Por: Elba Gómez
(A Ramón y a todos los niños abandonados a su suerte en aras de hacer de ellos “hombres de bien”)
* * *
—¡¡Argenudo!! Ya el lucero salió y ni resoca que te tibias. Ya está cocida la agüita de istafiate, anda, cuela, ya larga la liebrita, aquí no es como en el pueblo o’nde puros verijones y cuerudos andan nomás midiendo calles, aquí en la Casa Grande te vas a hacer hombre — argüía mamá Tina tratando de que Ramón dejara la cama para comenzar a ayudar en las labores del campo.
—Ssi, mamá Tina, ái voy madrina — contestó muy asustado Ramón.
Ramón era el hijo primogénito de una familia formada por sus padres y otros tres hermanos, estaba a punto de cumplir doce años y había sido enviado como castigo a El Bueyadero, el rancho de sus tíos abuelos Clementina y Pascual, hermanos entre sí, y que eran a su vez sus padrinos de bautismo, para que éstos ayudaran en el escarmiento que se buscaba para disciplinarlo, pues a raíz de la mala conducta del muchacho había propiciado que lo expulsaran del colegio, causando con esto el consabido disgusto de su madre, quien vio como solución mandarlo al lugar donde los métodos correctivos serían mejor aplicados que en un reformatorio.
—¡¡Levante su majada y cuele a tapar la abejas!! Y vienes a moler el nistamal pa’ que merezcas la gorda que te tragas. Atízale antes que se recuerden los hombres. Ah y reza tus devociones por las Benditas Ánimas del Purgatorio, aquí no vas a andar de bolchevique ni con esas vaquetonadas que trais de Tepa.
—Si madrina, nomás que me tome mi agüita, ando cursiento, en la madrugada fui afuera, me dio curso, me levanté sorumbo suato y ando medio lerende.
—¡¡Ánimas que sean lengonadas!! o’lo verás, te voy a endilgar una pela. Ya ti’horcabas pa’ jambarte el chapil de costomates anoche, ora ánimas que no te dé miserere. Cálese el maquinó y cuele a merecer.
La presencia de Ramón en esa casa era para la mujer una razón más para sacar a flote sus frustraciones, Clementina, siempre ocupada en las arduas labores que implica la vida de las mujeres en el campo, cuando no se le veía moliendo el nixtamal estaba haciendo las tortillas en el fogón, o alimentando las gallinas que al anochecer encerraba en el gallinero para librarlas del coyote, o acarreando agua sobre su espalda desde el ojo de agua distante trescientos metros de la casa, o barriendo el inmenso patio empedrado, o moliendo queso que guardaba en un zarzo pendiente del techo de la cocina, o los lunes yendo a lavar al pozo y los martes planchar sobre esa mesa enorme del corredor con la pesada plancha de fierro que rellenaba con tizones ardiendo, o apartando lo becerros y muchas veces ordeñando vacas y chivas cuando Pascual se ausentaba del rancho; que era muy seguido. Todos los atardeceres dirigía el rezo del rosario de quince misterios, en una mano el rosario; y en la otra una vara de membrillo para dar de varazos a quien se equivocara en la letanía u osara reírse mientras se oraba.
Era Clementina una mujer enjuta en carnes, alta, muy alta, de pechos planos, pelo entrecano y ralo que recogido en la nuca prendía con horquillas, tenía manos huesudas con dedos muy largos, tosca de facciones, ojos cafés, pequeños, inquisidores, nariz grande de fosas nasales oblicuas, labios muy delgados de comisuras caídas, pómulos salientes y quijada afilada, nunca sonreía, tampoco lloraba, su cara era de color cetrino y llena de arrugas, tenía orejas muy grandes y una gran verruga bajo el párpado izquierdo. Usaba prótesis dentales que cuando masticaba hacían chasquidos.
Vestida siempre de oscuro, sus faldas eran largas y calzaba zapatos de tacón grueso, traía colgado al cuello un gran escapulario de la Virgen del Carmen, el cual usaba los miércoles y los sábados. Acudía a cumplir con los preceptos religiosos puntualmente; cada viernes primero de mes iba a oír misa y a comulgar a La Mesa de los Vega y a Pegueros a los oficios de la Semana Mayor. Ella nunca se casó, no se le conoció novio alguno, no le gustaban los hombres de piel oscura, decía que “no tenían alma y sin alma no podían ser hijos de Dios”. Nunca llegó el pretendiente blanco y barbado que esperó Clementina para formar un hogar.
