Víctor Rivera | @Victor_Rivera_S | 18 de febrero de 2017
Cuando una calle, que normalmente es transitada por vehículos que rondan velocidades superiores a la de una caminata humana, queda bloqueada para los motores, las muchedumbres la toman. Es extraño poder definir a qué se deba que, cuando el tráfico está detenido, hay personas que decidan sentir el concreto, como si fuera algo, ajeno a ellos. Hay quienes solamente toman fotografías o se paran a la mitad de la acera, para sentir y apreciar las perspectivas que un transeúnte nunca puede ver desde ese punto, dominado por los automóviles. Otros tantos, buscan sentir la pista, con toda la extensión de su cuerpo; se acuestan, se sientan, se expanden…
Aunado a la ausencia del correr de autos, la oscuridad invade El Centro de Guadalajara, para ver frescos de luces, que se proyectan sobre edificios icónicos de la perla de Occidente. Cientos de personas que caminan como romeros, pisan los talones del hombre/mujer/niño que va delante, midiendo los pequeños pasos, en la oscuridad del piso. Tropezando, con quienes miden las dimensiones del concreto, con sus cuerpos. Marchan, hasta buscar la sorpresa.
Una voz se oye al unísono. Carece de riqueza lingüística. Dice algo acerca del festival de las luces y pide que los marchantes, sigan su camino, por la vía que los tapatíos llaman, avenida Hidalgo. Previamente, un mosaico de colores purpúreos, cubriría la Catedral. Luego una animación, jugaría a encender fuego, al centro espiritual de la historia de la ciudad, apostando al miedo que vive en los habitantes, con respecto a alguna amenaza, que ponga en peligro la vida del inmueble. En los últimos tres años, ese miedo vive enraizado en las entrañas de la tierra, ya que por allí pasa, un monstruo de metal, que le dicen «la tuneladora» y que construye un pasaje, por donde correrá la línea 3 del Tren Eléctrico Urbano.
Las campanas suenan. Una mujer regordeta, que cubre sus facciones con los recovecos de la oscuridad, afirma que le late el corazón, con viveza…
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El Festival de las luces o GDLuz, es una línea que comienza en catedral y termina en El Cabañas. O viceversa.
Un espectáculo, por el que se pagaron más de 22 millones de pesos, pero que carece de esencia y abusa de la sorpresa. Según informó el diario Mural, 6 millones de pesos, fueron aportados por el Ayuntamiento de Guadalajara. El resto, proviene de la Iniciativa Privada, y de algunos patrocinadores. Uno de ellos, Coca – Cola.
La refresquera, se proyectó encima del ahora, Instituto Cultural Cabañas, un inmueble de más de dos siglos de vida y que es reconocido por la UNESCO como patrimonio cultural de la humanidad. Las letras curveadas, famosas a nivel mundial, aparecieron en la fachada neoclásica del edificio, como si fuera una Camiseta de un equipo de fútbol.
El debate que se abrió en la opinión pública, tiene que ver con el poco valor que se le da al patrimonio de la cuidad. El otrora Hospicio Cabañas, ha sido víctima de los intereses. No sólo es el mimo para Coca – Cola en el GDLuz, sino que también, ha fungido como casino, para fiestas de adinerados personajes. Lo mismo que ha pasado con el MUSA, otro edifico de gran reconocimiento en la ciudad, y que está bajo resguardo de la Universidad de Guadalajara. Ambos inmuebles, albergan obra, del muralista mexicano, José Clemente Orozco.
Pero hay otro debate que no se ha iniciado. El del dinero público, el del pan y circo y el de la competencia política. Nadie ha respondido — o se ha preguntado — para qué sirve tener este festival en Guadalajara. Es cierto que quienes lo disfrutaron, y bailaron en la explanada de la Plaza Liberación, recordarán a Enrique Alfaro, como un tipo que hizo algo por la ciudad. Ese, podría decirse, es el valor político del evento y a su vez, la justificación del «pan y circo». Con respecto a los 6 millones de pesos invertidos, es complicado no pensar en la moral pública, en una sociedad acosada por la devaluación, por el incremento de los insumos básicos y por las crisis económicas que, parece, se avecinan…
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En El Centro de la Plaza Liberación, hay una esfera con luces que se mueven como ojos de camaleón. Bailan como los jóvenes que brincan. El show no es nuevo, es fácil evocar a los antros de la ciudad, que hacen retumbar, hasta el amanecer, fincas de valor arquitectónico que son destinadas, al goce de la noche. Antros de diferentes inclinaciones viven eso todos los fines de semana: luces, música, saltos, fotos… La música que suena, es desconocida para los hombres y mujeres, de más de cuarenta años. Para los asiduos a los antros, no.
A las orillas de la plaza, el espectáculo no se mira impresionante. Hay quienes toman selfies o fotografías directamente a los edificios, como el Teatro Degollado, pero al momento de que se cargan a las redes sociales, es necesario utilizar filtros, para que las capas de colores que pintan los edificios, parezcan impresionantes, como se veían en los anuncios del GDLuz. El evento, que sirve para celebrar el aniversario de la ciudad, no muestra rasgos distintivos de la mexicaneidad. Tampoco elementos de la perla tapatía. Más bien parece, una alegoría a la cultura del espectáculo. Donde todo lo vistoso e impresionante, debe disfrutarse a través de una pantalla. A lo lejos, en el cielo, hay luces que brillan. Son Drones, que harán del espectáculo, algo rimbombante…
Hay mariachis. Hay una orquesta. Tocan El son de la negra. Hay quienes se acerca a escucharlos, a verlos. Pero nadie se tira al suelo, como cuando las luces dibujan colores en la cantera. Las personas se atiborran en puntos específicos; El Cabañas, el Degollado, la Catedral. La crítica en contra de Coca – Cola, hace que la gente quiera estar frente al Cabañas. Un caballo hecho de trozos de madera parece que sale de las pareces del recinto, como si evocara a la Troya griega. Todos lo ignoran. Quienes se sientan en el suelo, solamente esperan a que aparezca la refresquera.
«Ya me cansé, me dices cuando salga el logo de la Coca», dice un hombre de unos 40 años, al momento de hacerse lugar en un pedazo de suelo.
La vía es corta y la noche larga. Paso a pasito se avanza poco a poco. Se carece de una organización peatonal, los romeros de La Luz, caminan sin encontrar un punto concreto. Ya se mueven para acá, ya van para allá. Una chica de alrededor de 20 años, sale entre las muchedumbres con cara de fastidio. «Esperaba más», dice. Sonríe un poco, no sabe cómo explicar su inconformidad. Voltea a ver el reloj, son casi las 9 de la noche, comenta: «La verdad creo que no me gustó. Ya no saben qué hacer para gastar el dinero. Se veía más padre el que fue en DF… ahora deja veo, por dónde salimos.».