Cortesía de Julio Ríos y Colectivo El Zaguán | @julio_rios @colectivozaguan
14 de marzo de 2016.- Entre cerros de viejas historietas, cajas encimadas con pócimas mágicas, libros de hechicería, botellas con extraños líquidos, viejos trofeos, marionetas, calaveras de plástico, y destartaladas televisiones vive “El Super Flaco”
Un lúgubre rincón escasamente iluminado por un foco de 25 watts, parece la locación perfecta para filmar una película de terror, sin embargo no es más que su humilde morada.
Lejos ha quedado la época en a los niños y adolescentes de escasos recursos para divertirse les bastaba con asistir a su modesto local y pagar cinco centavos para rentar por una hora las historietas de Kalimán, Chanoc, Capulina o Hermelinda Linda, Lágrimas y Risas, Fantomas, Memín Pinguin, o Pepín; sentarse cómodamente en una silla de madera e introducirse en el mundo de la fantasía mientras saboreaban una torta y apagaban su sed con una coca cola.
Ahora, 50 años después, todo ha cambiado. El local luce abandonado. A ningún niño le importa ya rentar historietas. Los “cuentos” están guardados en cajas o pilas, y pocos son los que visitan al otrora famoso “Super Flaco”.
Cuando lo visité la pregunta obligada, estaba encaminada a averiguar su verdadero nombre. Sin embargo, “El Flaco”, se niega a revelar el secreto.
“No quiero que se divulgue. No quiero que se sepa mi nombre, ni se sepa si soy bueno o malo. Póngale ahí que me llamo Super Flaco y ya. Y mi edad ponle que es de 75 años a 80, porque tampoco quiero que se divulgue, ni quiero fama.”..
No dice su nombre pero si narra algunos pasajes de su vida. Recuerda que se dedicó a bastantes oficios además de la renta de historietas. Ha sido curandero y fue albañil, panadero, voceador, vendedor ambulante, árbitro y futbolista del Club Obrero.
“Muchos años fui árbitro y daba servicio en parques y en canchas. Nomás puras mentadas me llevaba al llegar a cada pueblo y nos gritaban rateros. Pero a mí siempre me gustó impartir justicia”
Dice que le gusta ayudar al prójimo curándolos con las pócimas que tiene en su local. “Yo aquí atiendo a todos ricos o pobres. Nomás le pido al rico que me ayude. Necesito también pa mis chescos.”
Nunca estudió, pero que leyendo aprendió las artes de la magia blanca y la magia negra, y presume que los ha utilizado para curar a la gente. “Estudié la primaria y la secundaria para adultos, pero nunca me dieron ningún papel en el INEA”, dice.
Luego de dedicarse a varios oficios, todos aprendidos de manera autodidacta,
“El Super Flaco” comenzó a emplearse en la renta de historietas. “No tenía trabajo y en esos tiempos yo ya estaba casado y no tenía ni para nopales. Tenía algunos cuentos que yo coleccionaba. Tenía del Chanoc, del Pepín, del Paquito. Comencé a rentarlos, los exhibía en un cartoncito que ponía en el suelo, y en el primer fin de semana saqué 38 pesos”, rememora.
Primero se instaló en el centro de la ciudad, en 1947. “Cuando no había tantas trabas para dejar trabajar a la gente”, señala. Ahí empezó a alquilarlos, y la gente se sentaba en las bancas de la plaza para disfrutarlos. El precio era de dos centavos por leer tres “cuentos”, como se le decía a las historietas en aquella época. Además, aprovechaba para bolear zápatos en la misma Plaza de Armas.
“Empecé a comprar y a comprar nuevos cuentos y periódicos, y me vine aquí a mi localito. La gente venía mucho. Y yo aprovechaba porque siempre me ha gustado leer”.
Orgulloso, muestra algunos títulos de su colección, que llega a casi 20 mil historietas, tales como La Familia Burrón, El Llanero Solitario, Flash Gordon, Walt Disney, Kalimán, Memín Pinguín, Julián Gallardo o Chanoc, con ejemplares desde los años 50´s.
“El que más me gusta a mí es Fantomás. Ese era mi ídolo. Y estos no los vendo, son mis tesoros. Antes si eran buenos cuentos, ahora los modernos son puros de viejas encueradas y de chafiretes”
La idea original era dedicarse temporalmente al alquiler de historietas. Sin embargo un suceso trágico cambió su vida. Un día fue atropellado en el portal Prisciliano Sánchez, y esto lo obligó a dedicarse definitivamente a la actividad que tanta fama le daría en el pueblo.
“Luego de ese percance quedé todo descuadrado y lleno de dolencias. Me decían que estaba embrujado. Además los médicos no podían curarme”.
