María Esmeralda López Lupercio | 12 de enero del 2020
“¡Ah!, por cierto, en Tepa soy más conocido por mi apodo que por mi nombre. Me llaman El Choche y me lo pusieron en la prepa, por mi aspecto físico, porque me parecía al baterista del famoso grupo musical Bronco”
En una barda de piedra que enmarca el famoso “gusanito”, por su bóveda que asemeja la forma del movimiento de dicha oruga y que conduce a la parte inferior de las aulas del Centro Universitario de los Altos, yace sentado Jorge Luis Coronado Andrade o “Choche”, con camisa de mezclilla que contrasta con su piel morena y ojos de un café oscuro que se profundizan aún más con el negro de su cabello ondulado. Esboza una sonrisa entre la barba de candado al ver pasar la afluencia de estudiantes que inician el calendario escolar 2019 B. Caminan por la explanada, rectoría y de entre ellos, uno lo saluda con la mano y Jorge corresponde con un sonoro silbido.
Oriundo de Chapalilla, municipio de Santa María del Oro del estado de Nayarit, nació el 15 de marzo de 1986, quien hace diecisiete años, a finales de enero del dos mil uno, llegó a la ciudad de Tepatitlán de Morelos, Jalisco.
¿Qué fue lo que lo trajo a vivir, a esta ciudad? Le pregunto, mientras él con un dejo de melancolía y mirando hacia el auditorio, como perdiéndose entre el panorama responde abiertamente…
“Pues las ganas de salir adelante y estudiar, porque el trabajo allá en Nayarit, más que nada es en el campo y es muy pesado y no aspiraba uno más que estudiar la pura prepa. Iba a cumplir 16 años”
Jorge Luis, tenía tíos que vivían en Tepa desde hacía más de 25 años y fueron ellos quienes le aseveraron que “era un buen lugar para progresar”, sobre todo en trabajo y estudio, debido a que había universidad. Por ello, en compañía de sus papás, decidieron emprender camino a una nueva vida, en la que “Choche” no imaginaba la odisea por la que como todo “fuereño” era probable que pasara.
Llegó en compañía de sus padres a una casa que rentaban sus hermanos por la calle Guadalupe Victoria. Después se mudaron a vivir a la colonia Fovisste y posteriormente atrás de la Unidad Deportiva Miguel Hidalgo. Una vez que se casó su hermano regresaron al Fovisste, pues necesitaban una casa pequeña.
“Recuerdo una vez, que salí de trabajar, tenía que pasar por una colonia muy famosa que se llama El Pedregal. Era muy noche y no alcancé el camioncito y le tenía flojera porque siempre había cholos. No te asaltaban, pero les tenías que comprar una caja de cigarros para que te dejaran pasar. Pero yo no les compraba porque reconocí a un señor que meses antes lo estaban golpeando para el “Río Hondo” (salón de eventos) y mi hermano y yo lo defendimos. Entonces yo le pregunté al señor que si no nos recordaba, que gracias a nosotros no lo mataron a patadas y que si reconocía el favor me dejara pasar. El señor dijo “ah, sí, fue uno de los gorditos que les conté que me hicieron el paro” y me dejaron pasar”, expresa.
Si usted tenía hermanos viviendo aquí ¿le fue más fácil adaptarse? Le pregunto, mientras cruza los brazos y de entre su mano derecha se asoma una lapicera de cuatro colores que constantemente intercambia las tintas con el dedo pulgar.
Suspira y frunce el ceño al tiempo que asevera… “No, de hecho yo no me quería venir a vivir a Tepa, porque atrás iban a quedar familiares y amigos y de cierta manera allá tenía una vida cómoda. Fue muy difícil adaptarme a Tepa, porque por el simple hecho de ser de fuera y hablar diferente me volteaban a mirar. No me validaron el primer semestre de prepa que yo tenía y perdí un año sin estudiar. Quise meter papeles y no pude porque la fecha de inscripción ya había pasado. Para no desanimarme comencé a buscar trabajo, pero no pude encontrar rápido debido a que me pedían carta de recomendación de donde hubiera trabajado antes y pues en el campo no daban (ríe con carcajada burlesca pero nerviosa), además era menor de edad y por mi forma de hablar, me decían que no era de por estos rumbos y que no sabían que mañanas podía tener, hasta que mi tío Armando me recomendó con un amigo de él y me dio trabajo lavando un carro de hamburguesas, uno que se pone por la calle Morelos, y hasta la fecha cada que paso por ahí le agradezco que me haya dado “chamba”, porque gracias a él obtuve mi primera carta de recomendación. Ahí estuve tres meses”.
