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Crepídula Fornicata | Especial

Sanjuana Jazmín Ávalos Guerrero@JazmnAvalos2  | 08 de agosto de 2018 

A donde sea que vayas,

Donde sea que tu sombra se mezcle con extraños,
Sabe que al lugar donde te estoy esperando ya no
regresarás
Y que quien te espera ya no soy yo.
Aleš Šteger, Viaje, Protuberancias

Youcef Thony, un bailarín de la danza del vientre dijo durante una clase intensiva, que, si llegamos a conocer y dominar el cuerpo, se queda corto en palabras para decir de lo que seríamos capaces de hacer en todos los ámbitos de la vida. Y mientras enseñaba a usar el cabello de manera erótica, habló sobre lo vulgares que son los sentimientos. Que la danza es para limpiarnos y quedarnos con la experiencia; usar y confiar en el cuerpo para tranquilizar a la mente, quien nos ayuda a expresarnos verbalmente.

Después de esa clase, algo pasó: el cuerpo se enderezó. Comenzó a caminar con pasos fuertes. Un roble inmune a los arrebatos exteriores, resistente, acompasado con la naturaleza.

Fue de aquí, de estar días después frente a evaluadores del conocimiento que dijeron que tal tema se sale de los estándares protocolarios de investigación. Pero hacer una historia del cuerpo, es distinto a conocer el cuerpo. No sólo el nuestro, también el de las cosas que nos toleran.

Nuestro cuerpo humano se compone de 206 huesos, alrededor de cincuenta billones de células y ocho aparatos: locomotor, respiratorio, digestivo, nervioso, endócrino, excretor, reproductivo y circulatorio. De carbono, hidrógeno y oxígeno. Así que somos similares con la mar, con la vegetación, los animales, el viento, las personas. Todos nacemos, nos transformamos, nos morimos de alguna forma. Todo es perecedero, lo cual debe familiarizarnos con la muerte. Dicho esto, cambiemos la pregunta inmortal sobre el más allá, por la de ¿qué es la vida?

Desde que la filosofía mecánica de Descartes se hizo parte de la sangre, la atención se ha enfocado en una línea finita que tiene inicio y final, de un campo limitado, cual es evaluado para su estudio protocolario. Observando todo como partes existentes sin relación alguna con el marco físico aprobado del ser humano supremo, quien sueña con la eterna juventud, la eterna permanencia de lo que cree que tiene.

¿Cuáles son los efectos secundarios? Paradójicamente a la eterna búsqueda de la juventud eterna, tenemos la destrucción ecológica y la autodestrucción de la mano creadora. La razón es que los cuerpos y las mentes están diseccionadas, olvidadas. Esparcidas por doquier con heridas abiertas.

Aleš Šteger con El libro de las cosas y los cuerpos, nos abre la ventana para mostrarnos el reverso de la hoja sobre el sentido de los cuerpos que se experimenta a través del despojo del Yo. Una poesía que hace hablar a las cosas y los cuerpos comunes, haciendo visible el hilo de semejanza con los espacios, los tiempos y las sensaciones, con nuestro cuerpo de homo sapiens.

Hay una voz que habita en el cuerpo. Un pensar que se desarrolla a través de las experiencias con las cosas con las que convive. Es la escucha. Es un diálogo con la naturaleza: la luna se comunica con el equilibrio psicofísico de la mujer, la mar, los procesos de nacimiento y crecimiento de los frutos de la tierra, de las migraciones animales y el tiempo de fecundación. Todo esto es algo más que dicho en la ciencia y la sabiduría de los ancianos que se dedicaban a la curación con restos de animales, con plantas.

Para darse cuenta de la relación femenina con todos estos ciclos, basta con observar las fases de la luna, las reacciones físicas, las olas de la mar. Somos una interconexión de espacios y tiempos. El cuerpo los recuerda por las cicatrices, por el reconocimiento de olores, las sensaciones.

En estructura somos una piedra de mar que se ha ido formando de arena, restos de animales, conchas, plantas marinas. Una estrella con miles de poros que respiran al unísono como nuestra piel.

Aleš Šteger nos acerca al misterioso oriente que orienta su filosofía de la vida a partir de la semejanza de las cosas y los cuerpos. Su poesía crítica es en base a partir del cuerpo para conocernos y conocer al mundo como una tarea para permitir enlazarse con el lenguaje que comunicará a los otros el conocimiento que se acumula; pudiendo experimentar así el respeto y la paz.