Ante aquellas advertencias y con el fin de curarse a si mismo, decidió estudiar herbolaria y magia negra por su cuenta, y esto fue lo que sembró en él el gusto por la hechicería y las artes ocultas.
Junto a su sencilla cama, dura como un pedrusco, hay muchos libros. Emocionado, saca algunos para mostrarlos. La mayoría de ella con temas relativos a la curandería y la magia. Títulos como: “Formulario Azteca de las Hierbas Medicinales” “Manual Imprescindible de los Secretos Indígenas”, “Para Evitar la Vejez Prematura”, “Oraciones Escogidas”, “Los Secretos del Infierno”, “Magia y Brujería” son comunes en su colección personal.
-¿No le da miedo estudiar estas cosas?
-“No… ya las leí y ya hasta me las se casi de memoria. He estudiado, pero mire. No hay cosa para curar ni cosa para no curar, ni para dañar. Todo sirve según usted. Yo puedo leer magia negra y puedo curar y puedo leer magia blanca y puedo dañar. Es como una aguja o como un cuchillo, según lo que quiera hacer con esas herramientas puede hacer el bien o hacer el mal, Todo depende del pensamiento de uno. Si un cuchillo usted lo compra para pelar papás está bien, pero si usted se lo clava a alguien ya lo usó para el mal. Todo es para bien de uno, pero el hombre es el que lo enchueca. No hay cosa mala, ni cosa buena. Si las preguntas que me hace las usa para mal son malas, pero a mi nada de eso me afecta. Espero que lo que usted sabe hacer lo use para el bien”, reflexiona.
Esta reputación de hechicero le ha traído maltratos por parte de algunas personas: “A veces cuando voy en la calle me gritan ¡Perro brujo! Pero prefiero que me maldigan a que me alaben. Mis respetos para los sacerdotes, para los maestros y para los pordioseros. Nomás pido también respeto para mí, porque no me gusta la pelea. Yo no soy curandero, soy un simple yerbero”
Comenta que ha curado a pacientes de Ameca, Arandas, Capilla de Guadalupe, La Chona, Mexticacan, San José de Gracia y Mezcala, usando pócimas hechas de jugos naturales y líquidos de las plantas. Cada una sirve para curar alguna enfermedad en especial. Para hacer más entendible su explicación, “El Súper Flaco” saca una botellita con un líquido incoloro con olor a hierbas.
“Ándele ire, ponga sus manos”, Temeroso, no me queda más remedio que obedecer la indicación del extraño personaje al derramarme en las manos el líquido de la botella.
“Ahora respírelo, y póngale la lengua ahí. No le saque”, exclama. Dude la olí y la pócima me hizo toser intensamente.
“Ja, ja, ja. No se asuste. Eso es para matar microbios y para sanar heridas. Esta fórmula es muy buena. Se llama Agua Super Flaca y ha curado a mucha gente. Con esa logré curarme cuando me machucaron. Está magnetizada y hasta me la han querido copiar. Pero no han podido
Y ya entrado en la vanidad, presume que por su conocimiento de otras artes como el hipnotismo, alguna vez Taurus de Brasil le pidió ser su asesor. “Pero yo no acepté por querer estar cerca de mi familia”.
Luego de que me hizo probar otras pociones, “El Super Flaco” cambia de tema y habla de su faceta como filósofo. Saca de debajo de su cama unas viejas hojas arrugadas, en las que se pueden leer frases escritas de su puño y letra: “El hombre hiere a quien ama antes que al que teme”, “La lealtad debe ser recíproca, si no es un abuso de poder”. “La vida es una muerte que viene y la muerte es una vida que viene”, “Disfruta cada día como una vida distinta”, “Si no sabes nadar no te metas al agua”, “Aunque sea del mismo barro no es lo mismo comal que jarro”, son algunas frases del “Super Flaco”. “Mi escritura es esta. Son pensamientos que se me vienen”, asegura.
Y no deja de hablar de su otra pasión: el futbol. Y defiende al Club Obrero como una institución pilar en el futbol tepatitlense. “Del Obrero salen el Tepa y el Industrial. Nosotros fuimos primero”
-Oiga Súper… ¿Y si era bueno para jugar? – se le pregunta
-“Pues jugué todas las posiciones. Pero no me gusta hablar de mí. Mejor vaya y pregúntele a los jugadores viejos del Reforma, del Tepa, del Industrial o del mismo Obrero y que ellos le digan si fui bueno”, dice mientras señala uno de sus trofeos y diplomas recibidos cuando era futbolista y árbitro.
Y es en uno de esos reconocimientos donde se alcanza a ver su verdadero nombre: David Romo.
“Uh muchacho…¡Ya sabes mi nombre!… De todos modos te lo iba a dar”, bromea.
In memoriam.
Texto publicado originalmente por los miembros del Colectivo El Zaguán.