Por: Esmeralda López
A una cuadra y media de la antigua clínica del seguro social “Silvano Barba González”, aquella que se inundó en el 2003 por la cercanía con el río Tepatitlán y la enarbolada Alameda, se encuentra en la calle Hidalgo la morada de Aurora García Tórres o “Aurorita” como la conocemos en el barrio. Mujer de noventa y seis años y en octubre del presente, noventa y siete. Pareciera que la frescura de la fachada y el aspecto reluciente de su casa, es el reflejo del espíritu de ella, que el tiempo no ha logrado opacar, pero sí construir un anecdotario de una fiel tepatitlense que “no se quería ir de su pueblo”.
Abre la puerta y un aroma a limpio se desprende, perfectamente alineado con su vestido de flores discretas y un suéter gris de tejido, que hacían juego con el plata de sus cabellos y unos ojos que brillaban con la emoción de ser visitada, para hacer una gala vivencial. Aún cuando su grande sofá le pudiera brindar la comodidad que necesita, ella prefiere una silla de plástico que está colocada entre un sillón y otro, casi al frente de un televisor de la década de los 60`s, que utiliza irónicamente de cómoda para colocar una pantalla de plasma. Un encontronazo entre el recuerdo y la modernidad.
Nacida el veintitrés de octubre de mil novecientos veintiuno, siendo una niña a la que le tocó vivir la “Rebelión Cristera” y el asesinato del sacerdote Tranquilino Ubiarco, a poca distancia de su hogar, comienza a contar con tremenda lucidez.
-Yo nací allá en el rancho y todos mis demás hermanos aquí. Cuando Lupe mi hermana que fue la más chica, nació, yo oí un chillido de una niña y dije “ay ¿qué es eso? “Y todavía vivía mi abuelita, a la otra puerta de con nosotros –“ay pues mira, nos hallamos esta niña a la orilla del río, ahí entre las jaras- ¡oh pos ta bueno! – No sabía uno nada, porque no le decían a uno nada.
Comenzó a relatar sus primeros pasos de educación, remarcando el haber asistido al colegio Chapultepec “el de las monjas” como dice ella, señalando que estaba en la última cuadra de la calle Hidalgo y hace referencia de otras fincas en las que tuvo su dirección.
-Donde está el hotel nuevo, había un señor que era el que hacia las cajas de muertos y luego de este lado (señala con su mano), la casa de don Salvador Navarro y ya enseguida seguía la casa de las monjitas, pero entonces no había secundaria, ni prepa ni nada, estudiamos hasta el sexto año porque no había nada más. Solo en Guadalajara, pero mi papá nunca quiso irse y qué bueno que nos quedamos aquí, mejor (esboza una ligera risa).
En las vacaciones escolares, las monjitas del colegio las llevaban a Españita, lo que actualmente es una colonia. En ese tiempo tenían un sembradío de caña dulce y les indicaban que llevaran un “lonchecito”. En su defecto, también acudían a “las colonias”.
-Entonces no eran tan exigentes como son ahora las monjitas, ahora veo aquí a mi sobrina Socorro que todos los días le piden muchas cosas y “que hagan esto, y hagan esto otro, y traigan para acá” y le digo yo a mi sobrina: “Uh no, óyeme eso es mucho, porque la gente que está pobre, no tiene para estar llevando cosas para vender y ellas se quedan con el dinero, aparte de lo que pagan de colegiatura”.
Con una sonrisa pregunta…
– ¿Estoy pecando mortalmente? (con una tremenda carcajada acentúa) ¡es lo cierto! ¿verdad? Y luego pos’, ya enseguida, antes de salir yo el último año, vinieron los Maristas y entonces ya recibieron a puros niños y se establecieron allá donde tienen su colegio, ahora se me hace que tienen también niñas.