En su poesía Caballito de mar, trata a este ser vivo como las aprendices de la danza del vientre, que son la belleza y el amor. Pues el contacto con esta danza es un descubrimiento constante de cada hueso, músculo y sensación que existen en un cuerpo. Así se descubre el hilo que hay en nuestra masa para hacerlo mover, para indicarnos partes lesionadas, partes que nos recuerdan recuerdos que son sanados al bailar. Que quienes bailan se vuelven fraternos. Se ayudan a crecer. La actitud se vuelve fuerte. Se pierden miedos.

Por eso es que el bailarín Youcef Thony dijo que al conocer y poder dominar el cuerpo, las posibilidades de todo se abren. También se enseña que el cuerpo pronto se desvanecerá, pero como es el sostén del espíritu, se debe cuidar, conocer, quererlo como a todo lo demás que también se irá.

Claudio Magris, escritor italiano, en su libro El Danubio también nos cuenta que, en su viaje por el río mitteleuropeo, cada espacio cuenta una historia social y política que, al estar en su mayor parte occidentalizada, tiene mayor preocupación por la estética, el dinero, el poder. Pero en los espacios donde hay personas que están adaptadas al fluir del río, son de carácter, seguras de sí porque saben que son semejantes a la tierra, al río: un fluir que constantemente se renueva. Que es necesaria la destrucción para el nacimiento y viceversa. Carecen de miedos, de la obsesión.

La sociedad occidental enseña a través de la obsesión y el miedo al cuerpo, a los cuerpos. Quizá dos de los principales conflictos a raíz de ello, son la sexualidad y la ilusión de la pertenencia que te hace ser. Generando codependencia y represiones que llevan a la violencia. En la filosofía que trabajan en común Claudio Magris y Aleš Šteger, la relación que hay entre los cuerpos y las cosas son por la sensualidad; la empatía coqueta que dialoga, se entrega, pero no posee.

En una poesía de Aleš Šteger en su libro Protuberancias, se muestra este proceso de constante renovación corporal en todo: el nacimiento y la muerte que actúan a través de la sensualidad, el compromiso, pero no la aparente pertenencia:

Un jardín lleno de flores

Dijo que la gente somos un océano

Mientras se llevaba otra cucharita de caviar

A su inmóvil boca finlandesa,

Que los celos son una ilusión de la posesión

Y que ella ya no sentía nada parecido

Ni junto a su marido

Ni junto a alguno de sus amantes,

Nada, nada, absolutamente nada,

Salvo, quizás, la fría calidez de las noches blancas,

Cuando se encuentra en un sudoroso abrazo,

Salvo, quizás, la falta de respeto,

Cuando el cuerpo de la amante de su marido no es más

            bello que el suyo.

Dijo que el amor es la conciencia de saber que no posee,

Mientras se llevaba un pedacito de salmón

A su pequeña boca finlandesa,

Que nada, nada, nada queda en su poder,

Dijo ávidamente con todo muerto en su interior,

Que no entiende, y que nunca va a entender,

Cómo puede alguien con los ojos abiertos

Desear una sola rosa en un jardín lleno de flores.

 

Las bailarinas del viejo oriente venían de las serpientes, del fluir de los ríos. El saber que sólo el marco del cuerpo es la diferencia, les permitía desarrollar la sensualidad con el mundo. Su seguridad de la comunicación natural, las inducía a salir de casa a temprana edad, bailando y viajando nada más que con sus vestidos y conocimientos. Al llegar a la madurez, se volvían maestras de las jóvenes, acompañándolas en sus travesías. Las grandes madres. Los caballitos de mar de Aleš Šteger.

El descuido que hemos aprendido en la cultura occidental, es producido por la enajenación de la adoración a preceptos basados en mirar a la naturaleza como un ente agresivo y por ende castigado, por una aparente desobediencia a la pretendida dominación del hombre. Dice Claudio Magris que: “La muerte es inocua, circunspecta y discreta, no molesta ni daña a nadie; la vida es lo que estorba, hace ruido, estropea, agrede y, por tanto, es refrenada, para que no esté demasiado viva.”