“Choche” después laboró en una plataforma de golf que se ubicaba a un lado de El Chaparral por la carretera a Yahualica, en el lugar trabajó por un lapso de otros tres meses y medio, y aunque la faena era extenuante lo soportaba por la compensación que recibía a través de las propinas. Su encomienda consistía en recoger pelotas, darle mantenimiento al campo y preparar bebidas. Se vio forzado a renunciar, debido a que hizo trámites para estudiar en la Preparatoria Regional de Tepatitlán y efectivamente salió en listas y necesitaba un empleo pero de medio tiempo. Afortunadamente en una empresa particular pudo hacerlo, lavando botellas y ser remunerado en la medida del rendimiento de su trabajo.
A partir de entrar a estudiar la preparatoria, “Choche” andaría una travesía determinante que lo enraizaría a la ciudad de Tepatitlán…
“Entré a la prepa regional al turno de la mañana, muy contento. Pero me topo con lo mismo que viví al momento de llegar a radicar a Tepa. Los compañeros de clases se burlaban por mi tono de voz o como hablaba. Los primeros meses fueron difíciles, puesto que era mucha carrilla, pero poco a poco logré ganármelos a todos. Tanto le puse ganas en el primer semestre que obtuve un promedio de 99 y además quedé campeón en el torneo de ajedrez en Juglarías. Cuando pasé al segundo semestre ya tenía muchos amigos y yo ya era un desmadre, muy vago, llevado y también muy carrilludo, tanto con alumnos como con los maestros y demás personal que laboraba ahí en la prepa. A partir de ahí empecé a repetir materias en 13 salones diferentes” ruborizado y moviendo lentamente la cabeza asiente que no lo enorgullece del todo.
En cuarto semestre le ofrecieron trabajo en el Centro Universitario de los Altos por recomendación de su hermano César y el secretario administrativo, en el área de intendencia. Cuando vio aquella exorbitante cantidad de estudiantes y las numerosas carreras que había, se dio cuenta que tenía la posibilidad seguir estudiando y le bajó a lo que él llama desbarajuste.
“Hice trámites a veterinaria y no salí en listas, porque quise entrar por mérito propio ya que por ser trabajador de CUAltos tenemos el beneficio de entrar directo a la carrera que elijamos. Por segunda vez intenté, pero a Enfermería, que era una de las dos carreras que había elegido y esta vez sí quedé en listas, por puntaje”, señala.
“Choche” prácticamente vivía en la universidad, ya que cubría el horario de clases por la mañana y el trabajo por la tarde, además de cubrir guardias en vacaciones.
“Los tres años y medio que duró la carrera fueron muy pesados y gratificantes a la vez, puesto que daba prácticas profesionales, tanto a los hospitales civiles de Guadalajara como los de aquí”, indica.
Jorge Luis, en Tepa encontró no solo superación laboral y profesional, además formó una familia con una alteña del municipio de Arandas.
“En el trabajo, me gustaba quedarme a platicar con unas estudiantes que esperaban sus camiones de regreso a sus pueblos y pasaban por ellas a las ocho de la noche. Después de casi dos años que egresaron y no saber nada las muchachas y para ser sincero de la chinita, encontré su perfil de Facebook y por supuesto la agregué. Fue así que empezamos a comunicarnos y quedé enamorado de ella y nos casamos. Ahora somos papás de una hermosa niña de casi un año de edad”, dice orgulloso.
Jorge Luis sigue trabajando para Cualtos, pero en un área relacionada a enfermería en la Policlínica, perteneciente a la misma institución y ciudad. Para él, el proceso de adaptación ha valido mucho la pena, ya que esporádicamente regresa a su pueblo natal y al hacer el comparativo, se da cuenta del progreso que ha tenido en Tepa.
“Estoy mejor económicamente, las comodidades, el servicio, el trabajo, el progreso. Aquí después de tanto tiempo, he encontrado personas muy buenas que no se fijan de donde soy, color de piel, como hablo y que me han ayudado sin ningún interés”, afirma.
