jueves , 21 noviembre 2024
La niña del sombrero rojo (1942). Óleo sobre tela, 91.5 x 73.8 cm. Colección SURA, México. Fotografía de Francisco Kochen. Reproducido con el permiso de María Rosenda López Posadas, representante legal de la propiedad intelectual de María Izquierdo.

La niña que se comió al mundo | RELATO

Por: Víctor Manuel Aguilera Sánchez

 

(A mis queridos padres, Mago y Manuel, con toda mi gratitud, afecto y cariño)

 

¡Esa chamaca va pa’ grande! Lo supe desde que la conocí aquella mañana de diciembre, en los días de la feria. La recuerdo requetebién, caminando entre los puestos, agarrada de la mano de don Bartolo Gutiérrez, que era su agüelo. La niña admiraba todos esos tilichitos para jugar, las palomitas, los toritos, los leoncitos, pero se aguantaba las ganas de tocarlos y sólo los miraba. San Juan desde siempre ha sido igual de relajiento con tanto puesto, tanto cristiano y tantos repiques en el Santuario, y más en los días de la fiesta de la Inmaculada.

Eso sí, ya no son como en antes, cuando a mi agüelo, y a los agüelos de mi agüelo, les tocó la verdadera feria del 8 de diciembre. Recuerdo que de chamaco nos juntábamos en la cocina a tomar atole y rodiábamos a mi apá Chano, apá de mi apá, y nos contaba de cómo eran los puestos en la plaza de cuando era un crío, de lo muncho que vendían y de lo requetiarto de cristianos que venían. Siempre decían que eran más los cristianos que visitaban a la Sanjuanita en diciembre, que todos los cristianos que vivíamos aquí en San Juan en todo el año.

Cuando era niño veía a mi agüelo como un viejo que ya estaba en las últimas horas. Ora que yo ya estoy viejo y pienso que ya le pasé de edá, con seis años más que cuando él se petateó, siento que me falta muncho pa’ vivir y que toavía  no estoy tan viejo ni tan rancio ni tan enjuto a como él me parecía en aquel entonces. Pos al apá de mi agüelo le tocó ver cómo se construía el Santuario, y a mi agüelo, sólo que terminaran las torres; y ellos decían que a este Santuario lo construyeron los ángeles. Pero a mí me tocó la coronación de la Sanjuanita hace unos pocos años, le quitaron la ariola y la coronota de esmeraldas, y le pusieron otra coronota pero con munchas piedras preciosas, y los dos angelitos encuerados como ya la ven hoy en día todos los cristianos que la visitan, que sostienen una cintilla que dice quién sabe qué cosas en latín.

Pero ni cómo negar que ya estoy viejo Jelipe, empiezo con una cosa y me brinco a otra. Pos te estaba contando de la chamaquita esa. Traía un vestido rayado con tres holanes en el pecho, manga larga y unos botincitos negros, todo el pelo lo traía agarrado pa’ atrás, como si juera un chongo de gente grande, pero ya después de munchas horas de habérselo hecho; y la chamaca que haiga tenido muy apenas cinco años. ¡Ah! pero no era cualquier escuincla, se le notaba el porte y la presencia, miraba con esos ojitos como si quisiera comerse al mundo, como si todo juera nuevo para su vista. Y don Bartolo la seguía mientras ella conocía lo que era este nuevo mundo para sus ojitos nuevos. ¿Qué yo qué hacía? Pos no me acuerdo, sólo que estaba allí y que la estaba mirado a ella.

Cuando de repente pasó aquello que jue lo que me hizo reconocer que va pa’ grande, se empezó a escuchar un borlote a lo lejos, se veía polvo y se oían los gritos de las viejas, y también de los viejos, cuando de pronto, era un corredero de cristianos; y pos se había soltado un montón de caballos bien encabritados, que traían pa’ la venta y se les desembocaron a los cristianos que los cuidaban, y tumbaban puestos y destruían todo y aventaban a los pobres cristianos que no alcanzaban a correr, lo bueno que eran caballos y no toros, que también ya nos ha pasado, era un relajo todo lo que pasaba en ese momento. Yo por ser de rancho pos no tenía miedo, ya estoy acostumbrao a eso, y más con mis vacas que a veces se ponían igual de locas que ellos. Pos en ese alboroto don Bartolo lo que hizo jue hacer a la niña a un lado del puesto de juguetitos de barro y de madera que estaban viendo, allí donde estaba yo y se aventó sobre ella, para cuidarla que no le juera a pasar nada, él viejo la cubría con su cuerpo.

