jueves , 21 noviembre 2024
Foto: Traveler.es

Balada del Girasol

Por: Fernando González Gómez

Una llamada entró en un pequeño departamento ubicado en Burgos, España, la receptora no estaba en casa. Isabela no esperaba encontrar varios mensajes de su madre en el buzón de voz llegando de un día agotador de trabajo, abrió los mensajes sin esperar que el último contenía una noticia tan capaz de derribarla y darle una nostalgia extraña después de escucharlos:

-Isabela, ya que no puedo contactarte tendré que decirte por mensaje de voz, la abuela se ha suicidado en su casa de retiro, iré a México para los arreglos funerarios, espero que vayas conmigo, te deposite a tu cuenta lo del boleto de avión, podremos hospedarnos con tu tía Alicia-

Después de procesar lo escuchado, Isabela se soltó en llanto, pues su abuela era lo mejor de sus recuerdos y la extrañaba demasiado, sin pensarlo dos veces fue a preparar sus maletas y conseguir el primer vuelo.

Llegando al aeropuerto con su equipaje y un café en mano, ya que era lo único que podía ingerir sin vomitar debido a la noticia. Tomó asiento en el avión mientras esperaba llegar a México lo antes posible, aunque no lo quería, involuntariamente pensó en su abuela Lidia, la mujer más dulce y amable que cualquiera pudiera llegar a imaginar, la última vez que la vio fue en el verano de 1998, cuando ella tenía tan solo 6 años y fue a disfrutar su verano en la casa de campo de los abuelos. Realmente no recuerda mucho de aquel verano, más que el cálido sol y el campo de girasoles que la abuela amaba cuidar, sabe que después de ese verano todo cambió, pues el abuelo José desapareció, y la abuela no volvió a ser la misma.

Isabela cayó dormida en su asiento, donde tuvo sueños de aquel verano, y recuerdos efímeros de su estancia en la casa de campo. Cuando despertó se dio cuenta que el viaje fue más rápido de lo esperado, pues ya estaba en su destino después de un viaje de horas con pesadez eterna.

Su madre la esperaba en el aeropuerto con la familia, la última vez que los vio fue ese verano de 1998, ahora ella ya tiene 25 años y ya no es más una niña.

El funeral fue emotivo, aunque muchos juzgaron a la abuela y se preguntaban la razón del porqué, Isabela decidió no pensar en ello, pues la abuela era una mujer muy querida y no quería arruinar su recuerdo de ella, se prometió ser fuerte, pero cayó a pedazos por tan mortecino escenario. Isabela vio como fue enterrada la abuela junto al ataúd vacío del abuelo, en el cementerio vio a su madre hablando con un hombre de muy elegante porte y ropa fina. Estela, su madre, fue a darle la noticia que ha heredado la casa de campo de los abuelos, algo dentro de ella sintió más que alegría, un terror profundo. Isabela y su madre fueron a la casa de campo, y definitivamente no era nada como la recordaba.

La casa de campo estaba algo vieja y polvosa, su tía Alicia ignoraba el hecho de que existía, al igual que su madre, pero ninguna hablaba del tema. El campo de girasoles de la abuela estaba seco como alguna vez lo quiso el abuelo para sembrar agave, ni un rastro de aquella flor de sol, solo tierra árida e igual de muerta que su difunta abuela. Isabela limpio la casa, su propósito era venderla, ya que su vida en España es lo único que ella conoce. Mientras limpiaba la casa, encontró en el ya viejo cuarto de los abuelos una caja musical, la curiosidad mato al gato como siempre lo ha hecho, Isabela la abrió esperando que no funcionara, pero si lo hizo, de la caja surgió una canción sorpresivamente conocida:

-Esta es la balada del girasol, y la canto desde mi corazón, si triste estas solo búscame y verás que con una gran sonrisa el Señor Girasol te consolará-

Isabela sintió un gran déjà vu, ya que esa canción se la solía cantar la abuela todas las noches antes de dormir, y gracias a esa balada conoció a su mejor amigo imaginario de ese verano, el Señor Girasol, el cual era un hombre hecho de girasoles, con una gran cara de un girasol, piernas y manos de tallos y dedos de pétalos.

