Por: J. Jesús Rodríguez Ponce
(Con todo gusto para aquellos a los que les interese las historias de nuestros lares)
* * *
—Pos o’nde diantres juites muchacha de porras, tu qué l’andas haciendo caso al patrón, vas a ver, ese cristiano te va a jincar un muchacho y se va a hacer pendejo! …. — esto era lo que Abundio Ramírez le decía a su hija Tomasa, eran los 1890 en la hacienda La Tuna Agria, municipio de Tepatitlán, en Jalisco.
—A pos apá, que diantres le digo si es el patrón, y pos él me dice que dizque le ayude allá en la troje que hay que desvainar frijol y pos yo pa’ eso soy muy güena.
— No mija no seas taruga ese quere otra cosa, vas a ver; acuérdate lo que su hermano le hizo a tu tía María.
—Pos sí, pero pos eso jué hace mucho tiempo, ya hasta se casó la tía María con todo y el muchachillo que le hizo el amo grande; y se jalló un buen hombre, apoco no?
—¡He cabrones… ni siquera la dejó que el retoño se apedillara García como él! …qué cabrón, lo que ha batallado Juan, bien mucho mija, fíjate bien, naiden lo quere acomodar en un trabajo, que porque es cambujo, que porque el patrón grande de aquí les va a reclamar. Si aí los patrones de Mazatitlán tienen re’ mucho, t’án más empullaos que éste, lo que pasa es que los ricos entre ellos se parapetan, y pos m’anque el Jacinto se haiga casa’o con tu tía, aquí todos sabemos que es hijo cuarterón del patrón grande y total que el probe Juan ya se quere ir pa’ otro pueblo y pos ta’ re’ muchacho to’avía, tiene apenas 17 años y nunca ha ido más allá de Magueyes.
Tomasa, hija de Abundio y de Manuela Plascencia era una muchacha de 16 años, casi una niña todavía, más ella se sabía bonita, poseedora de una natural coquetería, alta, con un hermoso porte, de piel morena, aún se le notaba en las facciones de su rostro y en la complexión del cuerpo la sangre africana negra que le heredara el abuelo Martín, quien también fue padre de la mencionada María. Martín llegó a La Tuna Agria como esclavo vendido al hacendado don Justiniano García, quien procreó varias criaturas con la servidumbre y sus hijos siguieron con la costumbre. (Hijo de tigre, pintito).
Todas las mañanas Tomasa tomaba su cántaro y se lo echaba al hombro para caminar primero por enfrente del jacal que les tenía prestado el patrón, apenas unos diez metros para tomar a la izquierda por el hermoso y estrecho callejón de piedras de apenas dos metros de ancho… como si fuera para otro rancho cercano, el Palo Dulce.
El caso es que quisiera o no, Tomasa debía traer el agua del pozo que estaba como a 300 metros rumbo al Palo Dulce en una preciosa hondonada, el pozo estaba rodeado por piedra bola del río con un cerco formado por ésta, como de 80 centímetros de altura; y desde los diferentes solares, ya sea de milpa o bien de frijol, muchas veces y dependiendo de la época del año, el pozo, que estaba oculto, no era visible no sólo desde el callejón sino de las casas de los peones, de todos, incluso de la hacienda.
Lo que era el casco principal de la hacienda de La Tuna Agria estaba justo frente al jacal de Abundio que era el primero en línea recta hacia el lado norte, hacia el lado sur había otros seis de los demás peones y del mozo que en conjunto enmarcaban la construcción principal que era la hacienda, de dos plantas, en el segundo piso había tres dormitorios, al centro la de los señores los originales amos, don Justiniano García y doña Máxima Rentería, y coincidentemente justo al lado norte también, estaba el dormitorio de sus dos hijos, los actuales amos, el mayor, Ramón, el que embarazó a la susodicha María y Juan Felipe, que a sus 20 años andaba haciendo ensayos para seducir a Tomasa, al lado contrario estaba el cuarto de Nazaria, la hermosa y única hija de los García Rentería quien tenía 19 años y era la menor del matrimonio.