-El colegio Chapultepec se cambió ahí por la Morelos, enseguida pos’, rentaban casa. Después de ahí, ya se repartieron los salones de clases porque no encontraban un lugar amplio. Estuvimos también, allá por la calle cerrada (Juárez), cuando yo estaba en tercer año. Ya después encontraron un lugar, o verás, pos’ en la última cuadra de la Independencia que está yendo para la plaza, era la casa de…no me acuerdo como se llamaba el señor. Era una casa de gente rica, con muchos cuartos alrededor de un patio muy grande. Después ahí ya se cambió todo el colegio. El último día de junio, era el último día escolar y que nos daban la “caleficación”.
Sentía una gran felicidad cuando su madre le compraba zapatos de charol blanco, pero cuando ya asistía al colegio, se los mandaba a hacer debido a que no había zapaterías. Cuenta con voz un tanto pícara, cuando inclinaba sus pies levemente hacia atrás y los “destrompaba”. Forzosamente iba con un zapatero ubicado por la calle Pedro Medina, para que se los arreglara, pero como era reincidente el desperfecto en su calzado, siempre se llevaba una amonestación “¡ay muchacha, ya traes los zapatos destrompados otra vez!” -Se destromparon, ¿qué quere que les haga?
La añoranza de una infancia en la que los tiempos libres, en realidad no lo eran, puesto que su madre la enseñó a hacer tortillas, las labores propias del hogar como barrer y hasta lavar a toda su familia, aún cuando fuera muy pequeña, ya que su madre tenía un padecimiento en la espalda que la imposibilitaba y la mandaba con las demás vecinas a lavar.
– Había una señora en ese tiempo que se iba a buscar charcos en los arroyos para lavar y me iba con ella. Íbamos allá para Jesús María, se hacía un charco grande y si no, íbamos a aquí a lo de Vicente, donde era el seguro. Entonces el río estaba “limpio limpio” y agarraban la presa de ahí del puente para abajo y luego como había unas piedras grandes, no pus allí lavábamos muy bien, nomás que el señor empezó a voltear las piedras. El dueño era un cuñado del señor cura Reynoso. Decía que los animales, las reses, se tomaban esa agua y les hacía daño, pero después pusieron un plantío de pura caña dulce, eso había, y del otro lado había puro de hortaliza.
Asegura que sembraban lechuga, nabos, rábanos, flores. Los domingos, la gente hacía su paseo a la Alameda y como soñando, externa que se veía alegre el pueblo. Los paseantes, que no eran pocos, compraban una lechuga y se la llevaban comiendo. Y de tarde retornaban a sus hogares. Aurorita dando una palmada dice: “no había más, ahora ya no, ahora ya se van a la playa”.
***Formación religiosa, peldaño alteño***
¿Dónde hizo su primera comunión?
– ¿La primera comunión? Pos’ ahí en el Santuario.
¿Estaba el padre Ramírez?
-Sí, yo como que me acuerdo de que estaba el señor cura Ubiarco, nada más que ya estaba ahí asentado el padre Ramírez y bueno pues, lo que me acuerdo que nos decía era que hiciéramos voto de castidad y luego teníamos que comprar un anillo para ponérnoslo, pues sí, pa’ guardar la castidad eda’, estábamos chiquillas. El señor cura que había en la parroquia, era Jesús Reynoso.
¿Recuerda dónde estaba el curato?
-El curato estaba, en frente de la parroquia (parroquia de San Francisco), ahí donde tenían lo de la iglesia, ¡sí porque el señor cura Reynoso vivía en su casa! ¡Ey, ya te digo! Y los días santos en cuaresma, en ese tiempo, como que venía mucha gente del rancho a celebrar la cuaresma, porque primero había ejercicios para niñas, para niños, para señoritas, para jóvenes, para hombres y señores. Y me acuerdo que doña Mercedes, “trayía” a sus tres hijas. Vivían en el cerro y la traía a los ejercicios. Llegaban con doña Lupe Galindo ahí en la casa de José. Eran muchachas ya grandes y ella las llevaba porque había tres explicaciones entonces; en la mañana la misa, como a las 11 o 12 por ahí, otra explicación, en la tarde era otra para cualquiera de todos.
¿Cómo era lo que hoy conocemos como ayuno?