Habrá que recuperar el pensamiento antiguo, que Magris lo hace por medio del emperador Marco Aurelio: “Cultivaba las cosas últimas y esenciales, consciente de que la persona está constituida por los valores en los que cree y que imprimen en su rostro la huella de su nobleza o de su vulgaridad…” Un hombre que carecía de miedo, porque sabía que sólo mediante los cambios, la vida se produce, se recrea. Como las estaciones del año que se suceden por el ciclo de renovación constante, y que el invierno, al verse como la muerte de los campos, a su vez está creando las condiciones para reverdecer en limpieza. Así, nada es amenazante, sólo un instante requerido para la purificación y la preparación de un nuevo acontecimiento.

Y una de las principales figuras femeninas que rescata Magris, es a la Abuela Anka, a quien define: “A los ochenta años, su cuerpo hermoso e imperioso es firme y seguro; para amar su mundo de ayer no siente la necesidad de idealizarlo.” Una mujer que ama los cementerios. Que ve la muerte como el estado tranquilo, el volver al origen que es la tierra. El recordatorio de los límites. Y por ello, como Marco Aurelio, carece de miedo. Ama la vida, porque sabe jugarla dentro de sus medidas. Lo que en Magris produce, y a su vez en sus lectores, que lo que se camufla de eternidad, lo centelleante, es la pérdida de la identidad y el miedo en esplendor a la metamorfosis. Quien es imperiosa como la abuela Anka, no está bajo la moral, esa calificación de valor, sino la ética que toca la misma vida, la naturaleza.

Somos cuerpos que constantemente se transforman gracias a los viajes, a las personas, a los espacios, a las actividades. Sólo hace falta mirar las fotografías o al mismo cuerpo a través de los años, recordando qué se hacía, qué se pensaba, qué se hace y piensa ahora. Las diversas sensaciones psicofísicas que se derivan de las experiencias ayudan a entender el proceso de transformación que se va dando en tiempo y espacio, ya sea por el despertar de la sensualidad o el descuido de ella.

Cuarenta y nueve movimientos, novela polifacética de Fernando Solana Olivares, también es una inserción a la filosofía de la semejanza y el respeto que enseña el Oriente. Habla de que la naturaleza es quien reúne los conocimientos de todo y todos. Que Los entes, enseñaba Empédocles, son mezcla de cuatro raíces: Fuego, Aire, Tierra y Agua.

La primera vez que escuché y debí realizar ejercicios de escritura sobre la conciencia corporal, sensorial, fue tras una de sus clases magistrales donde habló de que cada cicatriz que llevamos, cada parte de nuestro cuerpo nos dice algo. Que cuando pasamos por olores, cosas, lugares, personas, el cuerpo recuerda lo que experimentó antes, haciéndolo saber de distintas maneras como el surgir de nuevo algún deseo erótico, o alguna réplica de la sensación original.

A raíz de aquellos recuerdos debíamos escribir diversas historias. Algo con lo que es concordante con Aleš Šteger, que dice que el cuerpo que es consciente debe contar a otros cuerpos sus percepciones.

La experiencia con la Danza del Vientre y los cambios que comencé a notar tanto física como mentalmente, se lo compartí al escritor Fernando Solana Olivares, quien me habló de su libro Cuarenta y nueve movimientos porque él ha trabajado sobre el tema. El cual nos compartió en aquélla clase, pero que lamentablemente no fue comprendido porque muchos carecíamos del interés de ampliar el horizonte de la experiencia por el pudor clerical dominante en tal pueblo.

Ahí habla también de la danza como uno de los lenguajes más rudimentarios y que en las mujeres orientales es todo un arte de representación del mundo, de la identificación con la serpiente, animal simbólico de la transformación. De que la danza de las mujeres es incomprensible para los hombres, que, sin embargo, despierta el deseo erótico.

Quizá sí es incomprensible porque trabaja principalmente con la cadera y la ondulación del vientre. La mujer y el hombre son diferentes en la estructura física. Pero no impide que el hombre conozca su cuerpo y comprenda al otro. Pues como el bailarín Youcef Thony, hay otros hombres que empaten con lo femenino, que ayudan a la mujer a desarrollarse y viceversa.

Otra de las cosas es que al ser conscientes que todo cambia de forma, la muerte deja de ser un problema para considerarse como un paso más de la necesaria descomposición de la materia para tomar otra forma. Como el molusco del mediterráneo Crepidula fornicata que menciona Aleš Šteger en su poesía sobre el cuerpo, que nace siendo un macho de masa pequeña, pero a medida que va creciendo se transforma en hembra que es capaz de cargar a varios machos para ayudarlos a crecer.

