Por: Alejandra Díaz
(A las mujeres trabajadoras)
Metida en un largo vestido negro, doña Rebeca tomaba la siesta en su sillón confidente. No es que fuera floja, sino que sufría de dispepsia, mientras ella dormía, sus cinco hijas, Luisa, Clementina, Luz María, Magdalena y Rosario, adelantaban su costurita, pero también tejían y bordaban. La madre era alta y rechoncha, por si su gran tamaño fuera poco, el chongo le hacía aparentar mayor estatura. Vivían por la Calle Real, a una cuadra de la plaza Bernardo Reyes, en su casa trabajaban Vita y Celia, dos hermanas que habían venido del rancho, tenían diecisiete y dieciséis años; desde muy chiquillas fueron preparadas para las duras labores en el campo; dar de comer a los animales, acarrear agua, sembrar y repelar, así como hacer trabajo doméstico. Su madre murió al dar a luz a Celia y desde entonces quedaron al cuidado de su abuelita que justo acababa de morir, el padre de ellas, Calixto, se perdió en alguna borrachera. Yo las traté a toditas, a doña Rebeca y sus muchachas y también a las criadas, les llevaba géneros de todos colores, peinetas y botones de concha nácar y el calendario Rodríguez y todo lo que en la capital había se los llevaba hasta adentro de su casa don Amador el maritatero; para servirles.
La casa de Doña Rebeca era muy amplia y elegante, unos angelitos de piedra vigilaban con la mirada el ingreso por un portón de madera, en el zaguán unas pinturas de paisajes decoraban cada costado, y debajo, un piso de mosaico cuidadosamente acomodado conducía al gran cancel de herrería, desde allí se podía ver a veces a la madre y a las hijas cantando o cosiendo, parecían pajaritos, inquietos, livianos, vistosos, guardados preciosamente en una jaula por su celadora, sólo salían de vez en cuando, por lo regular los miércoles, acostumbran pasar a El Jonuco, la ferretería y mercería de don Alberto Romo para surtirse de dibujos, hilos, calicó y otros “efectos de lujo”. Regalan a sus parientes sus costuras o tejidos, o los guardaban, pero no los vendían porque no tenían necesidad de hacerlo, heredaron un buen taller de corambrería que administraban unos parientes suyos, así como muchas tierras, eran ellas de muy buenas familias, todas güeritas de ojo de color, aunque narizonas y ligeramente patizambas… Ah, pero eso sí, muy pretenciosas como la mamá, muy curritas, nunca se les veía despeinadas, siempre muy bien prendiditas y limpiecitas.
Unos pilares circundaban el patio interior, parecían altos árboles, al fondo, envuelto como en una concha, estaba el comedor, más adentro, en un rinconcito, escondida, la cocina; y más allá, en lo profundo, estaba el otro patio donde vivían Vita y Celia, ahí dormían, en el tapanco del segundo piso, en “el alto”.
Después de rezar el Ángelus entraba doña Rebeca al corredor, cojeaba con un pie pero caminaba sin pachorra. Siempre muy hacendosa y lo era aún más desde que faltó don Abel, su marido, quien por cierto nunca la vio despeinada, a doña Rebeca le encantaba contar su vida y la de los demás, no por andar haciendo mitote, sino para instruir a sus criaturas en el teje y maneje de amar al prójimo y cuidarse de él. Tomaba llegar a su equipal antes de las cuatro y decía — a ver mis florecitas tiernas, ¿cuánto llevan? Acuérdense que bordar, coser y cantar es cosa santa, porque así no anda uno diciendo ni oyendo cosas que no, ni anda uno cayendo en la tentación de andar de pécora.
Siempre les decía lo mismo, más o menos, sobre todo desde que Vita y Celia llegaron a la casa, le daba pendiente que le fueran a salir con su domingo siete, porque, aunque eran muchachas buenas — la inocencia y candidez es presa fácil del chamuco — decía, y por eso las invitaba a que se unieran a la hora de costurita siempre y cuando hubieran terminado sus labores. Aunque la señora era simpática y dicharachera, imponía mucho respeto, quizá por su tamaño o por su memoria de elefante, ella nunca olvidó un detalle y sabía guardar resabios de enojos y berrinches, sus hijas, muy jóvenes y bribonas, no la engañaban, aunque no salieran de su casa, se la pasaban haciendo guasas y hablando de los novios a escondidas pero cuando entraba la madre a la sala de costura comenzaban a cantar alabanzas, ninguna de las hijas se había casado aún, Luisa, la mayor, acababa de cumplir veinticuatro años, y muy poco le faltaba para ser una cotorrita, una quedada…
—Apúrate Luisa que te voy a brincar, y chiva brincada, chiva quedada, se me hace que vas a ser báculo de la vejez de doña Rebequita ¡o de don Cruz! — le decía Clementina con risa sardónica. Don Cruz era un viudo que rondaba los cincuenta años, hombre de rancho, con bigote tupido y muy negro, le quedan unos restos de cabello cano repartidos en la cabeza que formaban una tonsura al natural.