—¡¡Eitaaa!!! Muchacho zoquete, empínate el pocillo de leche no seas pusteque, larga esa sobrenjalma, no estés de faceto, mira nomás qué ojos papujados, todos pitañosos ¡¡¡Ave María Purísima del Refugio!!! Acaba de merecer pa’ que ya que clarié le des unos moloncos al Licenciado y lo aparejas, ái en el machero está la cabrilla y el aparejo, nomás le sorrajas el suadero pa’ que no se pasme y les echas unas gordas al Genovevo y al Solovino ¡¡Sagrado Corazón de Jesús, muchacho mojino tan arriado!!! Date a querer, búllete, cuela, llévales su agüita de toronjilillo a los hombres que el sol ya’stá despuntando.
Ramón obedeció sin chistar, el terror que sentía si desencadenaba la ira de la solterona lo paralizaba, ya hacía un mes que su madre había ido a dejarlo con sus padrinos y a partir de entonces un extraño frío del cuerpo y del alma se apoderó de él, le parecía que en el entorno del otoño todo era tonos grisáceos, era ya un mes que por las noches lloraba en silencio por temor a que mamá Tina lo escuchara, comía poco porque sabía que era una carga para la pírrica economía de la casa pues ya con él serían seis bocas que alimentar, el muchacho sentía el vacío de la orfandad, extrañaba a sus hermanos, pero más a los amigos del barrio con quienes jugaba a las canicas o al changay, con los que incontables veces se fue de “pinta” a las ladrilleras o a bañarse a El Taray y una vez hasta fueron a parar al campamento que las “húngaras” solían poner de vez en cuando en los alrededores de Tepatitlán. Recordó que ese día era el cumpleaños de su padre y se preguntaba si sabría dónde lo había confinado su madre pues su progenitor tenía cinco meses que se había ido como bracero a Estados Unidos. Ese día, también llegarían visitas muy importantes al rancho, así que apuró el paso con los jarros de té en las manos.
Entró primero al cuarto que Pascual compartía con un individuo que había llegado
al rancho como mediero hacía cinco años, con prudencia, sin voltear a verlos dejó el té sobre una mesita de noche y salió no sin antes recibir una andanada de insultos de su padrino por entrar sin tocar la puerta, siguió luego el té del tío Pedrito, el que nunca salía de su cuarto, Ramón no sabría explicar por qué ese anciano de largas y oscuras uñas era su tío, lo que sí sabía era que le infundía un gran temor cuando lo veía hacer muñecos de olote, vestirlos y darles nombre para enseguida quemarlos en la llama de un enmohecido quinqué de lata, la mente infantil del niño comparaba al viejo con Rasputín. Por último recorría el callejón que conducía hasta la troje donde pernoctaba Chencho Pelón, el cuidador de las cabras, a quien le entregaba su jarro, el “chivero” siempre tenía una sonrisa desdentada y un: “inocente, Dios te dé la Gloria” para Ramón.
Siguiendo con las órdenes de mamá Tina iba presuroso a buscar al burro para darle de comer cuando los gritos de la mujer lo sobresaltaron — ¡¡Eitaaa!!! Ven, agárrame esa gallina, no, esa búlica no, esa rodaila, esa mesma, no, mejor dos rodailas, vamos a hacer un caldito pa’ la visita. Ya cuela a enjaretale la cabrilla al Licenciado, yo ya ensillé las bestias pa’ que le hagas el recebimiento al señor don Perfeto y a la señorita Cunda su hermana que vienen trepados en el de Mezcala y se van a apiar ái en c’as de Pío Carranza ái en San Bartolo. Tú ya estás pertigón, ya puedes arriar las bestias porque ora Pascual quere ir a las carreras a La Tuna Agria.¡¡¡Y tápate la maceta, ponte el sombrero como los hombres, con el barbiquejo pa’ delante!!!
—Si, si ya iba, ya iba madrina Clementina.