-El ayuno era, que se tomara uno algo en la mañana, como un panecito y leche nomás. La comida tenía que ser a medio día y ya podían comer todo lo que fuera. En la noche pos’ otra vez poquito. El jueves santo, ponían arriba del sagrario una cajita “que allí estaba Dios nuestro señor encerrado” y luego era el lavatorio de los pies. El viernes santo, que era cuando ya habían crucificado a Dios nuestro señor, ponían al señor ahí para que toda la gente fuéramos a besarlo. El sábado, era sábado de gloria, no como ahora que es hasta el domingo. Íbamos a la misa de ocho. ¡Ah! Porque en la cuaresma no sonaban las campanas, “sonaban una cosa de madera” (matraca) y entonces el sábado a las ocho de la mañana se abría la gloria. De la cúpula de arriba ahí en el santuario aventaban muchos pétalos de flores. En la tarde se quemaba castillo y andaba un judas “corre y corre” y tiraban muchos “buscapieses” y mucha gente se quemaba. Me acuerdo, que una vez fuimos a ver el castillo y a un señor se le metió por el calzón un buscapié y pos’ fíjate y ya desde entonces han quitado eso de los buscapié, es un peligro para toda la gente.
En la narración de algunas festividades religiosas, recordó las posadas decembrinas como parte de su niñez y la manera en la que las vivía año con año, en una forma de expresarse de sí misma un tanto traviesa.
-Las posadas se hacían más bonitas también, porque sacaban a la virgen y al señor (señor San José) acá a la puerta y ya hasta el último día, ya no, ya era cuando se terminaba todo. Era como más celebrado todo eso. En las posadas iban los niños y niñas pos’, con vestiditos de colores y llevaban su báculo con muchas cositas que sonaran, así era en navidad.
Y usted ¿cómo vivió la navidad de niña?
-¿Cómo era yo? Muy vividora (se ríe con rebosante carcajada), era muy vividora porque en la casa mi mamá tenía un patiecito y tenía un durazno, de ese durazno blanco “dulce dulce”, ¡ah pos! se trataba de poner un plato o una charola para que el niñito Dios nos dejara allí. Nos dejaba cacahuates, dulces, unos centavitos, pero yo de vividora ¡ah no! Yo voy a poner dos, al cabo el niño Dios no va a saber. En el otro plato me dejaba una “vieja de cigarro” (colilla de cigarro), mi mamá fumaba.
No logra contener la risa de sus ocurrencias, que hasta los “chapetes” se hacen presentes.
Entradas en confianza y con la cordialidad tan plácida que proyectaba, al dar cada uno de los detalles de que fue y sigue siendo su vida, me atreví a adentrarme en temas más controversiales para la antigua usanza.
***Romances de antaño***
¿Cómo platicaban antes los novios?
-¿Los novios? ¡uh! Los novios en la puerta de la casa y un ratito porque ¡córrele que ahí viene mi papá! (golpea una palma con la otra), ahí viene mi hermano. Nos pos’ le digo, está mejor ahora, las invitan a tomar un café, una sodita. No en ese tiempo no, entonces no conocían muy bien al novio qué mañas tenía, porque (suelta una risa burlona), no sabía uno casi ni donde vivían ni nada ¡eh!, y ahora sí podemos ir con el novio, a tomarnos de menos un cafecito, algo así, ¿verdad?
¿Y su esposo fue su único novio o tuvo más?
-Tuve muchos, muchos pretendientes, pero ¿sabes qué?, “no quería irme yo del pueblo”. Uno era teniente coronel, pero de la montada de Ocotlán, pero dije ¡no, yo no me salgo de mi pueblo! no lo acepté como novio. Tuve uno que fue de León Guanajuato y ese me escribía y por fin dejé de escribirle.
