Julio Ríos | @julio_rios
02 de octubre de 2016.– Sentado junto a un monumento dedicado a los Compañeros Caídos el 2 de octubre de 1968, está listo para ofrecer a la venta sus discos con canto testimonial de lo que sucedió el día de la tragedia.
Es la Plaza de las Tres Culturas. Todavía huele a muerte y a desesperanza. Y ahí está. Es Roberto Tello quien espera con su guitarra. Un historiador que se quedó atrapado en aquella época. Se dedica a cantar y a platicarle a la gente lo que pasó ahí, a cambio de algunas monedas.
“Lo que aquí sucedió fue un genocidio. No es cierto que fue contra los estudiantes, fue contra todo el pueblo, contra gente de todas las edades que simpatizaban con el movimiento. Después este país estuvo en guerra. Le llamaban guerra sucia, pero se trataba de desaparecer clandestinamente a los líderes de grupos guerrilleros que querían tumbar a ese gobierno asesino que destruyó tantas vidas y que aquí en Tlatelolco tuvieron su obra maestra del odio y la sangre”, dice indignado.
La visita a Tlatelolco se realiza un sábado en la tarde. El lugar apesta a exterminio. Alrededor de la Plaza de las Tres Culturas los edificios multifamiliares con cientos y cientos de departamentos están inmersos ya en la rutina cotidiana. Parece como que nadie recordara la tragedia. Y el cielo nublado acentúa la atmósfera lúgubre.
Ubicada en la Delegación Cuauhtemoc, Tlatelolco alberga a la Plaza de las Tres Culturas. Llamada así porque ahí hay ruinas de los mexicas, un templo católico de Santo Santiago de la época colonial y la torre de la Secretaría de Relaciones Exteriores armonizada con conjuntos habitacionales del México moderno.
Pero el lugar también es recordado por uno de los capítulos más tristes de la Historia de México: la matanza de Tlatelolco.
Si ya el 13 de agosto de 1521 los españoles masacraron con alevosía a indígenas aztecas, el 2 de octubre de 1968 fueron los estudiantes los que perecieron en una cobarde emboscada.
Ahí el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, que le urgía concluir el conflicto ante la cercanía de las Olimpiadas en México, perpetró el ataque contra los estudiantes que realizaban un mitin.
“Fue una trampa. Este fue el único lugar que nos dejaron libre y por eso se hizo aquí el mitin. Los estudiantes mordieron el anzuelo, eran limpios, soñadores, ingenuos y solo querían un México mejor. Esa fue su tragedia”, señala Roberto Tello.
Se desconoce el número de víctimas y se habla de miles. “Por eso Echeverría está siendo procesado por eso, por delitos de lesa humanidad. Ojalá sea condenado y así se haga algo de justicia”, recuerda.
El desconsuelo se inhala en Tlatelolco. Resopla por todos lados. Ahí se han filmado películas como “Temporada de Patos” y “Rojo Amanecer” protagonizada por María Rojo. En honor a esta actriz, quien hasta llegó a ser Senadora de la República, el teatro del Deportivo 5 de Mayo anexo a la Plaza de las Tres Culturas, lleva su nombre, por iniciativa de la Delegación Cuauhtemoc.
La herida sigue abierta.
Este octubre se recuerda otro aniversario más. Este personaje que canta en Tlatelolco y cuenta la tragedia con su guitarra, es Roberto Tello. “Eso de jugar la vida.. es algo que a veces duele”, aúlla.
Emocionado relata:
“Aquí hubo muchas historias. Fue una sucia trampa del gobierno. Y los jóvenes, muchachos limpios e ingenuos, mordimos el anzuelo. Este fue el único lugar donde no iba a ver vigilancia policiaca ni del ejército y por eso nos venimos aquí a hacer el mitin. Los directivos del movimiento así lo consideraron porque en estos edificios había mucho simpatizante del movimiento y no parecía mala idea. Fue una tontería porque el mismo gobierno al dejarnos libre este lugar nos estaba empujando a venir aquí. Era una emboscada y no nos dimos cuenta”.
Para Tello, la perversidad de las autoridades fue tanta que además de obligar a los muchachos a ir a la Plaza de las Tres Culturas, lugar donde no había suficientes salidas para escapar, se orquestó el ataque cuando empezaba a oscurecer, a las 7:00 de la tarde.
