Por: Martín Reynoso Torres
Siempre he sido muy crítico de la Iglesia, pero no siempre fui así. Cuando niño iba a un colegio católico, donde me enseñaron a rezar, a guardar miedo al infierno, a conocer los tipos de pecados, a ser «buena gente» y sobre todo a confiar que a los malos les va mal y que en algún momento a lo buenos les irá bien, aunque no parezca.
Hace unos años, conocí a unos religiosos católicos que se salen de esa norma concentrada en el pecado y la condena, unos religiosos muy ocupados en la vida intelectual, en la educación y sobre todo en llevar lo más posible, un reflejo de la vida de aquel pobre y marginado que llamamos Jesús de Nazareth. Los jesuistas, son reconocidos por su capacidad intelectual y por su sensibilidad con los desamparados, por su compromiso con los menos favorecidos y por un tema muy difícil y muy complejo: poner en juego hasta la vida si es necesario, con tal de defender la justicia y reclamar la injusticia.
En México no han sido pocos los religiosos asesinados y hoy se cuentan por quién sabe cuantos. Recordemos que ya hubo hace casi treinta años el asesinato de un arzobispo, quien sabe por qué oscuras razones; pero quienes son más avezados en el tema aseguran que el religioso estaba por descubrir una red criminal en la que estaban inmersos algunos de los políticos más grandes de aquellos tiempos.
Quizá con aquel evento quedó sembrada la semilla del desorden que hoy vivimos, la semilla del terror y del silencio, que coadyuvo a la situación en la que hoy nos encontramos.
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En un viejo libro se escribe una historia que pareciera que responde a estos tiempos. Un triste cura, responde a los mandos católicos sobre la situación en su pueblo, a saber, el pueblo se sublevó y lincharon al cacique. Las autoridades de la Diosesis cuestionan por su actuar dentro del linchamiento, el cura no pudo hacer nada o lo que hizo no fue suficiente.
El poder del chisme popular, convenció a los habitantes del pueblo, de que los sicarios de aquel cacique envenenaron el agua cuando lanzaban un cuerpo a la fuente de abastecimiento. El pánico y la histeria colectiva llevaron a los habitantes a acabar con la autoridad de aquel lugar, según se cuenta en el libro.
Más terrorífica es la historia que se narra en Pedro Páramo, donde el cura tiene que permitir hasta la violación de su hermana, el religioso se doblega frente al cacique.
No me deja de impresionar la ligazón del pueblo mexicano con esos religiosos heroicos que incluso se dice que nos dieron patria y libertad.
Hoy el Arzobispo de Guadalajara alza la voz por la situación de inseguridad y retenes en Jalisco, y ante la triste realidad ocurrida hace unos cuantos días, donde asesinaron a un par de jesuitas, me pregunto si no estamos ante las puertas de otra guerra civil. Una que no parece tan distinta de tantas y tantas historias del pueblo mexicano.
Los mexicanos nos queremos vestir siempre de charros, de rancheros y de buenas gentes con tequila y sombrero, nuestra realidad es menos plácida y fantástica, menos enigmática y más brutal. Somos un pueblo bravo, no domesticado. Ni siquiera sabemos, de bien a bien cuando nacimos como nación. No sabemos si fue con la fundación de Tenochtitlán o en su caída, en la independencia de España o incluso en la lucha de revolución.
Se puede decir que desde El Porfiriato hemos tenido una cierta continuidad, al menos de orden territorial y de una cierta coherencia gubernamental. Pues aunque nos duela, algo de razón tiene Samuel García, el Centro Administra, el Norte Trabaja y los del Sur son marginados y explotados. Y probablemente estoy siendo muy radical, quizá en aquellos ayeres don Porfirio tenía en mejor cuidado Oaxaca, su estado natal, y quizás hasta el estado de Guerrero tuvo cierto auge cuando Acapulco salía hasta en las películas gringas.
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Hoy literalmente no tenemos agua que envenenar y esperemos que esto no llegue a ser el detonante de, ahora sí, una cuarta transformación, una que ya no será solo hablada, simbólica e institucional, sino una por la vía armada, que degrade los logros (grandes o pequeños) que aún sobreviven del Porfirismo y de la (digámoslo como fue) dictadura Priísta. Estamos mal, pero podríamos estar peor, hoy todavía tenemos un IMSS, un INFONAVIT, un PEMEX, un CFE, un SCT, así como grandes infraestructuras que hacen funcionar este país.
Las guerras actuales se libran en muchos frentes, ya no solamente es a balazos, una crisis financiera puede ser más horrible que cualquier guerra, más letal y menos costosa, eso lo sabe cualquier buen analista desde tiempos de Maquiavelo, pero no sé cuanto sepan de estrategia y de saber emprender la huida aquellos que se la pasan ebrios, drogados y gritando todo el tiempo y cantando a viva voz que nadie hay mejor que ellos, quiero pensar que muy poca.