-Con el único que novié, fue con Julio Plascencia, pero no me gustaba porque diario andaba ¡barbón barbón, mugroso mugroso!, como trabajaba acarreando material de construcción en una troquita, tierra, ladrillos y todo eso, y por allá el domingo se rasuraba cada dos o tres semanas, ¡ay parecía un oso! Decía yo ¡ay no! Pero cuando yo era novia de él, entonces pasó otra cosa. Yo ya trabajaba en la tienda de don Elpidio y ganaba cinco pesos al mes. Entonces resultó uno que era de Yahualica. Ese era agente secreto, blanco, color de rosa. ¡Oh sí! Porque vestía de traje, abrigo, corbata y gorrita. Esos agentes secretos en las fiestas los mandaban a los pueblos a ver qué pleitos o qué cosas hay, nomás que “secretos” porque no eran como los policías, ellos traen su uniforme y pos’ estos se distinguían más.
-Ponciano Rubio se llamaba. Bueno ese, hasta se me arrodillaba, quería que me casara con él, ¡no pos sí, si estaba muy guapo el hombre! Pero dije, ¡ay no! Yahualica ni lo conozco “ni me quiero ir de aquí de mi pueblo”. Y que por el amor de Dios que me casara con él y que me casara con él, y sí estaba guapísimo. Entonces el camión de Yahualica, llegaba ahí para la fonda de Cecilia, en la callecita del segundo portal allá para “la mariposa”. Ahí se metía y ese día se bajó Ponciano. Fue a la tienda y llevaba un niñito chiquito. La mismita cara de él. Lo paró en el mostrador, todavía ni caminaba. Yo ni pensaba, era así taruga de por sí (se ríe) y dijo (haciendo referencia al agente secreto)” es que vine a saludarlas”. Y Panchita mi compañera, ella se apellidaba “de Loza”, le contestó- ¿oiga y este niño? – ¡ah! Es de una hermana mía, nada más que quise venir a saludarlas y me traje al niño. Pero después siempre pensé ¡no, con razón le urge casarse! Yo creo que ese niño lo tuvo con alguna por allá en Guadalajara, se lo darían o se lo robó, no sé. Andaba buscando mamá, ¡ah! Pues entonces era yo la novia de Julio Plascencia y un día que llegué yo de la tienda, porque cerraba yo hasta las diez de la noche, desde las ocho de la mañana, y el patrón me confiaba a mí las llaves y yo iba a llevárselas junto con el dinero, cuando el reloj de la parroquia sonaba a las diez de la noche. El vivía por la Jesús Reynoso. Cuando iba, él y Luz ya estaban acostados. Me decía Melinda la sirvienta “pos dice que se pase”. Pero… ¿qué te iba a decir?
-¡Ah! Sí, ya a las diez de la noche, ya casi nomás las moscas volaban, pero no permitía que cerrara más temprano la tienda. Enseguida para acá, estaba la tienda de los Barba. Allí las empleadas salían a las ocho de la noche. Era de Cuco Barba, las hermanas de Joaquín. Aurora y la otra se me hace que se llamaba Anita, ellas salían a las ocho de la noche.
-Mi mamá iba todas las noches por mi, no me venía sola. ¡Ah! Pos, pos un día cuando llegué aquí a la casa a cenar a esas horas, entra un chiquillo a corre y corre y dice “¡oiga le hablan!” “¿quién me habla?”. Era Ponciano, el de Yahualica y en eso llega Julio y dije: bueno pues ¿cuál de todos? Ninguno. No no, a Julio no lo quería yo, siempre andaba mugroso y barbón. Ese otro sí estaba muy guapo, pero ese otro después pensé ¡Este le urge conseguirle madre a su hijo! Y yo todavía me acuerdo y me digo ¡Ay Aurora, de lo que te escapaste! (da un aplauso acompañado de una carcajada). Me “haiga” creído de él, me “haiga” llevado con sus padres allá. No, me “haiga” llevado a Guadalajara, no, no, no, no.
Se levanta, prende el interruptor de la luz y recorre las cortinas de la sala que dan vista a la calle, mientras muy atenta me ofrece un vaso de agua. Retoma la plática, pero ahora hablando de su marido y la boda, que era la fiel representación del protocolo que se seguía en la mayoría de las familias alteñas, en específico Tepatitlán.