Esta idea se presentó en Claudio Magris por el río Danubio que alimenta a diversas poblaciones e historias. El agua serpenteante que le enseñó la fuerza que cada cual alcanza al dejar de obsesionarse por la forma, por el tener y enfocar la atención a lo tangible que es lo imperecedero de la materia. Aleš Šteger da una lección más con aquel humor negro en su poesía sobre la ilusión de la pertenencia a través de su poema Jabón, que apenas se sostiene y se resbala de las manos.

Poema que posibilita mirar que la ilusión de la pertenencia eterna de la forma mecánica y económica que nos rige, está destruyendo a los seres humanos comenzando por la mente y explotando al cuerpo como dinamita por la alimentación chatarra y la represión al tacto, a las sensaciones sensuales que permiten explorarlo, conocerlo, sentirlo.

El bailarín de danza del vientre, Youcef Thony, nos habló de la importancia urgente de recuperar la consciencia corporal que se renueva constantemente, de despertar la consciencia de la semejanza entre todos, que además se fortalece a través de la exploración de los sentidos, de la sensualidad con el mundo que hace placentera cualquier relación.

Zuel, otro bailarín de la danza del vientre, dice que el contacto con esta cultura oriental lo transformó, como lo hace con sus alumnos, porque es despertar la consciencia del cuerpo que lo sostiene a uno mismo y que se conecta con los otros, con cualquier espacio donde se encuentre. Es dejar fluir la sensualidad que todo ser lleva y que dialoga. Es una fuerza de atracción física y espiritual. Al dejar expresar el cuerpo de manera sensual y erótica en forma de arte, la persona se siente confiada en el andar de sus pies, en la apreciación por lo que sucede actuando conforme a la situación. Sintiéndose absolutamente bella y bello todo el tiempo.

Curiosamente los bailarines dicen que todo les ha salido mejor a partir de aprender a mover el cuerpo como una serpiente. De conocerse. Aconsejan a sus alumnos que constantemente se debe aprender y compartirlo con los otros para ayudar a despertar sensaciones, el autocontrol, a los pensamientos como experiencias sin contaminaciones de sentimientos que se desbordan haciendo reaccionar con violencia. Como Aleš Šteger también lo aconseja hablando sobre los cuerpos, que un cuerpo que se sabe vivo necesita del lenguaje para contar a otros cuerpos.

En la India se dice que, si se le prohíbe al cuerpo lo que pide, se registra una represión que se manifiesta como obsesión. De ahí que la cultura occidental esté tan obsesionada con la pornografía, las imágenes sexuales banales, la promoción de cualquier producto con connotación sexual reducida a placer visual y de fantasía inmediata. La comida cada vez más dañina que se vende a través de publicidad sexual.

Para los hindúes la comida es una exploración de texturas, olores, colores, sabores. Un ritual sensual como el sexo: exploración de los cuerpos mediante caricias, oler, probar, saborear, copular. Ritos de la naturaleza que los colocan en el plano espiritual. Lo cual lleva a relaciones de respeto, de fraternidad porque al permitir el proceso de experimentar las sensaciones, identificar los olores y saborearlos, se conocen, siendo humanos sensibles conscientes de la otredad.

 

Este texto forma parte de una serie de ensayos literarios escritos por Jazmín Avalos, estudiante universitaria de la UDEG.
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Bibliografía:

Slaughter G. Frank. MARÍA DE MAGDALA, Traducción de Alfredo Darnell. España: Ediciones G. P., 1971.

Magris, Claudio. El Danubio, Traducción de Joaquín Jordá, Colección Compactos (13ª ed.). Barcelona: Anagrama, 2014.

Solana Olivares, Fernando. Cuarenta y nueve movimientos. México: Terracota, 2008.

Šteger, Aleš. Protuberancias, Traducción de Pablo Juan Fajdiga, Špela Markič y Óscar Leonel Ruiz-Ramírez. México: Arlequín, 2005.

Šteger, Aleš. El libro de las cosas y los cuerpos, Traducción de Pablo Juan Fajdiga, Špela Markič, Óscar Leonel Ruiz-Ramírez y Tina Šilc. México: Arlequín, 2014.

 

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