−No, si ese don Cruz es pura lata. Yo quiero un muchacho que me saque a pasear, que tenga rancho, que me haga muchos cariños — contestó Luisa.
—Ay Luisa, hacer esas cosas es pecado — le dijo Magdalena.
—Sí, hasta andar imaginándoselo también — remató Rosario, aunque con tono irónico. Magdalena y Rosario, las más jóvenes y también las más pícaras.
—Pues desesperada no estoy, yo no hablé de besos, ni de caricias, sólo de cariños… que es lo mismo pero con más respeto; y bueno, ya te pasaste unos puntos y ya te quedó re’ fea la florecita por andar de meche, además ¡muy mi vida! si no pelo a don Cruz, que ni sabe hablar, menos escribir. Miren, dice Venturita mi amiga que tiene un pretendor que le escribe una carta cada día, que antes de conocerla ya le escribía ¡imagínense! y que le guardó esas cartas y las hizo barquitos, las metió en un costalito de terciopelo y se las dio, y que la mensa las rompió y las echó en la covacha para que su mamá no las viera ¡ay tan zurumba! yo me guardaría el costalito aquí en el pecho, o en mi combinación, pero nunca, nunca las rompería.
—Ay Luisita, estás más mensa tú, las cartitas sí que se pueden romper, son puras promesas, luego ya no te van a prometer bajarte la luna y las estrellas ¡te las van a bajar de a de verdad! Imagínate pasar el muchacho de ojo azul que vimos el otro día en su caballo alazán, y que te diga “en la noche vengo por ti ¡ay, ay, ay!”— le dijo Clementina.
—Shhhh cállate, nos va a escuchar… ya va’llegar mi mamá — avisó Luisa.
—¡Ay mis hijitas!, que entre mis historias, madejas y agujas, aprenden a hacer la malla, a remendar sus calcetines, a bordar, a tejer… ¡y a callarse! ¿Verdad? porque aquí se ve muy mal que las muchachas anden opinando, o diciendo disparates, ¿qué creen que no me doy cuenta? también las vi que andaban tomando café el otro día ¡muy mal! Pero ya van a aprender muchas cosas; por qué es mejor quedarse a puro coser aquí adentro.
—Ay mamacita, pero si no estábamos haciendo nada malo — aclaró Clementina — al contrario, le decía yo a Luisa que no se anduviera confiando de los jóvenes, que mejor le conviene don Cruz, que tiene rancho y pues que es de buenas familias, tiene qué ofrecerle pues, y ya es todo un hombre… Ay, mire ya viene Celia.
—Siéntate mi muchachita — pidió doña Rebeca a Celia ¿dónde dejaste a tu hermanita?
—Ah, pues, es que salió que a un mandado, que’orita viene, no se dilata.
—¿A un mandado…?
−Sí, de ella… de su persona, es que ora que estamos en el pueblo quere conocer los tendajones y ver lo que venden… quen sabe qué anchetas, ah, ya me acordé… es que croque quería ver las máquinas de coser…
—Mira Celita chula, no andes de alcagüeta, ya les había dicho que aquí no se podía andar de novias, vente pa’acá — doña Rebeca se llevó a Celia a su cuarto y le dijo — mira muchachita, los hombres tienen mucha tentación del demonio, así son ellos, así los hizo Dios, no quiero que anden en la calle, además ¿qué ejemplo les van a dar ustedes dos a mis hijas? Cuando llegue Vita le voy a dar una tunda, ya verá la bribona, ¿qué se cree? ¡Ay sí! ¿Cómo no?, ¡las máquinas de coser…!”
—Pos es que’so me dijo a mí oiga, perdón, pero yo le digo…
—No, ¿cuál, tú le dices? Yo le voy a decir, me va’oír.
Cuando Vita iba llegando no se esperaba el sermón — Ay señora, no se enoje, juí a ver las máquinas de coser, pero que las andan dando en abonos de a dos pesos, y yo creo que no me alcanza…
— Eso ni tú te la crees muchacha, pero bueno, ¿para qué quieres una máquina si aquí tienes todo y ni viniste a la costura?
—Ay señora, no se enoje conmigo, si quero saber coser, juntar los géneros, tijerialos… hacer tacuchitos bonitos.
— Pues aquí te quiero a las cuatro y nada de mandaditos.