Los tenues rayos del sol de noviembre empezaban a calentar los huesos del muchacho cuando partió de El Bueyadero, iba montado en el burro, atrás le seguían ensillados, un caballo de nombre Lucero y una yegua, la Estrella, los había asegurado con una soga amarrada al freno de cada bestia y los afianzó a la cabrilla sobre la que iba montado, así cruzó el toril, luego el Potrero Colorado para llegar a los linderos de la hacienda de El Cerro de las Azoteas y tomar el Camino Real, conforme se iba retirando de El Bueyadero una sensación de bienestar invadía a Ramón, y era tanto ese bienestar que comenzó a cantar a todo pulmón “Seeñores pido licencia paaara cantarle a mi amoooor y decirles lo que siente el pescaaado nadadoooor”, eufórico terminó la canción cuando ya iba enfilando hacia El Cerro del Coro donde el terreno comenzaba a ser más agreste; y sería así hasta pasar la barranca de La Burra y en ese trayecto los animales solían ponerse nerviosos, así que optó por hablarle al asno.
—No te cisquiés Licenciado, o te hago pelitos, no vayas a desbarrancar la quilihua porque entonces chiras pelas, mi padrino te manda al jabón. ¡So, so, so bonito!, no te asustes es una galuza. Si, ya sé que con tu rebuznido me quieres decir que el emplasto de el Coqueno te agarra a patadas, a mí también me cái gordo, tampoco me la pega que sea mediero, se me hace que son puras papas, es bien bolsón, si nomás anda de lambusco con sus estremancias con mi padrino y quien sabe qué zetas trái ese vale jiriquiento, ¿qué cómo sé que está jiriquiento? Pos ora cuando les llevé la agüita estaba prendido el aparato y le vi sus carnes. ¿No quisieras algunas veces ser otro?, ¿sí? Yo también, yo quisiera ser Kalimán el hombre increíble y que Genovevo fuera Solín para vencer a todos los malos y al tío Pedrito, ¿y si tu fueras Rucio?, ¿cómo que quién es Rucio? Pos dice mi papá que es el burro de Sancho Panza y que ellos y su patrón peleaban con espadas con una sarta de molinos de viento ¿Verdá que sí sería requete tres piedras ser Rucio? Mira Licenciado, ya se ve allá abajo la carretera, ya no tarda en pasar el de Mezcala pa’ llevarnos a la casa a la concurrencia. ¿Qué quién va a ser la visita? Pos… que dizque un zaurín y su asistenta.
Una vez en San Bartolo, los animales se refrescaron y consumieron agua y bastimento y la mujer de Pío le invitó una gorda con frijoles a Ramón. En punto de las diez de la mañana paró el autobús frente al muchacho y apareció la pareja que estaba esperando, saludos y uno que otro reclamo de por medio por parte del visitante y partieron hacia El Bueyadero, no sin antes asegurar a los forasteros que el penco y la jaca eran animales mansos y de buena rienda. El muchacho terminó de acomodar todos los bártulos a cual más de raros que traían y que fueron a dar a las canastas que cargaba el burro. Ramón no salía de su asombro al ver la fisonomía y estampa de los visitantes, no era el tipo de personas con las que había convivido. Perfecto Canillas y Cunda su hermana también traían un novedoso aparato de radio de transistores que mantuvieron encendido todo el trayecto. Dejó que tomaran ventaja para que no lo escucharan “dialogar” con su pollino.
—Qué chisquiada se va a dar mi madrina cuando mirujié a su convidado ja,ja,ja. Que dizque Perfecto Canillas ¡¡¡Perfecto cambujo!!! ta’ más prieto que el jundillo del comal, y cucaracho pa’ acabarla, hasta brilla de renegrido con la choya pelona parece guaje cirial nomás que tatemado ja,ja,ja; y ta’ chucaico tiene los ojos virolos. Eso sí, muy perjumiao y de modos aseñoritados. Ya me andaba trambuliquiando con sus borucas. Ya vi Licenciado, ya vi que olisquiaste a la señorita Cunda porque tienes pendiente que pandié al Lucero, está bien tenamastona ¿Verdá?, ¿ya viste que es más fea que una pasmada de burro? Y re’ tapia, tá soreque pa’ acabarla de chiltiar. Yo creo que es cotorra porque trai panqué en toda la cara y colorete pa’ verse chapetiada como mi madrina cuando va a oír misa. Si, si tiene cara de luna llenando, está cantarona, y trai tupé como las burras tusadas. ¡¡Tate quieto Licenciado!!!, no le des el jondión, es nomás un garruño, no seas juilón, pasando la ringlera de güizaches ya entramos al Camino Real.