Tomasa siempre veía por el rabillo del ojo que el joven Juan Felipe, (“Juanfe” como él le había pedido que le llamara), se postraba frente a la ventana de su dormitorio para ver a qué hora ella entraba al callejón y se enfilaba rumbo al pozo de agua, no es que le “diera entrada” como le decía a su padre, pero no dejaba de sentirse halagada de que él le echara esos ojos, eso le platicó una vez a su madre cuando ésta le pregunto qué tanto hacía entretenida en la plática con el amo chico. Lo que si era seguro era que detrás de ella siempre iría el amo Juan Felipe también a paso largo rumbo al pozo para alcanzarla.
Tomasa siempre se bañaba muy temprano con jabón de olor que había aprendido a fabricar usando la calabacita bola del camino y la muy olorosa yerbabuena que su madre tenía por almárcigos en el pequeño patio frontal de la choza. Como todas las mañanas al tomar el cántaro de agua al que tenían derecho en las mañanas cada familia, se llevó el gis de colorín para marcar en el palo graduado que cada vivienda tenía asignado, marcando así a qué altura estaba el espejo de agua del pozo después de llenar su cántaro, de esta rústica e ingeniosa manera los hacendados pretendían que nadie usara agua de más, y en las tardes, todos los peones tenían que llevar sus “bordones de agua” como le llamaban a la especie de regla de medir con la que medían la altura del espejo de agua en relación al fondo el pozo para luego presentarla a la puerta de control que se situaba justo a la entrada de la tienda de raya.
—Qui’hubo Tomasita, ¿cómo amaneciste hoy?— le dice Juan Felipe, al emparejársele y volteando a verla.
— Pos yo rete bien joven Juanfe y su mercé?
—No, no me digas joven Juanfe, déjalo nomas en Juanfe, si ya habíamos quedado en eso, pero yo también estoy rete bien y más ahora que ya te he divisado Tomasita.
—¡Eita, eita! ¿Quenandai?, hazte un lado ssh,ssshhh — la muchacha le hace una señal a su perro quien tiene por nombre el “Quenandai”, que se puso inquieto y empezó a ladrar justo cuando Juan Felipe abordó a Tomasa.
— Cómo que quién anda ahí ¿porque se llama así Tomasita?
—Pos dice mi apá que si le llama dos veces por su nombre ¡Quenandai, Quenandai! y no ladra o llega corriendo, es que no está ahí cercas pa’ no atenerse a él, y que el mesmo grito le da aviso a cualquer cristiano que alguien viene y pos puede que tamién pegue la carrera ande haciendo lo que ande haciendo.
—Mira Tomasita, le encargué al vale Chema el de Lagunillas que me trajera estos pañuelitos de bordado en hilo de seda para ti, ojalá y no te ofenda, es un regalito, los hace su tía María Luisa que dizque para ayudarse, acuérdate que recién mataron a su viejo ahí por Valle de Guadalupe; y pues, ¿por qué no vas más tardecito a la troje?, dile a tu apá que vamos a desvainar frijol Tomasita, y ahí, pos, te doy tu regalito.
—¿Ta’ siguro patrón? ¿no será que usté lo que quere es perjudicarme?
— ¿Cómo vas a creer eso Tomasita? yo quiero que me ayudes y pos nomás quiero ver lo bonito que se te hacen esos chinitos de tu cabello de cerquitas — le dijo al oído mientras la arrinconaba hacia la entrada del pozo abrazándola de la cintura.
—Mmmm ¡no, qué chinitos ni que chinitos patrón! Chinitos los que quere usté hacerme, y sí, sí que sería chinito por lo mulato de mi gente, lo cambujo; y menos que lo quedrán por aquí, bien dice mi apá que usté lo que quere es jincarme un muchacho, váyase al diablo pos si no soy ya su esclava ¿cómo no me habla de amores? pero pos por la buena. Mmmh, que dizque “Juanfe” ¡no, pos cómo no!
(Este es un caso típico de cómo los hacendados en nuestros campos sometían a las mujeres que estaban entre su peonaje, con engaños y a base de verborrea cuando la esclavitud era, sin ser ya legal, “por orden mía y ya”. Sin embargo, aquí no terminó esta historia, es una de muchas que se tejieron en nuestra tierra mojada por el sudor de hacendados, peones, mozos y caballerangos, blancos unos, negros otros y prietos muchos).