Vita había estado viendo a Cristino, un muchacho que era un par de años mayor, trabajaba con don Valentín González en la panadería El Pan Fino. Por más intento que hizo Vita para salirse muy temprano al pan, el olfato de doña Rebeca iba muy lejos y se las había ingeniado para no dejarla salir. Muy triste se puso Vita que extrañaba a su enamorado, sobre todo sus arrumacos, ella no podía platicar con él por una ventana como lo hacían las otras muchachas, porque vivía en el tapanco.
Un día Celia se enfermó y se tuvo que regresar al rancho con una tía, Vita estaba durmiendo sola, tuvo un acuerdo con Cristino, que trepó por la fachada y pudo entrar a la casa, así lo hizo varias noches para dormir con Vita, “para que no tuviera miedo de la oscuridad y de la soledad, que son canijas”. No hablaban para no hacer ruido, sólo se tocaban muy silenciosamente — Vita, yo te quero pa’casorio — le dijo Cristino — pero no me alcanza pa’ llevarte orita, quero tener que ofrecerte, vas a ver, voy a venir por ti y nos vamos’ir bien pronto, vas a ver.
II
Cristino no volvió más, Vita estaba muy triste, con la mirada hundida, hinchada la cara de tanto llorar, los labios pálidos, los ojos brillosos, no daba una en todo el día. Comenzó a hacer mucho frío, y continuó por varios meses, con todo y la pena que cargaba hacía sus tareas, consiguió hacer muchos vestidos bonitos para las hijas de doña Rebeca, también uno para ella, pero pronto dejó de quedarle porque “se la pasa a come y come de nervios” dijo doña Rebeca. Vita parecía la sombra de lo que había sido, doña Rebeca se cansó de tanto tratar de hablar con ella y sacarle la verdad de lo que había pasado. Vita supo que Cristino había robado a don Valentín y se había ido a Guadalajara a buscar trabajo.
—El desgraciado sigue vivo — pensó — pero es mi culpa, yo ya sabía que tenía esas mañas desde endenantes y yo de mensa lo dejé venir, le di mis amores, y’ora aquí, no sé qué voy a hacer, no sé qué va’ser de mí. Ya mejor me muero…
Vita deseaba que se acabara el día para meterse a llorar en el tapanco, sumergir la cara en una almohada para que nadie escuchara sus gritos, su angustia, andaba muy rara, se le puso la cara pañosa, pañosa, y seguía comiendo compulsivamente. Un día vino el Cristino pero ni pasó a saludarla, le fueron con el chisme de que estaba gordinflona y con cara de muerta en vida, él en cambio, muy adornado, muy lucido, poco le faltaba pa’hablar inglés, en cambio Vita, siempre metida en el tapanco, como si fuera un tiliche de covacha; hasta que un día salió y ya no regresó sino hasta tres días después, en la madrugada, muy sucia y mojada. Parecía un hilito débil y somnoliento a pesar de su corpulencia.
—Señora, es que me robaron, y me regresaron después, por favor, deme otra oportunidad, ándele. Yo no tengo la culpa, como usted dijo, es que los hombres son muy malos, y uno que todo les cree… ándele, no sea mala, no tengo a donde ir y por eso me da miedo irme de aquí, no quiero eso, no quiero eso, ándele.
—Mira Vita, yo te advertí y no me hiciste caso ¿por quién me tomas? ¿creías que era pura guasa? Pos no, claro que no…
Doña Rebeca, que tuvo una prima a la que le pasó algo similar, sintió escalofrío y la metió a la casa — ándale muchacha, ve nomás, ¿pos en qué breñal te fuiste a meter? Ya no hay que hacer tanto brete, ándele, váyase a bañar, coma algo y luego hablamos. ¿Alguien te vio?
—No. Naiden.
Después de varias horas de sermonearla, doña Rebeca, que en el fondo era compasiva y misericordiosa “como Nuestro Señor Jesucristo”, decidió darle otra oportunidad, con la condición de que escondiera a todos la verdad y les dijera en cambio que había ido a visitar a su hermana Celia en los días que se ausentó.
En la tarde llegaron por Vita unos hombres que habían estado preguntando en las casas, haciendo un sondeo sobre las empleadas domésticas. Todo apuntaba a que había sido ella quien había abandonado el cadáver de un bebé recién nacido en las ladrilleras. Vita, asustada, taciturna, había envuelto a su criatura, una niña, en su faldilla, habría abandonado a la recién nacida y luego ido a lavarse al río después. La gente sabía que había tenido un comportamiento extraño durante los últimos meses. Sabían de Cristino, sabían todo, pero nada se había confirmado hasta ahora, hasta aquel día en el que fue aprehendida con algunas otras muchachas el 25 de marzo de 1905. Al día siguiente apareció la noticia en el periódico.
“¿Infanticidio?”