“Ahora ya han cambiado el horario pero en esos tiempos empezaba a oscurecer a esas horas. Y precisamente la bengala la avientan cuando empieza a oscurecer y comienza la balacera”.
Dice que cobijados en la complicidad de la oscuridad, soldados y policías rodearon a la multitud y con un despliegue de salvajismo animal, dos columnas de elementos y tanquetas abrieron fuego.
Y relata con los ojos humedecidos:
“Era el infierno. Yo estaba en las orillas y alcancé a escapar. Pero la gran mayoría quedaron atrapados en esta trampa mortal. Comenzaron a disparar a sangre fría. Lo que hicieron los estudiantes fue armar barreras humanas, era como un gran cilindro. Un compañero que iba con su novia se pone hasta delante de la barrera y a ella la echa hacía atrás para protegerla de los balazos. Fue uno de tantos mártires. Se sacrificó por ella para que alcanzara a escapar”.
“Enojados porque por más balas que tiraban el cerco humano no cedía por la forma cilíndrica de la barrera que hicieron, unos helicópteros comenzaron a disparar desde arriba, a las cabezas y en medio de la barrera. Ahora sí, fueron cayendo y después de la masacre, previendo que algunos muchachos estaban tirados aparentando estar muertos, prefirieron no dejar nada a la suerte y los mismos soldados y policías y otros disfrazados de civiles fueron rematando a todos con el tiro de gracia en la cabeza utilizando bayonetas para que no hubiera sobrevivientes”.
Y peor aún. Los agentes comenzaron a allanar departamentos para matar o, cuando bien les iba, detener a los que consideraban sospechosos.
“La película de Rojo Amanecer que aquí se filmó se queda corta con el tormento que se vivió ahí adentro”, dice Tello.
Y prosigue tocando en su guitarra la “Canción de Cuna”, de Enrique Ballesté: “(Ese niño al crecer tendrá) Un coche, tal vez una esposa. Tristeza, desesperación. Angustia de saberse inútil. De ser solamente ilusión (…) Al niño que nació en abril, si quieres que sea diferente tendrás que obsequiarle… un bello fusil”.
El personaje es químico fármaco biólogo pero también se dice historiador. Formó parte del movimiento y recuerda que después de esa noche infernal, comenzaron las detenciones y muchos de los que encabezaban aquella lucha fueron a dar a la cárcel.
“Y luego no hubo paz durante muchos años. Tantos movimientos guerrilleros surgieron y eran aplastados por el gobierno. No había paz, ni tolerancia. Luego vino la amnistía, salieron de la cárcel los líderes del 68 a cambio de que hicieran partidos políticos y se dedicaran a la lucha pacífica y después con la reforma política de Reyes Heroles hubo espacios para ellos en las cámaras.“Y algunos de ellos ahora son flamantes diputados o gente que vive de la ubre del poder al que combatieron”.
¿En ese tiempo, en el 68, era delito ser joven?
«Así es. Los jóvenes nunca le han gustado a los poderosos, son incómodos por una sola razón: porque son libres. Y a los poderosos no le gustan los seres libres, nos quieren sumisos, nos quieren arrodillados. Y eso nunca ha cambiado. Hoy seguimos igual. México no ha cambiado y al Gobierno le sigue espantando la gente libre».
Es hora de irse ya.
Tello sigue cantando. A lo lejos el reportero aún voltea a leer el monumento en la Plaza de las Tres Culturas, que dice así:
“ A los compañeros caídos el 2 de octubre de 1968 en esta plaza: Cuitlahuac Gallegos Bañuelos, de 10 años. Ana María Maximiana Mendoza, 19 años. Gilberto Reynoso Ortiz 21 años”
Y prosigue con más nombres para cerrar punzante:
“Y muchos otros compañeros cuyos nombres y edades aún no conocemos.
¿Quién? ¿Quiénes? Nadie.
Al día siguiente nadie. La plaza amaneció barrida. Los periódicos dieron como noticia principal el Estado del Tiempo. Y en la televisión, en el Radio, en el cine, no hubo ningún anuncio intercalado. Ni un minuto de silencio”
Colofón:
*Esta entrevista se realizó en octubre de 2011. Tello reprochaba que nada había cambiado. El episodio de Ayotzinapa y la represión al magisterio disidente aún no ocurrían. Para muchos, esos eventos son prueba de que en México nada ha cambiado. Tal y como el historiador abrazado a su guitarra lo pregonaba.