Eduardo Castellanos | @edcastellanos
3 de octubre del 2016.- Es mediodía. Un grupo de personas, casi todos de la tercera edad, comienzan a llegar a la Alameda cuando el calor chamusca más fuerte. Hay que buscar las sombras de los sabinos y eucaliptos, ahí junto al río, para protegerse con su sombra del aplomo del sol.
Las mujeres prefieren una sombrilla. Los hombres, el sombrero o una cachucha. En el mismo lugar, un grupo de jóvenes montan toldos, instalan mesas y un equipo sonido. Los dos grupos intercambiaban miradas, pero no hay química. Nadie habla. Han sido tantos años que ya no se antoja contar las mismas historias.
Una mujer toma el micrófono. Esa tarde se realizarán diferentes actividades artísticas y culturales. La chica no logra contagiar su ánimo a los de la tercera edad. Ellos sólo clavan la vista en ella unos segundos. Y se voltean para otro lado.
“Son personas del Asilo del Cura Zuñiga, que los sábados salen a pasear acompañados de sus familiares”, dicen algunos jóvenes que andan ahí rondando. Otros dicen que es gente que va a pedir ayuda al gobierno y que vienen de otros municipios y estados. Ninguno tiene razón.
La realidad es que ese grupo de casi 100 personas se reúne en el parque del Peregrino, en la Alameda cada quince días o cada semana, no son ni asilados del Espacio Grato para la Tercera edad. Tampoco buscan un limosnas del gobierno. Todos son de Tepatitlán y son ex braceros. Y buscan justicia. Buscan lo que les corresponde. Lo que se ganaron durante años de trabajo.
Exportación de mano de obra
Pero para entender la lucha de estos braceros, hay que mirar hacia atrás. Muchos años antes. Para ser exactos, a la Segunda Guerra Mundial. En aquel tiempo el gobierno de Estados Unidos negoció con el Estado mexicano, para crear un programa de trabajador huésped. La mano de obra de los mexicanos sirvió en los campos de cultivo y la construcción ferroviaria. El programa duró de 1942 hasta 1964. Y así se llamaba: “Programa Bracero”
El tiempo en que los trabajadores laboraron en la Unión Americana, los patrones descontaron un porcentaje de los sueldos para un fondo de ahorro. El dinero era depositado en los bancos mexicanos: Banco de Crédito Agrícola y Banco del Ahorro Nacional. Pero los ahorros nunca fueron entregados a los braceros. Se hicieron perdedizos. “Nadie sabemos donde está el recurso”, pretextaban los funcionarios. Aquello olía mal.
En 1998 inició un movimiento en México integrado por exbraceros y sus familiares. Ellos exigen sean entregados sus ahorros.
Entre las diferentes agrupaciones que conforman este movimiento en el país, hay una en Tepa. Se reúnen cada quince días o cada semana según sus necesidades para pedir justicia. En la Alameda de Tepa.
Don José, el de la mirada cálida
Al grupo de Tepatitlán pertenece Don José Velázquez. Tiene 86 años. Detrás de unos lentes de pasta, guarda una mirada cálida y esperanzadora. Él trabajó en el estado de Texas, en la pisca de algodón, de ciruela y de naranja. Lleva más de dos años en la lucha, ha sido constante a las citas desde que supo que podría recuperar sus ahorros.
“En esta lucha yo tengo aquí como dos años y medio, soy ex bracero, trabaje de bracerocomo un año. Yo estoy aquí porque una señora nos dijo que nos iban a dar 38 mil pesos. A mí no me los han dado, a unos que empezaron más pronto ya se los dieron. Yo tengo tantita esperanza de que nos lleguen esos centavos, pero no creas que está tan segura la gente”, manifiesta el hombre de la mirada cálida.
“Ya llegó la licenciada”
Los de la tercera edad se alejan del grupo de jóvenes que en esos momentos ya comienzan a rapear. Unos aprietan el paso, los más grandes llevan el peso de los años. La huida no es por las rimas de los muchachos, sino por la llegada de Isabel Cabrera Iñiguez, “La licenciada” como todos la conocen.