En punto de mediodía avistaron la Casa Grande donde Clementina esperaba al grupo, todo fue llegar y Perfecto a deshacerse en zalamerías hacia la solterona y las plantas medicinales que cultivaba en un pequeño espacio entre el corredor y el patio, el fuereño no paraba de hablar, era como si en cada palabra vertida soltara una pócima para encantar a Clementina. A la hora de la comida, en la mesa del corredor se sirvieron las más exquisitas viandas que Ramón jamás hubiera podido imaginar que existieran en esa casa: mole ranchero de gallina, sopa de arroz, nopales, frijoles recién cocidos, queso fresco, queso añejo, un molcajete de chile de tomate y un pequeño canasto rebosante de tortillas recién hechas y como postre, alfajor, calabaza cocida con piloncillo y guayabas con miel de abeja. Si el menú sorprendió al niño, más le sorprendió la actitud de su madrina, la amabilidad no era algo que acostumbrara y estaba siendo amable incluso con él. Notó que la señorita Cunda no hablaba, se limitaba a comer desmesuradamente y de vez en cuando emitía un sonido gutural e inmediatamente se lamía las regordetas manos. Transcurrió la comida y enseguida, el asunto que había traído de San Pedro Tlaquepaque al adivinador comenzó a ser tratado. Pero antes, Perfecto pidió que le permitieran encender su radio mientras reposaba la comida, en el aparato se escuchaba la voz estentórea y modulada de un locutor que decía:
“…El día de ayer 22 de noviembre de 1963 quedará en los anales de la Historia como un día clave, el magnicidio en la persona de el presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy abre una era que nos estará llevando irremediablemente a la Tercera Guerra Mundial…”
En esos instantes se escucharon a lo lejos el galope de caballos, eran Pascual y el Coqueno que regresaban de las carreras y se integraron al grupo del que excluyeron a Ramón. El nigromante había sido llamado porque Clementina todas las noches escuchaba ruidos extraños, como si las garras de una águila perforaran las entrañas de la tierra, siempre sucedía al primer canto del gallo y aunque ya había rociado con agua bendita toda la finca, los sonidos siguieron igual, pensaron entonces que estaría en algún lugar un tesoro y decidieron llamar a un adivino para que les ayudara a encontrarlo. Perfecto acomodó en medio del corredor sus enseres de clarividente y a Cunda en medio de ellos, a cada invocación la mujer obesa cerraba los ojos y caminaba en una dirección hasta marcar un punto donde Pascual y el Coqueno escarbaban, así estuvieron por largo rato sin lograr encontrar más que ratones muertos y pedazos de guijarros. Los destrozos en aras de encontrar el tesoro eran más que evidentes. Por fin después de tres horas el adivino ubicó algo que parecía valioso, era un hueco “emparedado” en el adobe del muro que daba al cuarto de Clementina por un lado y por el otro a las caballerizas, rompieron el adobe por el lado del establo y encontraron el tesoro, el tesoro del tío Pedrito, cientos de olotes con forma humana envueltos en pedazos de tela simulando estar vestidos y quemados de la punta.
Cuerpos exhaustos y caras largas siguieron al hallazgo, sólo Clementina tenía una expresión diferente, una ligera sonrisa misteriosa afloraba a sus marchitos labios, cayó la noche y con ella la hora de la cena, fue entonces que llamaron a Ramón, todos tomaron sus alimentos en silencio, un silencio denso, espeso, ahogador. Llegó el tiempo de ir a la cama; y por primera vez en esa casa no se rezó el rosario.
—Anda mi muchachito, anda a hacer de las aguas que ya nos vamos a acostar — musitó suavemente Clementina al oído de Ramón y éste se encaminó incrédulo hacia la recámara contigua al cuarto de su madrina, que era donde él dormía, su cama estaba ocupada, la humanidad de la señorita Cunda se desparramaba justo en el lugar que él tenía destinado. Se acostó en el suelo tratando de explicarse los acontecimientos de ese día, no podía conciliar el sueño, entre la excitación que sentía y los ronquidos y flatulencias de Cunda lo hicieron imposible. No pasó mucho tiempo y unos sonidos desconocidos para él comenzaron a oírse, era como si una generosa lluvia estuviese cayendo sobre un campo árido y lo fecundara, o como si una amorosa madre alimentara a cien hijos con ríos de leche y miel, o como el susurro de un cometa cuando todas las estrellas se enredan en su cauda. Se fue quedando dormido arrullado por el suave eco del agua de los ríos cuando se funden en el mar.