La policía recogió, ayer por la tarde, del terreno conocido con el nombre de Las Ladrilleras, situado al oriente de esta ciudad, un bulto sospechoso, que estaba cubierto ó sepultado en uno de los depósitos de estiércol, que en dicho lugar se encuentran. Dicho bulto contenía el cadáver de una niña recién nacida, que según las huellas, fue asfixiada. Hechos como el anterior, en caso que se confirmen, revelan un bajo criterio moral é instintos feroces en aquellos que las llevan a cabo; los que merecen un castigo severo. Se han hecho algunas aprehensiones, entre ellas la de Vita N., sobre quien recaen vehementes sospechas y se presume que sea la principal autora del delito.”
Después de una inspección médica se corroboró que la infanticida había sido Vita.
— Es que no soy un diablo, es que mi niña nació muerta, yo no sabía que iba a tener una niña, es que me empezaron unos dolores y me juí… Y la nací, y la abracé y la traté de revivir, la tenía aquí juntito de mí. Tan chiquita. Su cuerpito calientito… y luego se quedó fría, y…
—No es cierto, ¡además de ramera, infanticida! — le gritaron en la cárcel municipal mientras la interrogaban — la asfixiaste, no mientas ¡la asfixiaste! ¡bruja! ¡demonia!
—No, no, es que la niña iba a llorar y yo le decía “cállate, cállate, que te calles”… Pero no se callaba, no me entendía, y…
—Cállate tú mujer, no tienes vergüenza. Cállate ya ¿quén te viera ora, tan mansita que te vías…? —dijo un hombre.
Tres meses después Vita escapó de la cárcel, ya no la encontraron, algunos dicen que Cristino se condolió de ella y la perdonó, que vino por ella y se la llevó muy lejos. Al día siguiente la noticia de su fuga también apareció en el periódico
“Fuga: ayer á a las 8 p.m. se fugó de la cárcel municipal la reo de infanticidio V Vita N. Se le sigue la pista por los agentes de la policía”
Justo debajo de aquella noticia, aparecían también los resultados del gran concurso de Belleza de ese tiempo en Tepatitlán.
“Señorita Ventura González: 78, Señorita Clotilde Gutiérrez: 46, Señorita María Navarro Cruz: 25…”
*Nota: Esta narración está basada en la aprehensión y fuga de Vita Nario, por infanticidio; la cual quedó documentada en las noticias del periódico El Demócrata de Tepatitlán (26 de marzo y 2 de julio de 1905). El infanticidio fue una práctica que se extendió por todo el país durante los siglos coloniales. En el Porfiriato apareció frecuentemente en la prensa. Fueron empleadas domésticas muy jóvenes quienes solían ser acusadas por este delito, aunque también, de manera atípica, se conocieron casos entre las familias acomodadas. La justicia casuística consideraba la vulnerabilidad e ingenuidad de las acusadas, por lo que las penas podían ser reducidas según los atenuantes. En la literatura se ha tratado magistralmente el tema del infanticidio por Goethe en la primera parte de su obra Fausto (1808). Margarita, una inocente mujer seducida que llega a cometer infanticidio, representa “el eterno femenino”, arquetipo y principio filosófico sobre la mujer: hija, amante, madre y jueza (sabia).
*“Coser y cantar” es una frase hecha que se utiliza para decir que algo es muy fácil.
Glosario
Alcagüeta Encubridora, cómplice
Ancheta Objeto indeterminado
Andar de meche Andar de entrometida
Arrumacos Besos, caricias
Báculo de la vejez Persona al cuidado de un adulto mayor
Breñal Terreno escabroso, con maleza
Brete Alboroto
Bribonas Canijas, mal portadas
Calicó Tela de algodón
Chongo Peinado alto
Combinación Fondo que se usa bajo del vestido
Corambrería Lugar donde curten pieles
Cosiendo Haciendo manualidades con aguja e hilos
Costurita Trabajos manuales artesanales
Cotorrita Solterona
Covacha El lugar de las cosas que no se usan
Curritas Elegantes
Domingo siete Desliz, posible embarazo
El alto Segunda planta
Endenantes Desde antes
Géneros Telas
Guasa Broma
Guasas Bromas
Lucido Muy elegante
Maritatero Especie de comerciante ambulante
Pachorra Lentitud
Pañosa Manchas oscuras en la cara
Patizambas Con las piernas hacia afuera y junta las rodillas
Pécora Pecadora, mala mujer
Prendiditas Limpiecitas
Pretendor Pretendiente
Quedada Solterona
Repelar Quitar la maleza de una planta
Resabios Disgustos
Sillón confidente Sillón para dos personas
Tacuchitos Piezas de vestir
Tapanco Medio techo para dividir un lugar
Teje y maneje Forma correcta
Tendajones Tiendas en las esquinas
Tiliche Cosa vieja
Tomaba llegar Apenas llegaba
Zurumba Tonta
Este texto pertenece al libro «El habla de los Altos de Jalisco» del Colectivo El Tintero.