Yo vide cómo pasaron esos caballos encabritados, levantando polvo, pisando y desbaratando los tiliches de los puestos, pero mientras yo me escondía detrás del puesto miré cómo los ojos de la niña se hacían bien grandotototes. No estaba asustada, sino que estaba guardando todo en esa mirada y aunque don Bartolo la protegía con su cuerpo, ella hacía por mirar y por no perder detalle. Ya no veía al caballito de madera de juguete del puesto, ora eran caballos diadeveras, de carne y güeso. Y con la mirada no nomás conocía, sino que parecía decir que ella no les tenía miedo aunque juera vieja, y que ella, aunque estuviera escuincla los dominaría, que ella era vieja con pantalones. Sí, todo eso veía, Jelipe, y lo veía en sus ojitos. Es allí cuando dije, esta va pa’ grande, no será como todas las viejas del pueblo, aquellas que se la pasan rezando rosarios. No, esta será diferente. Y con todo lo que ha pasado en estos últimos años, más bien diría que esa chamaca tenía las carrilleras bien puestas.

Pos pasó el animalero y me acerqué a don Bartolo a ayudarle a levantarse y mientras lo ayudaba, la niña ya estaba paradita, con sus manitas se sacudía el vestido de rayas blancas y azul marino, y se acomodaba sus greñitas, pero no quitaba la vista de los caballos, que ya eran detenidos por varios jinetes.

—¡Vámonos María! — Le dijo don Bartolo, y de nuevo le tomó de la mano —tu agüela debe de estar asustada si es que ya se enteraron de esto — y voltió, mirándome a los ojos y dijo — ya ven que para campanas, lenguas y pan, sólo San Juan.

¡Ah! Pero que retediferente era cuando la sacaba su tía, la hija de don Bartolo, que ya por los años no recuerdo cómo se llamaba, por eso siempre le digo la Bartola; esa era un jija del demonio, por no decir de la chingada, que me da pena contigo, y con el perdón de don Bartolo. Esa niña era güérfana, su apá tenía poco que se había peteateado, entonces su amá, hija de don Bartolo, se las encomendó a sus apás, y entre los agüelos y la tía amargada, cuidaban a la niña. Don Bartolo la adoraba, pero no esta mujer, se notaba a leguas que no la quería, pero fingía la cara, así como se la finge a todos. ¿Que cómo lo sé? pos soy viejo, y recuerda Jelipe que el diablo sabe más por viejo que por diablo. Esta mujer se la pasaba en el Santuario rezándole a la Sanjuanita y cuando no estaba allí, se la pasaba en la parroquia de San Juan Bautista rezándole al Sagrado Corazón de Jesús. Siempre cubierta, con unas enaguas que no dejaban ver nada, que ni ganas daban de andar viendo, y los brazos igual de cubiertos. Y siempre en el templo y en la calle con la cabeza tapada. ¡Ya ni su madre andaba así de biata!  Rezaba en el templo el rosario y mientras pasaba por sus manos cada una de las cuentas cerraba los ojos y movía los labios como si entre más gestos hiciera, meniándolos como su enagua, más y mejor rezara. ¡Ah! pero cuando se le acercaban para pedirle una caridá, ¡qué esperanzas que diera algo!, al contrario, regañaba al pordiosero, porque ella era mujer decente y él debiera de ponerse a trabajar y no andar molestando a la gente honrada. Por eso te digo que es una vieja jija del demonio, y eso que todavía falta contarte más cosas de ella.