-Me casé el veintisiete de febrero del cuarenta y tres. Mi esposo era del estado de Texas, ellos allá nacieron. “Y no me quería ir de aquí, para que veas”.
¿Cómo conoció a Raymundo su esposo?
-Pos’ una vez que le dije a mi mamá que nos dejara sentar un ratito ahí en la serenata. Nos sentamos, pos’ fue y me llevó un ramito de gardenias, fue todo, nomás.
Con un vestido rosa palo, engalanaba su atuendo de novia “porque en esos años solo las ricas iban vestidas de blanco con una cola de tul de aquí hasta allá” asevera Aurorita. María Pioquinta, pródiga costurera, fue quien, además de confeccionarle todos sus vestidos, le hizo también el de su boda.
Con un tanto de melancolía, refiere que su padre no quiso pedir su mano y fue el señor cura Reynoso quien se encargó de ello, además se oficiar su misa. Lo que sí manifiesta con un dejo de admiración, era el atuendo de su esposo, Raimundo Barajas, que iba ataviado en un traje sastre en tono verde oscuro, el cual se fusionaba con la oscuridad de la madrugada, al darse cita a las 5 am para contraer nupcias.
***Remembranzas del ayer***
Un tema llevó al otro y cuando menos lo pensamos, la conversación se torno más costumbrista, con respecto al diario vivir de la población, en aquellos ayeres que Aurora disfrutaba recordar.
¿Cómo eran los funerales aquí en Tepa?
-Pues en cada casa donde se moría la persona, ahí los velaban, no había salas de velación. Ahí donde les digo, de este lado del hotel nuevo estaba…don Miguel se llamaba, él era el que hacía las cajas de muerto. Cada quien los velaba en su casa y ya los iban a llevar a enterrar. Cuando se murió don Jesús Gutiérrez, el dueño de la casa que está en puro en frente del santuario (Santuario del Señor de la Misericordia), porque estaba como así de gordo (señala la longitud con sus brazos), le tuvieron que hacer una caja especial para que cupiera, pus’ alta y no cabía en la puerta. Se me hace que lo llevaron en carreta, al panteón. “Especifica que la carreta era jalada con bueyes”.
-Era la vida diferente a la de ahora. “Hora” se matan en accidentes. Pero antes había muchos matados en los ranchos. “Me mataste la novia” ¡Toma! (haciendo la señal de pistola con la mano)”me ganaste la querida” ¡Tómala! Ya no se quiere morir la gente por cualquier cosa, ¡no, ya no!
De pronto, recuerda un dato que considera curioso y dispuesta a compartir.
-Donde ahora es una casa de empeño, en los portales, ahí tenían una tienda de ropa “las siete virtudes” porque eran siete muchachas, siete señoritas, que no se casaron. Ya después se casó nada más una, pero la mamá de ellas…yo ya trabajaba en la tienda de ropa, con Elpidio González. Iba y nos decía (la mamá de las Casillas), – “miren hijas, cuando se casen, si al infierno las invita su marido ¡vayan!” (como siempre, sonríe ante algo gracioso o irónico).
¿Llegó a ir a lo que le llamaban los “baños del edén”?
-Sí pos’, ahí llegábamos a lavar Josefina mi concuña y yo, porque vivíamos con mi suegra. Entonces se me hace que no había llaves de agua o no recuerdo si mi suegra tenía o no. Aquí por esta calle (Hidalgo), tenían llave con Chole Romero pero en todas las cosas no había.
¿Qué más había aparte de los lavaderos?
-Una hilera de lavaderos y cada una tenía su pila, ¡ey! Había tendederos. Nomás que mucha gente si madrugaba para agarrar lavadero. Ahí era como una huerta de árboles, yo creo que frutales. Tenían un pozo, porque cada pila tenía su llave de agua.
¿Había algún otro lugar a donde fueran a lavar?
