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Foto: Cecilia y Lupita | Eduardo Castellanos
Foto: Cecilia y Lupita | Eduardo Castellanos

Las madres de COE

Eduardo Castellanos | @KioscoInfo | 10 de mayo del 2017

Tener hijos con alguna discapacidad no es impedimento para que Cecilia, María Eugenia y Bertha Elena le sonrían a la vida. Sonríen como si los mejores regalos del 10 de mayo fueran los logros que sus hijos han conseguido y de los que ellas fueron cómplices.

Las tres acompañan a sus vástagos a las sesiones de trabajo en el Centro de Ocupación Especial (COE) en Tepatitlán,  en donde niños y jóvenes con discapacidad aprenden a elaborar manualidades y realizan actividades lúdicas y artísticas.

A pesar de la discapacidad de sus hijos, estas madres, han dedicado parte de su vida para que sus niños aprendan a valerse por sí mismos. Ellas saben que deben darles confianza y enseñarles el camino. Algunas veces han tenido que sacrificar actividades, tiempo y espacios con otros familiares.

Cecilia González González es mamá de Lupita, una niña invidente a la que le gusta cantar y escuchar música. La pequeña es la última y novena hija de la familia. Está rodeada del cariño de sus hermanos, quienes nunca han reclamado a Cecilia el que Lupita requiera más atenciones.

“A mis hijos los trato igual, para mis demás hijos Lupita también es una bendición. Yo creo que Dios me la mando al final para que sus hermanos me ayuden”, indica González.

Cuando nació Lupita, Cecilia sintió tristeza, creyó que la pequeña estaría siempre postrada sin poder hacer nada. Sin embargo, los años no han pasado en vano.

“Sus logros para nosotros son como una bendición porque cuando nació dijimos ¡Pues no!, pero ahora que veo sus logros, que veo cómo trabaja, me siento muy orgullosa, igual de orgullosa de los logros de todos mis hijos, pero más de ella. Ve uno que se esmeran los niños,  uno ve que ellos no tienen vergüenza y son felices”

Cecilia sabe que la vida de Lupita es rutinaria. La lleva a la escuela. Le inculca la fe Católica llevándola a la catequesis especial. La ha enseñado a valerse por sí misma.

“Teniendo música ella está tranquila sentada. Le gusta mucho cantar. Va al baño sola, come sola, anda sola por la casa. Estando en COE es feliz. Le gusta hacer actividades”, asegura González.

Los hijos mayores ya no requieren las atenciones que si requiere Lupita. Unos trabajan, otros ya formaron sus propias familias.

Las mamás de los niños del Centro Ocupacional han aprendido de sus propias experiencias, platican sobre los logros de “los muchachos”, se apoyan porque saben escucharse y conviven como una familia verdadera.

“Nos tranquilizamos más cuando estamos juntas en esos momentos viendo los logros de nuestros hijos que tienen discapacidades. Se siente bonito. Nos sentimos muy tranquilas porque platicamos de lo mismo, de nuestros hijos”, manifiesta Cecilia.

La madre sabe que algún día tendrá que partir, para eso también ha preparado a Lupita, quiere que la gente la conozca; que se den cuenta de que es una persona que puede tener grandes logros.

“Pienso a veces en el día que le haga falta, pero le pido mucho a Dios que le dé la inteligencia a mis hijos para que puedan atenderla”

“Yo al principio creía que siempre iba a estar ahí tirada en el piso, sin caminar. Ahorita estoy segura que vale la pena hacer lo que nos digan que hay que hacer por ellos. Hay que sacarlos y llevarlos a que la gente vea que también ellos son capaces de hacer algo en su vida. Cuando veo a Lupita bailando sobre el escenario, digo: esa mi niña a la que veía tirada en el piso”, expresa Cecilia.

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Cuando iba a nacer Nayeli, María Eugenia Gómez Demetrio, tuvo un sueño mientras estaba bajo los efectos de la anestesia. Ella sabía que su hija nacería con problemas. Al principio deseó que la niña no naciera. Una epifanía la hizo cambiar de pensar.