La primera vez que la vi con esa vieja jue un Viernes de Dolores, llegaron a la casa de doña Esther, que entrando a su casa, que estaba requetebonita, en la sala, a la mano izquierda, adornaba un hermoso altar de Dolores, y era el más bonito de todos los que se adornaban aquí en el pueblo. Llegó la Bartola con la niña, saludaron a doña Esther, que era una señora ya grande, gordita y chaparrita. Primero la Bartola la saludó y luego voltió a ver a María con unos ojos que parecían rifles y le dijo “Cenobia”, es que la vieja no le llamaba María, sino que le decía Cenobia, a lo mejor era su otro nombre o era nomás por estar fregando a la niña; y luego de decirle Cenobia, le dijo “salúdale, así como debe hacerlo toda señorita”. ¡Qué ojos tan diferentes los de esa vieja, pos en ellos mostraba su vacío, su soledá, su odio al mundo, a los ojos de la niña, tan llenos de inocencia y con los se quería comer al mundo, pero por conocerlo, por tocarlo, por tenerlo!

¡Ah! tan hermosa que es la casa de doña Esther, su patio al centro, una hermosa arquería labrada en cantera, así como la del Santuario, el comedor al frente, la cocina a la derecha del comedor, y todo el patio lleno de macetas. Todo esto es herencia de cuando vivían los gachupines en estas tierras, y que nosotros, bueno, los curros del pueblo dejaron a sus hijos, y luego a los nietos, y será un patrimonio pa’ todos, que esperemos que nunca se acabe, porque en cada finca está nuestro San Juan, su historia y lo que nos ha forjado. Seríamos muy tontos si no lo conserváramos.

¿Que qué pasó? Ah, pos después de saludar pasaron a rezar a la sala donde estaba el altar. En el altar, a mero arriba había una Virgen de los Dolores, esa que anda toda de negro y que sólo se le asoma un dedito, que se me hace tan feo. Tenía desde arriba unas cortinas moradas y blancas, pero como encajes, que cubrían la pader y hacían resaltar a la Virgencita y ya en las gradas, que eran precisamente siete, por los dolores de su santísimo corazón, había dos angelotes, pero no encuerados como los de la Sanjuanita, sino de cera, y con ropa, como rezando, a los pies de la Virgencita. También había algunas palomitas de cera regadas entre los escalones, en todo el altar había macetitas con trigo crecido, ese que tiene que durar ciertas semanas en la oscuridá, para que crezca todo parejito y verde y sea el único toque de vida en estos Altares de Dolores, porque ya sabes que toda la cuaresma además de ser preparación es tiempo de penitencia, y más la Semana Santa, que también es tiempo de muerte. Vieras que en esa semana y más el Viernes Santo no podíamos ni cantar, ni jugar, ni siquiera bañarnos en el bordo y en la casa no se tortiaba ni se iba al río a lavar. ¡Qué esperanzas cantar, y menos con la guitarra! Todo el ambiente era morao como las telas con las que cubrían a los santos en los templos, y así también pasaba con estas costumbres, que nos cubrían a todos los cristianos. Había munchas naranjas y limas, con sus banderitas clavadas de papel picado y de colores y velas que prendían y alumbraban el lugar dejándolo todo como santo, con el jumerío que salía de ellas, igual que en el Santuario.

Después de que Bartola rezara y María contemplara todo el altar de arriba pa’ abajo, de que sus ojitos contemplaran todo el altar de Dolores, doña Esther les ofreció un vaso de agua fresca así como lo manda la tradición; y era agua de jamaica, tan fresca y tan llena de color. María, con sus pocos añitos, se jambó toda el agua, y en sus labios saboreaba la frescura del agua roja. Estoy seguro que esa agua tan colorida jue la forma en que ella se guardó pa’ ella misma todo el color que había en ese altar. La Bartola mandó a la “Cenobia” a que llevara los vasos a la cocina, y otra vez los rifles que eran las palabras secas de la santurrona casi le disparan a la pobre escuincla, diciéndole que cuidadito y se le jueran a caer porque así le iría cuando llegaran a su casa, que no la volvería a sacar a pasiar. A mí me quiso dar risa, si nunca la sacaba, y ora resulta que la castigará de ese modo. Ya no hay temor de Dios.