-El “ahogao”. Era un arroyito que corría como en las aguas y venía el agua cristalina. Se encontraba del cementerio para acá (señala con sus manos) en la esquina de donde ahora hay un parque de futbol. Era un callejón, pero teníamos que brincar una cerca y para adentro estaba el arroyito. Doña Magdalena, la esposa del sepulturero, iba a lavar ahí los lunes y los miércoles. Pasaba con un canasto en el hombro y tenía un perrito blanco que se lo llevaba y allá lo bañaba. Cuando ya venía, lo soltaba en la banqueta que parecía un algodoncito. ¡Uy! ahorita la vida es una gloria, máquina de lavar, agüita en la casa, agua para bañarse.
Retomó las imágenes que supuse le vinieron a la mente, de la alameda y el centro, ya que enfatizó en otros datos curiosos de dichos atractivos de la ciudad.
-Por la alameda tenía su hortaliza “Pedro el chilero”. En la plaza vendían camotes en la noche, porque mi abuelito tatemaba. Mis tíos eran arrieros y se los traían. Llevaba la batea con los camotes y luego otros los botes de leche hervida para que la gente comprara. En las fiestas del 30 de abril, venían de Jacona y ponían sus tablas en el portal y vendían “semas” y gritaban: “vénganse a semiar con leche”. ¡Se hacía alegre la fiesta! porque luego se ponían en el portal los que traían locita de barro de esa delgadita, cazuelitas, jarros, de todo eso y alrededor del cuadro. Había loterías y allí iba uno a jugar. Yo me acuerdo que fui un día jugar y me gané seis platos. Ahora ya no, ya la fiesta es por allá (señala con la mano la lejanía de la fiesta, rumbo al suroeste de la ciudad).
¿Dónde se ponía el volantín?
El volantín, la rueda de la fortuna, las sillas voladoras y todos los juegos se ponían alrededor del cuadro. Me acuerdo que mis cuñados cuando vinieron del norte, se subieron a las sillas voladoras, ¡no, yo no! Pos’ fíjate, dar vuelta tan rápido. Decían que si se “despencaba” la silla, ¿a dónde iba a dar la persona? Una vez nada más me subí a la rueda de la fortuna, vino una ahijada de mi mamá del rancho y luego aquí andaba su novio, también era del mismo rancho… ¡ándale Aurora vamos subiéndonos a la rueda de la fortuna! – ¡ay no, yo no! ¡ah! Pos’ me subí a la rueda de la fortuna, nada más a eso, yo sentía que cuando se bajaba, se me subía el corazón y jamás me volví a subir.
-En el antiguo mercado, el que se quemó, los fruteros tenían sus puestos y las fonditas afuera. Los que vendían carnitas se ponían alrededor del mercado. Las señoras que hacían tortillas se ponían junto a la carnicería y llevaban sus ollas grandes “así” (simula la dimensión con sus manos), llenas de tortillas, con unas servilletas blancas, muy limpias, porque la gente iba a comprar un taco de carnitas y compraba primero las tortillas. Y ahí estaban los más famosos por este lado (cera oeste) como Juan Padilla y le decían “Juan pata larga”. Enseguida estaba Chano Tostado y sus hijos, y a la vuelta pues ya eran carnicerías de “carne de res”, pero no había segundo piso. También estaba Ramona la menudera, que se ponía en frente de la esquina de la zapatería “tres hermanos” y ahí se ponía con una “ollota” de menudo. Y luego estaba un señor que vendía unos “tamalotes” muy buenos, a diez centavos y atole también. Cuando estábamos chiquillas, mi papá nos llevaba. Y luego en los portales, las señoras se ponían con su brasero y su olla de canela con un traguito de piquetito. Tenían sus banquitos de madera para sentarse y ahí iban los hombres. En ese portal que quedaba en frente, había un señor que vendía cena con su esposa y una hija. Preparaban unas tostadas muy buenas y una salsa que nadie la hacía. En los portales siempre estaban dos señoras, o señoritas no sé, vestidas de negro y tenían una dulcería. La cajeta de leche era blanca, no como la que venden ahora. Enseguida, un señor que se llamaba Gregorio tenía un puestecito más grande, donde vendía dulces muy buenos. Donde ahorita está Banamex, un señor vendía “bolitas de vainilla” del tamaño de una canica. Se me hace que daban como cinco por un centavo. En la esquina de la parroquia se ponía otro que vendía charrascas.
