epílogo de su vida en el mundo del toro llegó en el 2013 precisamente con el festejo de sus 100 corridas, aunque con 71 años a cuestas y un cúmulo de emociones en un cuerpo deteriorado por el paso del tiempo. Pero estas limitantes no son más que impulsos que da el destino para sortearlos al ritmo de las embestidas. Evans, con pasta de matador y no de simple mortal, pudo librar su última batalla ante un toro de más de 500 kilos para sellar el libro de las hazañas mitológicas y regresar a su hogar en la isla, de la que salió en 1964.
Empero, con tantas figuras convertidas en mitos, hablar del “Inglés” en el escalafón taurino es quizá una mera anécdota que no representa más que un caso curioso en este mundo destinado al olvido. Tal vez con el paso del tiempo su testimonio tome fuerza ante una de las últimas celebraciones ancestrales, que por rechazos preconcebidos parece destinada a la extinción. Y es que ver a un rubio británico partir plaza y vestido de luces todavía causa cierta extrañeza. Y es que aún tenemos la impresión de que ellos, los anglosajones, no están hechos para esto y que en sus latitudes no se respira ese ambiente romántico y matizado de guinda por la muerte.
“Si volviera a nacer, lo volvería a hacer. Nada se compara con la sensación de lidiar a un toro y vencer su instinto de bravura natural. He conocido otras emociones y peligros, pero éste es el que más orgullo y satisfacciones da cuando se enfrenta”,
Frank Evans “El Inglés”, matador de toros