Esa niña no tenía nada de tonta, su carita lo decía, tomó el vaso de la tía y con cuidado jue y lo llevó a la mesa del comedor, ese que estaba al frente de la casa, allí los estaban poniendo los cristianos que visitaban el altar, yo estaba muy atento y cuando la niña no salía del comedor me acerqué a llevar también mi vaso,  encontré a la chamaca admirando la alacena del frente que estaba llena de figuras de barro: caballos, esos caballos que siempre tenían que estar presentes en la vida de la chamaca, un corazón grande a mero arriba, unos ángeles en forma de campana, unas víboras, unas palomas y hasta un payaso y a mero abajo había un platón grandote con munchos dulces cubiertos; biznagas, higos, ¡cómo me gustan los higos!, y camotes.

Pero de pronto que me doy cuenta lo que María contemplaba tan atentamente, junto a los dulces cubiertos estaba un gatito blanco echado sobre un libro abierto, moviendo su manita sobre las hojas del libro, María sonría al ver al inocente animalito, parecía que el gato estaba estudiando su lección de gramática o del catecismo del padre Ripalda. ¡Y de pronto un ruido en la cocina! el gato echó un brincote, y nosotros también, y salió corriendo, y María se jue atrás de él y yo atrás de ella.

¡Y que María se detiene de repente! La ventanita que da a la cocina  por o’nde en las casas pasaban la comida p’al comedor jue lo que la detuvo. Se puso a mirar por esa ventanilla y oservaba atentamente el altillo, o’nde tenían todas las provisiones y a la vez lo que prepararían para comer esa semana en esa casa rica. Había unas calabazotas, una completa y otra partida, seguramente también la cocerían como dulce cubierto, una canasta con güevos, unas cebollas con su rabote verde, aguacates, queso, pero también manzanas, otra canasta con fresas, una piña grandota cáida, granadas y duraznos, una sandía partida por la mitá, así como dos mameyes por el estilo. Y tres riquísimos guachinangos, con su color rosa tan bonito y llamativo que Juanita prepararía para la comida, uno encima del otro, y el otro partido a la mitá, como si la pura cabeza estuviera acostada sobre un plátano que también por allí estaba.

Y de pronto que llega la Bartola, regañándola con las pistolotas y con la meneadera de labios, bueno, aquí no los florea tanto como en la parroquia cuando le reza al Corazón de Jesús, gritándole: ¡¡¡“Cenobia”!!!!  y diciéndole que por qué se tardaba tanto, que no tenía que andar de chuya, al andar chismiando las casas ajenas, pero aunque le decía esas cosas, también la Bartola oservaba la cocina con sus cazuelas, sus hirvores y sus olores que junto con todo el mandado en el altillo adornaban tan bonito esa cocina. Ellas se salieron del comedor y yo me acerqué a saludar a la Juanita. ¿Que qué pasó con el gato? ¿Ora resulta que gato sabio? ¡Ni supimos pa’ donde ganó el méndigo gato!

En mayo las volví a ver, un domingo por la tarde. Estaba yo sentado en el Santuario cuando me tocó ver que llegaba la Bartola, con María y con otro niño. La mujer vestía una blusa negra y guantes de encaje también negros y como siempre su enagua larga larga, pero ora de color marrón. María iba vestida de almengracia, ¿Que qué es eso? Pos son las niñas que le llevan flores a la Sanjuanita. María se notaba en su mirada que no quería estar allí, ella no nació pa’ los rezos, ella nació p’al mundo. Oservaba el Santuario y a los cristianos que entraban a rezarle loas a la Sanjuanita. Y la tía, mientras lanzaba su ensarta de rezos, pellizcaba a la niña para que estuviera atenta, mirando  al frente y rezando igual que ella, no quería pararse a ofrecer flores, pero no le quedaba de otra; y junto con el niño vestido de marinerito y de zapatos rojos, caminaban a lo largo del Santuario a ofrecer sus flores a la Virgen de los angelitos encuerados. Esta niña no nació pa’ los rezos ni pa’ andar llevando flores, su mirada sigue siendo tan atenta al mundo de ajuera que pareciera que se lo sigue robando poco a poco, para guardarlo en ese corazonzote que debe de tener.