Limpiando su antiguo cuarto en la casa de campo, que ahora solo era un almacén encontró en un pequeño cajón una diminuta libreta color rosa, de inmediato recordó su viejo diario que ella creía perdido, lo abrió y leyó las páginas escritas en tinta púrpura las cuales retratan, de una manera muy infantil y respectivamente de acuerdo a una niña de 6 años, sus aventuras con el Señor Girasol en el verano de 1998, aventuras de juegos como las escondidas o regar girasoles junto a la abuela, la cual pretendía que el Señor Girasol existía para ayudar a contribuir la imaginación de su única nieta, muchos recuerdos felices llegaron a ella, una hoja del diario estaba arrancada, correspondiente a la última antes de que terminara su verano, pero fueron interrumpidos por el ahora tétrico sonido de la caja musical que empezó a sonar, Isabela soltó el diario del susto, pero no le dio tanta importancia pues la caja musical era vieja y podría estar dañada, incluso le sorprendía que aún funcionara después de tantos años.

Gracias a la ayuda que trajo su madre, pudo limpiar y dejar la casa antes del anochecer, ella se encargaría de la venta, Isabela tenía que regresar a España, le hubiera encantado tener todo el tiempo para darle un luto decente a su abuela, pero tenía una vida y trabajo que no podía ignorar.

De vuelta en el avión hacia España, el cansancio del día le ganó como a cualquier ser humano, quedó dormida:

-Estaba en una silla exterior de la casa de campo, un día totalmente soleado y hermoso, a lo lejos vio unas figuras que se le hicieron realmente conocidas, estaban sus abuelos tomados de la mano fuera del campo de girasoles de la abuela, se acercó a ellos y escuchó a su abuela cantar la Balada del Girasol y después de eso-

Despertó, ya que una azafata al tocar su hombro interrumpe su sueño, informando que ya estaban en su destino, el sueño le dio una sensación de felicidad de alguna manera, lo vio como una manera de que los abuelos estaban felices en el más allá a pesar de lo trágico que fue el final de ambos, aunque del abuelo no se supo nada.

Ya en su hogar, las cosas se sienten diferente, algo cambió en su vida, Isabela no sabe si es algo exterior o interior, pero definitivamente no está cómoda del todo.

Sus primeras noches de vuelta en casa son algo extrañas para ella, el mismo sueño, aquel del avión, se repite noche y noche. Cada vez el sueño se va volviendo más tétrico; macabro; y más como una pesadilla. En estos nuevos sueños, no solo ella está consciente de su propia realidad dentro de aquel lugar de su infancia, hay algo que la acompaña, algo que no es humano, algo que es capaz de corromperla, algo que cada vez que duerme se acerca un paso más.

Su querido campo de girasoles se empieza a marchitar, pétalo por pétalo, y por cada pétalo ella siente más cerca aquel figura sombría que camina entre los girasoles cada vez más muertos, sus pisadas quiebran las hojas secas, sus manos rompen los tallos mortecinos; cuervos se presentan en su retorcido sueño en donde poco a poco escucha a ese demonio cantar su balada, el señor Girasol cada vez está más cerca, igual de marchito que el campo.

Cada día Isabela despierta un poco más agotada, un poco más marchita, y sin que ella lo note un poco más muerta. Ella justifica aquellos sueños como su culpa propia, consumiéndola desde adentro, pues jamás visitó a la abuela durante todos los años desde que creció, y ahora que la abuela Lilia no está, su propia culpa carcome su mente.

Unos días Isabela no sueña, ella misma cree que su propia culpa empieza a desaparecer, pues ella no ha sido la culpable del suicidio de su abuela, justifica su suicidio con la desaparición del abuelo, no tiene un recuerdo claro de cómo paso, o cuando paso, pero si recuerda al abuelo José, un hombre trabajador de campo, de mano dura y respetable, el y la abuela se amaban mucho, un caso de desaparición que nunca quedo resuelto, a menos por lo que ella sabía, su madre jamás hablaba del tema del abuelo, no de una manera de echar de menos, su apatía se sentía más como sentimientos enterrados en los que Isabela jamás pretendió escarbar.

Lo único que tiene claro es que lo que pasó con el abuelo es algo que no es una conversación durante una comida familiar, o algo por lo que uno debería cuestionarse.