Isabel es una mujer de piel morena y dura, cabello largo, en el que ya asoman algunas canas. Tiene la seguridad de una lideresa con una trayectoria de varios años en las luchas sociales. Es ella quien lleva la batuta en el grupo. No quiere iniciar con los informes hasta que no llegue Doña Lupita, quien se acerca a paso lento al grupo. Lupita es quien trajo la lucha a Tepatitlán. María Guadalupe González Velázquez es su nombre completo.
Tan solo en Tepa hay agrupadas alrededor de 300 personas, entre la cabecera municipal y sus delegaciones. Todos buscan recuperar los ahorros.
Cabrera Iñiguez quien también funge como vocera y representante, lleva más de quince años apoyando a los afectados y sus familias. Para ella la lucha ha tenido altibajos, pues pocos han conseguido alguna cantidad, mientras que otros no han recibido un peso.
“En el año 1998 empezamos. Ha sido un movimiento muy grande, de mucho trabajo, muy injusto. Hay mucha gente agrupada, algunos ya han logrado cobrar 38 mil pesos, otros no han cobrado un centavo. Hay quienes carecen de documentos, otros que si los tienen. La mayoría son casos diferentes, entonces hay que atenderlos igual de manera diferente porque no es igual el caso de una viuda al de un hijo o un exbracero”, relata.
Este mismo año, una sentencia emitida por la titular del Juzgado segundo de distrito en materia administrativa con sede en la Ciudad de México, Paula García Villegas, determinó que por los intereses generados en 65 años, cada ex bracero recibirá un millón 96 mil pesos, sin embargo los ex trabajadores del campo no han recibido aún esa cantidad. Según Isabel Cabrera, durante la administración federal actual no ha habido entrega de recursos a los quejosos.
“Durante todos estos años de lucha, una buena cantidad de personas han recibido un apoyo social de 38 mil pesos, que no es para nada lo que deben de recibir, pero ya ha sido algo. Han quedado pendientes muchos pagos a partir de la llegada del presidente Enrique Peña Nieto, que no ha puesto un peso de recursos desde que él llegó. El proceso ha estado lento, muy detenido y con muchas dificultades”, dice encogiéndose de hombros.
Con Doña Lupita, inició el movimiento en Tepa
María Guadalupe González Velázquez fue quien en el año 2000, coordinó y trajo la lucha de los braseros a Tepatitlán. En el 2003 abrió su propio folio o expediente. Su esposo fue bracero. Por el amor que le tiene a su compañero de vida decidió pelear, sin rendirse.
Doña Lupita camina despacio, su avanzada edad y la lucha constante, de la que aún no ha visto frutos, han mellado su andar.
“Empecé como en el 2000 yendo a Ameca. Un día en el Consulado americano me encontré a una amiga de Ameca, ella me pregunto si mi esposo era bracero, le dije que sí, me dio su dirección y me mandó a Ameca. Me fui, me apunte y luego fui como otras cuatro veces. Una vez estando allá una mujer que se llama Martha Silva, me preguntó que si había muchos braceros en Tepa, le dije que si había muchos. Me dijo pon anuncios y nos miramos en tu casa. Ya después le dije no pos aquí en mi casa mejor en la plaza de armas. Vino dos veces y me dijo que a ella se le hacía muy lejos venir a dar pláticas. Luego ya me dijo que se ocupan que vayan dos personas que junten la gente y platiquen, entonces ya dijo una muchacha que se llama María Elena, ella nos juntó, fuimos dos veces a llevar papeles hasta Ameca y entonces dijo ella (María Elena): ¡Esto es puro negocio!. Yo tuve una cita a Estados Unidos y me fui. Cuando llegué ella ya había juntado a toda la gente y a mí me hizo a un lado, yo seguí luchando por mi cuenta”, apunta.