Ramón abrió los ojos, creyó soñar un galopar de caballos y los rebuznos del jumento, había amanecido. La gorda seguía ahí, dormida pero ya no roncaba. De un brinco se puso de pie y notó que su madrina ya se había levantado, salió al corredor y el burro comenzó a rebuznar. Buscó a mamá Tina en la cocina y no estaba, el fogón no se había encendido, las gallinas seguían encerradas. El escapulario de las Cofradas del Carmen estaba en la mesa del corredor junto con el radio de transistores Motorola. El asno seguía rebuznando y el muchacho corrió a ver qué le pasaba.
—¡¡¡¿Cómo?!!!, ¿qué chiltiados dices Licenciado? ¿Qué el Lucero y la Estrella se fueron a buscar tesoros?
Glosario
Aparato Quinqué
Aparejas Poner el aparejo (arreo para ganado caballar)
Apiar Bajar, descender
Arquenudo Flojo
Aseñoritados Como señorita, afeminados
Atízale Date prisa
Barbiquejo Cinta de piel con la que se ajusta el sombrero
Birolos Estrábicos
Bolchevique Quien cambia de religión
Bolsón Flojo, holgazán
Borucas Palabrerío
Búlica Gallina de raza fina, pie de cría de gallos de pelea
Búllete Muévete
C’as En casa de
Cálese Póngase
Cambujo De piel muy oscura
Cantarona De cara ancha (como cántaro)
Changay Juego infantil con trozos de madera
Chapetiada Con color en las mejillas
Chapil Montón
Chiras pelas Ya perdiste
Chisquiada Sorpresa
Choya Cabeza
Chucaico Bizco
Cisquiés Asustes
Clarié Amanezca
Colorete Rubor, pintura para los pómulos
Costomates Tomates dulces de color amarillo
Cotorra Solterona
Cucaracho Marcas de viruela en la cara
Cuela Ve, anda
Cuerudos Desobligados, vagos
Cursiento Con diarrea
Curso Diarrea
Devociones Oraciones
Emparedado En medio de la pared
Empínate Bébete
Emplasto Estorbo
Endilgar Dar
Enjaretale Ponerle
Estremancias Payasadas
Galuza Especie de arbusto
Garruño Espina de huizache
Hacer de las aguas Ir a orinar
Jaca Yegua
Jambarte Comerte
Jiriquiento Manchas blancas en la piel (vitíligo)
Jondión Vuelta apresurada
Juilón Rebelde, tosco
Jundillo Fondillo
Lambusco Lambiscón
Larga Deja
Lengonadas Mentiras
Lerende Débil
Liebrita Cobija muy delgada
Maceta Cabeza
Machero Lugar de los arreos
Majada Cama
Maquinó Especie de chamarra de lana virgen
Me la pega No se la creo
Merecer Comer
Mirujié Vea
Miserere Peritonitis
Mojino Persona de piel trigueña
Moloncos Mazorca incompleta, pequeña
Olisquiaste Olfateaste
Panqué Maquillaje sólido en barra
Papas Mentiras
Papujados Hinchados
Pela Da de azotes
Pelitos Pellizcos en el lomo de un burro
Penco Caballo
Perjumiao Perfumado
Pertigón Grande
Pinta Escapar, salir sin permiso
Pitañosos Con lagañas
Pusteque Inapetente
Quilihua Canasta
Recuerden Despierten
Resoca Esperanza
Ringlera Hilera
Rodaila (Rhode Island) Gallina ponedora domesticada
Sarta Muchas
Sobrenjalma Exceso de prendas de vestir
Soreque Sorda
Sorrajas Pones
Sorumbo suato Medio atontado
Suadero Pieza de fibra vegetal para ganado caballar
Tapia Sorda
Tenamastona Obesidad mórbida
Tibias Mueves
Tizones Carbón al rojo vivo
Toronjilillo Planta aromática que nace en un hormiguero
Trambuliquiando Confundiendo, enredando
Trepados Viajando
Tupé Fleco
Tusadas Con un mal corte de pelo
Verijones Flojos
Zarzo Estructura de carrizo para guardar comida
Zaurín Adivino, clarividente
Zetas Ideas
Zoquete Tonto, incapaz