¿Su apá? Quién sabe de o’nde haiga salido, tenía un apedillo muy raro, que por aquí naiden tiene. A mí me tocó conocerlo, era el encargado del telégrafo y aunque vivía allá para las güertas, también tenía dónde vivir en la casa del telégrafo, tan bonita casa frente al Santuario, y pos por la amá, pos son gente de rancho, que también ya viven aquí desde hace algunos añitos, son gente de fiar y gente güena, aunque la Bartola muestre todo su rencor con la chiquilla. ¡Ándale Jelipe tú sí sabes! Esa escuincla me robó el corazón, y pos en este pueblo que aunque sea ciudá, no dejamos de ser y llamarle pueblo, y todos nos conocemos y era fácil ver a la niña. ¡Cómo me gusta toparme a la María para verle esos ojitos inquietos!, ojitos con los que se comía al mundo, que me mostraban su juerza de voluntá que tendrá de grande, que sin la menor duda conquistará ese mundo, el mundo que tiene guardado en las niñas de sus ojos hermosos.

¡Ah!, pero si quiero recordar esos ojitos inquietos, la vez del circo ¡esa sí jue única!, nombre, la Bartola ni esperanzas que la llevara al circo, esa pa’ puros rezos y incienso, el que la llevó jue don Bartolo, te digo que ese sí que quería bien a su nietecita, desde que iban llegando, la criatura ya tenía los ojotes bien abiertos, vestida toda de amarillo como pollito, dos colitas en la cabeza, detenidas por dos moñotes también requeteamarillos, medias blancas y unos zapatos también requeteblancos. Y tomada de la mano de su agüelo oservaba, ajuera de la carpa mientras llegaba la hora de la función, cómo ensayaban los cirqueros.

Aquí a San Juan seguido llegaban circos, y ¡cómo no iban a llegar!, si la historia de este pueblo se debe a aquellos cirqueros que venían de San Luis y andaban en carreta pa’ Guadalajara, y que al estar ensayando las niñas que eran trapecistas, una de ellas se cayó en las dagas que ponían en el suelo quesque para hacerla más de emoción. Padres desconsiderados, y luego allí andan, llórele y llórele a la niña. Y pos sí, la hicieron de emoción, se les murió la niña. Las chamacas tenían la edá como de María, una como de cuatro años y otra como de siete, la que se cayó jue la chiquita; y pos aí la llevan a la capilla que era lo único decente que había en este pueblo de indios, y la viejilla que cuidaba el templo, les dijo que la Sanjuanita la curaría, que no le gustaba ver el dolor de los apás. Y después de ponérsela en el pecho a la difuntita, que ya estaba hasta amortajada y con el cura de Jalos en camino pa’ santoliarla, pos que se despierta de la muerte. Y gracias a ese milagro, comenzó la historia de la Sanjuanita y de mi San Juan, y todo debido a unos cirqueros, de seguro siguen llegando estos cirqueros con la esperanza de que si les pasa algo está la Sanjuanita lista pa’ curarlos.

Pero éstos que llegaban, más que pa’ curarlos necesitaban comer, pos eran de esos circos probes, que andaban de un lado a otro por todo el país buscando el modo de comer y de poder vivir. Sus animales estaban todos niengos, ya ves cómo eran esos últimos años de don Porfirio, todo bien jodido pa’ la gente probe, que casi todo el país era probe. ¿Que qué pasó?, a pos, ajuera de la carpa estaba una carreta y una equilibrista estaba sentada colgando los pieses hacia ajuera; otra más, que traía una enagua azul, ensayaba caminando con un aro; y uno que le decían acróbata con unos calzones rosas se entretenía con una pelotota de color verde. El que parecía que no encajaba allí era el payaso, porque en lugar de jugar y reír, estaba sentado y triste, como si estuviera muy cansado. ¡Y eso que apenas iban llegando a San Juan!  Y junto al payaso triste, un triste caballo que como que tenía días sin comer, y que como María, don Bartolo y yo mesmo, veía atentamente a los cirqueros alistarse.