Y agrega con los ojos vidriosos: “Antes de fallecer mi marido el andaba en la lucha, se me murió y yo seguí con la lucha. Yo estoy a ver hasta cuando me dan esos centavos. Me canso pero no me gano nada, no hay remedio, no me dan nada, ahí andamos a ver hasta cuándo”.
A pesar de haber recibido un oficio de la Secretaria de Gobernación en donde indica que Doña Lupita no tiene problema o impedimento para cobrar el apoyo social de 38 mil pesos, la institución bancaria del Banco del Ahorro Nacional y Servicios Financieros (BANSEFI) por una u otra razón le han negado el pago en varias ocasiones. Dice estar enfadada de ir al banco porque siempre recibe negativas. Y maltratos de los burócratas.
La agrupación de Tepa
La organización de los tepatitlenses tiene sus orígenes en la fundación del movimiento de exbraceros, quienes iniciaron en alianza con el Frente Nacional de OrganizacionesBracero PROA. Tras algunos problemas surgidos durante de la lucha, los de Tepa decidieron separarse y trabajar de manera independiente.
Por el momento algunos de los logros de los exbraceros sólo se ven plasmados en papel, la organización ha recurrido a marchas y protestas en diferentes puntos de la República. En el 2004 tomaron el rancho San Cristóbal, propiedad del entonces presidente de la República, Vicente Fox.
En las manifestaciones y viajes largos sólo participan los más fuertes. Tal es el caso de Rogelia Hernández Escoto, hija de un exbracero. Ella formó parte de un contingente que intentó llegar hasta el Congreso de la Unión en la capital del país. En aquella ocasión sus demandas no llegaron a los oídos de los legisladores y cambiaron su marcha hacia el Tepeyac. Ahí quizás la Virgen de Guadalupe sí los escucharía.
“Supuestamente íbamos a hacer una manifestación allá, pero no nos recibieron porque ya había muchas manifestaciones, entonces no arreglamos nada; ya de ahí que no nos quisieron recibir nos fuimos a la Basílica y nos regresamos esa misma tarde”, detalla.
Doña Roge, al igual que muchos otros, no ha recibido un peso. Se unió al grupo hace diez años: “Ahí ando nomás a ver si acaso, pero no tengo seguridad de nada, ya nomás vengo por venir a convivir con los demás”, señala.
Otro de los exbraceros que participaron en la manifestación que pretendió llegar a San Lázaro, es Elpidio Cortes Iñiguez, un hombre de ojos azules y 80 años de edad. En 1952, durante ocho meses, fue trabajador en campos de Estados Unidos en donde trabajó en la pizca de toronja, algodón, fresa, zanahoria, uva y todo lo que hubiera. Desde hace tres años está en la lucha.
“Una vez fuimos a México, nos fue bien, porque no recibimos ningún golpe, por eso digo que nos fue bien. Esa vez que fuimos ahí hubo una manifestación de otros que tienen casas ahí, nos ganaron la entrada y ya cuando queríamos regresar no nos dejaban salir, de ahí del lugar que está para el aeropuerto, ahí en donde están los diputados. Fuimos y vinimos el mismo día, nos fuimos de aquí en la noche y regresamos en la tarde del día siguiente”, dice.
“De aquella visita yo pienso que no hubo ningún logro porque todo está igual. Yo no he recibido ningún dinero, nomás nos dicen que nos lo van a dar, pero quien sabe cuándo. Nomás nos dicen que ya merito. Ese dinero que nosotros estamos ahora peleando nos lo quitaron en impuestos allá en Estados Unidos y lo mandaron aquí, y aquí se lo tranzaron”, agrega.
Los ex braceros y sus familias han ganado algunas batallas legales. Amparos masivos y demandas ante la Corte Interamericana de los Derechos Humanos, que ordenan el Estado mexicano. Lograron sentencia del 10 por ciento, los ahorros. Otro logro fue que no desapareciera el apoyo social de 38 mil pesos, el cual, Melitón Iñiguez, un señor de bigote negro y sombrero quien va acompañado por su familia la misma tarde de la reunión, compara los pagos con promesas de campaña.