Su pesadilla constante decide torturarla lentamente, la única manera en la que podía descansar era tomando pequeñas siestas, tan cortas como para evitar que entre en un estado de sueño absoluto, su cuerpo descansa de una manera degradante, pero no puede permitir descansar su mente. Cada día más cansada, cada vez menos ella. Su amiga Sarah del trabajo, le sugiere asistir al psicólogo, claro que ella ya había considerado esa opción las primeras semanas desde sus sueños perturbados y no tenía demasiadas opciones en donde buscar ayuda, los psicólogos la trataban como loca, como si tuviera la urgencia de estar internada en un hospital psiquiátrico, las personas que la veían le comentaban que necesitaba descansar, pero lo que menos Isabela quería hacer era dormir, Isabela entendió que de ella dependía deshacerse del Señor Girasol, sabe que algo está enterrado en lo profundo de su mente oscura; la única manera de encontrar respuestas era con su madre, la cual tuvo que regresar a México por temas de herencia.

Tomó sus llaves, encendió el auto y manejó hasta la casa de su madre pues el Señor Girasol, el cuál se cansó de solo cantar y corromper sus sueños, ahora de reojo cuando ella giraba a mirar, podía sentir su mirada cada que se miraba en un espejo, escuchaba el tarareo de la balada de girasoles como un murmullo, y podía escuchar al Señor Girasol riéndose de ella desde las esquinas más oscuras de su casa. Isabela se quedaba con su amiga Sarah, el miedo la tenía dominada y el Señor Girasol no es tan valiente como para mostrarse en los ojos de otros.

Abre la puerta de la casa de su madre y entra, en el camino encuentra una caja enviada desde México totalmente sellada a su nombre, y sin esperar nada la abrió. Dentro de la caja encuentra juguetes y ropa de niña que solía ser de ella, con algo de nostalgia toma uno de sus vestidos, pero nota que este tiene algo dentro de un bolsillo, donde encuentra una hoja de su diario, esto le extraña y la lee; y aquella parte oscura de su vida cobra sentido.

Con un dolor de cabeza, y ojos tan nublados como la neblina cae al suelo.

-A mitad del campo de girasoles, escucha a una pequeña niña gritar y el sonido de las ramas quebrarse, lo que significa que el Señor Girasol ya viene- Isabela corre en busca de la niña por el sonido de su voz mientras recuerdos se avivan en su mente, al llegar ve a la niña de la mano del Señor Girasol, voltea al suelo y ve a su abuelo José tan putrefacto como una manzana echada a perder y ahora todo tiene sentido. El Señor Girasol voltea a ver a Isabela y con una voz macabra le dice:

-Tu último día de verano, el día que me condenaste a morir y encontraste a tu abuelo tan muerto y podrido como yo lo deje por querer extinguirme en fuego.

La abuela jamás quiso volver a tener girasoles, así que la tuve que secar al igual que ella me dejó secar, y tu momento llego, tu que me condenaste a marchitar riégame con tu sangre para que yo pueda vivir en la eternidad de la existencia de aquel que conozca la balada del girasol-

Isabela grito en llantos, sabía que la abuela jamás se suicidaría, ahora sabía porque nadie hablaba del abuelo con ella, ahora sabía porque le faltaba una historia a su diario de niña retratando al abuelo putrefacto. El Señor Girasol la veía con una sonrisa tan malvada, prometiéndole una tortura eterna hasta el final de sus días- Isabela despertó y ahora sabía que nunca existió la esperanza de salvarse de tan macabra vida, eso jamás la dejaría en paz, escuchaba su risa en lo más profundo de sus oídos y su mirada clavada en su cuello tal navaja filosa, su vida se acababa pues ella que olvidó y dejó marchitar al demonio de girasoles sabía que destinada a morir estaba. Isabela decidió tomar el camino que cualquier ser humano sufriendo tomaría, aquel los cuales toman los tan señalados “cobardes”, entre lágrimas y sollozos Isabela tomó el cuchillo de cocina de su madre, no sin antes dejar una nota lamentándose con su madre, donde pedía que no la recordaran como una mujer débil, que defendiera su nombre pues jamás había hecho algo tan valiente.

Abrió el baño, camino a la tina, abrió el grifo y lleno de agua tibia hasta la mitad, a cada momento la risa y el crujir seco del Señor Girasol aumentaba en sus oídos.

Entra a la bañera desnuda con cuchillo en mano y decide terminar la balada del girasol, pues “si triste estas, el Señor Girasol te consolará”, alza la mano y lo pasa por su cuello; se siente tan suave como un pétalo.

 

 

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