Ya para comenzar, entramos al circo, yo me senté donde pudiera ver a esa niña, nunca de las veces que la vi la había visto de la mesma manera, miraba todo, y aplaudía con tanta juerza en cada uno de los actos, sus ojos seguían atentamente todo lo que sucedía allí adentro. Miraba cómo las equilibristas pasaban correctamente por esa cuerda sin cairse, dos muchachas vestidas de rosa, pero una con unos holanes blancos, la otra con un pariaguas rosa. Cuando parecía que todo iba muy bien y María seguía comiéndose el mundo del circo, llega el momento difícil para la del pariaguas, pierde el equilibrio y pareciera como si juera a cairse, lo bueno que aquí no había dagas, pero tremendo porrazo sí se daba. María se asusta y se queda sin resollar. Pero así como parecía que la muchacha se iba a cair, de la misma forma se estira corretamente y acaba su recorrido por la cuerda, recebiendo los aplausos de todos los que pensaron que cayera. Y los aplausos más juertes eran los de María. Podía haber cáido y no le pasó. María la admira, ha encontrado a otra muchachita igual que ella de valiente.

Y que aparecen después los payasos, además del triste de ajuera, llega otro triste, con crucecitas en los ojos, y que anda vestido de rojo y verde y que carga una pelotota de colores. Y llega de pronto la jaula y se oye un latigazo y se apersona el domador vestido de rojo y botas negras, que pone a un simpático león, llamado el león Noel, a hacer unos malabares en un barril. María no tiene miedo, en sus ojitos muestra que ella si estuviera adentro también se toparía contra el león Noel y trairía el látigo con la mano zurda, y su mano derecha la tendría puesta en su cadera, así como está el domador parado, mostrando su jortaleza. Ella también sería una guena domadora, a sus pocos años ya tiene esperiencia con la Bartola. Y después del león siguen los caballos, que bailan para los presentes pero sus domadores son diferentes, aunque también traigan botas negras, visten de azul y la casaca es del color del cielo.

Y de pronto, llega el momento más feliz de la escuincla: las caballistas. Salieron por la puerta dos mujeres que presentaron como Lolita y Juanita, una vestida de rosa y otra de azul y comenzaron a hacer sus hazañas maravillosas, pa’ a luego subirse a seguirlas haciendo en el lomo de los caballos, que también tráiban trapos alegres y con adornos en la cabeza. Arriba de ellos se paraban de puntitas, y abrían los brazos voltiando p’al cielo. María aplaudía más que hace rato y por eso sé que era lo que más disfrutaba del circo, su cara, sus ojos y su mirada me lo decían, ella las almiraba, porque ella también domaría a esos caballos,  no les tenía miedo, si no le tenía miedo al león Noel, menos les tendría miedo a esos caballos. Ella será una domadora de caballos, de leones y de seguro de cualquier bestia, hasta de los sapos que aparecen en tiempo de lluvias, que me afiguro que tampoco les tiene miedo. Te digo Jelipe que esa niña va pa’ grande. Las grandes viejas son domadoras.

No pasó muncho tiempo después del circo cuando murió don Bartolo, y pos, la niña siguió creciendo al cuidado de la Bartola, digo, cuidado por decir, porque no la cuidaba,  la encarcelaba y quería que tuviera una vida igual de biata, amargada y aburrida que como ella la tenía. Y ya después nomás se le vía pasar a misa por las tardes al Santuario y rezar el rosario y nunca le volví a ver con el primito de zapatos rojos y muncho menos con algún amiguito. Y pos después, que se suelta la Revolución.