“No me acuerdo ya cuantos años hace que fui bracero, hace ya muchos años de eso. Vinimos aquí con la Señora (Isabel Cabrera), ya tenemos tiempo viniendo. No hemos recibido respuesta, nomás nos dicen que ahí va, nomás hemos recibido puras promesas, como el PAN”, señala el exbracero.
Al primer centro de reunión de los exbraceros y los suyos fue la Plaza Morelos, unos años después se mudaron al parque del Peregrino (Alameda), en donde a pesar del frio o el calor, la sed o el cansancio, el hastío o la esperanza están casi siempre presentes.
Los muchachos que aquella tarde comparten la Alameda, disfrutan de las rimas de los raperos mientras se cubren de los rayos del sol achicharrador de la tarde, bajo unos toldos blancos. Los otros, los de la tercera edad y sus familiares lo hacen bajo un eucalipto que se recupera de una poda del año anterior.
La licenciada habla, su voz parece lejana. Todos la escuchan atentos, todos esperan nuevamente como cada quince días un nuevo mensaje que les de esperanza. Pero no lo hubo.
Morir en el intento
Algunos que fueron braceros murieron durante los vaivenes del grupo, otros, tiempo antes. Ahora son sus esposas o sus hijos quienes reclaman lo que algún día lograron reunir los trabajadores, a costa de sudor y lágrimas.
Esta ocasión Juana Elba está acompañada por sus nietos. Comen pollo rostizado. Un par de perros se acercan rumiar los huesos sin carne desechados por la familia que quizás ve la jugosa ave como un manjar que pocas veces pueden disfrutar.
Juana es hija huérfana de un ex bracero, al igual que a muchos en la lucha, la pobreza y la esperanza de una vida mejor le ha llevado a ser constante cada quince días. Llega desde Capilla de Milpillas. Le conmueve la idea de pensar que ella y los suyos podrán ser felices gracias a los esfuerzos, carencias y sacrificios de sus padres.
“Yo estoy luchando por lo que mi papá batalló, tanto que anduvo en Estados Unidos, tanto que sufrió él por allá. Había veces que mi mamá nos tenía a todos chiquillos y nos tenía hasta con hambre. Yo ahorita pues ando luchando en esto porque mi esposo que tiene 65 años ya no le dan trabajo tan fácil. Mi hija está dejada del esposo, está operada de la vesícula y ella trabajaba, ahorita no puede, cuando podía trabajar me daba 500 pesos con los que yo le daba de comer a nietos, comíamos nosotros, le daba a ella y horita está imposibilitada. Hay días en los que no tengo ni para darle de comer a los niños, me salgo a vender nopales para darles un bocado o hago tamales sobre pedido”, dice.
Y agrega: “Yo espero que esto que estamos arreglando pronto lo dieran pa que se me acabara esa pobreza y esa miseria. Yo no he sido beneficiada con nada, llevo cuatro años viniendo. Nos dice la licenciada que a lo mejor ya no van a tardar tanto en pagarnos. Hay que hacerle la lucha siempre, ya empezamos y como dicen por ahí: si pega bueno y sino despegado estaba. La lucha le vamos a hacer y más ahorita que ni mi esposo ni mi hija tienen trabajo”.
Y es que tiene un hijo en Estados Unidos. Por las crisis que vive aquel país, no tiene trabajo tampoco y ni que comer. “Vive de arrimado con unas personas. Entonces a mí no me queda de otra más que hacer la lucha”.
Ya no es sólo la justicia. Es la sobrevivencia. Esa que el Estado mexicano no ha sabido garantizarles. Pero hoy, no hay noticias. Habrá que esperar otros 15 días para ver si la licenciada les da la buena nueva que les cambie la vida.
Esa buena nueva que, a pesar de las victorias legales, no les ha llegado en cincuenta años.
Dicen que la justicia cuando llega tarde, no es justicia. Ojalá, no sea así.