¿Y cómo elegían a las candidatas a reina de Tepa?
– ¡Ah pos’ hacían baile, para elegir a la reina! No y luego, para la fiesta del 16 de septiembre, elegían a la reina, entonces el día 15 la coronaban y ya el día 16 que era la fiesta la ponían en un carro convertible y le daban vuelta alrededor del cuadro y le aventaban flores de santa maría y mirasoles, porque en ese tiempo se daban mucho. Adentro del cuadro, pos’ la serenata en la noche. Los muchachos caminaban alrededor para allá (en sentido de las manecillas del reloj) y las muchachas para acá (en sentido opuesto a las manecillas del reloj), entonces eran más dadivosos los hombres porque les daban un ramito de gardenias o les aventaban serpentinas. Ahora no sé si darán vuelta.
¿Qué sabe del pozo prieto?
-Estaba muy limpio, tenía veneros así (simula un tumulto con sus dedos juntos) y como ya ves que como en enero o febrero se escasea el agua, pos’ entonces íbamos al agua ahí al pozo prieto, para el gasto de la casa, porque para tomar no servía. Venía hasta gente del rancho para llevar en tambos, porque no tenían ni para darle a los animales. No cobraban el agua porque era pública, era del pueblo. Pero ya después, dicen que cuando Jesús González estuvo de presidente, vendió. Entonces yo ya estaba casada. En la casa, adentro, había otro pozo grande pero redondo. El pozo prieto casi no lo alcanzo a ver, pero tiene mucha basura, “habían” de limpiarlo y acondicionarlo bien.
¿Qué sabe del zanjón del diablo?
-Pues que había un pozo muy profundo y que una vez un par de novios se pusieron a platicar en el batientito y se fueron para abajo.
– ¡Ah! Una de las muchachas que vivía en la casa frente al Santuario del Señor de la Misericordia, se casó con un licenciado y tenía sus niñas chiquitas. Cuando nosotros pasábamos al colegio, había una que se sentaba en la puerta, tendría como cinco años y le decíamos “Lety, ¿qué comes que estás tan gorda? ¡Gordas y frijoles!, nos decía.
Cuenta además que, en Tepatitlán, había plaza de toros. Se localizaba al cruce de las calles Esparza y Manuel Doblado. Era un evento que les causaba gran expectativa, por lo que cuando iban al colegio, a veces se colaban para verlos, cosa que a los encargados les provocaba inquietud por la templanza, ante monumentales animales. Recalca con orgullo, que asistían toreros de primera clase, como Armillita.
-Ya nomás los encargados nos decían – ¡ay muchachitas, ¿no les tienen miedo a los toros?, no, no pos’ no.
Hace varias décadas, los pobladores del municipio acudían a la presidencia a “empadronarse”, que era un tipo de censo, en el cual manifestaban la cantidad de hijos que tenían y los nombres de ellos.
-Una vez a un señor le preguntaron cuántos hijos tenía y les contestó que veinte ¿veinte? Sí, veinte- y ¿todos vivos? Pos’, unos tarugos y otros vivos, pero todos comen (se carcajea con singular placer).
La atmósfera en la que se desenvolvió tan cadenciosa conversación, fue un lugar atrapado entre muebles pulcros, de maderas y diseños antiguos, que empotraban recuerdos de un alma vieja con ímpetus de seguir latiendo, en el corazón de Tepatitlán.
-Voy a ir a misa de los enfermos, ahorita a las doce en el santuario. Traigo una punzada desde la cabeza y me baja por el cuello. “Dicen que el padre va a poner un aceitito, y una de dos, o me alivio o se me queda”.
Minutos después, va por la calle del brazo su amiga Amparo, con paso lento pero segura de su porte de dama, maquillada con una sonrisa y un toque de rubor.