Una tarde de esas con mucho trueno y jolgorio que se oía en los ranchos de esta bendita tierra, ya sea por el aullido y ladrar de los perros, el lastimero mugido de los bueyes y las vacas del corral; o por el rebuznar muy patente de los dos o tres burros que se alborotaban con ese bullicio generalizado que anunciaban todos ellos y siempre por adelantado antes que el Creador soltara al trueno y la centella para remojar esta tierra roja, que se tornaba entonces en un hermoso río color de sangre y que en este caso corría por el callejón de La Tuna Agria rumbo al otro rancho allá del lado del Palo Dulce, El Bueyadero, El Fraile y El Garabato.
Ese color de sangre, ese trueno, y el sonido lastimero anunciaban en este caso que Abundio se apresuró al encuentro de su hija esa mañana.
—¿Qué buscará tan temprano el patroncito Juan Felipe?— se dijo Abundio al ver que éste no dejaba de tratar de entablar plática con su hija, incluso alcanzó a percibir que el amo pretendía acariciar el cabello de la muchacha, les dio alcance y se paró justo frente a ambos que iban rumbo al jacal, ella con el cántaro en el hombro y él regocijándose a su lado.
—¿Tú que haces aquí Abundio? ¿ No es menester que estés echando yunta a esta hora?
—¡ No patroncito, me juí temprano, muy tempranito a ordeñar, pos ora es día que vienen los de El Fraile por la leche más temprano pa’ llevala a Peguero, ¡pero mire nomás! !Quítese!, ¿qué diablos trai usté con mi muchacha?, ¡ usté que no se asilencia y yo que lo atravieso con mi daga! M’anque me friegue de por vida, ya tengo muncho tiempo devisando que nomás viene ella por l’agua, ái viene el pegoste del patrón chico a ver que chiltiaos. ¡Ya le dije!, se lo alvierto… o deja en paz a mi muchacha o un día de éstos no me aguanto patrón.
— Ah conque si Abundio ¡ pos pa’ que lo sepas, tu hija me cuadra y ha de ser mía! —le dijo Juan Felipe al tiempo que tomaba con fuerza a Tomasa de la cintura, ella se soltó del abrazo como pudo, forcejeando, sin soltar el cántaro.
—¡ No apá, ámonos, no haga caso de este hombre que trai el diablo adentro, véngase apá! —le gritó la muchacha echándose a correr hacia el jacal, pero ya era demasiado tarde, ese día se cortó en seco una vida en un acto fortuito de un abusivo en ciernes; Abundio, con un rápido movimiento había clavado en el pecho de Juan Fernando el verduguillo que le había traído su compadre Pancho desde Paracho.
Después entre la peonada se pregonaba lo que había sucedido posterior al evento de ese fatal día: “…Abundio agarró pa’ su jacal, hizo un tambache con sus garras… pepenó unas tortillas y se peló por el rumbo de Los Laureles, según los díceres quesque ganó pa’ Guadalajara”.
(Después, tiempo después, llegó un forastero ya más viejo a un rancho muy cercano a esta región, a Los Cerritos, venía de lejos, desde la Sierra del Tigre, llegó a reiniciar una vida y a observar lo más cercano que le fuera posible a lo que quedó de la familia de Abundio. Tomasa era ya una señora casada con Gerónimo el de El Fraile, el hijo de Filemón y Teresa; y si ahí en el camposanto de La Tuna Agria había una tumba de alguien que nunca fue formado para ser un hombre de bien, a unos kilómetros un hombre regresaba a retomar sus pasos, a caminar sus veredas y a tratar de reiniciar su vida).
Glosario
Almárcigos Racimos
Apedillara Apellidara
Cambujo De piel muy morena
Cristiano Hombre
Cuadra Gusta
Devisando Viendo
Díceres Decires
Divisado Visto
Empullaos Ricos
Hijo cuarterón Hijo de más de una raza
Jalló Halló
Jincar Dejar
Menester Necesario
Parapetan Encubren
Pegoste Estorbo
Pepenó Tomó
Tambache Bulto
Este texto pertenece al libro «El habla de los Altos de Jalisco» del Colectivo El Tintero.