Con una pose más relajada y un aspecto meditabundo; ahora como habitante de Tepa profundiza en la impresión que tiene de la ciudad.
“Me gusta mucho, porque es muy tranquila, pintoresca, aunque desgraciadamente casas muy antiguas que me gustaba verlas, ya las derrumbaron. Pero es una ciudad que lo tiene todo, y que nos da oportunidad de trabajo a los que sí le ponemos ganas. En realidad hay varias cosas que me conquistaron, por ejemplo, los tacos al pastor, pues fue una de las cosas que más adoré y que no consumía cotidianamente; las jericallas, las americanas, los Tostitos con elote o revoltura, las tostadas del tianguis, los lonches de las cotorritas, los tacos de barbacoa, las pizzas caseras, la gran variedad de hamburguesas que venden ¡y su tequila, por supuesto! “ , hace énfasis en ello y se ríe de forma pícara y prosigue con el relato a manera de un mapa turístico imaginario.
“En cuanto a lugares, el Santuario del Señor de la Misericordia y la gran cantidad de templos, su plaza principal con sus tardes de música y banda municipal. También otra cosa que me gustó cuando llegué a Tepa fueron sus desfiles y charreadas y la gran cantidad de bares que hay” puntualiza.
El viento un poco fresco que advertía la proximidad de la lluvia y un grisáceo fue tiñendo a lo lejos las colinas que rodean la universidad, mientras la basta cantidad de árboles, arbustos y hierba silvestre contoneaban sus hojas a la par de un pequeño contingente de maestros apresurando su paso a las aulas, de entre ellos se escuchan al unísono gritar: ¡es todo mi choche! Jorge levanta la mano izquierda al tiempo que responde ¡ánimo “doc”, ánimo profe!
Venía la interrogante que ahondaría de manera más introspectiva en un nayarita viviendo más de la mitad de su vida en Tepa…
¿Ahora, qué percepción tiene de los tepatitlénses?
“Realmente las etapas difíciles que viví fue durante mi adolescencia y ahora que crecí, me doy cuenta que son personas que arropan muy bien a los fuereños, siempre y cuando, seas trabajador, honesto, responsable y creo que eso es donde quiera, pero los alteños son muy trabajadores y debes estar a su nivel de trabajo para que te acepten”
Aún, cuando usted es oriundo de Nayarit, ¿Tepatitlán le inspira algún sentimiento de pertenencia?
“Mucho, pues la mayor parte de mi vida ya la he vivido en Tepa. Me casé con una alteña y vivo aquí, y además tengo una maravillosa hija que es tepatitlense. Así que me considero tepatitlense por adopción”, acota.
“¡Ah!, por cierto! en Tepa soy más conocido por mi apodo que por mi nombre. Me llaman El Choche y me lo pusieron en la prepa, por mi aspecto físico, porque me parecía al baterista del famoso grupo musical “Bronco”. Actualmente, mucha gente de todas las edades me saluda en la calle. En el trabajo porque han pasado muchas generaciones que me conocen, además de que me gusta practicar el beis bol. Aparte, en accidentes que me ha tocado prestar mis conocimientos de enfermería. De hecho, mi esposa me dice que parezco señorita Tepa cuando vamos por la calle, de tanta gente que me saluda, que nada más me hace falta mover la mano saludando como reina ¡corto, corto, largo, largo! y se ríe”
Había sido una tarde relajada, con la sospecha de alguna tormenta inesperada; el cuerpo estudiantil en sus aulas y uno que otro deambulando en los pasillos o rumbo a la biblioteca. El sonido del personal de jardinería repelando el pasto y a lo lejos la furia de los camiones que pasan por la autopista. Nada turbaba la apacibilidad con la que “Choche” compartía su sentir, a la culminación de una cita con la remembranza de vivir en Tepa.
Entonces ¿cómo se siente hoy, a diferencia de hace 17 años que llegó a Tepatitlán?
“Realizado y ha valido la pena, cada esfuerzo que he hecho, porque el objetivo lo cumplí, tener un trabajo estable, una carrera profesional y una hermosa familia y grandes amistades alteñas”.
Se incorpora lentamente, guarda su lapicera en el bolsillo derecho del pantalón y me dice con voz firme – ¡vámonos porque en cinco minutos va a caer un aguacero! –
Y la briza hace acto de presencia.