La última vez que vi a María, que ella haiga tenido unos trece o catorce años,  jue pa’ ir a misa acompañada de la Bartola. Su agüela también ya había muerto. Lo único que supe que días después de que la vi, uno de esos sombrerudos de la revolución, un día que caminaba por el jardín se topó con la Bartola y la María; y dicen que ese hombre dijo “esa vieja será mi mujer”. Y dicen que ese mismo día lo vieron tocar en la casa de la Bartola, y días después, lo volvieron a ver cuando salía de allí. ¡Eso cómo se daba en esos tiempos! ¡Donde estos matones ponían el ojo también ponían la bala!, y si les gustaba una cristiana, hacían de todo hasta que la tuvieran con ellos pa’ luego tenerlas tortiando y todas cargadas con una jilera de puros chilpayates. Y al parecer éste viejo era decente, porque había viejillos de todo tipo, y digo que decente, porque él de seguro lo ha de haber tratado con la vieja bruja de la tía, porque esto de los matrimonios con guarachudos y sombrerudos no se arreglaban fácilmente, pero sí cuando las familias ya no podían mantenerlas porque lo habían perdido todo y con esperanzas que triunfara la revolución y les juera bien, arreglaban el casorio, y pos más bien cuando no las querían, como era el caso de la “Cenobia” ya solita con la Bartola. Pero había otros desgraciados que cuando las miraban, así como si se les antojara cualquier cosa, si andaban a caballo, las agarraban pa’ treparlas al animal y se las llevaban sin avisar ni decir adiós siquiera. De menos a esta chamaca la han de haber tratado de güena forma. Y pos por eso no la volví a ver, unos dicen que se la llevaron pa’ Aguascalientes, pero yo le creo más a mi compadre Candelario que me dice que la llevaron pa’ Saltillo, y es que a él le tocó verla por allá, además yo creo que si juera aquí cerquitas donde estuviera, habría sido más fácil verla por acá, se tendría que haber dado una güelta, y esta mujer ya no se ha aparecido. Aunque tampoco creo que quisiera andar viendo a la Bartola como para andar viniendo.

Pero si no se ha aparecido es porque no le ha llegado el momento de que venga como toda una mujer. Te digo que va pa’ grande esa chamaca, chamaca que aquí nació, aquí creció y aquí se comió al mundo con sus ojos. Sé que después hará algo con todo que se jambó, con los altarcitos y con las alacenas, con las piñas, las sandías y los guachinangos, con los bodegones y con los caballitos ¡y vaya que hará muncho con esos caballitos!, con los trapecistas y las equilibristas. Ella será una domadora y aunque venga caminando con sus crías, será una mujer firme y de carácter y le dirá al otro mundo, al cerrado y pequeño, al de los rezos y las biaterías, que ella vale muncho, porque ella también es una domadora. Ella se parará sobre el caballo en una sola pierna y con el látigo también domará al león, al sapo, y hasta al zopilote que andarán por allí rondándola. Esto te lo digo porque lo vi con estos ojos que ya no tardan en comerse los gusanos. Ojos que ya no verán lo que te estoy contando, pero tú que estás todavía chamaco te tocará verlo, y te sentirás orgulloso de que tu agüelo la haiga conocido; y que él jue el primero que supo que esa escuincla llegaría a grande. Cuando regrese y yo ya no esté, cuéntale de mí. ¿Que cómo sabrás que es ella? Si estarás bruto, no te pareces en nada a tu agüelo ¡te digo que va pa’ grande! De estas viejas no hay en todas partes. Sus ojos te lo dirán, ahí verás todo, porque ella jue la niña que con sus ojitos se comió al mundo.

 

Glosario

 

Altillo                                     Alacena alta

Ariola                                    Aureola

Chuya                                    Chismosa

Curros                                   Ricos

Greñitas                                Cabellos

Jambó                                   Tomó

Jumería                                 Humos

Requetiarto                          Mucho, en demasía

Resollar                                 Respirar

Tilichitos                               Cosas pequeñas

Zurda                                     Izquierda

Este texto pertenece al libro «El habla de los Altos de Jalisco» del Colectivo El Tintero

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