“Cuando nació tuve un vivencia. Cuando me pusieron la anestesia yo le pedía a Dios que se la llevara, ¡Dios mío llévatela! ¡Llévatela!  Porque yo desde antes de que naciera ya sabía que venía algo mal. Cuando nació me dijeron que tenía síndrome de Down. Dios me fue previniendo desde un principio de que la criatura venía así. Cuando ya nació yo no podía volver de la anestesia y le seguía pidiendo a Dios que se la llevara. Ahí él me mandó la vivencia en donde me dí cuenta que sería muy trágico perder a un hijo”.

“La vi en un sueño, estaba entre cuatro velas, estaba toda mi familia con todo y amigos, y ahí yo le decía a Dios ¡Devuélvemela!, sea como sea, es mi hija y tenga lo que tenga la quiero de regreso”, relata Gómez.

Desde su nacimiento Nayeli y su madre van juntas a todas partes, son una para otra, se complementan y para la madre es su orgullo más grande. Desde hace un año María Eugenia va con su hija al COE. Ha sido testigo de sus esfuerzos convertidos en logros.

María Eugenia tiene otros hijos, a todos les da el mismo amor, pero sabe que Nayeli requiere de más tiempo y atenciones, a pesar de que la ha enseñado a ser autosuficiente en algunos aspectos.

“Los niños con Down requieren una atención especial de chiquitos, pero ya cuando crecen según como uno los vaya formando pueden valerse por sí mismos, ese el caso de Nayeli, ella hace todo sola: bañarse, cambiarse, todo lo puede hacer, es muy independiente”, asegura.

Gómez Demetrio, dice que cuando los niños con discapacidad vienen al mundo los padres piensan infinidad de cosas. Está segura de que conforme pasa el tiempo, los papás se van sintiendo orgullosos de sus hijos. Cree que refugiarse en Dios es una opción.

“Al principio es muy difícil, pero conforme va pasando en tiempo se darán cuenta de que estos niños son un amor, son una maravilla. Nos  sentimos orgullosas de ellos porque nos enseñan a vivir, nos dan mucho amor, son una ternura para nosotras como madres”.

Foto: María Eugenia y Nayeli | Eduardo Castellanos
Foto: María Eugenia y Nayeli | Eduardo Castellanos

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Para Bertha Elena Hernández, ser madre de un niño con discapacidad es toda una aventura. Es la mamá de Jorge, que inicio en COE desde que éste abrió sus puertas. Lleva a su hijo a todos los lugares en donde pueda desarrollarse y aprender.

Además del Centro de Ocupación Especial, Bertha ha llevado a su pequeño a sesiones en el DIF, a la escuela de Educación Especial, a la Catequesis y al grupo de Juntos Compartiendo Sonrisas.

Cuando su hijo nació a Bertha le preocupaba que Jorge no fuera aceptado por la sociedad. Ella ha sido parte fundamental para que su hijo pueda llevar una vida común, aunque sabe que requiere de otras atenciones.

“Desde que nacen primero tú los quieres, son tus hijos, pero hay sentimientos encontrados, por ejemplo, en mi caso a mí lo que más me preocupaba es que mi hijo no fuera aceptado, que lo hicieran menos, que lo trataran mal, era lo que más me dolía desde que él era un bebé”.

“Ahora a donde quiera que va es bien recibido. Lo conocen más que a mis otros hijos. Va por la calle y todos le gritan ¡Jorge! ¡Jorge! Entonces es muy bonito”, explica Hernández.

Para Bertha el amor y las sonrisas que le regala Jorge son un remedio para el cansancio, a él le dedica más tiempo. Le gusta que su hijo aprenda a valerse por sí mismo. Se siente orgullosa de Jorge al igual que de sus otros cinco hijos.

“Le tienes que dedicar más tiempo. Te cansas, te duelen los pies de llevarlo para un lado y para otro, pero pagan el precio con creces: verlo con su sonrisa, cuando dice mamá te amo y que sabes que le sale del corazón, son muy efusivos. Te dicen cuanto te quieren a cada rato. Te hacen un regalo y hacen mucho mitote de todo. Te canta las mañanitas casi todos los días. ”

Foto: Bertha Elena y Jorge | Eduardo Castellanos
Foto: Bertha Elena y Jorge | Eduardo Castellanos

 

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